sábado, 17 de enero de 2015

Mi encuentro con el coloso de las alturas






Levantándome ayudado por Erika y Miguel, y admirado por la hazaña de haber llegado hasta el cráter del volcán Puracé, miré de nuevo hacia esa profunda fosa cubierta de neblina y percibí, como una caricia, el aroma de sus entrañas agitadas.
Lancé una piedra, como ofrenda y como símbolo del nexo que acababa de establecer con este vigía insomne del paisaje colombiano. Como homenaje de admiración y, por qué no decirlo, como manifestación del poder y del refinamiento que se sienten allá en la cima colindante con el infinito. En esas regiones solitarias desde donde se aprecia mejor la perspectiva de desgracia que se asoma sobre nuestra patria y en donde también se percibe la descontaminación no solo del ambiente sino de la gente misma.
Encantados por la conquista y dominados por las condiciones extremas de la  temperatura, las ráfagas de viento y el sentimiento de soledad, comenzamos el descenso cuidadoso y en el balance personal pensé, además del éxito de la expedición, en el ultraje y la contaminación que cientos de turistas provocan en estos parajes lejanos, agrestes y helados de la geografía nacional.
Mientras resbalaba, caía y decía cosas entre dientes, me llegó como un tónico la imagen del rey de los Andes, el segundo objetivo principal de esta expedición. Sentí retorcijones estomacales al imaginarme ese encuentro cara a pico con el ave voladora más grande del planeta, emblema del poder, la Libertad y la inteligencia. El mismo que engalana el escudo de Colombia, que se encuentra amenazado gravemente y del cual solo quedan 3 ejemplares que viven en la zona de influencia de la cadena volcánica Puracé.

 


El Cóndor, que combate solitario desde el corazón de las nubes, el verdadero “patrón”; el que despierta en algunos un sentimiento combinado de admiración y de odio, proveniente de la envidia. 
La noche llegó temprano, empujada por los vientos silbadores y helados que se metieron por debajo de la carpa, por los ojos, por los pies, por todas partes. Nos sentimos atrapados en un frigorífico pero pronto nos apretujamos envueltos en las bolsas de lana y metidos entre calentones, pijamas, pantalones, sudaderas, camisetas, chaquetas, gorros y pasamontañas.
El extremo cansancio nos fundió muy pronto y cuando Miguel me despertó a las 5:30 pensé que apenas había dormido una hora. Era el momento del desmonte de la carpa y del empaque del trasteo para comenzar el regreso, que de paso nos llevaría a “la piedra sagrada” donde los indígenas ponen carne descompuesta para atraer al Vultur gryphus, nombre científico del rey de los andes, al cual le llaman “el santo”. De ahí se deriva el nombre de la “piedra sagrada”, que es donde come su santo.
Durante el desayuno, el avistamiento del cóndor fue el tema central y como es normal entre los colombianos, las especulaciones predominaron en todas las conversaciones.
-¿Si los veremos hoy?, preguntaba una joven con su cámara de video encendida
- Es muy posible porque ayer no bajó, respondió uno de los guías
- Entonces sí llegará hoy, pero bien temprano, intervino un estudiante
- ¿Se iría a otro lugar?, preguntó una señora setentona que no subió al volcán. Si hoy no viene, volveré mañana, pero lo tengo que ver, insistió.
Guardé silencio pero, como la señora, también pensé que no me iría de estos parajes hasta avistarlo.
Porque se trata de un encuentro excepcional. Quienes subimos a estos lugares lo hacemos atraídos por la espectacularidad, por las emociones, por la admiración, por la variedad del entorno y, desde luego, por el ideal de encontrarnos con el coloso de las alturas. La mayoría de las personas que nos congregamos aquí, solo hemos visto un cóndor en el escudo de Colombia, en el cine, la Tv o en las fotos de amigos, enciclopedias y revistas.  O en los envases de la tradicional empresa de gaseosas Cóndor, emblemática de la industria huilense.










