sábado, 25 de marzo de 2017

Historias de vida. Manuel Arteaga Ávila



Todos tenemos una historia para contar y, de hecho, he pasado gran parte de mi vida con los ojos muy abiertos y los oídos bien despiertos detrás de los hechos cotidianos de la gente; de sus ejecuciones, de sus anhelos, de sus expectativas, de sus risas, de sus lágrimas, de sus éxitos y principalmente detrás de sus esfuerzos, de las luchas feroces para sacar adelante sus proyectos de vida en un país caracterizado por la desigualdad, la injusticia, la corrupción, la politiquería y la discriminación.
Pero esta historia de vida tiene componentes excepcionales por las ataduras cariñosas con su protagonista –el yerno, convertido en mi cuarto hijo-  y porque contiene pasajes de una existencia cuyos episodios oprimen por momentos las palpitaciones de quienes los han vivido y de quienes simplemente los escuchan.
A pesar de haber vivido muy cerca de “Maño” –como le decimos familiarmente- desconocía detalles de su infancia y juventud y entonces hace una semana lo senté junto a mi computador y durante dos horas me hizo confesiones sobre sus hazañas en la escuela y el colegio, sus pilatunas y anécdotas, muchas de las cuales no están ni en el archivo ni en el recuerdo de sus familiares más cercanos.
Aunque se acaba de graduar como ingeniero, me hizo una reconstrucción arquitectónica, cuyas bases están fundamentadas en la honestidad y laboriosidad aprendidas de su padre, don Francisco, y en el amor recibido de su madre, quien además tiene un nombre doblemente honorífico, doña Digna Emérita. Es decir, que hereda y disfruta la recompensa por sus actos.  
Ese sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser, lo adquirió no solo en la cuna sino que además lo ejercitó sobre las piernas de su mamá, sobre las cuales hacía, a medias, las tareas escolares de la educación primaria.
Llegó al mundo en un parto normal el 12 de septiembre de 1981, y hace parte de las varias generaciones de colombianos que nacimos entre el estruendo de las bombas y la sangre de la violencia bipartidista y de la derivada del narcotráfico y la confrontación entre el Estado y distintos actores armados, principalmente de las guerrillas. Como el común de la gente de este país, los sueños de su infancia  y adolescencia estuvieron interrumpidos sucesivamente por un hervidero de espantosas situaciones que en muchas ocasione fueron como tinieblas que cerraron todos los caminos.
Pero también ya hace parte de los millones de colombianos concientes del gran papel en la vida futura del país, como es la lucha por el rescate de las libertades, contra la corrupción y por la justicia social en momentos en que se han suscrito acuerdos con una de las mayores máquinas de violencia en el país, la guerrilla de las FARC.
Muchos recuerdos sobresalen en su niñez, casi todos asociados al entorno en donde creció, la finca San Francisco, en la vereda Santo Domingo, de Lorica, su patria chica, cuyas veredas caminó descalzo en compañía de su sobrino Jamer, quien se convirtió en su cómplice y su hermano gemelo.
Como todos los campesinos, sus padres son unos guerreros madrugadores, que tienen un gusto casi artístico por el trabajo y “Maño” desarrolló una especie de reloj biológico pero solo para despertarse a tomar café y no olvida que una mañana, en un alarde de inspiración espontánea, le dijo a su mamá que el canto de los gallos era una invitación a tomar café.
-El gallo dice a tomar tinto con arroz, Manuel, exclamó en la cocina con la inocente gracia de un niño de 6 años. Además de la admiración que despertó la ingeniosa comparación, en adelante los cantos del gallo fueron una orden, no solo en la casa de la familia Arteaga Ávila sino en toda la vereda.
La cura para las numerosas heridas de sus pies descalzos fueron el limón con sal y petróleo que su papá metía enérgicamente en ese marasmo de arena, tierra y pus, cuyos dolores lo transportaban a un limbo cercano a la muerte. Por las buenas y muchas veces, por las malas, Maño recibió ese tratamiento tortuoso que le marcó su crecimiento.
Aunque los campesinos aman sus tierras, muchos de ellos piensan que la potencialidad familiar no está en el campo y prefieren que sus hijos se inclinen por actividades distintas a las agropecuarias. Y de manera especial si se trata de un niño hiperactivo e inquieto que recitaba en la escuela las tablas de multiplicar con la misma facilidad que ascendía a los árboles de mangos atraído por las frutas verdes que un día lo traicionaron y le provocaron una caída que terminó en la fractura del cúbito y radio de su mano derecha. Por eso, su papá hizo todo lo posible para que el pequeño no se enamorara de las tierras y limitó sus oficios al cargue y descargue de los burros que transportaban el agua.
Muchas veces derramó su desprecio sobre quienes lo ofendieron, especialmente en el colegio cuando fue objeto de burlas por parte de algunos hijos de papi y mami porque asistía a clases con las abarcas cambiadas y con su uniforme desteñido que lavaba todos los días. Desde entonces, tuvo claro que el talento le permite a la gente cicatrizar las heridas del amor propio para que se olviden para siempre. La renovación de su uniforme escolar se hacía a base de colorantes, las inolvidables tabletas de polvo “Iris”, con cuyo efecto “estrenaba” pantalón y camisa.
Pero el orgullo es dominante y contagioso. Ya en noveno grado del colegio Nacional de Lorica, de manera deliberada cortó el uniforme con una cuchilla de afeitar. Después del cataclismo ruidoso provocado por ese procedimiento, estrenó pantalón y entró victorioso e igualado al salón de clases, en medio de la admiración y la envidia de sus compañeros.
