sábado, 17 de enero de 2015

Mi encuentro con el coloso de las alturas






Levantándome ayudado por Erika y Miguel, y admirado por la hazaña de haber llegado hasta el cráter del volcán Puracé, miré de nuevo hacia esa profunda fosa cubierta de neblina y percibí, como una caricia, el aroma de sus entrañas agitadas.
Lancé una piedra, como ofrenda y como símbolo del nexo que acababa de establecer con este vigía insomne del paisaje colombiano. Como homenaje de admiración y, por qué no decirlo, como manifestación del poder y del refinamiento que se sienten allá en la cima colindante con el infinito. En esas regiones solitarias desde donde se aprecia mejor la perspectiva de desgracia que se asoma sobre nuestra patria y en donde también se percibe la descontaminación no solo del ambiente sino de la gente misma.
Encantados por la conquista y dominados por las condiciones extremas de la  temperatura, las ráfagas de viento y el sentimiento de soledad, comenzamos el descenso cuidadoso y en el balance personal pensé, además del éxito de la expedición, en el ultraje y la contaminación que cientos de turistas provocan en estos parajes lejanos, agrestes y helados de la geografía nacional.
Mientras resbalaba, caía y decía cosas entre dientes, me llegó como un tónico la imagen del rey de los Andes, el segundo objetivo principal de esta expedición. Sentí retorcijones estomacales al imaginarme ese encuentro cara a pico con el ave voladora más grande del planeta, emblema del poder, la Libertad y la inteligencia. El mismo que engalana el escudo de Colombia, que se encuentra amenazado gravemente y del cual solo quedan 3 ejemplares que viven en la zona de influencia de la cadena volcánica Puracé.

 


El Cóndor, que combate solitario desde el corazón de las nubes, el verdadero “patrón”; el que despierta en algunos un sentimiento combinado de admiración y de odio, proveniente de la envidia. 
La noche llegó temprano, empujada por los vientos silbadores y helados que se metieron por debajo de la carpa, por los ojos, por los pies, por todas partes. Nos sentimos atrapados en un frigorífico pero pronto nos apretujamos envueltos en las bolsas de lana y metidos entre calentones, pijamas, pantalones, sudaderas, camisetas, chaquetas, gorros y pasamontañas.
El extremo cansancio nos fundió muy pronto y cuando Miguel me despertó a las 5:30 pensé que apenas había dormido una hora. Era el momento del desmonte de la carpa y del empaque del trasteo para comenzar el regreso, que de paso nos llevaría a “la piedra sagrada” donde los indígenas ponen carne descompuesta para atraer al Vultur gryphus, nombre científico del rey de los andes, al cual le llaman “el santo”. De ahí se deriva el nombre de la “piedra sagrada”, que es donde come su santo.
Durante el desayuno, el avistamiento del cóndor fue el tema central y como es normal entre los colombianos, las especulaciones predominaron en todas las conversaciones.
-¿Si los veremos hoy?, preguntaba una joven con su cámara de video encendida
- Es muy posible porque ayer no bajó, respondió uno de los guías
- Entonces sí llegará hoy, pero bien temprano, intervino un estudiante
- ¿Se iría a otro lugar?, preguntó una señora setentona que no subió al volcán. Si hoy no viene, volveré mañana, pero lo tengo que ver, insistió.
Guardé silencio pero, como la señora, también pensé que no me iría de estos parajes hasta avistarlo.
Porque se trata de un encuentro excepcional. Quienes subimos a estos lugares lo hacemos atraídos por la espectacularidad, por las emociones, por la admiración, por la variedad del entorno y, desde luego, por el ideal de encontrarnos con el coloso de las alturas. La mayoría de las personas que nos congregamos aquí, solo hemos visto un cóndor en el escudo de Colombia, en el cine, la Tv o en las fotos de amigos, enciclopedias y revistas.  O en los envases de la tradicional empresa de gaseosas Cóndor, emblemática de la industria huilense.










