viernes, 13 de octubre de 2017

Un salto desde la rigidez geométrica de los gigantes neoyorquinos al majestuoso Washington Bridge



 Pasaron varios días de sinfonía arquitectónica, moviéndome por entre la rigidez geométrica y la gloria esplendorosa de los gigantes neoyorquinos, hasta hoy cuando después de un recorrido por el famoso y encopetado Rockefeller Center, encontré el camino para liberarme de ese laberinto hiper complicado y entonces me monté en un bus articulado -un Transmilenio muy mejorado- que, tragando, acumulando, eruptando y evacuando miles de personas, me depositó en el Washington Bridge, otro de los más antiguos y queridos íconos de los gringos.

Llegando a su desembocadura en el atlántico, tras un viaje de 500 kilómetros, el río Hudson se desliza por entre sus riberas inmóviles y se mete, arrogante pero inofensivo, por debajo del ya veterano "Washington Bridge", colgado por la magia de la ingeniería para comunicar a los Estados de New York y New Jersey.

Un veterano de mil batallas, construido en 1930, sobre el cual transitan a diario cientos de miles de vehículos, empújados a través  de sus 14 carriles -8 en el primero y 6 en el segundo nivel- por el huracán de la modernidad, como perseguidos por la tormenta de la vida, al ritmo diabólico de las gandes urbes.

De conformidad con estadísticas suministradas por policías de guardia y control, por el coloso viaducto circulan alrededor de 140 millones de vehículos anualmente y la cifra se ha disparado en los últimos 10 años pues no solo une a Jersey con Nueva York sino que también sirve a la igualmente monumental carretera interestatal 95. El primer nivel fue puesto al servicio en 1931 y el segundo en 1962.
El Hudson es considerado un estuario porque su desembocadura tiene una forma semejante al corte longitudinal de un embudo, cuyos lados se van apartando en el sentido de la corriente por la influencia de las mareas en la unión de las aguas fluviales con las marítimas.
Su caudal, al paso por Manhattan es de 606 metros cubicos por segundo, suficiente para recibir embarcaciones de gran calado, principalmente cruceros internacionales.
 El Hudson se hizo mas famoso el 15 de enero 2009 cuando un Air bus A-300 que acababa de salir del aeropuerto La Guardia, de New York, hizo un acuatizaje exitoso que algunos denominaron "amerizaje" pues el océano había penetrado muchos kilómetros el cauce del río, tras sufrir el desperfecto de sus motores por culpa de varias aves que se introdujeron en sus turbinas. Todos sus ocupantes y la tripulación salieron ilesos.

El Rockefeller Center, la llamada Ciudad dentro de Manhattan, es un complejo de construcciones comerciales entre las avenidas 5 y 6 con calles 48 y 51, con pasarelas que conectan los tejados de los edificios, a semejanza de los Jardines de Babilonia, fue mi último recorrido por esa aureola del poder expresada en rascacielos que ponen la vanidad del hombre más cerca de la idolatría, el resumen de la vida moderna que le mete miedo a la humanidad como instrumento de dominación para asegurar el placer y el despilfarro de la riqueza que producen los trabajadores de todo el mundo. La plazoleta frente al edificio de la casa Rockefeller vive congestionada de propios y turistas que disfrutan de la perspectiva arquitectónica adornada por una verdadera plaza de banderas, cientos de banderas americanas en una seguidilla que no pude contar pues estuvieron constantemente agitadas por el viento frío que invade por estos días a "La Gran Manzana". La famosa pista
de hielo del Rockefeller Center, es la primera en inaugurarse cada temporada: abre desde principios de octubre hasta abril del año siguiente.Se instala en la plaza principal del complejo, en  donde más adelante se levanta  el árbol de navidad gigante que constituye otra de las muchas experiencias emblemáticas de los americanos. Esta pista y otras en lugares cercanos al centro de Manhattan son unas de las atracciones más notorias "en tierra" porque, inevitablemente, es la belleza, perfección y altura de los edificios el eje que domina la atención de los visitantes.


El día tiene el color de las perlas, los expertos pronosticaron lluvias intensas para las próximas horas y el viento frío que precede al invierno nos advierte que los paseos y el contacto con  la naturaleza están a punto de terminarse. El espejo corrugado del río me muestra las siluetas de los grandes edificios y en las altas torres de vidrio, cuyos pináculos estuvieron como incendiados hace dos días, hoy el sol se refleja pálido.

