martes, 18 de enero de 2022

Personajes de la vida cotidiana. María Calzón, ni loca, ni muerta...¡viva y cuerda en el jardín encantado de su hora crepuscular!!

En desarrollo de mi ejercicio periodístico, regresé muchas veces a escenarios de vida, de muerte, de alegría, de violencia, de Paz, de deporte, de paseo. En algunos casos encontré variaciones no solo del entorno sino también del entramado social, de la actitud de las personas y de las circunstancias que motivaron el primer trabajo de campo; en fin, modificaciones que, del mismo modo, provocaron el cambio de las narrativas iniciales. Uno de los casos más representativos de esos regresos, fue el de Puerto Torres, una zona rural del municipio de Belén de los Andaquíes, Caquetá,  al que los paramilitares convirtieron en el más tenebroso centro de torturas y de muerte. Todos sus habitantes salieron del pueblo.

Los sobrevivientes que regresaron muchos años después, se inventaron una escenografía singular en homenaje a las víctimas y en un costado del pequeño parque establecieron “El Laberinto de la Memoria” que, como un hongo gigante, es un círculo deforme, como fue la violencia; los mojones con nombres de víctimas forman hileras encrucijadas que confunden y enredan de la misma manera que sufrieron las personas asesinadas. Por momentos se juntan y se abren, como los destinos dramáticos de los habitantes de este rincón de la geografía caqueteña.

De la guerra sangrienta que me tocó contar, a la voluptuosidad de la Esperanza.



                                      El poder de una mano querida
 
Once años después de mi primera visita, volví a Lorica, Córdoba, la tierra de Manuel Zapata Olivella, quien dejó un vasto legado en lo literario, en la investigación, en la defensa de los derechos de las negritudes y en lo humano. Esta visita me impuso una revisión, más que una rectificación o retractación, que no están presentes en mi espíritu de negación.
Engañado por un falso procesamiento de la información social, hice una interpretación inadecuada, equivocada sobre la señora María Encarnación Miranda Montaña y con gran despliegue la mencioné como “la loca que me cogió las bolas” en el mercado de ese pueblo, que también es la cuna del cronista David Sánchez Juliao, “precursor de la llamada “literatura casete” o audio libros.

Empujado por la curiosidad periodística, con la fotografía de hace 11 años en mano, me propuse indagar por Jacinta, la “loca” que en un gesto de excesiva simpatía y en medio de la sorpresa y el susto me cogió las pelotas cuando me le acerqué para hacerle una pregunta. Los riesgos siempre me atrajeron de manera particular hasta el punto de  convertirse en un interés morboso.

-Eche, cachaco, esa es María Calzón, y está mueta, me dijeron varios comerciantes.

Decepcionado, después de una ronda por el mercado local, recurrí a los mototaxistas, que son considerados “reyes” en esta población, pues acabaron con el transporte formal de buses, busetas y taxis. No usan cascos ni chalecos y se lavan las manos con las normas. En los cruces con semáforos se ven como un enormes enjambres ruidosos de abejas.

-Esa es María Calzón y la vi hace pocos meses en el barrio Kennedy. Camina te llevo, cachaco; son 5 barras, me dijo afanado.

Llegamos a una casa grande, de dos pisos, aparentemente recién construida, en donde un joven nos recibió con la simpatía característica del costeño y, entre sorprendido y asustado, confirmó que efectivamente “aquí vive la señora de la foto”.

Fue el primer aguijonazo que me alertó sobre el cambio total del escenario en el que encontré a doña María hace 11 años y entonces recordé que los expertos en cognición e inteligencia afirman que no son los acontecimientos en sí mismos los que desencadenan nuestras emociones sino la interpretación que hacemos sobre ellos. Es decir, cómo los percibimos y de qué modo los interpretamos.

Entre el bullicio de la plaza de mercado, una señora alegre, con la capacidad de involucrarse, de conectarse con los demás, de participar en las conversaciones de los otros con alegría y amor, como la canción de Lizandro Mesa, fue considerada como “loca” y hasta me advirtieron de su peligrosidad, en una grave distorsión de la realidad, quizás porque la violencia nos ha lesionado la capacidad de interpretación de las emociones ajenas. Juzgamos de manera apresurada por los rostros, el vestido, por la perspectiva de las reacciones, por la forma de caminar o por la mirada, como una clara alteración de las posibilidades de percibir el entorno y a la gente.