Se trata –nada menos- que del ave considerada patrimonio cultural y natural de Suramérica, en peligro de extinción, cuya tasa de reproducción es muy baja pues pone un huevo cada dos años y sus polluelos alcanzan la madurez apenas a los 5 o 6 años. Es, además, una de las aves de más larga vida, al alcanzar hasta los 60 años. Algunos lo llaman el rey de los gallinazos y su primo lejano es el buitre.
Con sus alas desplegadas llega a los 3,4 m y su longitud de pico a cola es de 1,6 m. Su peso puede llegar hasta 12 kg. El cóndor, al igual que las otras seis especies de carroñeros de américa, pertenece a la familia Cathartidae, palabra derivada del griego "Kathartes" que significa "el que limpia".
Por su función de carroñero es una pieza importante en el equilibrio de los ecosistemas de los que forma parte y es muy útil para la salud de muchos animales, porque al consumir rápidamente los cadáveres elimina fuentes de contacto de enfermedades o focos de contaminación. Puede ingerir unos 5 kilogramos de carne en un día y asimismo puede ayunar hasta cinco semanas.
Es el eje de mitos y leyendas, especialmente entre las comunidades indígenas y desde siempre ha sido señalado como emblema del poder y de la inmortalidad. Algunas tribus le atribuyeron la capacidad para levantar y bajar el sol y por tanto fue considerado como el responsable del día y de la noche.
No se trata de un encuentro cualquiera, con un paisano o con una muchacha bonita, con un elefante o con una vaca recién parida; con un gallo de 3 patas o con unas cabras siamesas; con la virgen de Piendamó o con cualquiera de esos “santos” aparecidos que se inventan los curas; con los “cabezas redondas”, del Sahara o con las impresionantes líneas de las planicies de Nazca. Ni con los “ovnis” avistados en el Pital, Huila, mientras escribía esta nota a pocas cuadras del parque principal de esa población.
No se trata de un fantasma creado por las leyendas, las habladurías, los fraudes y los engaños a los que nos tienen acostumbrados los políticos y los gobernantes. No es la aproximación a un misterio de los que abundan en la cosmovisión de la gente.
Se trata del encuentro con el rey sabio y poderoso de las alturas andinas que habita en los contornos del páramo del Puracé y que a pesar de las amenazas persiste soberbio en su trono inaccesible entre riscos y escarpados de las altas montañas.


El rey de los Andes que en el escudo de esta patria en decadencia simboliza el heroísmo de nuestros antepasados; el Cóndor bravo y bello que desde las alturas ya no ve sino un desfile de pastores ambiciosos con sus rebaños sumisos pisoteados por la injusticia y la violencia.
El alto perfil del personaje de la insólita cita, perturbó severamente mi estado anímico y también mis funciones digestivas, como sucedió hace ya un poco más de 32 años cuando  caminé una semana por la selva ecuatoriana en busca de ese fenómeno de masas llamado Jaime Bateman Cayón, máximo líder del M-19, quien puso en mis manos la primera propuesta de paz en Colombia con destino al recién posesionado presidente Belisario Betancur.
Por la carretera Puracé-La Plata, que se mete por un cañón en la cúspide de la cordillera, hay un aviso que identifica el área como lugar de posible avistamiento del cóndor. Por un camino de herradura rodeado de piedras grandes, se asciende hasta la “piedra sagrada”, en donde los indígenas depositan vísceras de res y cerdo descompuestas como señuelo para el ser supremo de los Andes y han obtenido un comportamiento, una modificación de la conducta del animal. 

En psicología se conoce como “la obtención de un modelo por el paradigma pavloviano de estímulo y respuesta, denominado como condicionamiento clásico”. En otras palabras, aplican el principio conductista, según el cual, todo comportamiento es siempre una respuesta a un estímulo específico.
Escondimos las motos en el primer recodo del camino, me señalaron la “piedra sagrada” y dibujé en mi mente el vuelo de llegada. Repentinamente, el dolor abdominal generalizado se intensificó, se convirtió en calambre intenso, sentí la apertura fatal del esfínter anal y no encontré el papel higiénico en ninguna de las 5 maletas.
Y aunque lamento introducir aquí este fastidioso tema coprológico, tengo que decir que más de la mitad de mi libreta de apuntes quedó en la ensenada de un potrero y sus hojas utilizadas de manera inadecuada, perversamente perfumadas, se elevaron como cometas, arrastradas por los fuertes vientos, llevando las señales de mi ansiedad y de mi angustia.
Pasadas las oleadas dolorosas me enrumbé afanado por el sendero sinuoso y cuando transitaba por la última vuelta antes de la cúspide, uno de los guías me dijo en voz baja:
-Ya llegó el animal, haga silencio por favor- y me dio la mano para ayudarme a pasar un broche de acceso.

