martes, 13 de noviembre de 2018

El desafío del Corredor Polaco en Manizales


Aunque ascendí al corredor polaco de la catedral de Manizales acompañado por Miguel, mi hijo; mi nieto Liam Miguel, de tan solo 4 meses; Erika, mi nuera, y otras 15 personas que hicieron parte de la visita guiada que ofrece la basílica, me sentí como un solitario absoluto pero descontaminado del mundo intolerante, conformista e indiferente que trepida allá abajo en la superficie, allende las fronteras de la ancha cordillera central llena de nubarrones.
Desde el círculo alrededor del pináculo cónico de la torre central, en donde se construyó un corredor de 360°, me sentí un solitario íntegro que entre la ansiedad, el terror, la agitación y la zozobra, observa cómo los dueños del país le dan la espalda a los problemas de los sectores populares. Un solitario angustiado que, del mismo modo, no puede establecer qué es más grave, si el despotismo de los "prohombres" de la política nacional o la indiferencia del pueblo ante los sucesivos atropellos que vencen a la justicia y hasta a la misericordia.
Confieso que mi fobia al vacío y a las alturas es tan dramáticamente  fatal que no solo me perturba cuando me expongo a ellos sino que también cuando pienso en ellos pero, sin embargo, tienen un atractivo morboso, una sensación de hacer todo lo posible para evitarlos pero al mismo tiempo de enfrentarlos, como un reto, como una posibilidad de vencer esas angustias.

Empujado por esa rara simbiosis de miedo y atracción, en la que el miedo predomina, compramos las boletas para el "tour" de ascenso con una hora de anticipación y mientras tanto le dimos una vuelta al sector céntrico de la capital caldense. En silencio, sufrí por un sentimiento de culpa que por momentos estuvo a punto de proponer la cancelación de la aventura e incluso sentí desvanecimientos al imaginarme en la cúspide, a 107 metros de altura. Tres días después, no he podido recordar muchos detalles del recorrido pues mi atención estuvo muy dispersa y lo único que recuerdo fue mi sudoración a pesar de la baja temperatura manizaleña. 
El guía explicó que el nombre del corredor fue puesto por un ingeniero alemán que lo construyó pues, justamente, la terminación de la obra coincidió  con la invasión de Alemania a Polonia, que se inició el 1 de septiembre de 1939 y ha sido considerada el detonante de la Segunda Guerra Mundial.
El ascenso al segundo piso se hace en ascensor. Después de un café espresso, de muy buena calidad, comenzamos la cuenta regresiva de los 462 escalones que nos condujeron hasta la punta de la torre que chuza el cielo encapotado y taciturno -como regularmente está en esa ciudad-. El primer tramo se hace por una escalera casi perpendicular, muy estrecha, considerada por el guía como un ejercicio preliminar para los pulmones.
-Respiren profundamente, despacio y exhalen por la boca, dijo el hombre.
El segundo tramo se camina por la parte externa de la estructura, aparecen las torres secundarias pero el pánico mete el primer flechazo al cruzar un corredor, el pasillo de la angustia, con el parque allá abajo. Pero el mayor desafío está enseguida: unos pocos escalones, igualmente casi perpendiculares, para ingresar a la parte central de la estructura.

Sentí una verdadera incapacidad de funcionar de manera normal y estuve a punto de declararme incapaz de continuar pero mi hijo psicólogo -con el nieto metido en su canguro- me convenció de que mi miedo era exagerado e irracional.
-No se sienta incapaz de controlarse, usted es más poderoso que sus miedos, me dijo con voz de terapeuta. 
A mitad de camino, con la respiración agitada y tranquilo porque solo me fijé en las escalas, como me lo indicó Miguel, hay un círculo de 3 metros de diámetro sobre el cual se ha puesto un vidrio que ofrece una vista directa a la nave principal del templo, desde esa altura, desde el mismo corazón de la basílica. Me llené de valor y me asomé para tomar una foto, vi las bancas del templo pero como un rayo me volvió la angustia y estuve a punto de soltar el celular. Me invadió el temor patológico y pensé que caería por ese hueco imantado que me  atrajo de manera inexplicable.
A medida que avanzamos hacia el corredor, la escalera en espiral se estrecha y algunos tramos van muy cerca de los antiguos peldaños de madera que fueron remplazados por los metálicos actuales. Recobrada la tranquilidad, siempre con la cabeza abajo y prendido de las barandas, supe que llegaba a la meta porque la escalera oscura fue invadida por un chorro de luz.

Esperé a Miguel para que me ayudara a enfrentar la agitación en crecimiento ante la inminente aparición del vacío y pensé que definitivamente necesitaba una terapia de relajación. A manera de autocontrol, pensé en las Cruzadas, la inquisición y otras formas de dominación eclesiásticas y hasta me pregunté cuánto tiempo tomará mi Caquetá del alma para renacer ahora que está libre de tomas y enfrentamientos. Vi la Paz como una persona que avanza con su muleta metálica por distintos escenarios, conmovido por los estragos del conflicto...en su recorrido, la gente no le habla sino de muertes y tragedia...los que le narran tienen el aspecto adolorido de las víctimas.
Mi hijo psicólogo me habló suave, en el oído izquierdo y me apartó de mis divagaciones complicadas. Me aferré del canguro en el que transportaba al bebé y di el pasó, como al vacío.
Deduje que todos los turistas y hasta el guía, sentimos miedo porque todos hablaban en voz baja a pesar de que el templo estaba muy abajo.  Solo escuché susurros, como en la habitación de un niño que duerme, y algunos hicieron señas para comunicarse. Siempre pegado a mi hijo y a mi nieto, tomé fotos de la perspectiva que no sirvieron y cuando bajé la mirada sentí que todo me daba vueltas y entonces creí morirme por pendejo.
Pero realmente, estaba ante una terapia para enfrentar mi fobia con una situación real y expuesto a ese temor comprobé que mi vida no corría peligro. La ansiedad se transformó en poderío que me permitió disfrutar  de ese momento solemne y vehemente durante el cual pude disfrutar no solo los paisaje del entorno, sino también los de la vida.

Anhelé unas competencias de poeta para interrogar desde ese corredor, con alma de pensador,  sobre el futuro de los acuerdos de Paz y del más cercano, el que firmaron los rectores del Sistema Universitario Estatal, SUE, con el presidente Duque. Y sobre el futuro de la lucha estudiantil.
Con el aire soplando duro, como una caricia, con las nubes regando su rocío, nos abrazamos duro, tomamos una foto final y comenzamos el descenso a instancias del guía.
Cuando bajé el último escalón y quedé en el segundo piso, pedí otro café, como trofeo porque, esta vez, aprendí a manejar mi fobia a las alturas y al vacío. Después de este triunfo en el corredor polaco, creo que ya na habrá otro escenario que pueda atemorizarme y hoy mismo estoy dispuesto a correr en la azotea de un edificio de 50 pisos.
Ganada esta batalla,  me propongo otra, no menos fácil, la de arrancarle todos los secretos a los enemigos de la Paz en Colombia para que, sin las terapias convencionales y en la decadencia del conflicto, tengamos un pensamiento colectivo a favor de la convivencia.
¿Si la fobia al vacío se llama acrofobia, cómo se llamará la fobia a la Paz?