-¡Cómo es de bella la revancha cuando se ha tenido una etapa de marcada inferioridad heroica!, pensó Maño, sentándose en su pupitre y enseñando las tareas que doña Digna le hacía.
Bajo el sol ardiente, vendió mangos biches con sal, y refrescos, o “bolis” para comprar los trompos y las bolas de cristal o canicas con las que se integró a los grupos durante los descansos. Jugando al trompo, pensó muchas veces en los “quiñes” o “miretes” que la vida le da a los más pobres. Pero también el juego le sirvió para comenzar el diseño de su proyecto de vida, en la perspectiva de no ser por siempre el “trompo de los quiñez”.
Cierto día, de manera súbita, Maño se sintió transportado a las playas de Coveñas, vio el mar de color azul fosforescente y sus olas semejaban llamas de alcohol que besaban la arena. Cuando volvió en sí, estaba envuelto en ramas de matarratón sobre una cama del hospital de Lorica y las enfermeras dispuestas a bañarlo con agua helada para bajarle la fiebre de 40 grados, a pesar de la oposición de doña Digna Emérita quien siempre había creído que una persona con fiebre no se puede mojar.
En 10º grado, la sentencia de uno de sus profesores, según la cual de todos los estudiantes tal vez uno solo terminaría el bachillerato y tendría éxito en la vida, le despertó un sentimiento de ansiedad e incertidumbre que estuvo a punto de malograr su juventud batalladora. Fue una advertencia aterradora que por varios meses lo puso a vacilar con miedo cuando ponía sus ojos en la perspectiva de la vida. Poco a poco se convenció de que se trataba de un simple elemento escondido de superación que les pintó el docente y con la luz de sus convicciones  forjadas al lado de sus padres y hermanos le dijo adiós al pesimismo y fortaleció el proceso de formación para cumplir con su compromiso histórico con la familia y la sociedad.
Con una marranita perdida que llegó a la casa comenzó la construcción de su “plante” económico, en compañía de su inseparable sobrino Jamer. Engordada la marranita, y con parte del producto de la venta, su papá compró una yegûa preñada y les dio la potranca que fue montada por un burro y entonces les quedó la mula.
Esa mula trochadora fue como el comienzo del vuelo de sus economías personales pues con los años se convirtió en unas cuantas vacas que pastan en la finca San Franciso, que, supongo, servirán para pagar los estudios de Maestría en el futuro inmediato. Tendrá que negociar con Jamer.
Con la intermediación de su hermano Francisco, fue nombrado como docente provisional en la escuela “Los Caracoles” de Montelíbano, Córdoba, después de ganarse la libreta militar en una rifa. Fue también su primer encuentro con la influencia y la violencia paramilitar que caracterizaron a muchas regiones del país. Fueron días de la muerte de la virtud y el reinado del crimen.
El doloroso rompimiento con la mujer que le dio el primer beso desató un llamado de urgencia que reverberó en los oídos de todos sus hermanos, quienes con estremecimientos solidarios acompañaron el triste momento que envolvía su corazón. Concluido el encanto divino de los besos y las caricias, Maño sintió un vacío en su alma y se interiorizó en los recuerdos de ese capullo amoroso desvanecido.
El 9 de abril de 2002 llegó a Neiva, en desarrollo de la brigada de rescate puesta en marcha por su familia para combatir la otra fiebre torturadora, la del amor, que estuvo a punto de volverlo loco, con alucinaciones semejantes a las que sufrió en Lorica. La capacidad persuasiva de sus hermanos Bernardo y José le hicieron creer que ese sentimiento era una desviación del sentido real del amor.
En el 2003 empezó a trabajar en una empresa distribuidora de materiales para la construcción, en donde el 8 de julio de 2006 sufrió el desgraciado accidente que enloqueció la brújula de su vida y la de su familia. Su cuerpo recibió graves lesiones tras quedar sepultado por, al menos, 5 toneladas de cemento. Su médula espinal, algo así como el Wi-Fi que lleva la señal, los impulsos nerviosos  desde la torre cerebral hasta los nervios raquídeos, fue severamente afectada. La transmisión de algunas órdenes cerebrales fue interrumpida. Pero su alma permaneció inmune, ennoblecida por su fría capacidad de resistencia. Aunque quedó sentado en una silla de ruedas, vive erguido, al lado de su proyecto de vida, apoyado por sus familiares, parientes y amigos cercanos.
La armonía de su vida quedó destrozada, como su médula.
Maño me confesó que mientras se debatía en esa soledad espantosa, que era como el principio eterno de la muerte, le habló duro a su corazón, como un caminante que grita en el desierto porque no quería quedarse solo en esa oscuridad. Compartió su dolor con el dios de su creencia que abrió su generosidad al llamado de aquella alma en pena y entonces quedó dormido bajo un ala grande y protectora y entró en una etapa de serenidad soñadora y armoniosa, como la melodía de una serenata.
Sus compañeros de trabajo lo encontraron refugiado en el silencio, con sus ojos mirando hacia las sombras y uno de ellos le habló con voz paternal pero asombrado por la horrible escena. Maño pidió agua, que se la negaron en atención a los protocolos que previstos para este tipo de accidentes. Pero en una singular demostración de fortaleza, abrió la boca, expulsó una bocanada de cemento y on lenguaje gestual explicó que necesitaba el agua para evacuar el polvo que lo asfixiaba.
