miércoles, 16 de marzo de 2016

MI ENCUENTRO CON EL CHARCO GRANDE


Su majestad me espantó. Porque aunque he visto muchas cosas, incluidas las que el hombre define como sagradas, que parecían eternas, acabo de ver la  eternidad auténtica y viva, que envía voces incesantes y rumorosas desde sus entrañas que gimen en la lontananza del fondo submarino.
Bajo la plenitud igualmente infinita del cielo, todo desaparece, todo se hunde en el horizonte, menos el sol triunfador, las estrellas remotas y la luna misteriosa y melancólica de los poetas que viven en el limbo, entre la realidad y la ilusión.

Precisamente por temor a este momento de horror indescifrable, aplacé durante años mi encuentro con el charco grande, pero en un bello gesto de vencimiento y atraído por sus contrastes, su fecundidad prodigiosa y su reconocido magnetismo, llegué a Coveñas, en donde perturbado por una combinación de sentimientos no pude fabricar con mi verbo una frase que lo describiera.
En las playas concurridas de diciembre y con las presiones de Inés, mi esposa, y Manuel, mi yerno, sin mojarme un dedo, viví los temores y sobresaltos de un náufrago en medio de una tormenta. La suprema desconfianza, el miedo al zarpazo y, principalmente,  mi ansiedad y el largo interrogatorio, como un reportaje anhelado, no me permitieron el contacto con las olas que, tras su impetuoso recorrido por la superficie y su invasiva penetración en las intimidades marinas, se devalúan inevitablemente en la playa.

-La libertad, como la inmensidad del mar, es intangible y por tanto, indivisible, reflexioné al mirar la multitud que se agitaba alegremente entre las olas sin tener conciencia de que sus vacaciones hacen parte de la conquista pacífica, que la absorbe y la funde con sus propios agresores. Nuestros contenidos ideológicos, informativos y culturales preparan y predisponen a la gente para el sometimiento. Parcelan su libertad con las mentiras y los maquillajes.

Todos los frutos de la belleza y de la verdad fluyen desde  este monstruo rumoroso y desde la aparente mansedumbre de sus virtudes proyecta también la brutalidad de la fiera dormida. Eso explica la vigencia de las distintas pasiones: heroicas y salvadoras,  viles e infames,  que como una marea de grandes olas se mueven en el continente.
Con ardor en los ojos y las pupilas a causa del deslumbramiento y la solemnidad, también vi como los turistas comparten peligrosamente un espacio cercano a la playa con los pequeños yates que halan a los esquiadores y mueven otros juegos cuyo interés radica en giros bruscos para expulsar de sus posiciones a los participantes. Durante esos coletazos, algunas personas, ajenas a las diversiones, fueron empujadas violentamente.

Las garras calculadoras del oso polar, las alas frías de un halcón en Groenlandia, las garzas ingenuas de Tolú y los tiburones feroces, conviven en el mismo medio pero sometidos a las leyes de la cadena alimenticia. En el continente, vivimos, del mismo modo, pero no somos capaces de convivir porque al igual que en el mar, el pez grande se como al chiquito.
Pero nos queda la palabra, que sale del silencio eterno y va hacia el tumulto. Y hoy, la palabra debe ser de advertencia, de rebelión, pero también de tolerancia y convivencia para que quienes creen tener la verdad puedan defender sus posiciones y los contradictores no sean satanizados. Para que no haya peces grandes ni chicos, todos iguales.
Las gaviotas fugitivas que como puntos suspensivos llenaron el firmamento y describieron figuras armoniosas, se llevaron mis preguntas y también desaparecieron…después de este sueño generoso, desperté, de nuevo, en el continente, en este huracán  de quimeras derretidas por la ambición y la insolidaridad, por el individualismo y la desigualdad.
Ya no tengo miedo de mirar a su majestad.