jueves, 26 de octubre de 2017

Historias de Vida.La precocidad, gracia y encanto de "el loco", Javier Ramírez

En el exilio voluntario y constante en el que se convirtió mi vida de hombre solitario tras abandonar el ejercicio del periodismo de hormiga "carga ladrillos" de la provincia, en el que la supervivencia es directamente proporcional al incienso que quemes desde el micrófono o el periódico, he visitado muchos lugares y he conocido de cerca muchas historias de vida, numerosas luchas en momentos en que el mundo sufre grandes transformaciones y he percibido el fanatismo irracional de los herederos de la  violencia. Y he disfrutado con la genialidad de las personas de buen humor y entre ellos me he reído de mí mismo.
Muy cerca de Salento, el municipio más antiguo del Quindío, con los conos de pequeños picos de la cordillera central alzándose sobre extensos cultivos de café y aguacate, está la pequeña parcela "Kajamarca", acrónimo sonoro formado por las sílabas iniciales de los miembros de la familia Cataño Ramírez: Karina, Javier, Martha, Alberto y Carlos Andrés, una mano de inquietos creativos que la bautizaron así tan pronto terminaron las diligencias de traspaso en  la notaría.
Durante casi 5 meses alterné la permanencia entre mi natal Armenia, en casa de mamá Alicia, con sus casi 99 años de sabiduría y fortaleza, y la pintoresca "Kajamarca", en donde mi sobrino Javier, solitario por esos días, se engolosinaba con el tema del café y comenzaba estudios en el SENA sobre catación, barismo, análisis fisico-químico del grano y hasta de exportación. Pero los 300 árboles del grano en la parcelita, estaban tan abandonados que parecían los de una finca de viuda. 
Desde niño, el hijo menor de Martha mi hermana, mostró una hiperactividad que puso en problemas a los profesores y complicó la vida de sus papás por los reiterados escándalos con los vecinos. Su reconocida fosforescencia brilló en la palidez de las aulas escolares y cada vez con mayor certeza supimos que se trataba de un muchacho extrañamente dotado de competencias inusuales.
Su talento precoz no reconoció títulos ni condiciones y muchas veces "encopetadas" personalidades de la academia, el gobierno, la banca, el magisterio y vecinos del barrio Yapurá, en Florencia, fueron blanco de las "putiadas" recibidas cuando llamaron por teléfono a la residencia de los Ramírez Cataño o llegaron a la puerta de la  casa. La vanidad de muchas "figuras" fue pisoteada por las imprudencias de Javier, a quien cariñosamente le apostillé el apelativo "loco" que lo sigue distinguiendo.
Pasaron los años y durante su permanencia en la universidad, mantuvimos contacto permanente, tal vez porque lo vi como un complemento de mi carácter, lo que nos permitió fundirnos en una sana, productiva y deliciosa amistad, más allá de nuestro parentesco familiar. Somos dos espíritus caracterizados por la negación, sensibles a los dolores sociales, abiertos al diálogo, enamorados del debate y el análisis como herramienta ideal para la búsqueda de la verdad, pero, del mismo modo, implacables y hostiles críticos de la clase dominante y corrupta que históricamente ha sometido al pueblo colombiano. 
Rebeldes instintivos a las genuflexiones, a las adoraciones y toda forma de servilismo, nos unen, además, la indisciplina, el uso permanente del lenguaje coloquial y la acrofobia, el persistente, anormal e injustificado miedo a las alturas. Asomarnos a un balcón, estar al borde de un precipicio o en un mirador elevado, nos genera altos niveles de ansiedad, agitación, zozobra y pérdida del equilibrio. Con solo mencionar ese vértigo, siento un malestar psicológico que me obliga a detener por un momento este relato.
Una tarde, al calor de un café preparado con los rituales aprendidos en su curso del SENA -calentamiento del pocillo, grados de temperatura del agua, remojo previo del filtro, la preinfusión y servida de la bebida- me refirió su dramática experiencia en Japón cuando al descender del ascensor se dio cuenta de las características transparentes del edificio.
-Sentí que me quedaba sin alma y sin fuerzas y caí sobre los hombros de mi mamá, me dijo con palabras trémulas por el recuerdo de ese episodio que estuvo a punto de malograr su paseo allá "donde nace el sol". Mi hermana Martha me confirmó anoche esa amarga experiencia con "el loco"
Por las tardes, mientras Él, a ragañadientes, les hacía mantenimiento a las plantas de moringa sembradas por su papá, Alberto "El Pato" Ramírez, Yo recolectaba los granos de café y con cierto toque de voluptuosidad regresaba a mi infancia en una finca de la vereda Golconda, del hoy próspero corregimiento "El Caimo".
Solitario en el surco, con el sabor dulce de una pepa de café, hacía
 una feliz regresión.
Cuando la noche empezaba a extender sus alas sobre los guaduales, guamos, plataneras y palos de café arábigo, mi mamá Alicia nos llamaba a la mesa larga, de tablas, en donde media hora antes habían comido 25 recolectores de café y en medio de la frijolada hacía una corta oración de agradecimiento por “el pan de este día”.
En verano, el sol se escondía entre una llamarada y desde la finca, se observaban las luces intermitentes de Armenia. En el horizonte se perfilaban las siluetas del alto de la línea. Un tinto humeante unía al grupo antes de las 8, en un ritual inaplazable, mientras una a una aparecían las estrellas como mariposas gigantes. Y, uno a uno, los labriegos iban soltando apuntes de su cotidianidad, reciente o lejana, de sus encuentros amorosos, de sus afanes en el surco, del drama de la jornada, de los “galones” de café recolectados; de la penuria para traerlos hasta la tolva, del chocolate derramado, del filo de su machete, del sombrero roto, de la culebra, del gusano “pollo” que los pringó; de la arepa quemada, del caballo colorado, de la enjalma rota, de la muchacha de la cocina que todos los días le echaba dos carnes al desayuno; del encuentro con los guatines o guaras del Huila y Caquetá. Los más imaginativos mencionaban las peleas con el tigrillo y la danta y los más pequeños gozábamos con esas historias.
Con apenas 7 años, descubrí, entonces, que todos tenemos una historia para contar y quedé marcado por ese ensueño infantil con los relatos, con la tradición oral, con las "películas" de la gente.