Entró a formar parte de comunidad discriminada, excluida y deshumanizada que conforman las personas en condición de discapacidad; la minoría más numerosa y desfavorecida del planeta, cuya población se calcula en 650 millones de personas, algo así como el 10% de la población total de la tierra.
Reconociendo la importancia que para las personas con discapacidad reviste su autonomía e independencia individual, incluida la libertad de tomar sus propias decisiones, y considerando que las personas con discapacidad deben tener la oportunidad de participar activamente en los procesos de adopción de decisiones sobre políticas y programas, incluidos los que les afectan directamente, se adoptó   la Convención sobre los derechos de las personas con esa condición como respuesta internacional a la larga historia de discriminación.
Pero, como todas las leyes escritas para favorecer a los más vulnerables, también esta Convención tiene muchas letras cuadripléjicas y graves disfunciones irremediables que le impiden llegar efectivamente hasta sus destinatarios.
Después de un mes en un hospital en Bogotá y un año confinado en su residencia se hizo a la idea de que había comenzado el descenso de los senderos de su calvario. Con su temperamento de apóstol hecho para el combate y con su sangre de victoria, convirtió su dolorosa tragedia en un nuevo reto para su juventud y con determinación llegó a la conclusión que a Él no lo vencería nada ni nadie. No quería sufrir y dirigió todas sus energías hacia la reflexión y el análisis y pudo salir de su conmoción.
Acompañado por "La Chiqui" Liliana Rocío, una mujer de sacrificio y sinceridad, la novia que se levantó en Neiva como tónico para remediar los trastornos que le dejó la amiga cordobesa, partió desde esa playa devastada por una tormenta en que se convirtió su vida, en busca del mundo desconocido.
El 28 de diciembre de 2010, en medio de la alegría de sus allegados y la sorpresa de muchos, se unieron en matrimonio para formalizar su compromiso solidario y legalizar los estremecimientos de amor que ya vigorizaban la hora de la paz que había vuelto después del fatal accidente.
A partir de este momento viví de cerca esta historia de vida y verifiqué cómo los dos desgranaron con devoción conmovedora y fanática todos los momentos de su relación, como un poema en el que dos almas buscaban curarse las heridas recientes.
Mientras mi destino me condenaba a vivir solo, sentí que revivía al lado de esa llama de cariño que en permanente ebullición alimentaba la lucha de la pareja pero, del mismo modo, experimenté el enojo y la tristeza por la verificación de la horrible discriminación que sufren las personas en condición de discapacidad.
En el modelo capitalista en el que se confunde la discapacidad con la mendicidad, que ha establecido un paradigma según el cual el asistencialismo y la caridad pública están por encima de las verdaderas oportunidades de integración de la población discapacitada, a la que se considera como víctima de una tragedia, y por tanto excluida de las posibilidades productivas, muchas veces sentí asco e indignación cuando algunas personas nos ofrecieron monedas mientras esperábamos un taxi.
Y se me partió el alma por el disgusto cuando los taxistas negaron sus servicios porque “se pierde mucho tiempo en el abordaje del vehículo”. Algunos fueron más allá con su actitud discriminatoria y afirmaron que “no recibo monedas” por el pago del servicio.
Desde el 1º de julio de 2011, cuando Maño empezó los estudios de ingeniería industrial que hoy terminó exitosamente, y durante seis semestres, se desplazó en su silla desde el barrio Calixto Neiva, en un recorrido entre 25 y 30 minutos, bajando, hasta una hora, subiendo, dos veces al día. Muchas veces, en los días de lluvia no pudo asistir a clase porque los taxistas no lo recogieron.
Se  inscribió en la universidad atraído por las publicitadas “bondades” que ofrecía una fundación de apoyo a los discapacitados que, como una promesa electoral, resultó “chimba” para utilizar un término que ya introdujeron los jóvenes al lenguaje cotidiano.
En contraste, sus compañeros de estudio lo acogieron fraternalmente en una camaradería encantadora que se hizo más evidente durante los apagones. Muchas veces, en una actividad semejante a la de las hormigas arrieras, Maño fue levantado por sus compañeros que lo bajaron desde los últimos pisos en una romería festiva, como a un héroe en andas.
De manera simultánea con sus faenas de estudiante en condición de discapacidad, siempre acompañado por Liliana Rocío, amparado por sus hermanos que lo trajeron a Neiva y protegido por el amor de sus padres, Maño sostuvo durante 5 años otro combate para obtener la indemnización económica por causa del accidente.
Hoy, Maño y la “Chiqui” –como le decimos familiarmente a Liliana Rocío- disfrutan de un hogar levantado sobre un pedestal de rosas de todos los colores y los frutos del triunfo ya empezaron a madurar. Con ellos he aprendido que no hay mayor tristeza que ver morir la última esperanza.
Me tomo la vocería de Inés, la suegra; de Oscar Fernando y Miguel Angel, los cuñados, para expresar finalmente nuestra alegría y regocijo pues hemos visto florecer las plantas sembradas por Maño y la Chiqui. Nuestras manos acarician con pasión ese jardín y queremos ayudarlo a cultivar por siempre.
Maño nos ha dejado una lección: que el dolor es indispensable para conocer el alma de la victoria.
















