domingo, 15 de mayo de 2016

Alicia Espinosa, casi 99 años de gloriosa abnegación y resistencia

"Los más bellos recuerdos de nuestras madres son aquellos de la infancia, cuando nos llamaron entre tiernas y enojadas, nos dieron un beso y un abrazo, pero también nos miraron con ojos de autoridad para imponer su voluntad...marcaron nuestro camino, nos sacaron de la incapacidad infantil y nos pusieron en el tren de la realidad...nos advirtieron que los laureles muchas veces se queman y quedan reducidos a cenizas... hoy nos acompañan, entre apacibles y nostálgicas, por el sendero que conduce a las playas del descanso...Su sola presencia es una gran caricia y los recuerdos son su gloria...siempre seremos prisioneros de sus mandatos".


De agotamiento en agotamiento, se va cumpliendo el axioma según el cual "la materia no se crea ni se destruye, se transforma". El yugo de la parca, de la enfermedad, de las penas y el sufrimiento, nos vence inexorablemente aunque seamos voluptuosos de la risa y el mamagallismo,  aunque lo esperemos en medio del jolgorio, aunque insultemos a los dolores, aunque  tomemos medicinas, aunque nos acaricien manos consoladoras, aunque caminemos por senderos tapizados de rosas y perfumes.
Porque el torbellino trastornador que empuja la decadencia física, mental y emocional, no se detiene, no caduca ni con el hallazgo de la esterilidad, momento en el que todo está libre de gérmenes patógenos. Porque la muerte y el deterioro comienzan con el nacimiento, cuando recibimos la primera herida de muerte. La vida y la muerte son gemelas univitelinas y la muerte hace parte de la vida.
Por eso, todo lo que en nosotros es un éxito, una diadema de hermosura, un fruto de la cosecha o un amor singular, inevitablemente se ahoga en las aguas recias de ese yugo multifacético, invencible ante cualquier rogativa. La decadencia y la muerte son inmisericordes, como los paracos, los guerrilleros, los amos y la corupción insaciable.
El peso cruel de los años le da a mamá Alicia un aire de tristeza, pero aún así hasta sus penas tienen un colorido singular, como el de una casa antigua entre la neblina, con la luz tenue que ilumina su inmortalidad.
Como es inevitable, su vida ya está llena de interferencias y altibajos por la pérdida cíclica de sus percepciones en medio del duelo que produce la disminución de su sensibilidad.

Con el paso de los años, nos acercamos al laberinto del aislamiento en donde la vida no es más que un apariencia. Cuando matamos el dolor y el amor de manera no deliberada. Cuando la conciencia no reacciona pues hemos desgastado los órganos que nos transmiten la información necesaria para hacer las elaboraciones y las interpretaciones de la vida cotidiana. Cuando ya no tenemos energía para luchar contra los males, cuando ya nada es real y nos convertimos en figuras decorativas para algunos y en obstáculos molestos para otros.
Pero también, ese estado de seudoconciencia es un anestésico que nos libera de la hipocresía social y familiar. Entonces, el soplo de la vida que nos queda es un gran reposo mientras avanzamos hacia la meta inapelable de la eternidad.





Nació en Calarcá, a pocos metros del parque principal, frente a la catedral, pero no forma parte de las familias aristocráticas del poder, el dinero o el saber, de ese municipio, reconocido como la cuna cultural del Quindío. Y aunque aprendió a montar en bicicleta en los amplios patios de la escuela Uribe, nunca ingresó a sus aulas de clase, que acogieron a las hijas de la burguesía local, tan zalamera y empalagosa como la bogotana. En los atardeceres, y en compañía de “Chela”, su hermana, saltó las tapias de esa escuela, atraída por unas bicicletas viejas que algunas estudiantes dejaban tiradas, rasgaron sus vestidos largos para sacarlos del piñón, el plato y el eje céntrico, atascados por la cadena engrasada, y sucesivamente se rasparon la cara, las piernas y las manos hasta cuando dominaron los caballitos metálicos. El triunfo le dio nuevos ingredientes a la expedición vespertina y entonces, por encima de las amenazas de su mamá Felisa, las montaditas eran cada día más largas y las explicaciones que daban en casa, menos convincentes.

