lunes, 25 de noviembre de 2019

La magia de la radio, herramienta para el tratamiento constructivo de los conflictos y el fomento de la convivencia



La cercanía, la inmediatez, la imaginación y la inspiración de quienes la realizan, hacen de la Radio un instrumento casi mágico para el  tratamiento constructivo de las diferencias, el cultivo de la tolerancia y la promoción de la convivencia.
Radio Universidad de la Amazonia-logo
A pesar del auge de la  tecnología y las redes sociales, la Radio es el medio de comunicación más dinámico y atractivo que sobrevive gracias al vínculo siembre renovado e imperturbable entre los actores de este medio de comunicación, los emisores y sus oyentes, en campos y ciudades. La magia de las palabras que se meten por entre un micrófono, saltan a un equipo transmisor, ascienden por una antena desde donde saltan al  vacío y se convierten en patrimonio colectivo, logra que, sin autorización, se metan, derrotadas o gloriosas, a todas partes y provoquen, además, situaciones comunicativas muy particulares porque el oyente tiene que imaginarse todo a partir de lo que escucha. Un oyente de radio nunca será un individuo solitario porque por esa magia siempre tendrá una compañía.
Los realizadores de Radio más reconocidos del departamento del Caquetá y dos del departamento del Guaviare, se encontraron este miércoles en un ejercicio promovido por el programa “Puntos de Encuentro” de la Oficina de Paz de la Universidad de la Amazonia, a propósito de la conmemoración del Día Mundial de la Radio y compartieron durante una hora la pasión que los une.
Las emisoras comunitarias de Curillo, Belén de los Andaquíes, San Vicente del Caguán, Puerto Rico, El Paujil, la 104.1 FM de Florencia, Radio Marandúa de San José del Guaviare y la 98.1 FM de la Universidad de la Amazonia, conformaron una cadena fraternal a través de la cual mostraron sus ejercicios cotidianos y contaron los orígenes de sus radiodifusoras.
Durante 60 minutos, hombres y mujeres que se identifican como los ojos, los oídos y la voz de sus oyentes, demostraron que  la Palabra lo es todo, que la Palabra es la vida, que el silencio es la muerte y renovaron su pasión por la radio como instrumento para la propagación de la palabra conciliadora que permite el diálogo para el tratamiento de las diferencias cotidianas, para la consolidación de la convivencia en regiones que históricamente han sido escenarios del conflicto.
Admitieron que aunque en la actualidad existen más Medios, hay menos comunicación entre la  gente y en muchos casos, como las redes sociales, se utilizan para difundir ingredientes contrarios a la convivencia.
Estuvieron de acuerdo en que por las condiciones económicas, la mayor parte del tiempo la ocupan en la búsqueda de anunciantes para garantizar la subsistencia, lo cual, muchas veces incide en la calidad de la producción.
Escuchando a los radiodifusores, concluimos en que la palabra oral es bella en los labios de quienes la pronuncian con espontaneidad y libertad. 
 La Palabra de la gente que hace la Radio cotidiana en la provincia, en pueblos y veredas, es reveladora, apasionada, solidaria y gloriosa. Pero, del mismo modo, la Palabra debe ser un acto que convenza, un ejemplo que fecunde. Nuestras palabras siempre deben corresponder con lo que pensamos y lo que hacemos siempre debe coincidir con lo que decimos. De lo contrario, nuestra Palabra sería tan traidora como el silencio cómplice.
La Palabra es el molde en el que vaciamos las ideas. Un molde mágico y sonoro, y la Radio es el verboducto para transportar los pensamientos.

Historias de Vida Edilberto Monje, teatro para ocultar los dolores y resucitar la esperanza


Sufrió las humillaciones constantes de un profesor que le pronosticó una vida llena de fracasos pero, sin proponérselo, también le enseñó a ocultar sus dolores y a construir con sus sueños los puentes para cruzar los pasos difíciles y abreviar los 

caminos de la vida.