miércoles, 15 de marzo de 2017

Estoy a punto de olvidar (4)

*Aquella madrugada cuando en mi apartamento de recién casado en el barrio la Consolata, de Florencia, y en un gesto espontáneo, Gerardo Córdoba, el "pastuso", entonces gerente de la aerolínea Aeropesca, orinó en dos vasos de cristal, les echó un poco de Whisky y los ofreció cortésmente a Ruben Dario Osorio, "Porrón", y a Francisco Tamayo Guerra, "Machetazo", quienes llegaron borrachos a nuestra reunión...Se los bebieron con gusto y solo reclamaron porque estaban al clima...Uno de los concurrentes, les contó dos días después sobre esta broma, pero cambiando el protagonista...me echó a la candela y en la redacción de RCN me armaron una bronca inesperada. 


Desde entonces, no volvieron a mi casa a pesar de ser el centro de reuniones de la gente de los Medios locales y nacionales, cuyos periodistas, fotógrafos y camarógrafos hicieron presencia muy frecuente en el Caquetá con motivo de la llamada "guerra con el M-19". Allí compartimos con figuras de talla nacional como Germán Santamaría, Germán Castro Caicedo, César Vallejo, Francisco Tulande, Juan Darío Lara, Marino Pérez Murcia, Jeús Medina, entre otros. “Machetazo” fue el único periodista del Caquetá que me acompañó en el
 matrimonio, celebrado en Neiva. Varios años después, se fugó de Florencia, aparentemente envuelto en un lío judicial por asuntos de muchachos, que fueron su gran debilidad.
Muchos años después, cuando volvimos a compartir sala de redacción en la emisora Armonías del Caquetá, José Duviel Vásquez, el "ciego" -q.e.p.d- llegó afanado a la oficina de El Tiempo y me dijo:
-Se murió machetazo!!!
-Qué le pasó???
-Se intoxicó ayer en Medellín
-Tomó veneno o con qué se intoxicó, le pregunté
-Hermano, usted se imagina que se pudo comer, dijo, en medio de una carcajada, tocándose las gafas, y metiendo su nariz entre los dedos índice y pulgar de la mano izquierda.
“Porrón” sigue vigente, con su voz oscura, pesada y ya cansada, en una emisora de Florencia. Hace apenas 4 años, durante mi paso por la Oficina de Paz de la Universidad de la Amazonia, le recordé este episodio...y me volvió a mentar la madre!!!

Una noche, cuando apenas comenzaba la incursión en la radio, y durante su turno en la cabina de La Voz del Caquetá, le llegó un campesino afanado y le pidió que le transmitiera un servicio social para su familia.
-Con mucho gusto, le dijo Porrón...de qué se trata el aviso?
-Es para decirle a mi mujer que se venda de la finca porque a su hermano lo estripó un camión frente al hospital, le explicó el hombre.
Asustado con ese anuncio, Porrón metió inmediatamente la promoción del servicio social, que tenía una "cortina" de alarma para llamar la atención de los oyentes, abrió el micrófono y con voz impostada lanzó al aire el mensaje con la misma construcción verbal que le había hecho el campesino:
-"Se le informa a la señora Rubiela Pinzón que lamentablemente a su hearmano lo estripó un camión frente al hospital de Florencia y por ese se requiere su presencia en esta ciudad".
Cuando empujó el "cartucho" con la despedida del servicio social, cayó en cuenta de su maetida de pata, se tocó la cabeza y dijo para sí mismo: ¡"yo soy una güeva!

* La tarde soleada de un jueves cuando Gilberto Serpa Mendoza, con unos tragos de más y empujado por el caracterizado sectarismo de los hermanos "Godos, me esperó en la puerta de ingreso a La Voz del Caquetá, situada entonces en la carrera 11 de Florencia, para atacarme verbal y físicamente por un comentario que hice en la sección editorial del noticiero Radio Sucesos y en el que, con mi perpetua rebeldía y contundencia, critiqué una de sus actitudes como funcionario del gobierno departamental. El cielo azul palideció ante sus amenazas y sentí mis piernas como corbatas al viento. Fue la primera amenaza real en el ejercicio del periodismo, pero en un alarde de astucia y apoyado en la generosa simpatía que me gané entre la ciudadanía, puse contra él a las personas que a esa hora transitaban por el lugar...el hombre se quedó solo ante el tumulto y, vencido por la verdad de mis denuncias, subió a su carro, sus llantas chirriaron en el pavimento y en su cabeza chillaron mis denuncias. 

Años después y en correspondencia con mi posición según la cual no se puede deshonrar con la bajeza el ejercicio de nuestra querida profesión, me encontré con Gilberto durante la celebración de la llamada Semana de la Caqueteñidad, en Bogotá, durante la administración de mi hermano de luchas sindicales, Gabriel Sandoval. Compartimos fraternalmente y hasta me fui a su apartamento de la nevera en donde gozamos con un relato interminable de anécdotas.