El patrón no asistió a la cita pero envió a su compañera que llegó “jalonada” por la carroña, en una simple ratificación de la vista y del olfato especialmente desarrollados que tiene esta especie. Y del paradigma condicionador.
Quedé perplejo, invadido por una incontrolable rigidez muscular, excitado pero con evidente disminución de las funciones mentales, tembloroso, dominado por una sensación alternada de asombro e indiferencia.

Un instante después de que la hembra del rey de los Andes desplegara sus alas para descender hasta la presa que rodó un metro, volví en mí, recuperé la cordura y me vi a pocos metros de su señoría, la dama del cóndor. Indiferente ante los ojos de 15 personas que la mirábamos y admirábamos, picoteó despacio y nos dejó ver su plumaje negro brillante y su banda blanca en las alas. Su cuello levantado, soberbio, “termina en  un corbatín”, como lo describió hace dos años mi hijo Oscar.

La cabeza sin cresta y sus ojos rojos fueron mi foco de mayor atención pues sus patas y uñas me despertaron miedo. Una hembra orgullosa porque de acuerdo con los naturalistas, su “marido” es monógamo, que no le pone cachos nunca en la vida.
Busqué en mi lenguaje lírico, musical y poético un término para saludarla, para definirla, para describirla, para conectarme con ella pero me bloqueé de nuevo y apenas exclamé en voz alta, casi a grito: ¡colosal !!. Los espectadores me miraron al mismo tiempo y el coordinador del avistamiento me llamó la atención.

  
Aunque he visto muchas cosas sagradas y malvadas; aunque he visto y descrito la muerte y la vida que nace; aunque he sentido la alegría y la tristeza, el frío y el calor extremos, el amor, el odio y algunas cosas que parecen eternas, como los paisajes, acabo de ver un símbolo auténtico del infinito, ahí a 3 metros de distancia, con su energía invasiva y su poderío tangible a través de los picotazos rítmicos. 
Para el sol, como para el cóndor y las estrellas, todo el horizonte está bajo su dominio y su poder se deriva de la inmensidad real de sus territorios. Sus legendarias condiciones son objeto de adoración y de mitos históricos y muchas comunidades los tuvieron como referentes de la vida y de la inmortalidad.
-¡Oh, cóndor de los Andes, que desde la inmensidad de las alturas y desde el escudo de Colombia observas el desequilibrio, los abusos, la opresión, la mentira y la resignación que los sostiene, envía desde el silencio infinito palabras de advertencia y rebeldía para que este pueblo recupere el valor perdido y con el recuerdo de las batallas libradas vuelvan las voces inconformes que reverberen en los aires, junto a tus garras combativas!!!. 

Terminada mi oración silenciosa, “la 06” –como la distinguen los responsables de su siembra en el Puracé- se lanzó al espacio con un solo aleteo y las fuertes corrientes de aire la elevaron dibujando su imponente silueta y dejando un sentimiento de gratitud entre quienes la tuvimos cerca.
Y entonces pensé: ¿hasta dónde ese paradigma que nos permite el contacto con el rey de los Andes puede provocar modificaciones nocivas de su papel en la cadena biológica?
¿Si el cóndor reconoce y asocia a los visitantes con la comida, dejará de buscar alimento en otras zonas, en detrimento de su condición de “limpiador” del medio?
Hay momentos felices, hay momentos tristes, hay momentos de llanto, pero este fue un momento de gloria que muestra cómo la vida es un torrente dinámico, un columpio de venturas y desventuras.
Entre esos picos que miran al rey todos los días, nos deslizamos penosamente, peligrosamente porque el estado de la vía es lamentable. Esa carretera es el medio de comunicación entre el occidente y el centro del país, tiene un alto volumen de tránsito y merece mayor atención por parte del gobierno nacional. Sus condiciones –aunque sin pavimento- mejoran desde la población de Belén, es decir apenas unos 27 kms de los 115 del recorrido total.
Con el sentimiento de libertad y gratificación en ascenso pero a punto de caer desmayados por el cansancio de la jornada, llegamos a El Pital y antes de las 8 de la noche ya estuvimos fundidos.
Terminamos una expedición inolvidable que fue como una apostasía contra la rutina y una comunión saludable con la naturaleza.