En el colegio San José, de las monjas Vicentinas, estudió toda la primaria pero la continuación de sus estudios se frustró porque el gobierno no autorizó la licencia para el bachillerato a las citadas religiosas. Su jovialidad y señorío se impusieron a la academia y por intermedio de las mismas monjas, fue seleccionada como maestra de la vereda.
Chagualá, en una zona limítrofe de Circasia y Calarcá en el lomo de la cañada que abrieron las aguas del río Quindío en su descenso desde el valle de Cocora, en Salento.
Durante 4 meses de ejercicio de la docencia, manejó un grupo de 32 estudiantes quienes aprendieron a leer y a escribir, en medio de la complacencia de sus familiares y de la comunidad toda, que en una carta dirigida a las autoridades educativas reclamó la ratificación de la joven profesora. Pero cuando  los escolares empezaron a sumar, a multiplicar y a dividir por 3 cifras, apareció Jesusma, un joven apuesto, vecino de la familia y muy allegado a los padres de la juvenil profesora, quien con sus miradas inocentes y sus visitas periódicas e inesperadas, le puso atractivos a la rutina de la maestra y logró perturbar su agenda cotidiana.


Desde la llegada al rancho de bahareque,  Ali –como siempre le dijo Jesusma- se matriculó en cuanto curso ofrecieron por la incipiente radio de entonces: bordados, modistería, culinaria, tejidos y repostería. Pocos años más tarde, Alicia fue una reconocida modista que cosió la ropa de sus 9 hijos, de su marido, de sus hermanos, de su mamá Felisa y hasta de los vecinos. Recuerdo claramente cuando me mandaba a la tienda de don Jacobo Rave, en el barrio Jazmín de Armenia -al que los políticos le cambiaron su nombre por Santander, que es como cambiar perfume por mierda- por sus cigarrillos Pielroja –que entonces valía  40 centavos la cajetilla y por los fósforos “El Diablo”, que costaba  10 centavos la cajita. Encendía un pielroja, lo cogía con sutileza y lo llevaba a la boca mientras le daba pedal a su máquina Singer, que generaba el mismo sonido del tren, pero en voz baja y con menos humo. Y muchos años más adelante, se convirtió en una prestigiosa fabricante y decoradora de ponqués para las fiestas de la élite social de Armenia.

Como el personaje central de esta Historia de Vida es mamá Alicia, tuve que pasar por encima de  un montón de recuerdos y anécdotas, de manera deliberada, para tocar asuntos, vivencias y anécdotas de nuestra homenajeada mamá, abuela, bisabuela, hermana, tía y prima quien, increíblemente, está llegando a sus 99, una edad a la cual muy pocos de nosotros llegaremos.

Una de sus virtudes más sobresalientes, sin duda alguna, ha sido la paciencia que, como la de Job, el personaje bíblico, acompañó a Ali a lo largo de su vida, y gracias a la cual pudo mantener a flote una relación con un hombre que, aunque muy trabajador y honrado, se preocupó demasiado por  la atención de las cosas del mundo, sus placeres y sus amigos. Condición que, además, heredamos sus hijos varones en una repetición excesivamente maligna para la tranquilidad familiar. Sus incontables noches en vela, las preocupaciones derivadas de actos irresponsables, el tratamiento injusto, el exceso de trabajo, la desatención de algunas de sus necesidades, las incomprensiones y hasta las burlas y ridiculizaciones, hacen parte de un sumario sin juicio, sin  calificación y, naturalmente, sin reparación.
Metida en su máquina de coser hasta las primeras horas de la madrugada después de jornadas de entre 15 y 18 horas continuas en la cocina de una finca cafetera y en el lavadero, sin descanso los fines de semana, con una banda de muchachos que lloran, reclaman, corren, desobedecen, destruyen y joden por todas partes, a mamá Alicia y a las señoras de la época les quedan pequeñas las condecoraciones que el gobierno le impone a holgazanes, flojos, corruptos y torpes personajes de la vida política nacional. Porque en Colombia, hay dos cosas que no se le niegan a nadie: un cigarrillo y la Cruz de Boyacá, desprestigiada por la lagartería.



Después de la muerte de Jesusma, en 2001, y tras un duelo admirablemente bien administrado, Ali entró en su etapa más tranquila de la vida, sin afanes para la subsistencia, con una salud envidiable para muchos de nosotros y al lado de sus hijos más consentidos, César, Néstor y Beto, que con Martha fueron su cuarteto preferido y el que menos "pretina" o rejo y cantaleta recibió. El segundo duelo en importancia que hizo nuestra mamá fue motivado por la partida de “Concho” hacia USA, en condición de refugiado y, desde luego, por el penoso calvario con su salud.
Pasaron los años y entonces mamá Alicia entró en otro duelo con motivo de la muerte de sus hermanos Eduardo y Aura. Mucho antes, murieron su mamá Felisa, y sus hermanas Ana Elia, Graciela y Edilma.
Su permanencia en USA, al lado de algunos de mis hermanos, le permitió administrar sin traumatismos notorios esos tristes episodios. De la numerosa familia Espinosa López, sobreviven solamente mamá Alicia y Danery, el hijo menor de la camada, quien ya pasó, enérgico, por la cumbre de los 80 años.