* El simpático episodio ocurrido en la sala de redacción de La Voz del Caquetá, entre el dolor y pesar por el accidente del avión de Aeropesca en el que murieron destacadas y queridas personalidades de la vida regional, ya mencionado en estos relatos. Marco Antonio Segura Prado, “el mechudo”, locutor de noticias y narrador deportivo, se ingenió una broma relacionada con el desplazamiento de Jairo Orozco, “Montoyita” al sitio del accidente y aseguró que en Resinas, la inspección huilense limítrofe con el Caquetá, en donde se concentraron las labores de rescate e información, se acabaron los comestibles a causa de la numerosa afluencia de familiares de las víctimas, curiosos, rebuscadores y periodistas. 
En un momento, la única comida disponible en ese sitio de concentración de las labores de rescate, fueron chicharrones con arepas o papas y entonces “Montoyita” –quien por la época se encontraba en un tratamiento de ortodoncia y a pocos días de estrenar su prótesis- fue visto por algunas personas, entre ellas Monseñor José Luis Serna -q.e.p.d- un kilómetro arriba de Resinas, en momentos que, a punta de piedra, desmenuzaba los tostados cueros de marrano para poderlos ingerir. El obispo, lo hizo subir a su vehículo y en una fonda de la carretera se detuvo para que nuestro enviado especial comiera alimentos líquidos y suaves. Guillermo Clavijo, el querido y ya desaparecido director de la emisora, se rió a carcajada tendida y su risa contagió a los presentes de tal manera que el mismo “Montoyita”, abriendo bruscamente la mandíbula inferior, la desencajó y entonces  quedó con una sonrisa eterna, lo cual excitó el plácido momento del gozo hasta aplastarnos literalmente, porque el mueco brincaba con su boca abierta, como burlándose de todos y movía sus manos con dramatismo, con el lenguaje gestual de los sordomudos. La algazara fue interrumpida con un grito de alerta, con zapateo incorporado, de mi compadre y locutor Rafael Chaux Carvajal, quien saliendo de la cabina de locución se encontró con Montoyita, que pesar de su sonrisa forzada, lloraba del dolor provocado por el traumatismo.



* Esa tarde lluviosa de finales de julio de 1982, cuando Ricardo Cuéllar, en nombre del M-19, me propuso una entrevista con el jefe máximo de ese grupo revolucionario, Jaime Bateman Cayón, y me dio solo una hora para alistarme porque tenía que abordar el vuelo para Bogotá. El país vivía una coyuntura política con características similares a las que tuvimos con el gobierno de Alvaro Uribe, con severas restricciones a la libertad personal y colectiva, con intimidaciones y confrontaciones permanentes del Estado con ese grupo que se había ganado la simpatía popular. En medio de un auge de masas sin precedentes en el país y particularmente en el Caquetá, el M-19 simbolizó la esperanza de los sectores populares, heridos por la represión y heridos también por la gangrena moral que contagió a los dirigentes de los partidos tradicionales de entonces. En el tiempo convenido estuve en la terminal aérea y en la noche, en un hotel de Bogotá, seguido de cerca por miembros del M-19. Se habló de mi desaparición y se mencionó el secuestro como su explicación. Mi alma se espantó no de miedo sino de ansiedad por la inminente entrevista con el hombre considerado como un verdadero fenómeno de masas, una figura quien sin conocerla, el pueblo la quería y ese sentimiento se palpaba entre la gente. 

Las restricciones vigentes no le habían permitido a los medios de comunicación la transmisión de las entrevistas logradas con este personaje enigmático pero reconocido como el eje de un movimiento que había comenzado el cantar de la nueva conquista. El periódico conservador El Siglo publicó por entregas una entrevista con Bateman que disparó las ventas del rotativo a niveles que nunca volverá a registrar. Cinco días después de mi salida de Florencia, estaba frente a frente con Jaime Bateman, a la espera de Juan Gossaín, a quien habían capturado en Bogotá pero cuya llegada al campamento se frustró por su imposibilidad física para caminar durante 4 días por la selva virgen ecuatoriana. Era la Octava Conferencia del M-19 que hizo la primera propuesta de paz en Colombia
* Esa experiencia con Ligia Riveros, de la revista Cromos, que fuimos portadores de la primera propuesta de la Paz del M-19 al presidente Betancur, firmada por los máximos dirigentes de esa organización, y también por Ricardo Lara Parada, quien así inició su proceso de desarme y reinserción, que lo llevaría al concejo municipal de su natal Barrancabermeja, en donde también fue asesinado pocos meses después de su ejercicio en esa corporación. Aunque en la Octava Conferencia,  la presencia de Lara Parada se mantuvo reservada, pude conversar con él sobre los orígenes de su movimiento, el ELN, las perspectivas de que su colectivo acogiera la propuesta que se le presentó a Betancur, sobre las divisiones y en general sobre la coyuntura política nacional de entonces. Con su "legalización", se confirmaron sus opiniones sobre la posición de los "elenos" sobre el proceso de Paz: fue acusado de "traidor". Tres años después de la Octava Conferencia, me lo encontré en Barranca, durante mi desempeño como periodista de El Tiempo y la víspera de su asesinato tomamos café en una tienda en la que siempre hablamos de la coyuntura política nacional.
* Ese regreso a Bogotá, portando la propuesta de Paz, que provocó un gran despliegue nacional de todos los Medios por cuanto previa autorización del recién posesionado presidente Betancur, se difundió la entrevista con Bateman durante dos horas, a quien el país escasamente le conocía su cara pero no su voz por cuenta de las restricciones impuestas para ese tipo de reportajes por el tristemente recordado Julio CésarTurbay Ayala y su bárbaro "Estatuto de Seguridad".
A pesar del cambio de gobierno, los servicios de inteligencia nos hostigaron de manera reiterada hasta el punto de que los dos Medios para los cuales trabajaba -El Tiempo y RCN radio- me ofrecieron  dos semanas de licencia remunerada durante las cuales me ausenté del Caquetá.