Nació en el centro de Florencia, muy cerca del parque Santander, fue un niño excepcionalmente hiperactivo y “mamón” para quien lo único importante de la escuela eran las vacaciones en la finca. Sufrió las humillaciones constantes de un profesor que le pronosticó una vida llena de fracasos pero, sin proponérselo, también le enseñó a ocultar sus dolores y a construir con sus sueños los puentes para cruzar los pasos difíciles y abreviar los caminos de la vida.
Como en la canción del compositor y músico puertorriqueño Manuel Jimenez, “El Canario”, la nieve de los años ya cayó sobre su abundante y característica melena “colecaballo” pero conserva el brillo y el fuego de la juventud que pasó en el colegio Migani, y en la Salle, de su natal Florencia, y en otras instituciones educativas del centro del departamento del Valle en donde se distinguió como un pésimo estudiante de matemáticas y, del mismo modo, descubrió sus competencias para el deporte y para las artes escénicas.
Durante una charla de cafetería, en donde la gente habla en voz alta y manotea, comprobamos su desdén por los triunfos y aplausos cosechados a lo largo de su trasegar en el teatro, principalmente por la "barrida" en el zonal universitario realizado en Armenia en 2018, en el que el grupo Laberinto y su obra Cabaret acapararon todos los galardones entre los resplandores de los asistentes y el máximo reconocimiento para la Universidad de la Amazonia.
No le dejaron nada a los demás participantes porque se trajeron  los trofeos como mejor obra, mejor puesta en escena, mejor director, mejor vestuario, mejor escenografía y mejor maquillaje.
Edilberto es una institución en el teatro nacional, tiene el alma inmortal de la belleza artística a pesar de que cuando terminó su bachillerato y ante la disyuntiva de escoger entre el deporte y el arte escénico para su formación universitaria, enamorado de los dos, un “carisellazo” nos lo puso en el camino de animador en ese mundo de seres irreales pero bien representados.
En ese ejercicio capaz de esconder las angustias y los dolores con escenas rituales, de dibujar con gracia los momentos más cruciales de la vida nacional, estuvo en Barcelona, España, donde vivió ese espíritu endiablado y pecaminoso de los cabarets, se vistió de rojo para bailar bolero y se llenó de imágenes que fueron como piezas de un rompecabezas que armó después a punta de creatividad y con el apoyo de los integrantes del grupo Laberinto, fundamentales en la conquista de los éxitos.
En medio de la mezcla confusa de histriones, bacanes, oradores de taberna, escritores infalibles, hombres y mujeres infieles, sacerdotes descarriados, bombillas multicolores, las sofisticadas ejecutantes de la “barra del placer” y el portero que invita a los transeúntes a sumergirse en los placeres de la noche, se inspiró Edilberto para crear su obra Cabaret, que a sido presentada por ciclos en el Campus Porvenir de la Universidad de la Amazonia.
En medio de la nostalgia que produce coger del espejo retrovisor de la vida, con una mirada tranquila y gozando con los hilos del recuerdo, Edilberto revive sus aventuras en el campo y sin esfuerzo escucha los sonidos de los caballos atascados en el barro, los cantos de los pájaros al amanecer, el rumor de la quebrada La Perdiz cuando se “volaba” en la balsa de su papá, el peligro del ganado arisco, el canto armonioso de los gallos en la madrugada, los aullidos de los perros y también sus lanzamientos al agua para rescatar el balón con el que jugaban los mayores en el entonces colegio Antonio Ricaurte.  “Mis aventuras al aire libre me volvieron sensible a las riquezas naturales y me abrieron la imaginación, me pusieron a volar y me lanzaron al espacio de la observación, precursora de la creación”, me dijo con el pocillo de café muy cerca de su boca.
De modales desabrochados, tiene lo que necesita un buen actor: la audacia de un loco mezclada con los gestos de un niño precoz. Pero también posee otra virtud, componente igualmente importante para su oficio, el don de mando que en una obra resucita las esperanzas de los desesperados.
De tanto estudiar y ensayar gestos, posturas y ademanes, de impostar la voz y pintarse la cara, algo se le ha quedado, pero lo que más se le nota es el rito de cariño con el que se refiere a su trabajo como teatrero y como docente de la Universidad de la Amazonia, cuyas clases son verdaderas escenografías de vida llenas de realidades aterradoras sobre el país violento en el que nos ha tocado vivir.
Pero también de esperanza porque confía en que la vida y los acuerdos de Paz le permitirán montar la obra de la reconciliación entre los colombianos, libre del huracán de la politiquería que se mueve en todos los escenarios, con la verdad y la convivencia que se palpen y se asomen en todos los ingredientes del teatro, desde el vestuario hasta el maquillaje.
Como el arte teatral es una forma de expresión capaz de inscribirse en cualquier espacio, Monje se apropió de una de las bodegas sombrías del antiguo Idema, en la sede Centro de la UDLA, y de a poco le ha dado dimensión escénica, cuyo último desarrollo fue la instalación de la tarima utilizada para los actos del Encuentro Nacional de Estudiantes, ENEES en octubre de 2018. Es un verdadero laboratorio en el que han nacido todas las obras que trabajan los integrantes del grupo Laberinto.
Cree que las circunstancias o momentos de devastación pueden ser la antesala del sepulcro o del éxito, de acuerdo a cómo se manejen y recuerda cuando en Andalucía, Valle del Cauca, quedó atrapado en un caudaloso canal de riego subterráneo pues  la salida estaba obstruida por un ternero muerto. “En medio de la oscuridad, con poco aire y golpeándonos fuertemente contra la paredes y contra el animal, pensé que Dios estaba indignado por mis fechorías y con su mano tapara la salida. En esos momentos caóticos, cuando desmaya la fe y brotan las peores incertidumbres, es cuando deben aparecer las virtudes”, me dijo.
Tiene tres hijas –Juanita, Laura y Sofía- con su esposa Clara Olaya, y muchas veces, cuando las observa en labores de maquillaje, le viene a su memoria aquel día cuando en Andalucía, Valle, vestido de payaso, se pintó la cara con un rara sustancia…”tan rara, dice, que duré pintado todo un mes”. Fue tanta su afición por el teatro que muchas veces cogió huevos recién puestos en el corral de su casa y tomates verdes que vendió para conseguir la entrada al circo. Fue su enamoramiento definitivo del teatro y el comienzo de su inducción. Allí se le pegó la gomina que desembocó con la formación de este personaje popular, querido, reconocido, del que todos disfrutamos.
Tampoco podrá olvidar sus primeras experiencias, ya formales, en el teatro, al lado de dos de sus amigos del alma, Manuel Cortéz y Rodolfo Vela, con el grupo Simacota, que los puso principalmente en escenarios escolares y con el que comprobaron lo difícil que es recordar los textos y simultáneamente adoptar un gesto, al tiempo que ganaron en el uso la dicción adecuada mientras sumaban la indulgencia del público. Fueron tiempos de auge del teatro en Florencia hasta imponer la presentación de sociodramas severamente críticos en casi todas las reuniones de padres de familia y en los llamados centros literarios semanales. Nos acordamos de otro grupo, El Sapo, del inquieto Fabio Valderrama (q.e.p.d).
Cuando se difundió la noticia sobre la “barrida” del grupo Laberinto en el zonal universitario de Armenia, me imaginé a Edilberto y sus muchachos en la preparación, en el vestuario, en la narración, en el maquillaje, en la descripción y en la puesta en escena de una obra que se agita en los pies de todos los caqueteños: la construcción de la Paz después de estar arrodillados ante la violencia.
Y en sus libretos desfilarán los que dudan, los que aplazan, los que retroceden, los que esperan y hasta quienes tienen miedo de que la Paz los cambie positivamente.
Porque, como en las obras de teatro, cuando ya se han ido los asistentes, comienza otro capítulo, el de la revisión. En Caquetá ya se fueron los combates y las “tomas”… solo quedan el silencio y el dolor…se asoma la Paz entre el vestuario y Edilberto Monje con sus escenografías de vida y de futuro.