Mamá Alicia atraviesa por una soledad triunfal que deriva en la indiferencia hacia temas que usualmente eran de su interés y por causa de la cual no le perturban ni los elogios ni las críticas mientras sigue su camino hacia la gloria de lo desconocido.
La maquinaria de Ali está desgastada pero todavía mueve el entusiasmo, la fe, la alegría y la comunicación con sus acompañantes, ejes fundamentales sobre los cuales rueda su cotidianidad y, por sobre todo, la esperanza de este grupo familiar, cuyos orígenes comenzaron hace 78 años con una sencilla ceremonia en la iglesia de Circasia, incinerada hace algunos años y en cuya construcción participó activamente su papá, Emilio, de acuerdo con una constancia que reposa en la casa de la cultura de ese bello municipio del Quindío.
Con todos los cansancios propios del tiempo cuando nos acercamos a la playa de la tranquilidad, con el sol oblicuo, vemos con mayor claridad los recuerdos, aparentemente porque es lo único que ya tenemos. La memoria remota es prodigiosa mientras la memoria cercana es frágil, como un mandato biológico para que revivamos constantemente las imágenes del pasado lejano. Mamá Alicia no ha caído en el olvido total y con ella he repasado durante horas, con precisión de reloj suizo, acontecimientos ocurridos hace más de 50 años, cuya descripción no cabe en este perfil de sus casi 99 años.
Sentada en su cama, tomándose el café mañanero pocos minutos después de despertarla y darle el abrazo diario cuando estoy en mi natal Armenia, veo su belleza impecable e inmutable. Y aunque no ríe ni llora por causa de su condición de neutralidad afectiva a la que ha llegado, siempre la percibo como una obra de arte hecha con delicadeza especial por un artista desconocido. Para que quienes la miremos, veamos en su simplicidad una expresión soñadora de la vida que emana el alma y el aroma de una época, el espíritu de una generación de verdaderos guerreros del camino.
Cuando me devuelve el pocillo cafetero, la abrazo de nuevo con fuerza, la cobijo despacio y salgo lentamente de su habitación.
-Es la tarde de la vida, tan cercana de la noche sin mañana.




jueves, 12 de mayo de 2016

Institución educativa Corazón Inmaculado de El Doncello, Caquetá, 50 años de cosechas para la convivencia



Una llamada del profesor Ancízar Tangarife me puso frente el espejo retrovisor de la historia reciente y entonces vi, entre orgulloso y nostálgico, algunos episodios de mi efímero paso por el Colegio Corazón Inmaculado, de El Doncello, Caquetá, hace ya casi 40 años.
Y bajo ese cielo de los recuerdos, me propuse ponerle palabras a los hechos para envolverlos con ternura y cariño, a propósito de la celebración de los 50 años de esta querida institución educativa. Para reivindicar fervorosamente su importancia como forjadora de las improntas que han dejado en el desarrollo regional, en la convivencia, en el bienestar colectivo, en la academia, en el deporte y en la política, muchos de los jóvenes que pasaron por sus aulas con las almas desnudas, con las esperanzas en construcción, con el frenesí de la juventud.

Entre el sueño y la realidad

Aunque muchos padres de familia y algunos docentes estaban preocupados por la falta de un colegio para la educación secundaria de sus hijos –que estudiaban la primaria en la Abel Molina y en la Cristóbal Colón- y a pesar de que todos se afanaban, ninguno parecía saber cómo buscar soluciones. Pero algunos se ampararon en el torrente poderoso, en la fuente inagotable de iniciativas, en el educador ejemplar e incansable que recorría escuelas veredales en tiempos de la Inspección Nacional de Educación: el padre Juan de Michellis. Y fue él quien se puso al frente de la materialización del proyecto de fundación del colegio, de este huerto al que muchos miran hoy por entre los pergaminos de sus éxitos.  Rodeado por el entusiasmo de otro sacerdote,  Bruno del Piero, y de algunos profesores como Elvia Murillo, Cecilia Ortíz, Argenis Ariaz y Jorge Ortíz, principalmente, le vendió la idea a Monseñor Angel Cuniberti, otro apóstol de la educación y a quien el Caquetá le debe un reconocimiento.
Monseñor Cuniberti le hizo un moño al proyecto, le puso guirnaldas, pulseras y un cinturón de perfumes. En un gemido dulce de aprobación, lo puso a rodar enseguida y un día, al despertar, la comunidad vio el colegio como una flor recién abierta. Los pájaros cantaron, el viento agitó con fuerza las ramas de los árboles y la comunidad celebró el triunfo en ese ya lejano 1966.
Son 50 años, durante los cuales ha pasado de todo, desde los tropeles huracanados –académicos y disciplinarios- que encresparon la vida del colegio; las tormentas silenciosas amainadas por el debate y la autocrítica; la tiza y la almohadilla; la llegada del primer computador en 1990, las pataletas de los nuevos estudiantes, los paros sucesivos de la década de los 70s, hasta los resplandores prodigiosos y musicales del éxito institucional y de los triunfos de sus alumnos y exalumnos. Como el vaivén dialéctico de la luna llena y la luna nueva, como un carruaje majestuoso conducido con solemne rapidez. El salto desde un escenario semisalvaje a la “nube” del espacio cibernético que lo convirtió en una atalaya desde donde se proclama la lucha por la Libertad y por la Verdad.
Despilfarradores de alientos, derrochadores del escaso presupuesto familiar, perjuros, ultrajantes, brutales, extremistas, incrédulos, belicosos y algunos lujuriosos, pasaron por las aulas del colegio,  volvieron locos a directivos, docentes y a sus condiscípulos, pero la magia de la pedagogía transformó su furiosa energía en capacidad de servicio.

