domingo, 1 de octubre de 2017

Escondida en "La gran Manzana" encontré a mi hermana


Acabo de llegar a New York después de un viaje de 7 horas por tierra desde Richmond, Virginia, tras las huellas de Gladys, mi hermana mayor, quien en 1972 inició el éxodo familiar a USA en busca del entonces añorado "sueño americano" que, cumplido, la hizo ciudadana de este país y atrajo a otros miembros de la familia que también tuvieron éxito en sus expediciones.
La perfección de la naturaleza, expresada en la armonía de los colores y las formas, con sus tonos verdes que palidecen por la llegada del otoño y configuran un contraste con el azul del cielo diáfano, se repliega, se aleja de la vista de los cientos de miles de personas que se movilizan por la monumental carretera 95 norte, para darle paso a la belleza y precisión de las obras vanidosas y soberbias construidas por el hombre para acomodarse armónicamente en el planeta.
Los titanes del diseño y la ingeniería son la encarnación de lo formidable y el triunfo de sus proyectos estimula el Ego de los propietarios de las grandes empresas constructoras. Sus éxitos son un grito que llena el mundo con sus colosales y arrogantes moles de hierro y cemento, al lado de las cuales las obras del tercer mundo son apenas una mueca tenue, como la luz de la luna en su último día de menguante.
Puentes soberbios, avenidas que son mesas de billar de dimensiones extraordinarias, se cruzan entre sí en un entramado misterioso, verdaderos laberintos aéreos y edificios que chuzan las entrañas del firmamento, dominando las llanuras ilimitadas, son los componentes principales del entorno en este Imperio del orgulloso y del poder.
Entre esa acuarela admirable, sugestiva, bella y sublime, que observo al entrar a "The Big Apple City", también observo el sollozo del hambre, el atraso y del subdesarrollo, el grito impotente del Prometeo tercermundista encadenado que blasfema y se retuerce en su dolor. Y no veo a las blancas Nereidas oceánicas que lo perfuman con narcisos, como en la tragedia  de Esquilo, para dar paso al Prometeo liberado.
Esta metrópoli convulsionada y aterradora que le hace honor a su denominación de "capital del mundo" me ofrece otros momentos bien difíciles de dibujar, exaltado por mi condición de hombre sensitivo y emotivo, quizás por haber vivido durante muchos años en el corazón de la amazonia y haber contemplado con sensualidad el pudor de las selvas vírgenes que guardan los secretos reales e imaginados descritos en la fabulosa poesía en prosa de José Eustasio Rivera.
Por esa razón, padezco una especie de primitivismo sensorial que se agita con fuerza cuando me pongo en contacto con sus antónimos contradictores, el hierro, el martillo y el cemento. Mis percepciones sensoriales tienen la fuerza y la vehemencia de una manada de cerrillos o cafuques, la suavidad de una mariposa de alas transparentes y también el aguijón de la hormiga conga. Con esas perspectivas es que miro los paisajes de la vida y de la "Pacha Mama".

Al llegar a casa  de mi hermana Gladys vi nuevos paisajes decorativos de otra belleza, la espiritual, bordados en su alma solitaria y solidaria por los grandes escenógrafos sembrados en su corazón por papá Jesusma y mamá Alicia con el esmero que despierta un primogénito.
Solitaria, cada día más lejos de la gente y más cerca de su dios, como vuelta de espalda a la vida, llegando a la desesperanza, me acercó con fuerza a su cuerpo menudo y con la mirada nostálgica me dijo lo mucho que me ha querido, desde mi época de seminarista cuando me pagó las matrículas y las pensiones, porque toda la familia quería tener un cura que los salvara.
Su casa grande, confortable tiene un aire de centro cerrado de novicias pero en realidad es un recinto multireligioso en donde la pluralidad religiosa de su marido permite que un Buda rojo, del tamaño de un niño de 5 años, mire de frente al Jesús Nazareno que tiene su mano derecha amputada. Los ángeles y arcángeles, grandes y pequeños le hacen compañía a San Gregorio, el único venezolano más virtuoso que Chávez, apostado cerca a la virgen del Carmen. Porcelanas chinas, indígenas de distintas partes del planeta y de diferentes  tamaños; elefantes, el niño dios de Praga, San Martín de Porres, San Antonio, la virgen del Perpetuo Socorro y San Lázaro miran a los visitantes con ojos de vidrio. También hay gatos, de verdad y de mentiras, la cabeza de un venado y la foto de papá Jesusma soltero, además de una colección de ranas verdes y de 
otros colores, que me recordaron la leyenda uitoto sobre las ranas de huesos azules. Mao Tse Tung le sonríe a Goerge Washington por entre las oraciones musulmanas  y judías  pintadas en grandes cuadros. En la mesa de centro, las biografías de Jhon Kennedy y George Washington esconden libros de santería, goegrafía peruana, unas cuantas revistas de arte y del "reino" de los ángeles.

En su casa, todo tiene el aire místico neutralmente aromatizado de las capillas y su silencio taciturno fue profanado por mis cuentos subidos de tono que compartí con su esposo peruano Jorge Eduardo, a quien además le hice bromas acerca de sus creencias sobre los milagros y faenas que le han hecho "los espíritus de la vida y los de la santa muerte". Es un meticuloso con sus acciones, severo, ordenado y un buen mamagallista que tiene una gran capacidad de acierto para apostillar remoquetes a familiares y amigos. Pero, del mismo modo, tiene juicios inapelables sobre la conducta de quienes lo visitan.
Al acostarme pensé sobre ese huerto cerrado que constituye el fuero espiritual de la gente, el bálsamo con el que hace deliciosas las tristezas, que la aísla, que la hace cantar aunque tenga motivos para llorar. La que facilita su fusión espontánea con los opresores alrededor un partido de fútbol y en las elecciones.
En medio de estos contrastes, de esta tolerancia, de este bazar de posiciones encontradas, en el que los símbolos comparten su espacio en medio de un silencio respetuoso, me acordé de un episodio gracioso de mi vida cuando una monja besó mis labios paganos.
-La variedad es el alma del paisaje, pensé con cierta voluptuosidad vencedora mientras cepillaba mis prótesis dentales. No pude reírme porque tenía los dientes en la mano.

Amanecí en la gran manzana, a la que llegué por entre un tumulto de hierros, ladrillos y placas artísticamente plegadas pero a pesar de la sorpresas y la magnanimidad de las megaconstrucciones, creo que los árboles siempre serán más cariñosos que los edificios porque la naturaleza tiene a los mejores orbefres del universo.
Mientras tanto, el tercer mundo subdesarrollado, pobre y explotado, grita y se ahoga entre su miserable estercolero.

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