 Con frases insolenes y provocativas, Javier me sacó muchas veces de la infancia y me devolvió a la realidad.
-Hola, Tío, estás pensando cómo pedirle cacao a Inés para que te deje volver a Solano, me gritó desde un aguacate enfermo y desnudo.
Llegó hasta el pie de la loma, hizo una serie de fotos con árboles de café marcados con grandes etiquetas colgadas en sus ramas, como las que les cuelgan a los presos, semejantes a las lápidas que el uribismo le pone a los opositores de su política fascista favorecedora de la violencia. En Colombia, cuando la gente piensa distinto a ese sector político, puede quedar marcada, no solo lista para la foto sino para la muerte.
Sentados en el corredor, mientras bota corriente sobre sus aprendizajes cafeteros y da detalles de la última clase, recorremos los campos de crueldad, demagogia, corrupción, politiquería y  exclusión comunes en nuestro país, nos regocijamos con los triunfos de su Nacional del alma y me pone en ridículo con las constantes humillaciones del exglorioso Deportivo Cali.
Fueron muchas las tardes que, atraído por el olor de la hierba recién cortada y en busca del perfume singular que se desprende de la baba pegajosa que suelta el grano maduro, me colgué el "coco" que sustituyó al canasto para la recolección y, entre pepa y pepa, me estremecí con los recuerdos de las páginas infantiles que llegaron impulsadas por el viento y sentí el calor de las cenizas de los años quemados. Escuché el rumor de los cuentos y los viví como un poema; sentí la música interior de aquel ensueño, me emocioné con el taladro bullicioso y colorido de un pájaro Carpintero cabecirrojo con el que pacté una cita silenciosa para verlo de cerca diariamente entre las 4 y 5 de la tarde y vi cómo los cafetos se sacudieron con el aterrizaje de las invocaciones, como un conjuro que trajo la belleza de las cosas olvidadas.

