martes, 3 de octubre de 2017

Desde el cono del volcán Puracé a los enormes árboles de vidrio y cemento


Con apenas 20 días de viaje, mis sentidos alcanzaron el más alto estrato en la escala de los colores, la ingeniería, la arquitectura, los paisajes y las revelaciones extraordinarias, a tal punto que mi capacidad de asombro se agota por la sucesión de estampas sorprendentes, como pasa en Colombia con la violencia, la corrupción y la politiquería, ingredientes de la cotidianidad que, aunque gigantes, a nadie les preocupa.

El itinerario me puso ayer en el mirador del "Boulevard east", desde donde se observa el pomposo Manhattan, la concentración del poder económico mundial que se define, se planea, se ejerce, se imparte y impone desde los rascacielos poliformes y multicolores que, de noche, semejan un conjunto de dioses iluminados mirándose orgullosos en el espejo de las aguas del igualmente imponente río Hudson.

Es, del mismo modo, la sede del reinado del diseño, la ingeniería, la arquitectura, las comunicaciones, la alta cocina, los negocios y la delincuencia de alta alcurnia, que influyen en las decisiones de todo el mundo a través de sofisticados sistemas y aparatos ideológicos. Que cuando no pueden persuadir sobre una tendencia o una decisión, la imponen por la fuerza inapelable de las armas.

 A mayor exacerbación de mis sentidos, más vehemente es el interés de expresar mis percepciones, más intensa es la elaboración de las interpretaciones y más inquietante la construcción de los análisis en lo que he considerado como la más grande transformación del entorno que he vivido después de los ascensos saludables al volcán Puracé y al Nevado del Tolima.

Desde los verdes encendidos de la mayor huerta de la humanidad, desde los pulmones del planeta, a esta selva tumultuosa y hostil en donde los árboles gigantes de vidrio y cemento son una amenaza, como las fieras en la amazonia. Callejones oscuros, muy extensos, hasta donde la luz directa del sol solo llega unos pocos minutos porque el vértigo de las alturas la sorprende; el vientre de "The Big Apple city" está agitado a todas horas y en sus vías me siento extraño, entre gente extraña con lengua extraña, con costumbres extrañas."Amo más a la selva porque su soledad no ha sido deshonrada por el hombre", dijo un personaje de La Vorágine, en una de las tantas sentencias sabias del escritor huilense.

 Metido en el túnel Lincoln que une a New Jersey con New York, por debajo del lecho del río Hudson, a medio camino, entré en pánico cuando mi hermana Gladys, en tono premonitorio dijo:

-A propósito del la masacre en Las Vegas,¿cómo sería un atentado en este puente?

Como si me hubiera caído de culos sobre la punta del nuevo edificio del complejo reconstruido contiguo al monumento a las víctimas de las torres Gemelas, el One World Trade Center, solté un grito que perturbó al conductor:

-¡¡Ni se le ocurra pensar en esa eventualidad!!, le dije, y agaché la cabeza empujado por un terror semejante al que siento cuando me asomo por la ventana de un décimo piso y alma se sacudió como asaltada por el pico de un buitre.

  
Después una caminata de 15 minutos, entre las entrañas de la Gran Manzana, con fuertes dolores en el cuello por mantener la cabeza levantada, llegamos ansiosos y respetuosos, al monumento a las víctimas del atentado a las torres Gemelas. 

Impresionado por sus belleza, como un soberano en su trono, levanté la mirada de admiración ante el One World Trade Center, el edificio principal del complejo reconstruido como homenaje a las víctimas y al orgullo americano. Es el más alto del hemisferio occidental y el sexto más alto del mundo. 

La fraternidad de los concurrentes, turistas de todo el mundo, con una sencillez conmovedora, grabando videos y haciendo fotos históricas, representan también la máscara que esconde el grito desgarrador de la ira, el hervor de la sangre y el sollozo que sale del pecho al recordar ese macabro 11 de septiembre de 2001. Es un espejo de agua de 10 metros cúbicos, bajo el nivel de la calle, en cuyos muros se inscribieron los nombres de las víctimas identificadas, en donde el agua fluye constantemente, como las lágrimas de los americanos, y entra en un cuadro céntrico que simboliza la absorción de la vida, la ruina de las ilusiones y la humillación de la que objeto el Imperio.

La nube negra que desencadenó el derrumbamiento de las torres es una barrera beligerante que separa los americanos e  islamitas por cuenta de los responsables de ese fatídico episodio de la historia reciente.

 

Mirando el lento discurrir del esplendoroso río Hudson, el sol, el mar, el horizonte infinito, los edificios  de belleza impecable que son los ojos de la dominación del Imperio, así como el tapete dorado sobre el cual se mueve un gran barco crucero, también miro mi vida, mi vida de hombre sensible y entonces veo que solo me falta una caricia femenina sincera para completar este cuadro, este prisma de policromía misterioso y encantador que me ofrece la visión de la gloria americana resumida en Manhattan.

 


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