Sentada en una silla bajita, con la vaga incertidumbre de los ancianos, que ven o adivinan los linderos de la vida, con la indiferencia derivada del descanso, emocionada con la contemplación de su propio ser, levantó los brazos en un gesto de sublime hospitalidad. Sentí la potencia del abrazo, la misma sinfonía que percibí al llegar a mi natal Armenia y encontrarme con Mamá Alicia. Los cuadros maravillosos de la vida siempre están asociados a la calidez humana y a la solidaridad, disueltas por los afanes  de la vida moderna, por la desconfianza característica del individualismo sembrado por los grupos dominantes, para los que todo tipo de afecto es inconveniente. A la gente se le educa para devorar al otro y en esa carnicería está la clave del “éxito”.

Me senté a su lado, le mencioné la escena de las bolas y me corrigió:

-Las pelotas…porque quise hacerlo y no lo he hecho con ninguna otra persona, dijo. Porque me gustó, agregó mientras movía su mano sobre mis piernas. Volví a asustarme y me distraje de la conversación. Discretamente tome su mano entre las mías mientras pensé en la belleza de ese momento sentimental.

Aunque simple, cada cuadro de la realidad y principalmente de la calidez humana y del paisaje, tiene trascendencia. ¿Dónde encontrarán placer aquellos que no le dan importancia a las cosas sencillas, aquellos que no tienen sensibilidad para disfrutar el olor del bosque, el color de los animales, el perfume de las flores, el golpe del viento y la neblina?.

María Encarnación Miranda Montaño es oriunda del Chiqui, una vereda perteneciente al municipio de San Bernardo del viento, Córdoba, es hija de Mateo Miranda Gonzalez y Ana Francisca Montaño Segura y de acuerdo con los comentarios familiares, “desde muy pequeña tuvo espíritu aventurero pues siempre le gustó la adrenalina”.

Tuvo una hija única, Fulgencia María Racero Miranda, producto de una relación con Cilio Abel Racero Cardenas, reconocido deportista que murió ahogado en las aguas del río Sinú. Tras la muerte de su compañero, en doña María despertó el volcán de energía contenida que poseen las mujeres de las masas populares y entonces su vida dolorosa se transformó en una lucha constante para sobrevivir con su pequeña hija, que hoy está convertida en dirigente cívica y social de sueños y actitudes generosas con la población más vulnerable de sus contornos.

Vendió boletas de rifas, hizo todo lo que pudo y aunque su alma estaba triste, desarrolló un estilo  de trabajo y simpatía que llegó a ser considerado como un modelo único en el medio. Rompió los estereotipos de la mujer muñeca-bonita y con su informalidad atractiva se convirtió en un personaje querido por la comunidad. Y también se especializó en la preparación de la chicha, “con la sabrosura que solo las chichileras saben hacer”. Su insolencia se extendió a la moda y se vistió con pantalones que por la época solo estaban reservados para los hombres. Esa actitud brilló tanto que el público la bautizó con el remoquete que lleva orgullosa, María Calzón.

El heroísmo venció a la tristeza y sus descendientes celebran los triunfos heredados, como un sudario trabajado por ellos mismos, tejido con respeto, admiración y cariño.

Foto de María Calzón en 2011
                               Foto de María Calzón tomada en 2011

La “loca” Jacinta, como me la pintaron, altanera, dolorosa, triste, agresiva, nunca existió y todo por causa de pensamientos negativos que se adueñen del colectivo social, provocan distorsiones de la realidad y resultan peligrosos para nuestra salud mental.

Hoy, María Calzón, gracias a la virtud de su energía y de su genio, disfruta de la tranquilidad de sus años ochenteros, con las comodidades de la vida moderna, ofrecidas por una familia unida y solidaria. Aunque su voz está cansada, su elocuencia se mantiene vigorosa pero estéril, porque sus evocaciones prodigiosas se quedan en el rinconcito donde pasa la mayor parte del tiempo.

No tiene la vitalidad de antes pero como dice ella misma cuando le preguntan:

-Mayo cómo estás?

-Aquí "firme como la mancha e papoche"


Cuadro familiar:


                             
 Antonio José Ballesta Racero, profesor de Inglés, el hombre que nos recibió

                                 Fulgencia Racero, única hija y apoyo especial para la elaboración de esta nota