Una tarde, entre risas y desmadres, tocamos a todo el mundo, desde el presidente Santos, los grupos armados, las perspectivas de paz, la corrupción, la intolerancia, la gangrena moral que carcome al país, los vecinos de la parcela, las amigas, los proyectos para la instalación de un expendio de café en El Balcón del Quindío, hasta la familia dispersa a la que le pusimos detalles y le hicimos caracterizaciones graciosas, fastidiosas y francamente incómodas en medio de ruidosas carcajadas. Hermanos, tíos, primos, cuñados, abuelos, familiares cercanos y lejanos, pasaron por nuestras bocas sucias, como dice mamá Alicia para referirse al lenguaje coloquial.
Mencionamos historias reales e imaginarias de personajes complementarios de la actividad cafetera: del chofer y su lengauje procaz, del comprador de plátano, de la profesora de la escuela veredal, del negociante de naranja, y hasta del sacerdote que espera a los campesinos en la misa de 10 de  la mañana todos los domingos.
Después del ritual y los comentarios y análisis de la taza de café que religiosamente servía al regreso del "corte", me invito a sentarme en la sala.
-Miremos fotos, me dijo. 
Conectó su cámara con el televisor y empezó el desfile de imágenes. El Carpintero, la platanera en decadencia, los cafetos con sus escarapelas, el perro Teo que a pesar de haber sufrido la mutilación de sus pelotas anda más que sus congéneres con 3, la caña que limpiamos hace una semana y el terreno arado para la huerta casera.
Un madrazo y una carcajada interrumpieron el silencio de las fotos y entonces supe que, sin avisarme, "el loco" grabó muchos minutos de la charla desparpajada de la tarde durante la cual envilecimos los caracteres de quienes fueron objeto de las pullas, deformamos la imagen de amigos, hermanos, cuñados o simplemente conocidos de nuestro entorno, ridiculizamos a otros por los rasgos de su fisonomía y sobredimensionamos sus ausencias y defectos. Una charla tenazmente altanera que nos sacó muchas carcajadas, súbitamente suspendidas cuando "el loco" detuvo la grabación y me dijo
-Voy a poner este video en mi cuenta de facebook
Ese anuncio sonó como una fanfarria desesperada y entonces imaginé no solo el escándalo derivado de nuestras ligerezas, sino la tristeza tormentosa de los destinatarios al verse retratados con tanta bajeza.
-Ni se le ocurra, le grité. Eso podría desatar hasta una ola de violencia intrafamiliar. Ya me imagino los rugidos de Fulano, mengano, perano y zutano...
No hemos tenido secretos y durante esos meses soñamos con la puesta en marcha de su venta y exportación de café, también tuvimos ideas tormentosas y hablamos muchas veces de la fatalidad del amor y la pasión. Nos conmovimos con la suerte de Colombia, en manos de una "dirigencia" corrupta y un Estado injusto que lucha contra la violencia sin eliminar las causas que la generan. Y una izquierda atomizada que no ha podido demostrar su capacidad para administrar, cuyos dirigentes han caído en los mismos vicios de la derecha.
En "Kajamarca" tuve sueños y deseos imprecisos interrumpidos por el sol del medio día que me mostró la colina iluminada y los cultivos de pino, al otro lado, alineados en filas simétricas.
 Y ante el avance inapelable de la tarde de la vida, me aferré a esos momentos, percibí el cafetal como mi entorno natural, sentí que un 
rocío de ternuras caía sobre mi y reviví las primeras caricias y besos que me dio una prima mayorcita debajo de un frondoso árbol de café arábigo en una finca de Ulloa, Valle. 
En la querida parcela quedó mi sobrino, con su magnetismo y su mirada inquieta, en busca de la materialización de su proyecto cafetero y desde la capital americana. tomando café de la cosecha Kajamarca con mis hermanas Martha y Liliana, y Karina, la hermana  del "loco", le hablo casi todos los días para reiterarle que un poco de impertinencia en la vida es un don de las almas exquisitas.



viernes, 20 de octubre de 2017

El perfume triste que exhalan las bellezas gringas



El ideal toma forma, los sueños se materializan, la simetría semejante a los estantes de una farmacia complementa la armonía del color y de las líneas arquitectónicamente perfectas y entonces nos llega el soplo de la admiración. De la admiración de la belleza por parte de quienes somos sus fanáticos, de quienes poseemos el don intuitivo de la conmoción.
Acabo de completar un mes de mi expedición por USA y he sido absorbido por el entorno perfecto, y también por lo subjetivo que me revelan mis sentidos. Pero especialmente por las megaconstrucciones características en sus vías y en The Big Apple City, la capital del mundo, como la llaman algunos.
Su gran jardín de tristeza, el enorme cuadrado diseñado sobre la base de la destruida torre Gemela 1, en donde se acumularon los escombros que dejó el acto terrorista, que recuerda con nombres propios a las víctimas, es un poema rítmico inscrito en un lienzo cristalino en el que se retratan el enojo, la frustración y la solidaridad que desató el demente acto del 11 de septiembre.