Sin embargo, desde aquella "chiva internacional", sumada a mis actividades como dirigente sindical del magisterio y como periodista que sentí el dolor social y ejercí mi trabajo como un contrapoder, como una voz distinta en los Medios, especialmente contra la dominante y corrupta clase política regional a la que bauticé como el "Godoturbayismo", sufrí distintos tipos de presiones y amenazas ante las cuales puse el escudo de la Verdad y la lealtad solidaria de distintos sectores regionales, principalmente de las organizaciones populares y de las bases del magisterio.

viernes, 10 de marzo de 2017

Estoy a punto de olvidar... (3)





-El fraude académico que, arrancando de un impulso espontáneo de Luis Angel Sánchez, “Eusajo”, desembocó de manera no deliberada en la validación de mi nota de Educación física, requerida para la graduación como bachiller Normalista. Perdí  la materia por inasistencia absoluta debido a mis intensas ocupaciones como miembro de la junta directiva de la Asociación de Institutores del Caquetá, AICA,  y el profesor nunca  vio mi rostro. De paso por la Normal de Florencia, en desarrollo de los formalismos para su grado, “Eusajo” leyó mi nombre en una lista de estudiantes con deudas en algunas materias y, empujado por su innata destreza para las frase y las actitudes equívocas y maliciosas, se presentó ante el profesor, después de cancelar los derechos de validación, en una genial usurpación de mi deber académico. 
-Dele 10 vueltas a la cancha de baloncesto, le dijo el titular de edufísica.  Dos horas después, en la sede de AICA, en el barrio 7 de Agosto, con la cara adusta me reprendió severamente por mi supuesta irresponsabilidad como estudiante y mal ejemplo como dirigente del magisterio. Cuando mi réplica se endureció por su crítica, soltó esa risotada congénita que lo caracteriza, me enteró de su exitosa picardía y me cobró los $20 de entonces que pagó como valor por la validación. Sacando pecho, me gradué como Normalista y ascendí en el escalafón docente.

-La reacción de enfado y verbalmente violenta del ingeniero Pedro Antonio Farieta Gasca, tras escuchar un informe nacional por RCN en el que anuncié su destitución fulminante como alcalde de Florencia por causa de su aparición en un noticiero de TV, sonriendo, en compañía de varios miembros del M-19 que entregaron detalles sobre el acuatizaje de un avión de la línea Aeropesca en el río Orteguaza, cargado con 5 mil fusiles que sustrajeron del Cantón Norte, en Bogotá. El Intendente del Caquetá por la época, el también ingeniero Ernesto Gómez Charry, me confirmó la decisión oficial que fue ordenada por el presidente Julio César Turbay Ayala. En el momento del informe, el alcalde no había recibido la notificación respectiva y creyó que se trataba de una especulación de mala fe. Con el paso de los días, el ingeniero Farieta comprendió la dimensión de mi primicia, por encima de las consideraciones de nuestra amistad y poco a poco se produjo el restablecimiento de nuestros nexos que, con el paso de los años y hasta su muerte prematura, mostraron un nudo como el de los perros, que se afloja solamente para producir efectos productivos.


-El júbilo nacional ostensible, provocado por la liberación de los periodistas César Vallejo y Eduardo Carrillo, y
los fotógrafos Jhon Jairo Alzate y Carlos Uribe, quienes fueron retenidos por el M-19, primero, y por el ejército, después, cuando cubrían el citado acuatizaje del avión cargado de armas. De acuerdo con el testimonio de los comunicadores, el grupo armado ilegal los mantuvo en su poder durante 4 días y el grupo armado legal los retuvo varias semanas, sin explicaciones ni justificaciones y, lo más grave, sin admitir públicamente dicha retención arbitraria. Los comentarios de los liberados sugirieron que el ejército pretendió adelantar una operación macabra, consistente en provocar la muerte de los rehenes y atribuirla a los guerrilleros, como instrumento para desprestigiar al M-19 que había acumulado evidente simpatía, principalmente entre los sectores populares. Desde el batallón Juanambú, de Florencia, a donde fueron trasladados en medio de absoluto hermetismo y después de permanecer en la base aérea de Tres Esquinas, "Ernesto Cubides", los periodistas me enviaron un mensaje furtivo, escrito con un lápiz de punta escasa en un papelillo de las envolturas internas de los paquetes de cigarrillos. El lápiz diminuto y el papelillo, en el que se lee: "estamos en el batallón Juanambú", se encuentra en poder de Jhon Jairo Alzate, quien lo conserva, enmarcado, como testimonio de su salvación junto, al galardón otorgado como premio de periodismo Simón Bolívar que ganó una foto suya en la que aparece Jairo Capera en momentos en que da muerte a un miembro de las Fuerzas Armadas, tomada, precisamente, durante el accidentado cubrimiento del acuatizaje en el Orteguaza. El informe sobre su localización y permanencia en el batallón Juanambú, sorprendió a los mandos militares que intentaron en vano, con amenazas incluidas, que este periodista se retractara de esa chiva vital. Don Enrique Santos autorizó la compra de ropa, zapatos, elementos de aseo y los pasajes aéreos para los liberados y para el suscrito. El país lloró de alegría con los periodistas y sus familiares y en el aeropuerto Eldorado nos hicieron un recibimiento de héroes. En El Tiempo extendieron un tapete rojo, adornado con flores, desde la entrada hasta la oficina de Don Enrique. Esa noche, del mismo modo, me pagaron 5 quincenas que habían transcurrido desde mi vinculación laboral con EL TIEMPO y por primera vez permitieron un "chupe" en la redacción. Sin revelar la fuente de información y con el papelillo en mi mano zurda durante todo el tiempo, me sostuve en la localización de los periodistas y aunque el ministro de defensa desestimó mi chiva salvadora, en RCN y en EL TIEMPO, confiaron en la credibilidad de un periodista de provincia y con sus publicaciones presionaron la liberación de los colegas. Nunca se aclaró el motivo de esa actitud irregular ni se explicó el engaño a la opinión pública. Los periodistas fueron sometidos a presiones fuertes, intimidaciones y mal trato, y particularmente César Vallejo sufrió traumas severos que perturbaron su conducta posterior. Estas perturbaciones, a la larga, desembocaron con su salida del periódico. La última vez que nos saludamos con César Vallejo fue durante su paso por un periódico en Armenia, cuano estuve vinculado a "La Crónica del Quindío", por allá en los finales de la década de los noventa.