Se trata –nada menos- que del ave considerada patrimonio cultural y natural de Suramérica, en peligro de extinción, cuya tasa de reproducción es muy baja pues pone un huevo cada dos años y sus polluelos alcanzan la madurez apenas a los 5 o 6 años. Es, además, una de las aves de más larga vida, al alcanzar hasta los 60 años. Algunos lo llaman el rey de los gallinazos y su primo lejano es el buitre.
Con sus alas desplegadas llega a los 3,4 m y su longitud de pico a cola es de 1,6 m. Su peso puede llegar hasta 12 kg. El cóndor, al igual que las otras seis especies de carroñeros de américa, pertenece a la familia Cathartidae, palabra derivada del griego "Kathartes" que significa "el que limpia".
Por su función de carroñero es una pieza importante en el equilibrio de los ecosistemas de los que forma parte y es muy útil para la salud de muchos animales, porque al consumir rápidamente los cadáveres elimina fuentes de contacto de enfermedades o focos de contaminación. Puede ingerir unos 5 kilogramos de carne en un día y asimismo puede ayunar hasta cinco semanas.
Es el eje de mitos y leyendas, especialmente entre las comunidades indígenas y desde siempre ha sido señalado como emblema del poder y de la inmortalidad. Algunas tribus le atribuyeron la capacidad para levantar y bajar el sol y por tanto fue considerado como el responsable del día y de la noche.
No se trata de un encuentro cualquiera, con un paisano o con una muchacha bonita, con un elefante o con una vaca recién parida; con un gallo de 3 patas o con unas cabras siamesas; con la virgen de Piendamó o con cualquiera de esos “santos” aparecidos que se inventan los curas; con los “cabezas redondas”, del Sahara o con las impresionantes líneas de las planicies de Nazca. Ni con los “ovnis” avistados en el Pital, Huila, mientras escribía esta nota a pocas cuadras del parque principal de esa población.
No se trata de un fantasma creado por las leyendas, las habladurías, los fraudes y los engaños a los que nos tienen acostumbrados los políticos y los gobernantes. No es la aproximación a un misterio de los que abundan en la cosmovisión de la gente.
Se trata del encuentro con el rey sabio y poderoso de las alturas andinas que habita en los contornos del páramo del Puracé y que a pesar de las amenazas persiste soberbio en su trono inaccesible entre riscos y escarpados de las altas montañas.


El rey de los Andes que en el escudo de esta patria en decadencia simboliza el heroísmo de nuestros antepasados; el Cóndor bravo y bello que desde las alturas ya no ve sino un desfile de pastores ambiciosos con sus rebaños sumisos pisoteados por la injusticia y la violencia.
El alto perfil del personaje de la insólita cita, perturbó severamente mi estado anímico y también mis funciones digestivas, como sucedió hace ya un poco más de 32 años cuando  caminé una semana por la selva ecuatoriana en busca de ese fenómeno de masas llamado Jaime Bateman Cayón, máximo líder del M-19, quien puso en mis manos la primera propuesta de paz en Colombia con destino al recién posesionado presidente Belisario Betancur.
Por la carretera Puracé-La Plata, que se mete por un cañón en la cúspide de la cordillera, hay un aviso que identifica el área como lugar de posible avistamiento del cóndor. Por un camino de herradura rodeado de piedras grandes, se asciende hasta la “piedra sagrada”, en donde los indígenas depositan vísceras de res y cerdo descompuestas como señuelo para el ser supremo de los Andes y han obtenido un comportamiento, una modificación de la conducta del animal. 

En psicología se conoce como “la obtención de un modelo por el paradigma pavloviano de estímulo y respuesta, denominado como condicionamiento clásico”. En otras palabras, aplican el principio conductista, según el cual, todo comportamiento es siempre una respuesta a un estímulo específico.
Escondimos las motos en el primer recodo del camino, me señalaron la “piedra sagrada” y dibujé en mi mente el vuelo de llegada. Repentinamente, el dolor abdominal generalizado se intensificó, se convirtió en calambre intenso, sentí la apertura fatal del esfínter anal y no encontré el papel higiénico en ninguna de las 5 maletas.
Y aunque lamento introducir aquí este fastidioso tema coprológico, tengo que decir que más de la mitad de mi libreta de apuntes quedó en la ensenada de un potrero y sus hojas utilizadas de manera inadecuada, perversamente perfumadas, se elevaron como cometas, arrastradas por los fuertes vientos, llevando las señales de mi ansiedad y de mi angustia.
Pasadas las oleadas dolorosas me enrumbé afanado por el sendero sinuoso y cuando transitaba por la última vuelta antes de la cúspide, uno de los guías me dijo en voz baja:
-Ya llegó el animal, haga silencio por favor- y me dio la mano para ayudarme a pasar un broche de acceso.