Buenas semillas, excelentes cosechas

Celebrando su medio siglo, el Corinmaculado es un huerto en donde miles de jóvenes han regado y cultivado las semillas de sus anhelos y ambiciones, en donde comenzaron la construcción de las trincheras que les sirven para enfrentar la lucha heroica y constante que demanda la vida en este país ahogado por las desigualdades, la violencia y la corrupción.
Jesús Ángel Gonzáles y Fredy Arredondo, egresados de la primera promoción de bachilleres, en 1976, -que justamente  tuve el honor de acompañar-  son considerados como los más brillantes frutos de la primera cosecha. El primero fue gobernador del Caquetá –además de haberse “sonsacado” a la secretaria del colegio- y el segundo, alcalde de El Doncello. Desafortunadamente, los dos murieron en la flor de su juventud.
En el sendero siempre florecido del colegio hubo excelentes cosechas. Ya son 40 promociones con cientos de semillas de democracia esparcidas desde el Corinmaculado. En el 2002, Eliana Velásquez Varón, obtuvo el premio Andrés Bello, ganó una beca de Ecopetrol y se formó como ingeniera de petróleos. 
Durante 3 años consecutivos (2005-2006-2007) el colegio  se ubicó en la vanguardia de las pruebas Saber once- ICFES-  primer puesto a nivel departamental.
En 2012, Sergio Duvan Gutiérrez Barreto recibió reconocimiento de la ministra de educación nacional al mejor estudiante del Caquetá.
En 2014, Luis Ángel Osorio Lupaco obtuvo cuatro menciones Andrés Bello por  ser el mejor bachiller del Caquetá. Además obtuvo beca por ser el mejor pilo y se encuentra matriculado en una de las mejores universidades del país.
En 2014, primer puesto en el municipio y segundo en el departamento; siete estudiantes obtuvieron la beca “Ser pilo paga”.
En 2015, se mantienen los primeros puestos y ocho estudiantes obtienen la beca “Ser Pilo paga”.
En 2011,  2014 y 2015 mención de honor a la institución de parte de la gobernación del Caquetá, por los excelentes rendimientos académicos.
En 2015, pruebas Saber once, primer puesto a nivel departamental.

Verdadera pedagogía

Por el colegio también han pasado docentes "estrella", convencidos de que la verdadera pedagogía es la capacidad de convertir la escuela en un espacio para el conocimiento, en donde se enseña y se aprende. Porque enseñar ya no es la transmisión del conocimiento acumulado y aprender no es, exclusivamente, la recepción de contenidos.
Se trata de comprender el mundo, los objetos, los fenómenos, percibir la belleza, comprender la exactitud científica, despertar el sentido común y, de manera especial, asimilar los comportamientos ciudadanos, el respeto de los demás. Desde los primeros años de funcionamiento, en el Corinmaculado se destacaron docentes opuestos al carácter "bancario" de la educación, a la sumatoria de datos universales que olvida circunstancias particulares de las comunidades, sus intereses y sus anhelos.
Gabriel Sandoval, Alonso Orozco, Luis Alfonso Páez, Fernando Troncoso y German Carvajal sobresalen en el grupo de docentes que lideraron las transformaciones orientadas a ligar la educación con las necesidades de la población. Y a su lado, una larga lista de docentes quienes propusimos el deslinde con las tendencias memorísticas, que priorizan la acumulación de datos aislados de la realidad particular, para acoger todas las ideas venidas del entorno social, de las condiciones particulares que se presentan en el medio en el cual se desarrollan los procesos de aprendizaje.
Otros, como los actuales directivos Roque Cisneros y Ancízar Tangarife, han estado en la transición de la institución, en las mutaciones forzadas por el desarrollo tecnológico, en los nuevos retos de la pedagogía, en la construcción de canales de comunicación con los más vulnerables para trasladar sus experiencias desde el aula a otros espacios en donde también se necesita la formación para la transformación social.