El One trade Center, el edificio principal del complejo reconstruido, es el más alto del hemisferio occidental, es la diadema del poder, de la ambición y de la dominación americanas que se levantan soberbias a pesar del atentado.
-Fue como si le hubieran cogido los testículos a un muleto sin amansar, dijo un paisa para definir la gravedad del acto terrorista y la consecuente reacción de USA.
La mayoría de las personas, deslumbradas por las obras perfectas y  por los avances tecnológicos, no ven sino el resultado imponente del proceso productivo e inclinan la balanza hacia el lado de la belleza impecable. Porque los diseñadores, arquitectos, ingenieros y, en fin, los inspiradores de las moles de vidrio, acero, hierro y cemento, que predominan en el paisaje de Manhattan, le han puesto un tacto exquisito, semejante al de los más delicados artistas, para esconder el dolor provocado por la muerte, la dominación y la explotación, a punta de las cuales se han levantado sus rascacielos.
En sus interiores se percibe el perfume triste de los obreros muertos durante el proceso de las megaconstrucciones, así como el cansancio, el hambre y el vencimiento de los trabajadores de distintas partes del mundo que son los productores de la opulencia reflejada en los grandes edificios y en las telarañas que ha tendido la ingeniería en las monstruosas carreteras interestatales.
Por momentos, voces extrañas se escuchan aquí y en distintas partes del planeta para recordar que el trabajo es el origen de la riqueza y que los hombres dormidos en la idolatría de los dioses y del dinero no le ponen límites a sus ambiciones y es muy posible que sus ambiciones los lleven a la fatalidad. Cuando sean destruidas todas la fuentes de energía, se agoten las materias primas y escasee el oxigeno, de nada servirá el dinero, han dicho advertido constantemente los científicos.

Por las sofisticadas carreteras americanas circulan cientos de miles de automóviles, la mayoría con un solo ocupante, en uno de los principales desperdicios, como expresión orgullosa de la abundancia en la que vive el gringo promedio. El uso desmesurado del automóvil tiene un atenuante y es la abundancia de zonas verdes, de parques y espacio destinados a la recreación. Pero en esos lugares veo muchas personas que sacan sus perros a mear y cagar pero no salen a la práctica de los deportes.
En los parques, existen dispensadores de bolsas para que los dueños de los canes recojan los desechos y con avisos se advierte sobre la multa que se impone a quien infrinja la norma.
Las estadísticas muestran, del mismo modo, que el americano bota comida en cantidades exageradas y deshecha su ropa casi nueva de manera constante. Por estos días, la gente empezó a botar toda su ropa de verano y en los grandes almacenes se observan ofertas especiales con ropa de invierno.
Otra característica es la tenencia excesiva de perros y gatos a los cuales alimentan con refinados productos enlatados, los llevan a la peluquería frecuentemente y los visten de manera sofisticada, pero no saben, ni les interesa conocer los problemas de sus vecinos, de la comunidad. Se vive, y por tanto, se aprende el individualismo capitalista desde el núcleo familiar.

Un sentimiento de vida superior se alza en el espíritu de los gringos que solo se emocionan con el ser extraño que vive dentro de ellos, incapaces de conmoverse o simplemente perturbarse con actos como la reciente y repugnante carnicería de las Vegas.
Aunque estoy emocionado con las bellezas de lineamientos mágicos que hacen realidad un sueño de niño y una inquietud de viejo, por encima de estas praderas con cultivos de vidrio y cemento, de esta naturaleza muerta, siempre estarán las rosas, los jardines multicolores, los bosques, los animales y la gente de mi querida pero genuflexa, corrupta y politiquera patria colombiana.

viernes, 13 de octubre de 2017

Un salto desde la rigidez geométrica de los gigantes neoyorquinos al majestuoso Washington Bridge



 Pasaron varios días de sinfonía arquitectónica, moviéndome por entre la rigidez geométrica y la gloria esplendorosa de los gigantes neoyorquinos, hasta hoy cuando después de un recorrido por el famoso y encopetado Rockefeller Center, encontré el camino para liberarme de ese laberinto hiper complicado y entonces me monté en un bus articulado -un Transmilenio muy mejorado- que, tragando, acumulando, eruptando y evacuando miles de personas, me depositó en el Washington Bridge, otro de los más antiguos y queridos íconos de los gringos.

