viernes, 13 de enero de 2017

Cementerio de Cabo Haitiano, exhumaciones del dolor



Oprimidos, excluidos, vencidos en la vida, los habitantes de Cabo Haitiano -el África antillana- llegan igualmente derrotados a la muerte y su cementerio es un santuario  horrorosamente dispuesto en el que se entierran los cuerpos pero no la indignación y las penas que flotan como fantasmas en constantes reverberaciones que asustan a los sepultureros.
También se perciben los anhelos de muerte que llegan desde los ranchos, desde las calles, desde los cambuches, desde los albergues, desde los pequeños comercios informales que venden 50 centavos de dólar diarios, desde la playa-basurero en donde los niños rodean al ''blanco'' para pedirle dinero, pues esos deseos de morir llegan primero que los cuerpos desde la morgue de los hospitales de mentiras que funcionan en este pueblo. 

Este antro se me revela como un continente muy distinto a todos los destinos de la muerte que he conocido, como el cementerio monumental en el que se convirtió Armero con sus 25 mil muertos ahogados y semienterrados por la avalancha. O el cementerio de Armenia, hace 55 años, en donde las fosas comunes eran más numerosas que las tumbas formales y las calaveras expuestas sirvieron como pelotas para la práctica del fútbol a un grupo de niños que no le tuvimos miedo al ángel que en la entrada anunciaba el fin del mundo con una trompeta enorme.
Como las palabras brotan del cerebro de quien escribe o habla, tras ser impactado por  los fogonazos de la visión, declaro haber experimentado una exaltación anímica inusual desde el momento de mi llegada a este pueblo, en el que se siente el dolor de la desigualdad, en donde los hombres perdieron su condición de seres iguales a los de otros sitios del mundo, en donde, en fin, pienso que la opresión es como una maldición que volvió normal la imposición de la voluntad de unos cuantos sobre sus propios hermanos.

Los restos de las personas que fueron objeto del odio y de la discriminación en vida, siguen siendo subvalorados y profanados aquí en este escenario, sin que me considere partidario del culto a los muertos. El silencio absoluto que es la muerte es interrumpido con alguna frecuencia por cultores del Vudú que profanan las tumbas y exhuman cadáveres para escoger huesos con destino a sus prácticas, comentó uno de  los acompañantes al palpar nuestra sorpresa por algunas tumbas abiertas y por el hallazgo de un cráneo muy cerca del sendero principal del cementerio. De acuerdo con el testimonio, el Vudú es un conjunto de prácticas religiosas que incluyen una mezcla de cristianismo con religiones africanas, fetichismo, culto a las serpientes, sacrificios rituales y empleo del trance como medio de comunicación con sus deidades, procedente de África. Es corriente entre numerosos habitantes de Haití, cuyos sacerdotes y sacerdotisas tienen un elevado rango de reconocimiento social y político.



Diferente a la usanza colombiana, en este cementerio los restos no son rescatados después de varios años y en muchos casos en los panteones familiares o de grupos asociados se depositan muchos cadáveres a lo largo del tiempo. Pero los restos, como se llaman en Colombia, no se retiran.
Recuperando mi capacidad deductiva, pensé que tienen razón los familiares y amigos de estos muertos que ya lo estaban en vida. 
-Lo único que pueden exhumar de estos muertos es su dolor, le dije en voz baja a Jorge Enrique Sinchez, mientras hacía una foto de la calavera.
Vi, del mismo modo, una cruz de palo -como la canción- levantada sobre un cajón de hierro enmohecido y en su elemento horizontal tenía envueltos algunos trapos de distintos colores y me acordé de otra de las aventuras infantiles cuando las cometas de algunos niños quedaban enredadas en las cuerdas de la energía porque el inquieto grupo de muchachos le cortaba el hilo al que la elevaba.
Este altar de sacrificios sin animales, con los  mismos sacrificados, es un triste escenario de angustia, amplio y triste como la soledad, como sus muertos…y como los vivos que apenas sobreviven, oprimidos por los poderosos, con la lejana esperanza de que se acaben los falsos reyes que necesitan de esclavos en nombre de la ley y en nombre de los dioses ancestrales, de los dioses africanos, de los dioses de todas las sectas y religiones, de los dioses del Vudú, de los dioses de los charlatanes, del de los supersticiosos. Y con la fe de que el desarrollo económico no se ponga por encima de lo social, por encima de todos los derechos.


Estas tarde, tras un recorrido por Puerto Príncipe quise revivir aquellos momentos y entonces me asomé a mi libreta de apuntes y mirando el rostro inmutable de la muerte, escribí este perfil del escabroso cementerio.

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