Breviario de luchas

Las madres piadosas y abnegadas quienes, metiendo sus manos a la candela, educaron a sus hijos, tienen, del mismo modo, un sitio especial en la celebración de los 50 años del colegio. Doña Mónica Caviedes es el símbolo del sacrificio, del encanto. Muchas mamás han educado a sus hijos con la venta de arepas y en muchos casos, sus hijos no aprendieron sino a comerlas.
También pasaron por el colegio muchos cóndores furiosos, cuyos espíritus flamearon como antorchas avivadas por un huracán: Ricardo Vásquez, un rebuscador que le puso pasión a la venta de avena y buñuelos para financiar sus estudios; Jimmy Giraldo, quien en el brillo de los zapatos que lustraba vio su futuro; Luis Eduardo Bonilla, tímido campesino transformado en médico ilustre gracias a su alma demasiado fuerte y la venta de limones y naranjas. En este ramillete de fortalezas está, también, el sacerdote Efraín Antonio Gómez, por momentos proscrito pues sus opiniones asustaron a varios profesores.

Recuerdos inolvidables

Mirando la vida con la lupa de mis recuerdos, con la tranquilidad de la hora crepuscular, vi con toda intensidad, aquellas escenas de mi paso por el Corinmaculado. La música que sonaba para el ingreso de los estudiantes, las disecciones de animales en mi clase de biología, las discusiones sindicales en la sala de profesores y hasta el noviazgo de la entonces secretaria, Raquel García, con el estudiante Jesús Ángel Gonzáles, que desembocó en matrimonio. Ah, y naturalmente, mis aventuras juveniles con la profesora Marina Díaz, por causa de las cuales nació Tania Mireya, mi hija mayor, actualmente coordinadora de una institución educativa en Calarcá, Quindío.
Cuando cumple medio siglo, el colegio Corinmaculado es como una gran casa solariega en donde se siente el alma de sus inspiradores y forjadores que pusieron el polen del conocimiento, florecido bajo un sol de esperanza para muchos caqueteños.

Las almas de sus forjadores

Con el alma de sus pioneros, bajo la tutela invisible de Monseñor Cuniberti y con el esfuerzo de todo un colectivo, crecen los rosales en este huerto de la inteligencia. Quienes lo abonan, mantienen como meta que sus huéspedes comprendan el mundo, los objetos, los fenómenos; que  perciban la belleza, interpreten la exactitud científica, despierten el sentido común y, de manera especial, asimilen los comportamientos ciudadanos y el respeto de las ideas ajenas.
Las reverberaciones de sus éxitos, los triunfos de sus alumnos,  los pergaminos de sus docentes y directivos, son como miel silvestre y rocío del cielo que abona el recuerdo perenne de aquellos que trabajaron por su fundación.
Personalmente, en la mágica perspectiva de mis recuerdos, cuando el sol se hunde, veo una sombra grande, muy grande, reflejada en el horizonte. Es el Corinmaculado, en donde mi espíritu juvenil fue besado por los labios de la lucha por la Libertad.


martes, 10 de mayo de 2016

La Tata, esplendorosa decoración natural en el Quindío cafetero



La fiesta del verde en todas sus tonalidades, la gama cromática del firmamento, el olor de la vida saliendo de la vegetación, los robles, los sauces, los nogales, los aguacates y las plataneras, rodean los cultivos de café, en el departamento del Quindío, que constituyen un área única de Colombia declarada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

De manera paradójica, el paisaje cafetero quindiano configura una armonía entre los contrastes de la topografía con su apoteosis de colores, el resplandor del amanecer, la dulzura del crepúsculo, la palidez de las nubes y el color púrpura de las tardes en las extensas planicies o en las montañas coronadas por cerros que apuntan al cielo, en cuyos cafetales y entre telarañas formadas por ríos y arroyos,  cientos de hombres y mujeres recogen el grano rojo grana, precursor del mejor café del mundo.

Y en medio de esa perspectiva encantadora, como la materialización de un sueño, como el ideal tomando forma en la armonía del color, en la perfección de las líneas geográficas y en la calidez característica de los  herederos de la cultura paisa, se encuentra "La Tata", una hacienda donde se enseña cómo se cultiva, se recolecta, se beneficia, se seca, se trilla, se tuesta el grano y se prepara el café, cuyo aroma y sabor son famosos en los más cotizados restaurantes de las principales ciudades del mundo.