viernes, 9 de enero de 2015

Puracé 2015




Expedición Puracé
Un trofeo que deslumbra con sus llamas apagadas 



En medio del asombro que produce ver la sombra agrandada por la hora crepuscular de la vida y por el recuerdo de las esperanzas perdidas, mi hijo Miguel me abrazó despacio y sin mucho optimismo me pidió que hiciéramos un viaje al volcán Puracé.

Él –como la mayoría de la gente de mi entorno- conoce mi afición por las bellezas naturales y se recrea con el ojo y con las palabras que le pongo a los sitios que visito. Sabe también que le pongo el alma a todo lo que hago, a lo bueno y, especialmente, a lo malo. Pero por poco tiempo.

Del mismo modo, conocen mi condición de persona inmediatista, facilista e incapaz de luchar  tenazmente por objetivos específicos; que me esfuerzo pero no persisto. Que salto de la unidad a la dispersión, de  la alegría a la tristeza, de la abundancia a las limitaciones  materiales. Soy un individuo de contrastes, tan armoniosos como imprevisibles.

Pinté en mi mente al volcán y vi una aureola de heroísmo que envolvió su cráter y, revolviendo violentamente con su vuelo casi rasante las arenas del cono volcánico, vi al cóndor emblemático de Colombia que se perdió en el horizonte. Me sentí libre, libre de las parábolas de la ilusión que abundan en este país de la mentira.

Mi yerno Manuel, Oscar y “La Chiqui” Rocío, me descalificaron de manera precipitada y tal vez por el efecto de mis tormentas pasadas aseguraron que ese objetivo no era viable para un hombre mayor de 60 años, con abundantes antecedentes indisciplinados, terco e impaciente. 

-“Las condiciones climáticas, el fuerte ascenso, el intenso frío, el miedo, la ansiedad y los vientos” no te dejarán llegar, papá”, me dijo Oscar, quien ha hecho, con su primo Javier, dos intentos frustrados por llegar al cráter del Puracé.

-Listo. ¿Cuándo arrancamos?, le dije a Miguel, y con mi actitud frené sus especulaciones.

Acariciando las imágenes que brotaron a borbotones del viaje imaginario al volcán y agitando entre la espesa neblina la esperanza de cumplir con ese sueño que tuve desde niño, me senté frente al PC y lancé un trino que confirmó mi decisión: “El Puracé y su cóndor andino me esperan”, escribí.

Comienza la expedición



Envuelto en una tormenta combinada de ansiedad y angustia, y recordando que todo en la vida se me ha dado relativamente fácil, dispuse la indumentaria y aticé los sueños de escalador que tuve en la juventud, cuando ascendí a la nieve perpetua del nevado del Ruíz.

Huyendo de los besos y saludos de Tartufo que nos dan algunas personas la noche del 31 de diciembre, cuando por la magia del mercadeo la gente del pueblo se funde con sus opresores, nos fuimos para El Pital, en donde dimos los últimos toques al viaje.

El 1° de enero, a las 6 de la mañana, libres de la hipnosis producida por las fiestas, nos montamos en las motos y pusimos en marcha la búsqueda del hermano mayor de la cadena volcánica Puracé.

Con el cielo lleno de nubes, nos metimos por las ondulaciones de la carretera El Pital-Tarqui, dejando la quebrada “La Yaguilga”, como topos motorizados, con el aire fresco y la perspectiva visual que alimenta el espíritu durante los viajes en motocicleta.

Pequeñas parcelas con cultivos de cacao, caña y tomate, principalmente, y un reguero de tierra quedaron atrás y, poco después, como un tónico, encontramos la carretera nacional, a pocos kilómetros de Altamira y nos enrumbamos hacia el valle de Laboyos con el sol y la ansiedad cada vez más altos.