Personajes de la vida cotidiana. Los desminadores: la fraternidad con la muerte


El desminador tiene la certeza de que bajo sus pies está la muerte, pero también la vida, la esperanza, el triunfo y la gloria. Y en su peregrinación guerrera, en medio de la incertidumbre de su soledad hostil, extiende sus pies y da pasitos suaves, como un adolescente que camina ansioso en busca de la emoción y la delicia del primer beso.
Miguel Ángel Hernández es un soldado profesional de 38 años y participó en el proceso de desminado que terminó el 9 de abril de 2019 con la proclamación del municipio de Valparaíso, Caquetá, como territorio libre de sospecha de minas antipersonas y otros elementos sin explosionar. Lleva 18 años en el ejército y dijo que por la guerra y por el heroísmo, su adolescencia y su juventud las pasó dedicado a los combates, mientras sus amigos de generación las vivieron en el seno de sus hogares.
-El primer beso que desfloró mi frente fue un enfrentamiento y la voz de los combates le contaron a mi corazón los secretos que las mujeres le dicen a los jóves, le dijo Hernández a periodistas que lo abordaron durante el acto desarrollado por la Sexta División el en el municipio de Valparaíso para entregar el informe final de las operaciones de barrido en el citado municipio.
Moreno, con la piel curtida por el sol, siempre está al lado de su perro “Quijote”, un Pastor belga malinois. Frío pero sociable, disfruta con el éxito que le ha puesto el penacho de luchador sobre su cabeza, cubierta por el casco protector de los desminadores, que les pone un aire de robots.
Orgulloso, recordó sus hazañas en el bosque y explicó que el canino barre 100 metros en media hora, mientras una persona invierte 4 o 5 días para la misma tarea. Con nostalgia recordó el paisaje funerario que se observa después de las operaciones de extracción de las minas. Precisamente, para recuperar esos espacios, el batallón de ingenieros de desminados No 1 sembró al menos 200 plantas de guadua, guamo, cedro y otras especies.
Mientras los perros desarrollan capacidades de detección de las minas con el olfato potente y su jadeo constante, los desminadores aprenden a percibir el eco y las vibraciones de las minas, en un trabajo complementario de hombre-animal, tras la terminación del conflicto y en desarrollo de los acuerdos de Paz suscritos entre las FARC y el Estado colombiano.
-Los soldados y los perros somos una sola familia y el canino se convierte como en un hijo, al que tenemos que ofrecerle todos los cuidados, dijo el desminador Hernández, tras indicar que sus días más felices han sido aquellos en que la jornada parecía más desgraciada. “Pero siempre que salgo a campo, me acuerdo de mi familia y me encomiendo a Dios”, observó.
Acostumbrado a las dificultades del bosque, ha desarrollado una especie de fraternidad  con la muerte y con todos los retos asociados a sus tareas y ahora que disfruta del triunfo sobre los materiales contaminantes se extraña con la normalidad de la ciudad. Como los mineros que solo pueden caminar en el fondo de sus cavernas y la luz les hace daño.
Las minas son el recuerdo y el alma de la degradación del conflicto en Colombia y con el barrido que se hace en distintas zonas del territorio caqueteño se apaciguan los  temores y se percibe un aire perfumado de calma que se escapa de los acuerdos de Paz.
Anónimos, como la mayoría de héroes y personajes de la vida cotidiana, los desminadores se vuelven públicos cuando cometen su primer error, que siempre es el último…entonces, son mencionados en los noticieros de radio y televisión, en la prensa escrita y en las redes sociales. Sus fotos en las páginas de los diarios son vistas con cierta morbosidad curiosa..
Desaprender la guerra es la consigna…para sanar las heridas con el perdón, el olvido y la identificación de las causas que nos llevaron a una guerra fratricida.
Como el desminador que espera la señal de su perro, esperemos que el futuro nos libre de las minas y de las penas de ayer.

