jueves, 26 de enero de 2017

De Punta Cana a Santo Domingo

La contemplación es una función distinta y superior a la función de ver, así como la comprensión lo es a la de leer, me lo acaba de reiterar mi conciencia mientras el avión hace su aproximación al aeropuerto internacional de Punta Cana, la joya de la corona turística  de República Dominicana, en donde la belleza no requiere ni una disposición ni una naturaleza especial para ser admirada.
Aunque algunas personas no poseen ese don divino, la mayoría somos capaces de comprender, admirar, vibrar, conmovernos y perturbarnos con las emociones que despierta la belleza natural que, desde el avión, se ve como una obra de arte con sus líneas armoniosas y sus ritmos coloridos.
Y en la perspectiva infinita del mar que rodea a la isla La Española y en sus colinas azules, se percibe la plenitud y aumenta el amor por la naturaleza que en la parte oriental de la isla, en República Dominicana, se convierte en un templo de la belleza…y del derroche, pues en Punta Cana un confuso murmullo de turistas se mezcla con la gente durante las 24 horas. Es como el sitio de retiro de aquellos que tienen dinero para el despilfarro, al que ahora le dicen “recreación”.
República Dominicana es una sociedad serena, en contraste con Haití, su compañera territorial de esa isla verde y oro, objeto de las ambiciosas intenciones de filibusteros, primero, y de invasores poderosos, después, que a costa de la destrucción de la democracia turbulenta de los negros emancipados, de la destrucción de sus campos y el fusilamiento, han manchado de sangre la historia de la región antillana.

Sobre esta isla de promisión y de riqueza han caído muchos bárbaros que la hicieron temblar bajo su peso. Fueron Francia y España las mejores hermanas de Haití y República Dominicana y su influencia se manifiesta en el lenguaje que hablan sus habitantes, aunque el criollo haitiano o Creole es una simbiosis del francés y lenguas africanas.
En Punta Cana, el sol y el mar están más cerca que en cualquier lugar del planeta; surgen sentimientos poderosos y uno duda para definir si es más importante lo que se sueña o lo que se vive.  Si quien goza, agota los placeres o es agotado por ellos, es la alegría y sus arrebatos desesperados, una afluencia de energía trascendental.
Playa Bávaro, declarada por la UNESCO como una de las mejores playas del mundo debido sobre todo a su arena blanca y fina y a sus  aguas cristalinas, es sin duda una de las playas más famosas y valoradas de la República Dominicana y del mundo.
Playa Macao, muy cerca al conglomerado de Bávaro es otra de las más famosas de Punta Cana y además de la belleza, colorido, aguas nítidas y arenas limpias, es famosa por las igualmente reconocidas excursiones en boogies, uno de los mayores atractivos para los visitantes.

Administrativamente, Punta Cana es un distrito municipal perteneciente al municipio de Higüey bajo el nombre de Distrito Municipal Turístico Verón Punta Cana y es considerado como la joya de la corona turística de la República Dominicana.
Sus calles aseadas que convergen a la moderna avenida de doble calzada que se extiende hasta la capital Santo Domingo, el bullicio de sus calles, el nutrido comercio, la circulación de autos de alta gama, muchos de los cuales son del servicio público, constituyen un marco esplendoroso en el que se mueven hombres y mujeres dotados de una simpatía conquistadora y los soberbios turistas de todo el mundo.
A fuerza de relacionarse con personas de todo el planeta, la mayoría de los locales manejan mínimos conocimientos de inglés, francés, italiano y hasta ruso. Y  desde luego, de creole, el idioma popular de sus vecinos haitianos.
A unos 50 kilómetros de Bávaro está Higüey, la capital religiosa del país, en donde se encuentra la renombrada basílica de Nuestra Señora de Altagracia, la más visitada del Caribe y destino de numerosas peregrinaciones nacionales y extranjeras.
El santuario fue construido para reemplazar un antiguo templo en donde apareció La Virgen de Altagracia, lo cual data de 1572. La Basílica se comenzó a construir en 1954, por órdenes del primer Obispo de Higüey, Monseñor Juan Félix Pepén.
El 21 de enero de 1971 fue inaugurada la nueva basílica por el entonces presidente Joaquín Balaguer. El 12 de octubre del mismo año fue declarada como Monumento Dominicano, y cinco días después el Papa Pablo VI la declara como Basílica Menor. Su puerta principal está hecha de bronce con un baño de oro de 24 quilates, además tiene un campanario de 45 campanas de bronce. El detalle más notable de su arquitectura son los arcos alargados, que representan la figura de Nuestra Señora de la Altagracia con sus manos en actitud de oración. En el tope del arco más alto hubo una cruz, que fue arrancada por el huracán David, de acuerdo con los relatos escuchados durante nuestra visita.