Aparecen las gratificaciones



Antes de Timaná, la naturaleza nos ofrece el primer trofeo al ascender a Pericongo, en donde el naciente río Magdalena rompe la cadena montañosa, divide el nudo andino, separa las cordilleras y emerge arrogante para darle las primeras formas a su valle, que se extiende a lo largo de Colombia.

Esa aparición súbita del río Madre, como óvulo expulsado por un ovario gigante, desanuda el envoltorio geográfico andino y determina con claridad las 3 cordilleras que también se extienden a lo largo y ancho del país. Y, por añadidura, forma uno de los paisajes más bellos y cautivadores que tiene la región. Te detienes ahí y no quieres seguir, por el embrujo de la naturaleza.

Por entre ese cañón del Pericongo, además, se percibe el espíritu de la valiente cacica “La Gaitana”, quien prefirió lanzarse al vacío, en este sitio, antes de ser apresada por los mal llamados “conquistadores” españoles. Es inevitable pensar con tristeza cómo a pesar de estos gestos ejemplares, el pueblo continúa sometido por la violencia de los nuevos conquistadores, explotado, sin la esperanza de un nuevo renacimiento. 

Sin entrar a Pitalito, por la variante, nos dirigimos a Isnos, cuyo territorio hace parte del parque arqueológico. A casi 6 kilómetros del casco urbano, se encuentran el Alto de los Ídolos y Alto de las Piedras, cuyos monumentos fueron construidos, aparentemente, por las mismas sociedades que habitaron en San Agustín.

Pocos minutos después, se acaba la dicha del desplazamiento veloz porque la carretera que nos lleva a Paletará y Coconuco, tiene muchos tramos severamente críticos que me recordaron los caminos de herradura en las zonas de colonización del Caquetá.

En la alta meseta, antes del leve descenso a Coconuco, hicimos una parada de descanso y tomamos la tradicional aguadepanela con queso, impajaritable en todos los puntos fríos de la geografía nacional. 

Escuchamos el drama de un productor de papa quien, sorbo a sorbo, nos relató la vivencia del día a día, de todo aquello que tiene que ver con la vida de la gente- la mayoría dedicada a la producción del más popular alimento-, de su trabajo en medio de las bajas temperaturas, de sus idilios, de sus anhelos, de sus fatigas y también de sus conquistas. 

Un resumen auténtico de la cultura de un pueblo, la cultura papera, azotada por las heladas, por las plagas, por los intermediarios  parásitos y por un Estado ciego y sordo. El retrato de los corazones de todas las personas que se mueven alrededor del tubérculo y de sus antecesores que alimentaron con su trabajo al pueblo colombiano y soportaron todas las tempestades.







Un municipio “distinto”

El municipio de Puracé tiene una singular división político-administrativa, de la cual Coconuco es su cabecera y sus habitantes están distribuidos en otros dos resguardos indígenas, Puracé y Paletará. Es, del mismo modo, el área más sobresaliente del relieve colombiano, formada por el valle de Almaguer o Gran Macizo colombiano, considerado –nada menos- como la estrella fluvial más importante del mundo. Allí nacen los ríos Magdalena, Cauca, Caquetá y Patía.

En este punto, tenemos en  las manos el trofeo de la soberanía visual, estamos por encima de todo, vemos el verde ondulado en el horizonte y amasamos el reverdecimiento de nuestras ilusiones y esperanzas. Estas bellezas naturales expulsan el perfume mágico que renueva la vida, que revive los mejores momentos, que nos limpian. Personalmente, me alimentan ese espíritu de niño que llevo dentro.

Coconuco es un componente del Parque Nacional Natural Puracé y sus aguas termales son famosas en todo el país. Agua tibia y Agua Hirviendo, la primera propiedad privada y la otra propiedad del cabildo indígena. 

Después de 5 horas de viaje, estamos en los alrededores de la cadena volcánica, el territorio de las entrañas hirvientes, cuyo pico principal nos espera. Reforzamos el abrigo y reanudamos el viaje confundidos por este espectáculo solemne y encantador.

Entre bosques achaparrados, pajonales, frailejones, arbustos forrados en musgos, líquenes, y algunas orquídeas incipientes, ascendemos rumbo a Pilimbalá, centro de partida  de la parte final de la expedición, en donde la organización indígena ofrece cabañas, espacios para camping, alimentación y guías para el recorrido.