Desde siempre he sentido un terror doloroso ante el vacío, una ineptitud psíquica indefinible e inapaciguable que me produce vértigo en las alturas de los edificios y estructuras como este puente, pero no desde los aviones. Por momentos, siento un extraño mensaje de agotamiento que entra veloz por mi cabeza y se sitúa en las rodillas y una necesidad invencible de tenderme en el piso, de taparme los ojos y  quedo paralizado, en estado catatónico, tieso, despersonalizado como una estatua. Para mi primer paseo de la escuela Jesús María Ocampo, de Armenia, mamá Alicia empacó mi fiambre en una canasta, la  misma en la que trasteaba las arepas desde la casa de la prima Carlota, a las 6 de la mañana, todos los días. Cuando en Girardot el profesor Diego Mejía nos puso en el puente del ferrocarril para vivir la aventura de cruzar el río Magdalena, quedé paralizado cuando comencé el recorrido por el paso peatonal y vi abajo las aguas del turbulento río de la patria. Perdí mi canasta en un hecho verdaderamente traumático que paralizó momentáneamente la expedición por cuanto debí ser movilizado, casi halado, por el docente. Por causa del episodio, fui objeto de burlas sucesivas desde ese momento y durante todo el año escolar.

Hoy, ingresé a las escaleras de una estructura por la que acceden los peatones y ciclistas que pretender cruzar el imponente Washington Bridge y cuando me detuve en uno de sus "descansos" vi el vacío a través la malla metálica. Aunque me preparé desde la víspera para enfrentar mi desajuste, estas escaleras me tomaron de sorpresa y mi hermana Gladys pensó que definitivamente no podríamos hacer el recorrido. Una debilidad realmente tormentosa que envenena mi vida, una sensación que me hace sentir tan frágil como un niño abandonado.



Aprendí que en la vida tenemos que sonreír más cuando estamos en plena desgracia y con un poco de reflexión bajé las gradas con la mirada arriba, llegué a la vía peatonal del puente en donde sus grandes y poderosas infraestructuras me impresionaron, espantaron mis miedos y me sentí seguro prendido de la baranda que separa la vía vehicular de los transeúntes.

-El predominio del cerebro sobre los órganos de los sentidos, pensé orgulloso.

Con la armadura de  la razón que me protegía contra la fobia, comencé la batalla de dominio de las sensaciones pero ese triunfo me duró muy pocos metros pues quedé vencido de nuevo al verme expuesto ante las aguas del río Hudson que bajaban indiferentes ante mi pena. Intenté hacer un video pero mis manos temblorosas no me dejaron. Sentí que que la fuerza de gravedad se multiplicó por 20 y aferrado a la baranda vehicular hice un video. Mi hermana me vio tenso y pidió hacer las fotos mientras me tranquilizaba.

Atrevida, soltó una pregunta que me volvió mierda:

-¿Acaso ya no eres el insurrecto indomable que siempre fuiste?

Herida la vanidad, me sentí obligado a reaccionar y comprendí que no podía malograr ese momento para apreciar la belleza del paisaje y el poder del hombre para ejecutar este tipo de megaconstrucciones.

El titán enfurecido cogió la cámara, hizo nuevos videos, se aproximó a la baranda del río y se hizo tomar algunas fotos que retrataron su miedo camuflado.

Recorrimos alrededor de 900 metros de los 1.600 que tiene el puente, el cielo nos dio más luz y la fragancia fue mas perturbadora que el susto. Me tranquilice, convencido de que tenemos que gozarnos no solo la realidad sino también las ilusiones para sacarle a la vida la poca miel que ya le queda.
-Tenemos que hacer ahorros placenteros para cuando llegue el dolor, para sufrir menos en la desgracia, para proteger el alma contra la tristeza, le dije a mi hermana quien, caminando de regreso por la estructura del puente, me hizo comentarios sobre la rapidez con la que se va la vida.



1 comentario:

  1. Hubo una época en que no podía pasar un puente sino sentada en el piso y arrastras con apoyo a lado y lado. Ya lo hago caminando pero bien acompañada y por el centro...

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