Empezamos el recorrido muy temprano, desde luego, a bordo de un williz, modelo 54, repotenciado con un motor grande y mantenido de manera impecable. El guía comenzó su inducción después del saludo protocolario en el que dejó ver su cordialidad y manejo del tema cafetero.


Tras su reconocimiento como “Paisaje Cultural Cafetero", se redoblaron los esfuerzos para dimensionar la cultura cafetera a niveles que permitan su conservación, sostenibilidad, integridad y autenticidad como vínculo sagrado del hombre con la naturaleza. Entonces,  se puso en marcha una estrategia dirigida a potenciar turísticamente los recursos propios de la cultura cafetera, incluídos los componentes fundamentales de su condición, como son la simpatía, la “picardía” -o tendencia permanente a utilizar expresiones de doble sentido en sus conversaciones- la solidaridad y el amor al trabajo.
En el departamento del Quindío se generó en los últimos años una nueva industria, a partir del paisaje cultural cafetero, y de manera progresiva los productores remodelaron y adecuaron sus fincas para alojar a miles de turistas de todo del país y del extranjero que llegaron a su territorio, atraídos por las campañas promocionales del llamado eje cafetero en distintos medios de comunicación, siempre amparados en la declaratoria de patrimonio por por parte de la UNESCO.


 El contacto con el espacio verde genera unas condiciones especiales que caracterizan a sus habitantes quienes, además de su simpatía, desarrollan habilidades especiales para sus relaciones con la naturaleza hasta el punto de conocer el cielo y sus señales para determinar el tiempo de lluvias o las época de siembra de sus cultivos de pan coger, alrededor de sus fincas, como maíz, yuca, fríjol y hortalizas. Asimismo, muchos de ellos pueden determinar la dirección donde se pone el sol, a partir del color de las hojas de las algunas plantas parásitas o establecer el sitio en donde se esconden el escorpión, la araña y la serpiente. A esas potencialidades excepcionales se les conoce como sabiduría popular, que incluye, del mismo modo, la capacidad para predecir eventos y para reconocer plantas medicinales.

Durante el recorrido, el guía de "La Tata" nos indicó, además, que el recolector, la mula, el arriero, las chapoleras –mujeres recolectoras- y el jeep, son los componentes principales de la cultura cafetera, pero los arrieros y los jeeps –vehículos construidos por los americanos durante la segunda guerra mundial- son, quizá, los elementos de mayor recordación, convertidos en verdaderas leyendas de la cultura popular en las zonas productoras del grano. A los conductores de los jeeps, algunos los llaman "los arrieros modernos", pues conservan algunas "virtudes" de aquellos, como su condición de correos humanos, la simpatía y hasta sus habilidades de seducción de las mujeres campesinas.



La arquitectura de sus viviendas, en el campo y en los asentamientos urbanos es, del mismo modo, muy similar, con casas de solares grandes y corredores anchos, construidas principalmente con guadua -cañazas o tacuaras también conocidas como bambú americano- y una mezcla de barro y estiércol de ganado bovino. Por lo regular, las viviendas son construidas cerca de los guaduales, que dominan las orillas de las quebradas que cruzan el paisaje.

En "La Tata", los visitantes pueden transitar los caminos que se meten por entre cafetales, cuya vista aérea muestra la perfección de la línea que evoca el ensueño entre la desnudez de la vegetación. Todas las casas por donde cruzan los senderos, son despensas de productos agrícolas y depósitos de simpatía de los humildes campesinos, indicadores de que en ese territorio siempre ocurren cosas buenas. Los animales más fuertes dominan, los otros se acomodan; los pájaros ofrecen su concierto como himno triunfal de la libertad, los recolectores cantan solitarios en el surco y en los cafetos las ramas florecidas de blanco indican que habrá una excelente cosecha.

Metido en el cafetal, entre la aroma de la hierba, la blancura de hostia de las flores, los lineamientos mágicos de los surcos y la miel de mucílago del café, se percibe una sensación combinada de voluptuosidad y melancolía, una misteriosa mezcla de grandeza y perfección que jamás se siente en la ciudad aunque vivamos en condiciones de máximo bienestar. Esa carga visionaria pasa por el alma en ondas que renuevan y entonces uno piensa que de verdad el Quindío es el corazón del eje cafetero.


Las chapoleras -las mujeres recolectoras del grano- son un capítulo singular en la cultura cafetera. Valientes,sensibles, cariñosas y simpáticas, muchas de ellas van al "corte" con sus hijos o compañeros y en muchos casos superan los promedios de los varones. Con su voz tocada por el "siseo" del lenguaje paisa, una de ellas nos dijo que nunca dejará de ser romántica aunque "me toque cargar el bulto de grano recolectado o arrear una mula". De ellas se dice que en las noches silenciosas salen a recibir los besos que sus amantes les mandan con los rayos de la luna.
Un vehículo hace dos recorridos diarios por los senderos de  "La Tata" con el fin de evacuar el grano desde los cafetales hasta el sitio de despulpe o pelada, operación que se realiza, del mismo modo, todos los días por cuanto el azúcar que protege el café comienza su fermentación tan pronto es desprendido de la planta. La pulpa es utilizada para procesos de fertilización y el grano es sometido a lavado y secado, de manera tradicional, al sol, o en en modernos silos eléctricos.