El máximo trofeo está a 7 kilómetros, “tan cerca pero tan lejos”, como solía decirme una amiga de la juventud cuando me sorprendía con la mirada en su escote bondadoso.

El verdadero desafío



Después de la cena comenzó el ritual preparatorio de la cita con el cráter, que está a una diferencia de casi mil metros s.n.m, y como dije antes, a 7 kms de distancia. El desmonte del “trasteo” que transportó Erika  con una destreza admirable en su pequeña pero rendidora moto de 110 cm3, la instalación y adecuación de la carpa, así como el super-revestimiento de nuestros cuerpos para enfrentar el frío, mejor, el hielo, nos tomó media hora, al cabo de la cual nos encerramos.

El frío, la incomodidad, y el estado de agitación e inquietud en la víspera de la gloria soñada, le sumaron grados de dificultad al sueño de la primera noche del 2015, a pesar de que estamos lejos del bullicio y de la contaminación, acompañados por la sinfonía de los vientos, cuyos silbidos de congelación convirtieron el camping en una nevera.

A la media noche, y al despertarme con la vejiga repleta, suponiendo los efectos de la exposición al frío en el exterior de la carpa y pensando en el ritual complicado de quitarme dos calentones, una sudadera y 3 pantalones, llamé a Miguel y me quejé de no haber incluido en los utensilios de viaje un par de sondas vesicales, de las que se usan para drenar a los pacientes con incontinencia urinaria. Y cuando estuve afuera, solitario, por cuenta del viento helado, me lamenté por la falta de un alicate…no encontraba mi gusanito…  estaba muy recogido, congregado fervorosamente entre las bolas, igualmente escondidas.

El ponerse de pie a las 5:30 a.m., a 4 mil metros de altura, es un acto de heroísmo para quienes vivimos en un horno como Neiva. Pero lo hicimos y a las 6 estuvimos en el comedor de la cabaña, tomamos el desayuno, recibimos las instrucciones y nos pusimos en el camino hacia la mina de azufre, primera referencia para llegar a la base abandonada en donde hasta hace poco tiempo tuvieron presencia el ejército y la policía.

Por una carretera que tiene tramos imposibles, avanzamos lentamente, pero los esplenderos de la belleza que se percibe “allá abajo”-como dijo Miguel señalando a Popayán-, minimizan las dificultades. Los vientos helados son cada vez más fuertes y entonces me llegan las primeras dudas sobre el futuro de mi expedición.




Pedí que me tomaran una foto al pie del aviso que anuncia el comienzo del sendero, entre la neblina, pues mis competencias físicas empezaron a flaquear. Ya solo me quedaba la ilusión, me sentí derrotado y además del padecimiento físico sentí los primeros escozores emocionales.



Los primeros 500 metros, aunque en ascenso, son “pan comido”, como dice mi mamá Alicia para significar que alguna tarea es demasiado fácil. Pero al terminar una zona de pastos y dar un giro a la izquierda, me topé con ráfagas de vientos impetuosos, veloces, portadores de diminutas gotas casi en el punto de congelación.

El calvario del ascenso




Recordé aquella  vez cuando me lancé por uno de los toboganes de túneles, en playa Juncal, y me sentí utilizado, monumentalmente bobo y falto de juicio al aceptar este tipo de actividades, como si no tuviera un mínimo de entendimiento de la realidad.

-Papá, me da pena pero Yo no le jalo más a esta güevonada, siento que me voy a morir tirado en la misma mierda… no tengo piernas, tengo miedo, me siento en el culo del mundo, le dije a Miguel, sentado en una piedra grande, al borde de un precipicio que llega casi hasta la mina de azufre.

-Es natural que sientas pánico, Catañito, es una de las primeras manifestaciones de quienes viven la experiencia de escalar montañas. Por la escasez de oxígeno en el cerebro, quedamos a expensas de los instintos primarios y casi no podemos hacer elaboraciones racionales, me interrumpió Miguel con un tono más profesional que filial.