-La descompostura ruidosa del asesinado periodista Fernando Bahamón Molina tras verificar que varios madrazos suyos contra la Electrificadora del Caquetá, salieron al aire al ser engañado por el operador de sonido Jairo Orozco, "Montoyita", quien le desconectó los audífonos cuando narraba un partido de fútbol en el estadio Alberto Buitrago Hoyos, de Florencia. Visiblemente molesto, "El Exclusivo", como le decíamos cariñosamente en los medios a Bahamón, lanzó el micrófono contra el vidrio de la cabina y se retiró de la transmisión. Ese episodio originó una dura controversia con el entonces gerente de la Electrificadora, el "cojo" Fernando Rivera Mazabel, quien amenazó con iniciar una querella contra la emisora por los ultrajes verbales que recibió su empresa por parte de "El exclusivo", quien al quedar sin señal por el chascarrillo de Montoyita, dijo con enojo: "nos quedamos fuera del aire por esta electroapagones hijueputa".

-La extravagante impresión física, moral y emocional que produjo entre los habitantes del departamento del Caquetá el accidente de un avión turbohélice de la línea Aeropesca, el Vickers viscount HK 13 20, ocurrido pocos minutos después de su decolaje del aeropuerto "Capitolio" -como se denominaba por la época- y en el que perecieron destacadas personalidades de la vida económica, social y política del departamento. Las espeluznantes escenas que se vivieron en el cerro Matiquí durante las operaciones de rescate de los cadáveres despertaron la solidaridad nacional y el pesar de la mayoría de colombianos que vieron el percance como un ingrediente de dolor que complementaba la dura situación de orden público que vivíó la región con motivo de la llamada "guerra con el M-19". En medio de la tragedia, el caso del dirigente sindical y popular, Manuel Molina, llamó la atención de los Medios locales y nacionales de comunicación, por sus singulares características. Molina, esposo de la reconocida profesora universitaria Clarita Higuera, llegó a la  terminal aérea con algunos minutos de retraso, cuando el avión iniciaba su carreteo desde plataforma pero por su estrecha amistad con Gerardo Córdoba, "el pastuso", representante de la aerolínea en Florencia, se pudo detener la nave y abrir a portezuela para que abordara el vuelo con destino a la eternidad. Manuel llegó tarde a la cita con la parca, pero esta lo esperó y se lo llevó. El caso constituye uno de mis recuerdos más dolorosos, no solo por la macabra coincidencia sino por la pérdida que representó la muerte de Molina para el proceso organizativo y de lucha de los sectores populares del Caquetá. Con su muerte, se inició el marchitamiento y el reflujo del movimiento de masas que caracterizó la década de los años setenta en el departamento del Caquetá.

jueves, 9 de marzo de 2017

ESTOY A PUNTO DE OLVIDAR... (2)



  • La fascinación que me produjo estar al volante de un vehículo y tenerlo bajo mi control absoluto, en la práctica de un aprendizaje teórico de varias semanas. Era una camioneta williz, modelo 54 que pocos meses después estrellé contra un campero minguerra del ejército, lo que marcó el comienzo de una larga cadena de insistentes asedios por parte de miembros de esa fuerza ante mi actitud evasiva a sus pretensiones de aclarar el choque de los automotores. Fue, del mismo modo, el primer ejercicio de confrontación con los poseedores de armas, como instrumentos de dominación. Aprendí que las armas sustituyen los argumentos y quien la usa impone sus “verdades”, sin derecho a la discusión, a la conciliación. Las armas son la antítesis del debate.

  • El engaño y la ridiculización a los familiares de una de mis amigas con quien pasé el día y parte de la noche de un ya remoto viernes santo en una discoteca de Calarcá, Quindío. Apostados en guardia durante una noche frente a mi residencia, después de amenazarme con el matrimonio y con la muerte por los supuestos placeres sexuales con la dama, salí por la casa contigua disfrazado de paisana montado en unos altos tacones que estuvieron a punto de malograr el plan. Su guardia inocente se prolongó durante 12 horas más después de mi salida, al cabo de las cuales fueron informados por mi padre sobre el engaño, perfectamente olímpico, como el gol que marqué en un partido preliminar del encuentro Quindío-Millonarios, en el viejo estadio San José, de Armenia, cuando apenas tenía 16 años y con el cual conquistamos el título de la categoría, frente a la selección del colegio Rufino José Cuervo.