Segundo Encuentro por la Verdad: “La indiferencia duele más que la desaparición”

Levantando el sudario de sangre, de olvido, de desprecio social, de injusticia y de indiferencia que cubre a las víctimas de la desaparición forzada en Colombia, cientos de madres y familiares mostraron los dolores del viacrucis que los tortura, que los quebranta, que les pulverizó su vida  desde el momento en que la violencia les arrancó un ser querido del seno de su hogar.
Y con ese aguijón que absorbió toda la savia de sus almas, convertido en organización y fuerza, descobijaron las discriminaciones y humillaciones que han recibido a lo largo del proceso de búsqueda de sus familiares y le pidieron al Estado colombiano, a la comunidad internacional y los mismos connacionales, sumarse a esa brigada que va más allá del hallazgo de los cuerpos y apunta hacia el esclarecimiento de los hechos, la identificación de las causas y la siembra de condiciones que garanticen la no repetición de las  atrocidades que caracterizaron la reciente historia del país.
El encuentro de este martes en el recinto de la Cámara de Comercio de Pasto superó los aspectos meramente testimoniales y arrojó importantes avances conceptuales sobre la desaparición forzada en Colombia, sus impactos en el tejido social, en la conducta de las personas afectadas y también en las respuestas institucionales.
Más allá de los relatos dramáticos que comienzan en una inspección de policía, siguen en la Fiscalía, se complican con los desplazamientos sin dinero, avanzan hacia las organizaciones sociales, siguen con la búsqueda hasta debajo de las piedras y en los sueños, y se diluyen en la tramitología o quedan reducidos a las marchas, los plantones y a las galerías de fotos, la sesión este jueves en la mañana, le dio un vistazo a las alternativas de búsqueda, al cambio de metodologías e investigaciones que realizan las buscadoras, que son consideradas, además, como verdades sospechosas por parte de las autoridades.
Las reconocidas dirigentes de las organizaciones que buscan desaparecidos Luz Marina Hache, Adriana Quintero, Nélida Algarra, Janeth Bautista, Martha Oviedo y Lina Quevedo, abrieron el intercambio de saberes y experiencias en el acto de este jueves temprano y todas coincidieron en que las derrotas no las abaten y están dispuestas a hacer de su Victoria el reinado de la Verdad.
Del mismo modo, se enfatizó en el tratamiento despectivo que reciben los familiares de los desaparecidos negros, indígenas, mujeres y miembros de grupos minoritarios, en una abierta conducta de exclusión. También se mencionaron las distintas formas de violencia sexual con las que agreden a las mujeres que buscan a familiares desaparecidos.
En relación con las respuestas institucionales se acusó a la JEP, que hasta el momento no tiene ni un caso de desaparición forzada, y se insistió en que la Verdad y la Justicia deben ir de la mano como única garantía para la no repetición pues la impunidad es el caldo de cultivo para nuevas desapariciones. Para algunos de los participantes, Colombia vive un posconflicto, en el conflicto, pues persisten muchas condiciones similares al reciente periodo de cierre de la violencia.
Una de las exponentes aseguró que la búsqueda no debe excluir la sanción, que según su opinión, se ha dejado a un lado porque muchos consideran que el hallazgo de una víctima es un premio y se olvidan de la parte de responsabilidad. Algunas madres también insistieron en que las labores de búsqueda de los desaparecidos no son solo una responsabilidad de sus familiares.
En todo caso, esas memorias de las páginas tristes de la historia de Colombia, tan pálidas, llenas del silencio y del misterio de los desaparecidos, aunque profananadoras del recuerdo, hacen parte también de la Verdad que buscamos.
Cuando terminaron su exposición, algunas Madres estaban pálidas, temblorosas, con sus labios contraídos, como si todas las cóleras, los miedos y la desesperanza hubieran pasado por sus corazones.
Pero a pesar de sus penas profundas, la indiferencia les duele más que las propias desapariciones.