Llegando a su desembocadura en el atlántico, tras un viaje de 500 kilómetros, el río Hudson se desliza por entre sus riberas inmóviles y se mete, arrogante pero inofensivo, por debajo del ya veterano "Washington Bridge", colgado por la magia de la ingeniería para comunicar a los Estados de New York y New Jersey.

Un veterano de mil batallas, construido en 1930, sobre el cual transitan a diario cientos de miles de vehículos, empújados a través  de sus 14 carriles -8 en el primero y 6 en el segundo nivel- por el huracán de la modernidad, como perseguidos por la tormenta de la vida, al ritmo diabólico de las gandes urbes.

De conformidad con estadísticas suministradas por policías de guardia y control, por el coloso viaducto circulan alrededor de 140 millones de vehículos anualmente y la cifra se ha disparado en los últimos 10 años pues no solo une a Jersey con Nueva York sino que también sirve a la igualmente monumental carretera interestatal 95. El primer nivel fue puesto al servicio en 1931 y el segundo en 1962.
El Hudson es considerado un estuario porque su desembocadura tiene una forma semejante al corte longitudinal de un embudo, cuyos lados se van apartando en el sentido de la corriente por la influencia de las mareas en la unión de las aguas fluviales con las marítimas.
Su caudal, al paso por Manhattan es de 606 metros cubicos por segundo, suficiente para recibir embarcaciones de gran calado, principalmente cruceros internacionales.
 El Hudson se hizo mas famoso el 15 de enero 2009 cuando un Air bus A-300 que acababa de salir del aeropuerto La Guardia, de New York, hizo un acuatizaje exitoso que algunos denominaron "amerizaje" pues el océano había penetrado muchos kilómetros el cauce del río, tras sufrir el desperfecto de sus motores por culpa de varias aves que se introdujeron en sus turbinas. Todos sus ocupantes y la tripulación salieron ilesos.

El Rockefeller Center, la llamada Ciudad dentro de Manhattan, es un complejo de construcciones comerciales entre las avenidas 5 y 6 con calles 48 y 51, con pasarelas que conectan los tejados de los edificios, a semejanza de los Jardines de Babilonia, fue mi último recorrido por esa aureola del poder expresada en rascacielos que ponen la vanidad del hombre más cerca de la idolatría, el resumen de la vida moderna que le mete miedo a la humanidad como instrumento de dominación para asegurar el placer y el despilfarro de la riqueza que producen los trabajadores de todo el mundo. La plazoleta frente al edificio de la casa Rockefeller vive congestionada de propios y turistas que disfrutan de la perspectiva arquitectónica adornada por una verdadera plaza de banderas, cientos de banderas americanas en una seguidilla que no pude contar pues estuvieron constantemente agitadas por el viento frío que invade por estos días a "La Gran Manzana". La famosa pista
de hielo del Rockefeller Center, es la primera en inaugurarse cada temporada: abre desde principios de octubre hasta abril del año siguiente.Se instala en la plaza principal del complejo, en  donde más adelante se levanta  el árbol de navidad gigante que constituye otra de las muchas experiencias emblemáticas de los americanos. Esta pista y otras en lugares cercanos al centro de Manhattan son unas de las atracciones más notorias "en tierra" porque, inevitablemente, es la belleza, perfección y altura de los edificios el eje que domina la atención de los visitantes.


El día tiene el color de las perlas, los expertos pronosticaron lluvias intensas para las próximas horas y el viento frío que precede al invierno nos advierte que los paseos y el contacto con  la naturaleza están a punto de terminarse. El espejo corrugado del río me muestra las siluetas de los grandes edificios y en las altas torres de vidrio, cuyos pináculos estuvieron como incendiados hace dos días, hoy el sol se refleja pálido.