-Desde el primer momento sentí tu interés por este viaje, vi cómo te emocionaste y estoy seguro que tienes el valor para seguir. Vamos a hacerlo despacio, vinimos a disfrutar de una actividad diferente, no tenemos afán y por lo que Yo recuerdo, siempre has sentido una atracción especial por el riesgo. ¡Vamos pa´delante!!, me animó.

Pensé en la satisfacción plena que me produciría el asomarme al cráter y entonces me levanté, entusiasta y decidido, y seguí en medio de las nubes delgadas y veloces que pusieron una cortina gris sobre las laderas del volcán.

La inclinación de la pendiente aumentaba a cada paso y el espectáculo maravilloso de la belleza del paisaje desapareció debajo del manto gris que formaron las meteóricas masas de vapor y entonces perdí de nuevo el equilibrio entre las motivaciones del viaje y  mis angustias.




Segunda “estación”

-Eso de poner a prueba mi verraquera es una mentira… acabo de llegar al límite de mis aptitudes físicas… no me quiero morir congelado… definitivamente ya no puedo saborear el triunfo sobre el cráter, les dije a Miguel y a Erika que se devolvieron al verme refugiado, tirado, al pie de una roca.

-Bueno, Papá, te llegó la hora de hacer el primer gran esfuerzo en tu vida… has sido un facilista… te has motivado por la obtención de  triunfos pero no has persistido… has sido un hombre de resultados inmediatos, sin planificación… esta ruta es segura y hasta divertida y sé que tienes energías para seguir y coronar la cima… es el momento para luchar, Catañito, aunque sea por esta meta recreativa que tú quieres cumplir… necesitas mayor concentración… recupera tu atención y observación, como actúas cuando visitas un sitio para escribir una crónica, insistió Miguel. Me levantó y me dio un abrazo como de robot por la rigidez de los trajes.

Aterricé y analicé mis condiciones físicas: respiraba sin dificultad, me oxigenaba pronto y mis piernas respondían a pesar del esfuerzo. Mis temores no tenían fundamento y recordé que aún los escaladores más experimentados sufren de pánico en algún momento.

Mientras avanzaba, recapitulé las palabras de Miguel, identifiqué con claridad mi condición de hombre facilista y repasé episodios de mi vida en los cuales el alto riesgo fue un atractivo casi morboso. En el ejercicio profesional y en mi doctorado de indisciplina.



El constante peligro, el frío intenso, la percepción de un temor permanente y el sentimiento de abandono que se viven  en el ascenso, son como viajar minuto a minuto con la parca. Sin embargo, poco a poco conseguí la concentración que me pidió Miguel y me convencí de que efectivamente tenía condiciones para completar la proeza heroica y que las dificultades del momento eran más de tipo mental que técnico.

Última caída 

No obstante y al perder contacto visual con Miguel y Erika por causa de la neblina, sucumbí de nuevo ante los temores y cuando renegaba por mi torpeza de haber hecho este viaje, resbalé y rodé unos metros. Esos momentos de paranoia se transformaron en molestia y enojo.

-Definitivamente hasta aquí llegué…y no me insistas más, le dije a Miguel cuando me dio la mano para levantarme.



-Denme la llave de la moto que ya mismo me devuelvo.

Cuando Erika pasaba la llave, ante mi actitud decidida y sorpresivamente grosera, una pareja de muchachos que subía intervino cortésmente.

-Perdone, señor, usted es un valiente, lo admiro porque ha llegado muy lejos…ya le falta solo media hora, haga el esfuerzo, siga aunque sea paso a paso que puede coronar…esta será una de las tantas metas que usted cumplirá en su vida, me dijo uno de ellos con voz persuasiva.

Me tocó las fibras de aventurero que siempre he tenido y aunque todavía sentía el miedo estremecedor del abandono, me repuse en segundos y hasta pensé jocosamente que la cumbre estaba a punto de ganarse a su mejor amigo, al más efusivo, al más fanático y al que le daría la mejor bienvenida.

Una jovencita que había visto en la mañana en el comedor, descendía con la velocidad del que viene de regreso, se detuvo junto a mí y le pidió a sus acompañantes “un aplauso para este señor que es un putas”. Aunque el aplauso no se sintió por las manos enguantadas, ese gesto me llegó al corazón.