Personajes de la vida cotidiana. Entre la obediencia y la resistencia, don Sandalio sobrevivió al huracán de la violencia

Con una cascada de recuerdos de sus victorias, pero también de sus derrotas, don Sandalio Charo Cicery, un hombre de 84 años, con inocultables señales de batallas perdidas, visibles en su rostro y en su mirada nostálgica, recibió a los periodistas en el polideportivo de Puerto Torres, el pequeño caserio en la jurisdicción del municipio de Belén de los Andaquíes, Caquetá, al que los paramilitares convirtieron en el más tenebroso centro de torturas y de muerte.
Con sus ojos puestos en el horizonte y su voz entrecortada, recordó los cuadros de esa verdad aterradora, de esos crímenes históricos perpetrados por las llamadas Autodefensas que convirtieron la escuela, el colegio y la casa cural como centros de torturas y asesinatos, y el espacio del parque como lugar de entrenamiento.
“Fuimos extranjeros en nuestra propia casa y adonde quiera que fuimos y en todos los lugares del pueblo nos sentimos inseguros, como fugitivos, esperando la hora de caer vencidos”, declaró don Sandalio, para quien no es un orgullo ser el único habitante del caserío que permaneció en el lugar durante la ocupación del territorio por parte de los paramilitares.
“Bueno, Yo me fui a la tierrita que tengo a por allí cerca, a la que llegué con mi mujer y dos hijos en el año 60, cuando todo esto era selva y la única vía era el río y las trochas de a pie y a caballo”, relató, tras indicar que nunca se resistió pues no fue presionado por “los de negro”, quienes “apenas me saludaban” en el camino. Sin embargo, “sí me mataron a un hijo cuando terminó el ordeño en una finca cercana”.
Contó que a pesar de no haber salido de los contornos del caserio, sintió cada paso que daba como el inicio de un destierro, como el que comenzó en el Tolima en 1960 con su mujer y sus 2 primeros hijos de la camada de 9 que completó después.
La vida de los colonos es como un destierro permanente hacia la frontera agrícola, empujados por la presión de los ganaderos y latifundistas.
“Los árboles que estaban aquí -y señaló el sitio en donde hoy existe un pequeño kiosco para reuniones, cerca al polideportivo- y los mangos en el patio de la escuela, observó con voz cansada, eran los sitios para la exhibición de las personas que traían amarradas y todo el pueblo los veía y escuchaba sus aullidos”.
Esos pedestales verdes salpicados con la sangre de las víctimas y desgarrados parcialmente con hachas y machetes, lucen hoy marchitos y la mayoría de las personas que han regresado los miran con cautela y sienten espasmos. Para algunos, en ese árbol de mango en decadencia, en el patio de la escuela abandonada, se escuchan todavía los ecos de la muerte, los gritos de auxilio de las víctimas, calculadas en 400 por los investigadores y de las cuales se han localizado los restos de medio centenar.
“Aquí no quedó nadie, la gente se fue, espantada por lo que veía y oía, más que por presión de “los de negro”, como llamó durante toda la conversación a los ocupantes del pueblo, los miembros de las AUC.
Cuando don Sandalio hizo una pausa en sus relatos y le propusimos que hablara de la actualidad, de la esperanza, de los nuevos tiempos, por sus ojos se asomó el alma exquisita y con una sonrisa suave dejó ver todo el encanto que tienen los pensamientos en la tarde opaca de la vida.
Se alegró por la visita de los periodistas, de los deportistas, de los cantantes que participaron en una jornada especial, y dijo que no siente odio sino alegría por los momentos tranquilos que vendrán para sus descendientes. Del mismo modo, le pidió al alto gobierno que no se olvide de la reparación y la mejor forma, insistió, es “darnos una buena carretera”.
Sentado sobre la montaña de admiración que le levantaron los habitantes de Puerto Torres -los que han regresado después de la tormenta- don Sandalio, nos despidió con la tranquilidad del caminante que llega a la sombra de una ceiba gigante.