Y muy cerca de Higüey, en Matilla, donde se encuentran los más extensos cultivos de caña de azúcar –el eje de la economía nacional- manejados por la “Central Romana Corporation”, la belleza del paisaje, el colorido del entorno y la abundancia característicos de esta Nación, hacen un vergonzoso paréntesis y aparece la miseria humana de los cortadores de caña y sus familias, un alto porcentaje de origen haitiano, que “importan” para pagarles salarios de hambre. 
De la opulencia, pasamos a la desnudez.
Esta sombra de discriminación y exclusión devora los contornos de los bellos paisajes y el verde de los cañaduzales ya no simboliza la fertilidad sino la dominación triste reflejada en los cuerpos y en los rostros escuálidos de los niños, las mujeres y los mismos trabajadores.
Fue una parada muy cercana a la noche de la miseria y desde la cámara del drone “pajarito” se vieron los cultivos de caña, sin límites en el horizonte, muy parecidos a los modernos jardines funerarios.

Vueltos los ojos a la moderna autopista, nos reencontramos con el sol efervescente del cielo antillano que cambió la perspectiva pero nos dejó una marquilla molesta como las de algunas etiquetas de las camisetas chinas. Una realidad sin maquillaje, verídica y cruel, que pinta la importación de la desigualdad y, tal vez, la agrava, al absorber no solo las fuerzas físicas de los negros haitianos, sino también su alma.
Y llegamos a Santo Domingo, que nos impresionó por su magnitud, mucho mayor a la que conocimos a través del profesor “Google”, con una movilidad quizás más anarquizada que la de Bogotá a pesar de sus amplias avenidas, como la que bordea una franja importante del mar, la George Washington, que penetra la zona colonial claramente demarcada desde la “Puerta de la Misericordia”, junto al obelisco hembra.
Y en la zona antigua, las ruinas del hospital San Nicolás de Bari, el primero del país, destruido por el ciclón San Cenón en 1853, es el más emblemático de la historia dominicana. La iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, en donde vivió la familia Dávila, la más rica del país; el parque Colonial; el Faro a Colón es un monumento y museo dominicano construido en honor a Cristóbal Colón. En él, dicen los dominicanos, que se albergan los restos del “descubridor” Colón aunque los españoles afirman que sus restos se encuentran en la catedral de Sevilla.
La calle El Conde es una vía peatonal muy concurrida; la catedral primada es la más antigua de América, el Parque de la Independencia, el Altar de la Patria y la ya mencionada Puerta de la Misericordia, completan el cuadro de los sitios históricos de Santo Domingo.
El monumento levantado en el sitio del ajusticiamiento del dictador Rafael Leonidas Trujillo, el 30 de mayo de 1961, también es muy visitado aunque se encuentra fuera de la zona colonial de Santo Domingo. Los visitantes que entrevistamos el día de nuestro recorrido por la capital dominicana dijeron que Trujillo impuso una tiranía que provocó hasta los sectores más poderosos de la sociedad, resaltaron que el dictador se convirtió en un abusador sexual de las mujeres de sus oficiales y mencionaron el asesinato de 3 mujeres, las hermanas Miraval, por causa de un complot urdido por el propio Trujillo.

De regreso a Colombia, las imágenes de Punta Cana y Santo Domingo me llegan en lentas vibraciones, como el eco de las canciones que me cautivaron en la juventud. Y de los relatos que escribí, se desprenden extraños perfumes que me acarician suavemente, como una mano de mujer, como una peregrinación romántica en una noche de luna llena…como un beso de los que ya no puedo disfrutar…




                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       



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