Desde siempre he sentido un terror doloroso ante el vacío, una ineptitud psíquica indefinible e inapaciguable que me produce vértigo en las alturas de los edificios y estructuras como este puente, pero no desde los aviones. Por momentos, siento un extraño mensaje de agotamiento que entra veloz por mi cabeza y se sitúa en las rodillas y una necesidad invencible de tenderme en el piso, de taparme los ojos y  quedo paralizado, en estado catatónico, tieso, despersonalizado como una estatua. Para mi primer paseo de la escuela Jesús María Ocampo, de Armenia, mamá Alicia empacó mi fiambre en una canasta, la  misma en la que trasteaba las arepas desde la casa de la prima Carlota, a las 6 de la mañana, todos los días. Cuando en Girardot el profesor Diego Mejía nos puso en el puente del ferrocarril para vivir la aventura de cruzar el río Magdalena, quedé paralizado cuando comencé el recorrido por el paso peatonal y vi abajo las aguas del turbulento río de la patria. Perdí mi canasta en un hecho verdaderamente traumático que paralizó momentáneamente la expedición por cuanto debí ser movilizado, casi halado, por el docente. Por causa del episodio, fui objeto de burlas sucesivas desde ese momento y durante todo el año escolar.

Hoy, ingresé a las escaleras de una estructura por la que acceden los peatones y ciclistas que pretender cruzar el imponente Washington Bridge y cuando me detuve en uno de sus "descansos" vi el vacío a través la malla metálica. Aunque me preparé desde la víspera para enfrentar mi desajuste, estas escaleras me tomaron de sorpresa y mi hermana Gladys pensó que definitivamente no podríamos hacer el recorrido. Una debilidad realmente tormentosa que envenena mi vida, una sensación que me hace sentir tan frágil como un niño abandonado.



Aprendí que en la vida tenemos que sonreír más cuando estamos en plena desgracia y con un poco de reflexión bajé las gradas con la mirada arriba, llegué a la vía peatonal del puente en donde sus grandes y poderosas infraestructuras me impresionaron, espantaron mis miedos y me sentí seguro prendido de la baranda que separa la vía vehicular de los transeúntes.

-El predominio del cerebro sobre los órganos de los sentidos, pensé orgulloso.

Con la armadura de  la razón que me protegía contra la fobia, comencé la batalla de dominio de las sensaciones pero ese triunfo me duró muy pocos metros pues quedé vencido de nuevo al verme expuesto ante las aguas del río Hudson que bajaban indiferentes ante mi pena. Intenté hacer un video pero mis manos temblorosas no me dejaron. Sentí que que la fuerza de gravedad se multiplicó por 20 y aferrado a la baranda vehicular hice un video. Mi hermana me vio tenso y pidió hacer las fotos mientras me tranquilizaba.

Atrevida, soltó una pregunta que me volvió mierda:

-¿Acaso ya no eres el insurrecto indomable que siempre fuiste?

Herida la vanidad, me sentí obligado a reaccionar y comprendí que no podía malograr ese momento para apreciar la belleza del paisaje y el poder del hombre para ejecutar este tipo de megaconstrucciones.

El titán enfurecido cogió la cámara, hizo nuevos videos, se aproximó a la baranda del río y se hizo tomar algunas fotos que retrataron su miedo camuflado.

Recorrimos alrededor de 900 metros de los 1.600 que tiene el puente, el cielo nos dio más luz y la fragancia fue mas perturbadora que el susto. Me tranquilice, convencido de que tenemos que gozarnos no solo la realidad sino también las ilusiones para sacarle a la vida la poca miel que ya le queda.
-Tenemos que hacer ahorros placenteros para cuando llegue el dolor, para sufrir menos en la desgracia, para proteger el alma contra la tristeza, le dije a mi hermana quien, caminando de regreso por la estructura del puente, me hizo comentarios sobre la rapidez con la que se va la vida.