Por pretensiones de las petroleras: Caquetá, entre la lucha y la crucifixión

Por caminos que son como enormes serpientes distendiendo sus anillos, llegaron al municipio turístico de Morelia casi 3 mil campesinos, quienes a las canciones de sus parcelas les pusieron las letras de sus anhelos, de sus triunfos y también de sus dolores. Se trata de la mayor movilización en la historia reciente del Caquetá, promovida por los ambientalistas que se oponen a la pretendida licencia por parte de la empresa Emerald Energy para adelantar labores de exploración y explotación petrolera, en el marco del proyecto conocido como Bloque El Nogal, considerado como un referente de la resistencia a la puesta en marcha de la denominada “locomotora energética” en la Amazonia.
Reviviendo las grandes movilizaciones campesinas de la década de los años 70, el coliseo cubierto de la población, situada a solo 20 kilómetros de Florencia, se convirtió en un jardín lleno de rosas, flores y animales amazónicos fotografiados en pequeñas laminas como emblema de la diversidad y riqueza de los recursos naturales amenazados por la incursión de las empresas petroleras. Y en su reverso, la palabra NO, que fueron agitadas constantemente durante la intervención de la empresa en la que mostró los estudios según los cuales el impacto de las actividades de exploración y explotación del petróleo no compromete la biodiversidad y asegura mejores condiciones económicas para las comunidades.
El obispo de la diócesis de Florencia, monseñor Omar de Jesús Mejía Giraldo, abrió la audiencia programada en desarrollo de los trámites legales previos al licenciamiento y citando las palabras del Papa Francisco y de su encíclica sobre el medio ambiente, dijo que es un asunto moral la definición de nuevas actitudes frente al cuidado de los recursos naturales. Monseñor Mejía insistió que el pontífice hizo un llamado a proteger a nuestro planeta de la degradación medioambiental y cargó contra el actual sistema económico que explota los recursos naturales sin consideraciones éticas o morales.
Como si hubieran salido de sus propias entrañas, las palabras del prelado fueron interpretadas como un apoyo real a las aspiraciones de los campesinos, como bálsamo a las heridas que ya les han provocado los procesos preliminares por parte de la empresa china.
Un documento de los personeros municipales, la intervención de la directora ejecutiva de la vicaría del Sur, Yolima Salazar, y la exposición de los expertos de la fundación Terrae, desbarataron los argumentos de la empresa y con estudios técnicos y económicos conceptuaron que por ese camino del petróleo el Caquetá y la Amazonia no serían más que panoramas de devastación, como antesala de su conversión en zonas desérticas.
Unidos por la fuerza de los argumentos, muchos campesinos, con sus manos y sus voces temblorosas relataron las penas anticipadas, los dramas derivados de su lucha por la defensa del territorio y denunciaron, inclusive, haber recibido maltratos y heridas de bala en medio de las protestas que han realizado en varias zonas de los municipios de Valparaíso y Milán, otros dos territorios incluidos en el proyecto El Nogal.
Y en nombre de las almas primitivas, los voceros de las comunidades indígenas se mostraron perplejos por “tantos estudios, tanta academia y tanto dato con los que nos quieren transfundir en el alma de los nuevos conquistadores”. Para ellos, el sol que ilumina sus territorios y el agua que los riega, son las mayores riquezas y todo lo que se haga en su contra es un crimen y quienes lo promuevan son unos impostores, apóstoles del mal y de la mentira.
-No es violentando la naturaleza como vamos a construir una patria mejor para nuestros hijos, dijo un campesino, tras contar cómo las aguas de su finca ya tienen altos niveles de contaminación. Reclamó actitudes más consecuentes con la naturaleza y dijo que acabado el conflicto con los grupos armados, ahora le toca a la gente reconciliarse con los recursos naturales, deteniendo las agresiones y las costumbres que han destruido y agotado muchas de las riquezas del planeta.
En medio de esa afirmación vehemente de esperanza, los asistentes dejaron constancia de su negativa a la presencia de la empresa que pretende adelantar las actividades de exploración y explotación petrolera y le pidieron a la ANLA -Agencia Nacional de Licencias Ambientales- no otorgar la autorización respectiva, pues, como dijo otro líder, “no queremos que el dolor siga siendo parte de nosotros mismos, como lo fue durante la violencia que empezamos a dejar”.
-Tenemos que honrar la naturaleza, dijo un sociólogo, después de cuestionar la dinámica acelerada de adjudicación que en el Caquetá en pocos años ha implicado la conversión del territorio amazónico en un territorio estratégico para el sector petrolero, que responde a la necesidad de encontrar nuevos espacios, antes vedados, para continuar con la lógica producción que beneficia principalmente a los poderosos países consumidores.
Mirando el cielo, el campo, los árboles, los ríos, las pequeñas fuentes de agua, las abejas que extraen el néctar del alma de una flor y contemplando la masiva asistencia a este acto, con un pueblo expectante, bajo la lluvia del jueves 15 de marzo, tomo una foto, pienso en la belleza del entorno y mi alma sensitiva percibe que sin la lucha cotidiana la vida se abrevia.
Presiento que si la empresa recibe la licencia solicitada no será, justamente, por la argumentación técnica y económica -que fue pulverizada por los expertos- se abrirán las puertas del escándalo y me imagino la tristeza y el enojo de las comunidades. Pero, del mismo modo, las veo poniendo sus alas en la cruz esperando el momento de la lucha. O el de su crucifixión.
Y también deduzco, que el hombre, empujado por su ambición, deshonra la Naturaleza y la mancilla con su presencia irresponsable.
¿Habrá algo más vil que la ambición?
¿Y más noble que un campesino?