  • La cascada de ilusiones que inundó mi cerebro cuando un pariente cercano, Alberto Arenas León, me propuso el viaje al departamento del Caquetá, en 1975, como una opción para mi proyecto de vida que ya estaba marcado por algunos accidentes. Después de resolver el conflicto planteado por el inminente desarraigo  del entorno geográfico y familiar, me monté en un bus con destino a Florencia, pero avancé mucho más porque finalmente llegué a Cartagena del Chairá como docente del colegio Chairá. En el departamento del  Caquetá me quedé para siempre y fue en ese escenario y en su vecino Huila, donde hice mi vida llena de contrastes enriquecedores, forjé mi espíritu luchador y con el privilegio de la palabra combatí la mentira y la injusticia desde distintas tribunas.  Y también conocí  y padecí  el desencanto, porque los espíritus luchadores plegaron sus alas y entonces la actitud combativa de un pueblo se transformó en una melancólica sinfonía de vientres ansiosos que cambian sus principios por un plato de lentejas.

  • Mi estado de excitación física y mental cuando pusimos en circulación la primera edición de El Zurriago –con 20 ejemplares- impresa en máquinas de escribir, con copias de papel carbón, cuyo editorial fue un llamado vehemente a la organización estudiantil y de la comunidad para enfrentar el autocrático gobierno escolar y local del sacerdote italiano José Manca, quien ejercía autoridad ilimitada en el entonces corregimiento de Cartagena del Chairá. El Zurriago evolucionó, lo imprimimos en mimeógrafo y se convirtió en semanario e instrumento aglutinador de la inconformidad general hasta alcanzar una circulación de 200 ejemplares semanales en una población urbana de mil personas. Pero el poder del cura aplastó el proyecto: ordenó el cierre del colegio y condicionó su reapertura al traslado de los profesores responsables del proyecto: Jesús María Cataño Espinosa, Ancízar Tangarife y Camilo Ardila, quienes, ademas de apoyarme en la edición, fuimos los principales contradictores del cura extranjero.

  • La indignación, agitación, inquietud y organización del pueblo de Florencia, Caquetá, que, en 1977, salió masivamente a las calles durante el paro cívico que conquistó la interconexión eléctrica con el resto del país. El movimiento, que fue la cresta de un auge de masas en ese departamento, estuvo dirigido por activistas políticos del magisterio que recibieron una fuerte y evidente influencia del M-19. El nivel organizativo de la protesta sorprendió a las fuerzas oficiales que fracasaron en su represión aunque, naturalmente, alcanzaron a golpear a numerosas personas que resultaron muertas durante la jornada. En los barrios populares se distribuyeron cientos de miles de bolas de cristal que fueron lanzadas al piso y neutralizaron las fuerzas de caballería, las más temidas por los manifestantes. Los caballos patinaron sobre las bolas –de cristal, claro- y la gente pudo avanzar hasta el edificio de la gobernación en donde se forzó la negociación con el alto gobierno.


  • El gazapatón cometido por Eliécer León, periodista de la emisora la Voz de la Selva, durante una transmisión conjunta con la  Voz del Caquetá, desde el Capitolio nacional, en desarrollo del trámite legislativo del proyecto de ley que convirtió la intendencia del Caquetá en el departamento 23 del país.  Le pedí que despidiera la transmisión y entonces Eliécer, con su voz impostada, dijo: “muchas gracias por su atención a este servicio informativo que hemos originado desde el salón epiléptico del Congreso”.

  • El pánico escénico...no...creo que fue algo peor...eso fue un gran sufrimiento catatónico, con rigidez muscular y estupor mental incluido, que me bloqueó completamente cuando  tuve que hacer mi primer informe en directo para el noticiero nacional de RCN, en 1978. Cuando el director nacional de noticias de esa cadena, Orlando Cadavid Correa, me presentó desde Bogotá, la señal de retorno en mis audífonos hizo una reverberación brutal que me cerró el cerebro y abrió mi esfinter vesical. Después de varios intentos en vano, el operador de sonido, Manuel Cardozo, se "pegó" a la cadena e ingresó asustado a la cabina para averiguar por qué el periodista quedó completamente mudo cuando le dieron el cambio desde la capital. Cuando logré reponerme, Manuel me grabó el informe, que  salió al aire 5 minutos después entre vapores de sudor y ácido úrico. 

  • El desencanto del coronel  Barragán, por la época cabeza del llamado comando operativo No 12 del ejército, quien, intrigado por las primicias casi diarias en materia de orden público que transmitía este periodista, a través de RCN y El Tiempo, montó una cautelosa invitación a su despacho, en un intento por obtener mis fuentes de información. Pero su cautela fue superada por mi astucia y, dejándome llevar por sus fingidos elogios y camaradería, avancé hasta la segunda botella de Whisky y el tercer paquete de Marlboro. Cuando no pudo contener su enojo por mi “poca colaboración”, del naipe saqué el caballo de espadas, le mostré el delito que tipificaba su conducta al presionar a un Periodista a revelar sus fuentes, le di una palmadita de Tartufo en la espalda y me monté en una escena de excesiva molestia que –le anuncié- llevaría a los dos medios para los cuales trabajaba. Sorprendido por mi determinación, me expulsó de su oficina. Al día siguiente, en el noticiero de la mañana, me reí ante los micrófonos de la ingenuidad del comandante, tras contarle a mis oyentes sus  fallidas pretensiones. También le informé al comandante de novena brigada, brigadier Antonio José Gonzales Prado, su inmediato superior.