Como una obra de pintor desconocido, el café seco es trasladado a la trilladora en donde por procedimiento de trituración especial, se separa la cascarilla de la almendra, que va directamente a la Federación Nacional de Cafeteros para su exportación y pequeñas cantidades se reservan para la preparación del café particular de la hacienda, el café Batará.

En "La Tata" está representada con honor la simpatía y laboriosidad de los colonos Antioqueños, quienes llegaron en el siglo XIX, que persiste en la actualidad y ha creado una economía y una cultura profundamente arraigada en la tradición de la producción de café, cuyos sucesores han sabido velar  y prolongar con tacto exquisito y en busca de que lo violento sea sustituido por la tolerancia y la convivencia, en una búsqueda permanente de las condiciones favorables para el desarrollo pero siempre en medio de la belleza natural, ensoñadora.


Porque en la época de nuestros antepasados no se había escrito todavía el verso blasfemo de la amistad y la vida pasó siempre entre la luz de la armonía y el trabajo. Porque la gente del Quindío y de toda Colombia quiere rescatar la tranquilidad que le han robado al paisaje cafetero y a sus habitantes. Los paisas quieren hundirse en la bondad del olvido y están seguros que poco a poco reconstruirán su armonía y su felicidad.

Bienveidos a "La Tata", en donde se viven los momentos más fantásticos para la meditación pues los murmullos gimen, las palmas bailan, los arroyos cantan y la luna se levanta silenciosa en el oriente, como una hostia gigante sostenida por las manos invisibles del dios de los Quimbayas.










viernes, 6 de mayo de 2016

Personajes de la vida cotidiana. Pescadores artesanales, perfiles laboriosos en el horizonte marino


Halando una cuerda de 600 metros, rompiéndose las palmas de sus manos, encontré a veinte pescadores artesanales en las playas de Manzanillo, en Cartagena, en una emotiva y elocuente actitud de trabajo grupal, para traer desde la inmensidad marina su atarraya gigante que contiene las capturas de la jornada.
Pero, más que su pesca, lo que realmente se percibe entre las olas cadenciosas, es la reanimación de su espíritu de lucha y su sentido de camaradería, condición común a todos los colombianos de “mano pueblo”, que recurren a la creatividad y a la imaginación para inventarse formas de subsistencia en medio del buen humor.
La gritería confusa en uno de los sectores de la playa llamó mi atención y entonces, llevado por el olfato del buscador de historias, me metí entre los pescadores quienes, como hormigas arrieras que entran y salen de su morada, tiraban enérgicamente de un lazo grueso de poliéster que salía lentamente del lecho marino. Y regresaban al agua en una procesión armónica e incesante.
Ignorados por la sociedad, con la pobreza evidente como su única opulencia, pero pacientes y simpáticos, estos colombianos humildes repiten sus tareas todos los días, sin  descanso, madrugan a instalar las redes como un arte cotidiano y en la tarde, también mediante un procedimiento singular y en colectivo, recogen la cosecha.
La pesca artesanal puede variar de un sitio a otro, aún entre los mismos habitantes de las costas, como en los ríos y lagunas del país, pero regularmente es una actividad que no genera afectaciones nocivas para el medio ambiente pues todas las modalidades utilizan artes pasivos cuyos impactos en el medio acuático son mínimos.


