miércoles, 27 de marzo de 2019

¡Hasta luego, Mucharejo Silvio Rubiano!!






Como huyendo al derrumbamiento de los principios que guiaron su ejercicio político, hechos polvo por la corrupción y la politiquería, “mi caro amigo” Silvio Rubiano entró en el silencio inmutable de la muerte, cuando desaparecen todas las ambiciones.
Hace apenas una semana, mientras compartimos un café espantoso, sin sabor, aroma y color en el “abrevadero azul”, la cafetería que fue su oficina durante los últimos años, hablamos tranquilamente sobre nuestras edades avanzadas y de cómo con el paso del tiempo nos transfundimos, nos esparcimos y también nos diluimos en el alma de los demás, hasta convertirnos en apacentadores de los espíritus juveniles.
Esta mañana de miércoles pasé por el tal “abrevadero” y me pareció verlo allí sentado en la mesa habitual, entre sus contertulios que gozaron con su excepcional ironía repentista, unas veces mordaz, otras veces cómica y con sus frases demoledoras cuando de poner apodos se trata. Un vaho letal me pegó en la cara, sentí el zarpazo cercano de la Parca y entonces me convencí de que, efectivamente, el “mucharejo” se fue con sus picardías, con su solidaridad y con sus historias a beber en las linfas tenebrosas del espacio eterno.
Para despedirlo, retomo apartes de su perfil, que escribí para el libro “Viaje por la Vida”, publicado hace apenas dos años, que recoge sus luchas políticas y periodísticas, así como su extenso y ameno anecdotario y la memoria histórica de los últimos 50 años en el departamento del Caquetá. Desde los jardines de su infancia, con todo el encanto  y el vigor de sus años mozos que pasaron al otro lado del río Hacha, Silvio reconstruyó con las energías que le dio el paso del tiempo, su propia historia, que es un retazo de la historia regional.

Formado a pulso, en el mano a mano con la vida, nunca dejó de ser el místico y contemplativo muchacho que desobedecía a su mamá y después entraba en sana reflexión  y entonces Dios apareció en cada momento de su existencia. Su vida siempre fue como un oratorio constante, en la inocencia de los primeros años y en la sabiduría de madurez. Tranquilo y sereno, pero vehemente en la defensa de sus creencias políticas y religiosas, tuvo una chispa incendiaria y socarrona que muchas veces prendió disputas y en otras apagó el enojo de sus contertulios. En ocasiones, sus flechazos de buen humor necesitaron mucho tiempo para ser comprendidos.
Iluminado por los ojos cariñosos de su madre, desarrolló un sentido de solidaridad, afecto y cercanía con sus amigos, aún con aquellos con quienes sostuvo contradicciones políticas y religiosas, hasta el punto de convertirse en referente obligado en la solución de pequeños conflictos interfamiliares y disputas administrativas. Utilizó de manera frecuente con su amigos y conocidos el término “mucharejo”, muy tierno y familiar, quizás como herencia semántica de sus padres.
Azotado por varias tempestades del corazón y algunas borrascas del pensamiento, confesó haber derramado lágrimas en la soledad, que le sirvieron como consuelo para los contratiempos y motor para tomar impulso hacia los nuevos retos personales, profesionales y familiares.
Aunque muy niño salió del campo a la ciudad, mantuvo vivos los recuerdos del bosque, el rumor del río Hacha cercano, el perfume de los árboles, la brisa vespertina y las luces lejanas de la ciudad que disfrutaba en el regazo de su madre. Cree que esas estampas son las más interesantes de su vida y marcaron definitivamente su existencia, clavadas como una impronta en su cerebro.
Con las ilusiones perdidas y con los laureles conquistados construyó un poema porque para Silvio fueron igualmente importantes los triunfos y las derrotas. Tan importantes como su familia que siempre fue el principal pilar en su vida. Lo repitió constantemente: “mis hijos son mi  refugio, orgullo y alegría de todos los momentos  de mi existencia”.
Más elocuente con la expresión escrita que con la oral, su paso por el concejo de Florencia y la Asamblea del Caquetá dejó importantes intervenciones y participó con éxito y valentía en los debates que se suscitaron en las dos corporaciones alrededor de distintos temas de la coyuntura político-administrativa de la región. En su vida pública, como en la privada, fue un genuino antídoto contra la izquierda, a cuyos militantes denominó, “mamertos”, en serio y en broma. Pero tuvo buenos amigos en esa ala del pensamiento.
Guiado por sus ambiciones espirituales e ideológicas, hizo del periodismo su estilo de vida, y su amada del alma, "Evaluación", fue su biblia, la representación de los hechos de su Caquetá querido y vivió cada cierre de edición como un acontecimiento fabuloso porque siempre creyó que su revista fue una gran proveedora de noticias y opiniones.
Persuasivo y original, con sus recursos retóricos algunas veces se salió de tono y fue interpretado como blasfemo por sus copartidarios más radicales, pero Silvio siempre tuvo una conciencia y un lenguaje para hablarle a su gente, en los tertuliaderos que no han faltado en el centro de Florencia, y en las páginas de su revista.
Considerado el decano del periodismo regional por sus constantes aportes al gremio y a la sociedad, recibió la distinción “a la vida y obra”, reservada para quienes en sus labores cotidianas ponen el pragmatismo por encima de las teorías académicas sobre el funcionamiento de la sociedad y la responsabilidad de los actores principales del desarrollo regional.
Muy cercano a los  80 años, su alma siempre estuvo vivamente emocionada, como la de un niño alegre que lo observa todo y quiere estar en el centro de todos los temas…
Cada amigo que entra en los dominios de los desconocido es un paso adelante en la fila, en la búsqueda de la ventanilla por donde nos precipitaremos hacia el infinito…
Hacemos cola, avanzamos y más temprano que tarde llegaremos.¡Hasta luego, Mucharejo!!