El patrón no asistió a la cita pero envió a su compañera que llegó “jalonada” por la carroña, en una simple ratificación de la vista y del olfato especialmente desarrollados que tiene esta especie. Y del paradigma condicionador.
Quedé perplejo, invadido por una incontrolable rigidez muscular, excitado pero con evidente disminución de las funciones mentales, tembloroso, dominado por una sensación alternada de asombro e indiferencia.

Un instante después de que la hembra del rey de los Andes desplegara sus alas para descender hasta la presa que rodó un metro, volví en mí, recuperé la cordura y me vi a pocos metros de su señoría, la dama del cóndor. Indiferente ante los ojos de 15 personas que la mirábamos y admirábamos, picoteó despacio y nos dejó ver su plumaje negro brillante y su banda blanca en las alas. Su cuello levantado, soberbio, “termina en  un corbatín”, como lo describió hace dos años mi hijo Oscar.

La cabeza sin cresta y sus ojos rojos fueron mi foco de mayor atención pues sus patas y uñas me despertaron miedo. Una hembra orgullosa porque de acuerdo con los naturalistas, su “marido” es monógamo, que no le pone cachos nunca en la vida.
Busqué en mi lenguaje lírico, musical y poético un término para saludarla, para definirla, para describirla, para conectarme con ella pero me bloqueé de nuevo y apenas exclamé en voz alta, casi a grito: ¡colosal !!. Los espectadores me miraron al mismo tiempo y el coordinador del avistamiento me llamó la atención.

  
Aunque he visto muchas cosas sagradas y malvadas; aunque he visto y descrito la muerte y la vida que nace; aunque he sentido la alegría y la tristeza, el frío y el calor extremos, el amor, el odio y algunas cosas que parecen eternas, como los paisajes, acabo de ver un símbolo auténtico del infinito, ahí a 3 metros de distancia, con su energía invasiva y su poderío tangible a través de los picotazos rítmicos. 
Para el sol, como para el cóndor y las estrellas, todo el horizonte está bajo su dominio y su poder se deriva de la inmensidad real de sus territorios. Sus legendarias condiciones son objeto de adoración y de mitos históricos y muchas comunidades los tuvieron como referentes de la vida y de la inmortalidad.
-¡Oh, cóndor de los Andes, que desde la inmensidad de las alturas y desde el escudo de Colombia observas el desequilibrio, los abusos, la opresión, la mentira y la resignación que los sostiene, envía desde el silencio infinito palabras de advertencia y rebeldía para que este pueblo recupere el valor perdido y con el recuerdo de las batallas libradas vuelvan las voces inconformes que reverberen en los aires, junto a tus garras combativas!!!. 

Terminada mi oración silenciosa, “la 06” –como la distinguen los responsables de su siembra en el Puracé- se lanzó al espacio con un solo aleteo y las fuertes corrientes de aire la elevaron dibujando su imponente silueta y dejando un sentimiento de gratitud entre quienes la tuvimos cerca.
Y entonces pensé: ¿hasta dónde ese paradigma que nos permite el contacto con el rey de los Andes puede provocar modificaciones nocivas de su papel en la cadena biológica?
¿Si el cóndor reconoce y asocia a los visitantes con la comida, dejará de buscar alimento en otras zonas, en detrimento de su condición de “limpiador” del medio?
Hay momentos felices, hay momentos tristes, hay momentos de llanto, pero este fue un momento de gloria que muestra cómo la vida es un torrente dinámico, un columpio de venturas y desventuras.
Entre esos picos que miran al rey todos los días, nos deslizamos penosamente, peligrosamente porque el estado de la vía es lamentable. Esa carretera es el medio de comunicación entre el occidente y el centro del país, tiene un alto volumen de tránsito y merece mayor atención por parte del gobierno nacional. Sus condiciones –aunque sin pavimento- mejoran desde la población de Belén, es decir apenas unos 27 kms de los 115 del recorrido total.
Con el sentimiento de libertad y gratificación en ascenso pero a punto de caer desmayados por el cansancio de la jornada, llegamos a El Pital y antes de las 8 de la noche ya estuvimos fundidos.
Terminamos una expedición inolvidable que fue como una apostasía contra la rutina y una comunión saludable con la naturaleza.




2 comentarios:

  1. Hermoso y bello animal y simbolo patrio!!!!!!

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  2. En nuestra Universidad del Cauca tubimos un cóndor por años, al que ibamos cada día.

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