miércoles, 11 de enero de 2017

El grito de un pueblo en desastre

El cielo encapotado, las nubes se mueven velozmente a baja altura, una llovizna pertinaz  nos golpea en la cara y las olas se estrellan con furia contra toneladas de basuras y desechos de toda clase diseminados a lo largo de las playas tristes, en un murmullo inarticulado, semejante al anuncio de un cataclismo. En medio de estas imágenes y condiciones llegamos a Cabo Haitiano, población situada en el extremo occidental de la isla La Española, la segunda más grande de Las Antillas, después de Cuba, cuyo territorio lo comparten República Dominicana y Haití. Hicimos el viaje por tierra desde Santo Domingo, en una travesía casi total de la isla.
Fue como descorrer un velo enigmático y asomarnos a los parajes más tristes de nuestra ya larga experiencia periodística,  y encontrarnos con el espíritu de la belleza horriblemente profanado por un sendero interminable de basuras, fango y la hostilidad de la gente que, igual a las hormigas  arrieras, se mueven de afán, con cargas voluminosas sobre sus cabezas-plataforma en medio del caos de las vías atestadas de ventas ambulantes de todo tipo, por las que circulan vetusto automóviles y un enjambre de motocicletas.
Un viento de tempestad sacude y doblega las palmeras y también nuestros espíritus que todavía tienen frescas las imágenes luminosas y opulentas de Punta Cana y Santo Domingo. La Luz no se refleja, se pierde al caer sobre esta población, como una maldición de los otros habitantes de la tierra; el mar, ese sagrario de vida y color, también se destiñe, sus colores se degeneran, se torna taciturno y adquiere un aspecto cobrizo sulfatado, quizás por el dolor de su vientre envenenado por el lodo y las basuras.
Cabo Haitinano es una población construida sobre el fango y las basuras que esparcen sus olores por donde camines, principalmente en los contornos de la zona comercial.
La gente habla en creole, una combinación del francés y lenguas africanas, lo cual constituye un muro colosal de palabras que nos impiden relacionarnos con los caminantes y comerciantes informales quienes, además, nos miran con extrema desconfianza, casi con odio y en muchas esquinas fuimos rechazados con gritos amenazantes como "No blanc". No les gustan las fotos porque aparentemente creen que el visitante las hace para obtener dinero en el extranjero. Sin embargo, en sitios de menor concurrencia, se puede establecer la comunicación mediante el lenguaje gestual.
Y en ese diálogo mezclado con algunas palabras del español, del inglés y del francés, se evidencia que los nativos le atribuyen a los blancos el origen de todos sus males, del sendero de error, de pobreza y de exclusión que recorren de rodillas, como herencia de sus antecesores.



El mar tiene el aroma de los laureles muertos, la fragancia de la derrota, como un poeta mudo que no puede convertir en versos sus dolores.
Con esfuerzo contuve las lágrimas por el dolor ajeno y entonces pensé en los poetas predilectos de mi juventud, Walt Whitman, en el norte, y Almafuerte, en el sur, quienes le pusieron la frente al dolor colectivo. Les tembló el dolor del pueblo, de la misma manera que un venado entre las mandíbulas  de un tigre. Mientras que hoy la mayoría de los poetas, escritores y académicos son aves de mal agüero del despotismo, de la desigualdad, de la explotación, cuando no del conformismo y de la resignación. No  solo no le sirven a la causa de la libertad, sino que además insultan a quienes la defienden.
Además de los carros recolectores de basuras que descargan los desechos en la playa, muchas personas orinan y defecan en los alrededores porque no tienen otra opción, en presencia de soldados chilenos, mejicanos, kenianos y uruguayos, de las Naciones Unidas,  cuya función es inane, nominal, como garantes de la entrega de las ayudas internacionales que llegan a este país.

Los mercados informales, desde un tornillo, zapatos, ropa, repuestos automotores, bicicletas de segunda, medias, frutas, comistrajos, bebidas, juguetes, se surten de los poderosos intermediarios de la entrega de los aportes internacionales. Las donaciones se convierten en un mercado que deja muchas ganancias mientras un alto porcentaje de la población vive con 2 dólares diarios.
Un grupo de niños prepara al aire libre y en latas de aceite y de leche una comida de arenques con salami y sus rostros desencajados por la agonía derivada de la pobreza, la miseria y las condiciones antihigiénicas, son el resumen de la maldita desigualdad, de la indiferencia de sus hermanos y de la mezquindad de los poderosos.
Este cuadro no es otra cosa que el grito de un pueblo en desastre al que no escuchan ni los dioses ni los césares.








1 comentario:

  1. Excelente vision de una realidad patetica de dolor,abandono,explotacion de un pueblo marginado de todo desarrollo,este retrato de JM causa desazon y tristeza.

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