Viaje a la “Costa Azul”, refugio de las heridas en la sombra de la Esperanza

Oh!, cuánto deseamos subir hasta la laguna de La Cocha, ese espacio maravilloso que el río les regaló a los habitantes de esta zona en una caprichosa entrada tormentosa y una salida cuidadosa dejando sus aguas embarradas  para siempre…una gran “cocha” de barro, convertida en un singular hábitat de muchas especies.

Sobre los cerros y hondonadas que muestran la decadencia de la cordillera oriental en su transición a los bosques de la Amazonia, el sol lanza sus llamas fulgurantes de las 11 de la mañana que castigan nuestra sensibilidad desfallecida, pero el presentimiento de un divertido día de campo por la diversidad geográfica de la llamada “Costa Azul” del Caquetá, nos alienta y nos arrulla. Me acompañan los profesores Jorge Reinel Pulecio y Humberto Molina.
Después de los torrentes de brisa que entran por las ventanas del vehículo y coronando un leve ascenso en el sitio Tres Esquinas, aparece Morelia, entre un hueco, como una mancha multicolor regada sobre el inmenso tapete verde y a medida que avanzamos sentimos el rumor del río Bodoquero, famoso por ser el escenario del ya tradicional Festival de Verano, que reúne  cada año a miles de caqueteños y turistas de distintos lugares del país.
Y entrando, ahí en su parque principal, el enorme pirarucú artístico y el natural que vive en el estanque de la plaza, que son, junto con las empanadas, el símbolo de ese municipio, una decoración natural, con sus ojos altivos y su boca que es una cavidad profunda en donde a veces este pez guarda sus crías, son una decoración de ensueño, igualmente famosa entre muchos colombianos.
Pocos kilómetros más adelante y siempre entre la simpatía de la gente y el verdor de la potrerización, nos encontramos con los ríos Sarabando y Pescado,  ingredientes que confirman la sentencia según la cual el Caquetá es agua y biodiversidad. Y en la entrada del municipio, como guardián de sus tradiciones, de sus riquezas hídricas, y ahora de sus esperanzas de Paz, el escultor caqueteño, oriundo de esa población, Emiro Garzón, puso su “Último Andaquí”, de notorio colorido, como para recordar que, según versiones históricas, los primeros pobladores de Belén hablaban alemán, tenían tez color zapote, ojos azules y eran bastante acuerpados. Con sus manos y brazos enormes, levantados, simboliza la persistencia de la lucha Andaquí que no se dejó doblegar por ninguna de las circunstancias que la han afligido.
Y a pocos metros del parque principal, el mismo en el que se reunieron sus habitantes para detener un asalto de las FARC al puesto de policía hace algunos años, está el museo del profesor Eulises Santanilla y su familia, un proyecto que superó los cálculos iniciales y de a poco se convirtió en el centro de la formación, de la información y del cultivo de las hasta entonces silenciosas tradiciones regionales. El silencio inmutable que le sigue a la muerte de los grandes hechos y de sus personajes fue interrumpido por La PRAFA, como se le conoce -una sigla de Proyecto Familiar Ambiental- que surgió en el 2002 para “destacar que la educación es base fundamental de superación personal en todas sus dimensiones, que permite a las personas actuar en forma comprometida y responsable”.
Se acondicionaron diferentes espacios y se instalaron distintos objetos antiguos, todos asociados a la memoria del municipio y de la familia, con tanta cercanía que al ingresar al patio y subir por las escaleras al segundo piso, los recuerdos nos remontan a épocas no muy distantes pero también nos dibujan una perspectiva imaginada del futuro cercano, del tiempo del posconflicto.
Y entonces, se ven las muchas mañanas y tardes que han caído sobre las máquinas de coser de  comienzos del siglo pasado o las hojas impresas por el mimeógrafo antes de que se pusiera triste; o los sudores de quienes labraron las obras de arte en piedra y hasta los gemidos de alegría del escultor belemita Emiro Garzón, algunas de cuyas obras también se puede apreciar en el taller de Eulises Santanilla.