-Este ascenso no es una competencia, podemos hacerlo a la velocidad que queramos… tenemos todo el día para llegar, dijeron Miguel y Erika, casi al unísono, como refuerzo del estímulo que recibí de los turistas.

Ya estábamos en las laderas del propio cráter en donde la pendiente se parece a las paredes artificiales que han creado recientemente como una nueva disciplina deportiva y como entrenamiento de los escaladores profesionales. Mis músculos y tendones empezaron a pasar sus cuentas de cobro pero ya era tarde puesto que mentalmente había tomado la decisión: “aunque sea gatas, llegaré al cráter”, le dije a otros escaladores que también me subieron el ánimo.

Hacía una hora que todos quienes bajaban afirmaban que me faltaban 25 minutos y ya me costaba reanudar la marcha cada que me paraba, con una pierna adelante y otra atrás para contrarrestar los efectos de la gravedad.

Añoré los llamados pies de gato que se usan para las escaladas de bloque y de roca pero, ante todo, le pedí a la madre naturaleza más oxígeno y muchos músculos. Perdí la sensibilidad en los dedos de manos y pies y también perdí de vista a Miguel, quien sintió alivio al verme decidido y entonces tuvo tiempo para enfrentar sus propios miedos, según me confesó después.

Aquí no hay reglas y cada uno tiene que hacerlo a su manera. Por eso adopté mi propio estilo: dos pasos adelante –mejor, arriba- y un descanso de 10 segundos con buena oxigenación. Pasaban los minutos, aumentaban la agitación y la ansiedad, las fuerzas disminuían y la meta era incierta.

Una dama, ya entrada en años, me puso la mano en el hombro para detener su descenso, me miró por entre su pasamontañas con ojos de atracador de bus, soltó una risotada y me dijo la frase que más recuerdo del viaje: “te faltan 10 metros, viejito”.

Entre la euforia producida por el anuncio, me hice una reflexión, a propósito del elevado y creciente número de escaladores. Si muchos seres vivos se desarrollan y viven en sitios inaccesibles es porque necesitan esas condiciones de aislamiento. ¿Entonces, la llegada de seres humanos a sus contornos no les producirá efectos letales? Algún impacto debe provocar la visita del hombre a los lugares recónditos de la naturaleza, por muy “respetuosas” que sean sus expediciones.

Otro tema de debate es la influencia que los visitantes pueden ejercer sobre la población indígena que maneja esa zona del parque natural Puracé, principalmente por la llegada de dinero para el pago transportes, alojamiento, guías y alimentación. Su tejido social puede correr algunos riesgos pues la población indígena percibe que los visitantes tienen otros “logros”, que viven con mayores comodidades y estas percepciones pueden desencadenar su codicia o su resentimiento.

El trofeo que deslumbra con sus llamas apagadas



Mis divagaciones político-naturalistas fueron interrumpidas por la gritería de un grupo de personas quienes, sentadas, o mejor, recogidas junto a una roca grande, saludaron con gritos mi llegada y me acogieron con felicitaciones. Increíblemente, estaba a unos pocos metros del cráter, que no vi por causa de la neblina.

El frío es más intenso, el viento silva por la velocidad y levanta arenisca que lastima los ojos, principalmente. El grupo se resbaló de regreso y con Erika y Miguel avanzamos lentos, desconfiados, inquietos y aterrorizados hacia la boca del volcán…

En silencio nos abrazamos, ante este hecho prodigioso, nos inclinamos reverentes y bajamos la mirada a esa fosa inescrutable que alberga el magma ígneo en sus profundidades. Creo que Miguel dejó caer un par de lágrimas  de emoción…lo vi muy perturbado y apenas tuvo cordura para hacer una foto y un video de 7 segundos. El patrón meteorológico se alteró bruscamente y, como en la leyenda bíblica, tuvimos la sensación de una gran tormenta huracanada.

¡¡Obra suntuosa de la naturaleza, te saludo con honores supremos… tu brillas y deslumbras con las luces apagadas de tus entrañas… el tiempo te respeta y te purifica… tienes el poder para convertir el oro en cenizas… por favor asfixia la desigualdad y la violencia del país que te rodea!!

Bajé las manos y caí de rodillas, vuelto mierda pero feliz.

Después de esta faena heroica, en mi vida no habrá nada imposible.