martes, 10 de febrero de 2015


Tradición oral indígena
El bakaki es una extraña simbiosis de mitos, leyendas, cuentos, rezos, conjuros, cantos, bailes e imaginarios que como una impronta distingue a la etnia Uitoto y al mismo tiempo es el instrumento para la transmisión de sus conocimientos mitológicos y cosmológicos ancestrales.
 La siguiente narración hace parte del paquete de bakakis recogidos por el psicólogo Carlos Enrique Zapata Bohórquez, a lo largo de 6 meses de convivencia con miembros de la etnia uitoto asentados en las riberas del río Caquetá, aguas abajo del municipio de Solano, departamento del Caquetá, y editados por Jesús María Cataño Espinosa, atendiendo una solicitud expresa de Zapata Bohórquez.

EL SECRETO DEL FUEGO

En un anticipo premonitorio y legendario de los abusos que se cometen contra los niños cuyos padres los dejan solos en las viviendas, la anciana diabla Raaïkïño ingresó a la residencia de una familia en donde varios muchachos corrían y jugaban tranquilos en ausencia de sus papás.
Pero a diferencia de los trágicos hechos de la actualidad, la diabla veterana entró a la vivienda con la intención de iniciar a los menores en la preparación del cazabe con fuego y no como se hacía hasta ese momento: con el calor de las axilas y las corvas.
Tras enterarse de la ausencia de los padres, Raaïkïño entró amablemente y les pidió un poco de caguana y cazabe. Como no estaba tostado con fuego, la anciana lo percibió de inmediato y les pidió que prestaran atención a sus explicaciones para que aprendiera a preparar el mejor cazabe de manera más efectiva.
Pidió un poco de leche y de su boca extrajo el fuego con el que preparó el alimento gustoso que encantó a los niños y se acostó en una hamaca. Les pidió avisarle cuando llegaran sus papás y así se mantuvo oculta de los mayores durante varios días pues con las alertas se levantaba y corría hacia su cueva, en los contornos de la casa.
Tomando confianza, comenzaron los abusos y entonces puso a los pequeños a sacarle sus niguas, esos insectos dípteros parecidos a la pulga pero más pequeños y de trompa más larga, que penetran en la piel, principalmente de los dedos, y provocan picazón y dolor semejantes a las de los hongos.
Al niño que “toteaba” las niguas, le daba un trozo de ñame feo y al que se las sacaba enteras, sin romper el saco de sus huevos, le pasaba un pedazo del mejor ñame que sacaba del bastón, hecho de la raíz de esta planta.
Al cabo de varias semanas, el padre los muchachos notó cómo la caguana que preparaban por la mañana y la leña que juntaban, desaparecían por completo, sin que las explicaciones que le dieron los muchachos fueran satisfactorias.
Asustados por las amenazas del enojado papá, los niños se miraron entre ellos, agacharon sus cabezas y se dispersaron en silencio. Pocos minutos después, uno de ellos “cantó” la realidad de los hechos que ocurrían en casa desde hacía varios días.
-Una viejita viene todos los días, se toma la caguana, pide leña, cocina el cazabe y nos pone a sacarle sus niguas…y hasta nos da ñame, le dijo el muchacho a su papá.
-Se trata de la diabla, precisó el hombre, después del relato del niño.
-Como ella les quita la leña, ustedes deben quitarle el fuego, como un actitud de simple justicia, le dijo al grupo reunido en una de las habitaciones.
También les ordenó que, de manera progresiva, le quitaran trozos al bastón para que la diabla no tuviera recursos para regresar a su cueva y los papás la pudieran encontrar en flagrancia, en invasión de la vivienda.
Durante el día, los muchachos se alternaron en las tareas de debilitar el bastón de la anciana con cortes transversales casi completos, mientras ella ponía sus pies para la extracción de las niguas.
Cuando en coro los niños exclamaron: “ahí viene papá”, la diabla intentó huir pero el bastón se partió en la punta y no pudo levantarse; al segundo intento el bastón se partió más arriba y a su tercer esfuerzo, el apoyo definitivamente no le sirvió. Pero cuando iba de bruces al suelo, la anciana desapareció, su imagen se derritió entre los niños que miraban cómo no pudo levantarse.