Dejamos al municipio que un día se ganó el premio al nombre más hermoso de los pueblos de Colombia y con el brillo del sol espectacular, por las praderas de los ganaderos, encontrando grandes fuentes de agua al menos cada 10 kilómetros y con el azul difuso del cielo, llegamos a San José del Fragua, transformado en una población bulliciosa, de gente amable y con un espectacular malecón sobre el río que le da su nombre. Se me borró la imagen del pueblo solo y discreto que conservé desde mis visitas en la década de los años 80. Y también recordé sus días sin calma y sus noche sin sueño por cuenta del conflicto.
Nos movimos de manera febril por el malecón, obsesionados por la visión cercana del Fragua y hasta descendimos a su lecho, nos sentamos sobre sus piedras grandes y nos tomamos fotos con los ojos fijos en el caudal espumoso.
La tarde empezó a volverse lánguida, apuramos el almuerzo y nos enrrumbamos hacia el sitio soñado desde el comienzo: El Portal del Fragüita, un lugar en donde casi todos los caqueteños anhelan tener su foto para el perfil de las redes sociales. Aunque el rostro de la geografía caqueteña es encantador, la belleza extraña de este sitio es un embrujo cautivador en donde el río Fragüita se desliza suavemente por entre dos paredes casi perfectamente perpendiculares, salpicadas del verde de la esperanza, una hendidura labrada por la potencia de las aguas a lo largo de cientos de miles de años.
Pero, a mitad de camino, está la legendaria piedra del indio Apolinar. Apolinar Jacanamejoy, un indígena que fue mensajero de los sacerdotes capuchinos, fundador del poblado Yurayaco –Aguas claras-. La piedra, de 40 metros de diámetro y 28 de alto, está relacionada con la mitología de la etnia Inga, según la cual fue su sitio de adoración pues era el centro de la vida y en donde los taitas recargaban sus energías para la sanación de sus comunidades.
La tarde se iba y queríamos ver el crepúsculo en el río Caquetá. En El Dorado gemimos como lo hacen todos los pasajeros, ante el cadáver todavía de pie de la también mitológica y legendaria Ceiba, en cuyos brazos algunas parásitas se aferran a los últimos chorros de savia que circulan por los vasos de la gigante derrotada. De su histórico saludo de triunfo, la Ceiba pasó a ser un dolor silencioso, una advertencia de que es imposible vivir sin la muerte…y tal vez de que nada es real en la vida.
El cielo teñido de pinceladas rojas, naranja y violeta, y el sol como una lámpara votiva moribunda, marcando la línea de su despedida, nos dieron la bienvenida en el puerto principal de Curillo. Pero ese paisaje vespertino, esa fiesta de colores en el firmamento, reproducida y ampliada por las aguas del grandioso río Caquetá, me trajo imágenes que apenas son un recuerdo de la bonanza del plátano, la madera y el arroz, determinante de una etapa importante en la historia de este municipio, al que se le denominó como la “Costa de oro” del departamento, truncada por el auge de la coca, primero, y por la violencia, después.
Oh!, cuánto deseamos subir hasta la laguna de La Cocha, ese espacio maravilloso que el río les regaló a los habitantes de esta zona en una caprichosa entrada tormentosa y una salida cuidadosa dejando sus aguas embarradas  para siempre…una gran “cocha” de barro, convertida en un singular hábitat de muchas especies.
Curillo, Albania, San José, Belén de los Anadquíes y Morelia, la llamada “Costa Azul” del Caquetá, como muchos otros municipios, fue escenario importante del conflicto y en los últimos años de esa violencia, sus  territorios fueron ocupados por grupos paramilitares. Pero, de las lágrimas no queremos acordarnos, no queremos revivir la gran tristeza, nos oponemos a la exhumación del dolor y hoy, en las carreteras, en las ramas de los árboles, en sus ríos cristalinos y caudalosos, en las armonías de la naturaleza, entre la calma del paisaje, disfrutamos una primavera de promesas.
Hemos venido a olvidar, a renunciar a las cosas imposibles, a disfrutar la belleza, a redescubrir los parajes encantados ocultos o prohibidos por el conflicto porque, de nuevo, podemos poner los ojos sobre esos lugares imposibles hasta hace pocos años.
Regresando a Florencia, todavía seguían vivos en mi mente los resplandores de las últimas llamaradas de ese incendio lejano que presenciamos desde el muelle de Curillo y, del mismo modo, y revitalizado, el optimismo acerca del desarrollo de los acuerdos de Paz de la Habana.
Porque todos tenemos derecho al vuelo de la convivencia, al amparo de nuestras heridas en la sombra de la Esperanza.