sábado, 7 de octubre de 2017

Rascacielos neoyorquinos, éxtasis del poder y la dominación gringa






Aunque Manhattan es un conjunto de dioses narcisistas y soberbios que se miran en las aguas del brillante río Hudson, son 3 las moles de acero, hierro, vidrio y cemento que se imponen en su cielo casi siempre de un azul nítido, un poco desteñido, como la campaña de Millonarios. Uno de los soberanos de las alturas neoyorkinas destronado hace 45 años y el más legendario, es el "Empire State building", construido en 1930, con 381 metros en sus 102 pisos, más los 62 metros de su pináculo y las 21 mil personas que trabajan en su interior. Visitado por 5 millones de personas cada año, fue durante 40 años el referente del poder y la dominación americanas. Fue despojado del título de edificio más alto de New York por las tristemente célebres torres Gemelas del Trade Center, el eje económico mundial atacado el 11 de septiembre de 2001. Con el derribamiento de las Gemelas, otro rey depuesto, el 426 Park Avenue, recuperó su liderazgo en las alturas, con su estatura de 427 metros, con una estructura cuyos diseños simples han sido criticados por los los expertos, quienes afirman que tiene poco valor creativo. Es un edificio de apartamentos de 85 plantas. Hace apenas un poco más de 5 años, el "One World Trade Center", del complejo reconstruido en honor a las víctimas de las Torres Gemelas, es el nuevo emperador del conglomerado de Manhattan y sede del museo que guarda los recuerdos de las destruidas Gemelas. Es el rascacielo más alto del hemisferio occidental y el sexto más alto del mundo, dotado de un potente ascensor que en 47 segundos llega a lo más alto de la estructura, en donde se encuentra un observatorio. Inicialmente se le llamó "Freedom Tower", ocupa el mismo sitio que la torre norte de las destruidas con el atentado, tiene una altura de 541 metros y 110 pisos. Dotado de 73 ascensores, es el primero de otros 5 rascacielos de oficinas que se construirán en el corazón financiero del planeta. 

También en Manhattan existe otro referente, el "Madisson Square Garden", el coliseo más famoso del mundo, en donde se realizaron las sonadas peleas de Muhammad Alí, Frasier y Mike Tyson. Hoy es el escenario principal de los encuentros de baloncesto, tiene 5 pisos y una capacidad para un poco más de 20 mil espectadores. 

De la decoración bucólica de la selva natural, con el perfume del jardín colosal y sus flores exóticas, sus aguas puras, abundantes y rumorosas; su gente cálida, sencilla y servicial, al paisaje de siluetas frías y hurañas, con uno que otro rostro angelical, con adolescentes bulliciosos. Y, desde luego, perfiles altivos que irradian el poder americano, distantes, displicentes, imperturbables e inabordables. Y, ¡quién lo creyera!, también rostros precozmente envejecidos de adolescentes en condición de habitantes de calle, condenados a la soledad de los andenes fríos, como flores de tristeza en esta selva tumultuosa de personas que no caminan sino que corren en un desespero contagioso, estresante. El día está soleado pero con viento frío por la llegada del otoño y los habitantes ya comienzan a ponerse ropa de invierno. Junto a una de las grandes terminales terrestres, de la octava con 40, se acentúa la congestión humana y vehicular que se ve como un hormiguero gigante desde el 5° piso del edificio del New York Times. En sus alrededores, algunas mujeres pálidas, remanentes de la zona de parqueo de las "vírgenes ardientes", como les decía mi papá Jesusma a las vendedoras de pasión. 

 
 
En medio de la multitud me siento solo, abandonado, meinvade un desespero de prisión por este anonimterrible y me contagio de la prisa de los peatones cuando levantando la mirada veo el mismo entorno de rascacielos que me hacen sentir como en un laberinto sin salida. La gente tiene más afán que las bandadas de palomas sacudidas por una grúa que tocó el alero de una construcción vecina y en ese momento de soledad y aislamiento veo explosiones de bombas en Siria y en Corea, soldados muertos, trabajadores enfermos, con hambre y muchos niños flacos y barrigones en la Guajira, el Chocó y en los barrios pobres de las ciudades colombianas. 

Me acordé también de las ardillas del parque en donde temprano recorro 3 kilómetros, mansas, grises, de cola abundante y suavidad majestuosa y con ellas calmé la fatiga de las sensaciones producidas por la simetría de la arquitectura de Manhattan. 

Porque necesito un receso para abrir de nuevo las alas de mis ensueños, agotados con este caudal de sensaciones extraordinarias con las que ya estoy convencido de que la perfección SÍ es posible.