Cuando los papás regresaron no hallaron ni el rastro de la bruja que mediante sus poderes logró refugiarse en la cueva, en donde se mantuvo durante largo tiempo, dedicada a la preparación de su venganza con los muchachos.
Con una vara de ortiga, una canasta y varias cortaderas, la diabla regresó pasadas algunas semanas, entró a la vivienda y, a empujones, recogió a los muchachos y dejó señales como de un accidente sin darse cuenta de que uno de los niños había quedado colgado del dintel de la puerta en donde colocó la trampa.
Informados en detalle por el pequeño sobre los episodios ocurridos, los padres se encaminaron hacia la cueva de la anciana y entraron en ella con sigilo, silenciosos, aunque vieron a varios diablos que devoraban a uno de los pequeños. En medio del festín, los diablos soltaron una infidencia, relacionada con su única vulnerabilidad: el ají.
Pacientes, los padres sembraron ají en sus sementeras y con la cosecha de sus frutos rojos y picantes volvieron a la cueva, en donde se realizaba una especie de convención diabólica. Todos los asistentes, con excepción de dos pequeños, murieron envenenados con la salsa picante del arbusto solanáceo.
Con la intención de criarlos, se llevaron a casa los dos diablitos. Pero no se imaginaron que realmente estaban cargando una alcancía explosiva.
Pocos días después de que la pareja celebrara el nacimiento de un niño, y estando los diablos ya volantones, reapareció su innata y pérfida condición, se revivió su circuito inconsciente de maldad y entonces la diabla le habló a su hermano:
-Ese numedo –aguacate- ya está listo para comer, le dijo en voz baja, señalando al bebé
-Aunque estamos habitados por el mal, no debes hacerlo…por conveniencia y por gratitud, le replicó en tono enérgico, a tiempo que le recomendó salir de la vivienda y activarse para una jornada de pesca.
Pero la brujita apenas controló sus perversas tendencias por espacio de unos pocos minutos y movida por la dinámica pulsional del principio del placer que se acerca a lo abominable, extrajo y devoró el cerebro de la criaturita, dejando el cráneo vacío, como hace la plaga de la broca con el grano de café.
Los ojos del bebé volteados y en direcciones contrarias, le permitieron a la pareja descubrir el repulsivo y macabro acto perpetrado por la diablita. Enseguida la amarraron, le echaron ají y le prendieron fuego. Mientras ardía, sus ojos salieron de su cuerpo y “volaron” hasta la laguna en donde pescaba su hermano, quien, de inmediato, concluyó que la brujita había desacatado sus recomendaciones.
Sin dejar ver su pesar y enojo por la suerte de su hermana, llegó a la casa cargado de pescado, se tiró a la hamaca y sus pensamientos no pudieron separarse del trágico episodio.
Sus padrastros salieron temprano al día siguiente y el diablito empezó a buscar entre las brasas los restos de su hermana, pero lo único que encontró fue su dedo meñique, con el que hizo una pequeña pero muy sonora flauta. En ella metió todas sus penas y comenzó a disfrutar un placer ambiguo, entre el dolor y la satisfacción. Un sentimiento bien expresado es como una verdad bien dicha y a través de su flauta se ganó la atención y admiración de toda la comunidad, cuyo cacique le pidió llevarlo hasta el sitio en donde había conseguido la madera para la fabricación del instrumento.

Los llevó a un sitio muy alejado, en una pequeña colina, en donde los encantó con su flauta y prácticamente los hipnotizó, los manipuló durante varias horas hasta someterlos a una rara somnolencia. Los maldijo por haber matado a toda su familia y quemado a su hermanita y mediante un raro conjuro los convirtió a todos en pájaros muchileros…para que el resto de sus vidas vivieran colgados y en medio de la soledad.

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