-Se llama pesca de “boliche”, me dijo Winston Hawnon, líder del grupo, al que simplemente llaman “la Junta”.Esta actividad es diaria, genera beneficios para nuestras familias y también algunos excedentes que se le venden a las comunidades locales”.
-Al pescar cerca de la costa no se consume tanto combustible por lo que las emisiones de productos contaminantes son mínimas y como la actividad se desarrolla diariamente, el pescado es de mayor calidad y frescura, me dijo mientras supervisaba el avance de la cuerda.
-Ya nos falta poco, dijo mostrándome un tronco que flotaba a unos 200 metros de la playa. Pero  no se suelte de la cuerda y “jale” con verraquera.
Su lenguaje atropellado, más enredado que los peces en la red, me confundió inicialmente y hasta pensé que desaprobaban mi intromisión en su trabajo pero emocionado por el espectáculo me acerqué al grupo.
-Para mí, esto es una fiesta y quiero meterme al baile, le dije a uno de ellos que salía del agua avanzando hacia la playa, y me pegué de la cuerda.  Le metí toda la fuerza y mis manos resbalaron en vano, dejando la sensación ardorosa de las quemaduras.
-Coja la cuerda, cierre las manos, apriete con fuerza, estréchela contra el pecho y “jale”, me dijo un viejo de piel tostada y manos encallecidas que observó mi inútil gesto de colaboración.
Con las manos en candela, agotado por el esfuerzo, recorrí esa llanura ondulante ilimitada en busca de una señal sobre el avance de la atarraya, pero la reflexión de los rayos solares de las 3 de la tarde formó un espejismo deslumbrador que me hizo cambiar de perspectiva.
-Ahí viene, dijeron, y seguidamente aumentó la algarabía, por la proximidad del trofeo. Pero era necesario aumentar la fuerza a pesar de que todos los miembros de la cuadrilla estaban en la playa, menos el motorista quien a bordo de una lancha pequeña cuidaba la pesca recogida en la primera faena y coordinaba las tareas de recuperación y envolvimiento de la cuerda que llegaba.
Todos preparados para el jalonazo final, para la lectura de la poesía trascendental que llegaba encerrada en el monumental tejido de malla. Ante la veintena de espectadores, apareció la atarraya, una bolsa gigante, y desde su interior salieron los sonidos trepidantes de la agitación, del choque de los miles de sardinas y otros peces atrapados que en vano luchan por su liberación, como el pueblo que se lamenta impotente absorbido por las trampas del despotismo, la corrupción, la exclusión, la discriminacón y la politiquería.
Un espectáculo de goce y dolor simultáneo, pues el triunfo de unos, generalmente implica el dolor de otros. Es la bandera de su trabajo, la prenda fragante sacada de las entrañas del mar.

Me fundí con los protagonistas de este episodio de cotidianidad, aunque algunos compartieron en silencio su esfuerzo con la cuerda, como ejemplos de las figuras complejamente introvertidas que tiene Colombia en regiones reconocidas precisamente por su carácter abierto y su facilidad para entablar relaciones con los demás.
Antes de perderse en el espacio infinito del mar, los gritos triunfales sonaron también como campanadas que alertaron a las tijeretas, gaviotas, fragatas, marías mulatas, garzas, gallinazos y otras aves de tamaño pequeño y medio que circundan la playa, sobre el inminente platillo que les dejan los pescadores con los desechos y animales descartados de la actividad.
Enseguida comenzó su sobrevuelo, un enjambre multicolor y multiforme  nos coronó, casi nos rozó las cabezas y la vibración sonora se repitió como el sonido de un motor en marcha. Algunas gaviotas aterrizaron muy cerca y las más osadas picotearon la red mientras las tijeretas y fragatas se posaron sobre los árboles desnudos, cerca de la playa, a la espera de la torta. Las “maría mulata”, recogieron sardinas lanzándose en picada, de manera furtiva, sin detenerse, en uno de los más simpáticos movimientos acrobáticos que he visto.

Abierta la malla, comenzó la selección de los peces por parte de los miembros de “la Junta”: sierras, agujas, arenques, corvinas y, principalmente, sardinas  que son vendidas a los criaderos de salmón y pagadas a $10 mil por cada barril pequeño o “cuñete” en los que viene envasada la pintura. Por falta de espacio en la lancha, miles de sardinas fueron descartadas y al ser abandonadas en la playa representan fuente importante de alimento para algunas aves y carroñeros que son pieza valiosa en el equilibrio del ecosistema, pues al consumir los cadáveres eliminan fuentes de contagio de enfermedades.
Las aves que habitan los contornos han desarrollado un “condicionamiento clásico”, en palabras de los psicólogos, y todas las tardes llegan, como un relojito, de manera simultánea con la extracción de la pesca y hacen parte del entorno en las tranquilas playas de Manzanillo.
En el sector de Bocagrande, principalmente, los pescadores venden al detal el producto de su faena, a precios muy favorables para la gente de los sectores populares que también, como las aves, llega al atardecer en espera de las ofertas del día. Del mismo modo, allí también están las aves, atraídas por el movimiento de personas y el olor de la pesca, pero a diferencia de la playa, les va muy mal pues los compradores se llevan todo su alimento.
Los pescadores, los turistas, las aves, los sonidos, el paisaje, la calma infinita de la tarde, la arena que enciende las plantas de los pies, las olas perennes, el mar y el firmamento infinitos, son los componentes de esa decoración como de ensueño que toca el alma como una caricia misteriosa.
Por eso, viajar por el país es como releer un libro, una forma suprema del placer.
¡¡Esa es Colombia, colorida y armoniosa!!!