viernes, 8 de septiembre de 2017

Personajes de la vida cotidiana. Los arrieros: madrazos de nobleza y sabiduría

Arrieros somos y en el camino nos encontramos
Agua que no has de beber, déjala correr
Muerto el perro, muerta la chanda
Es mejor volver atrás que perderse en el camino
Al mal tiempo buena cara y a lo hecho, pecho
Solo quien carga el costal sabe lo que trae adentro 
Donde se halla la hierba se encuentra la contrahierba
Cayendo y levantando, pero caminando
El camino no es el destino
Tu eres más desconfiado que un gallo tuerto 
Adentro mulas maiceras que el putas nos está esperando



 El desarrollo del país, su gente, su economía, su folclor, en fin, su historia toda, tienen una deuda ya impagable con los arrieros, quienes por montañas, cañadas, precipicios, valles y lomas inaccesibles hasta entonces, protagonizaron lo que Manuel Mejía Vallejo denominó como “la epopeya del hombre y la bestia frente al desafío del paisaje abrupto, en el milagro de los avances”. Y otra deuda con los cascos y los lomos de mulas y caballos que llevaron al hombre a los confines más lejanos e inhóspitos de la geografía nacional.
En Antioquia y el eje cafetero, la arriería fue pionera del desarrollo de esos pueblos y junto con el hacha, el machete y el sombrero, son los emblemas de esa raza pujante, preciosista, melancólica y prodigiosamente fecunda y longeva. Entre los abismos de su accidentada geografía se escuchan todavía los ecos de los madrazos de los arrieros pues ellos mismos dicen que “a las mulas hay putearlas para que trabajen”.
La expresión “¡arre mula hijueputa!, además de haber sido el combustible que movió el progreso de comunidades y pueblos enteros, es la síntesis de una operación semántica construida por la sabiduría del arriero para describir de manera simultánea la torpeza y la capacidad de trabajo de la bestia mular. Inspiradores de cientos de refranes, el arriero fue la síntesis de la sabiduría popular, del sentido común y del buen humor. 
 La devaluada figura del arriero en las regiones cafeteras, revive en zonas atrasadas del país, como la Amazonía, Orinoquía y llanos orientales, en donde todavía los caminos de herradura son los únicos contactos con la civilización.
El caballo, la mula y el arriero con su lenguaje procaz pero frentero, son actores de mucha importancia en la vida de pueblos olvidados, anónimos y hasta desconocidos por el Estado porque no aparecen ni en los registros del instituto Agustín Codazzi. En el Caquetá, Amazonas, Putumayo y en general en los antiguos llamados “territorios nacionales”, se levantan caseríos que funcionan como estratégicos centros de acopio y ejes de la economía de colonos, campesinos e indígenas, cuya vida gira alrededor de los arrieros y sus bestias.
Sobre lomos de mulas llegan hasta las entrañas de la selva el maíz, la panela, los fríjoles, el arroz, los combustibles, los aceites, los comerciantes, los sacamuelas, los políticos, los curas, los pastores, los vendedores de ilusiones, las putas, los paras, el ejército y la guerrilla. Y hasta las enfermedades llegan a lomo de mula.
Los madrazos gritados de los arrieros son -quién lo creyera- como caricias de amor para la selva dormida, herida por los caminos que se meten en sus entrañas. El “¡¡arre mula hijueputa!!” se eleva hasta los árboles y despierta los pájaros que sacan sus cuellos y con sus trinos piden que les canten algo sentimental.
 En las llamadas zonas rojas, la condición de mensajeros fue fatal para los arrieros pues tanto la guerrilla como el ejército y los paracos asumieron una actitud paranoica, de desconfianza que los involucró en el conflicto y los puso en medio de las balas cruzadas de todos los bandos. El arriero, el hombre bueno, picaresco, servicial y comunicativo se transformó en un ser desconfiado, solitario e, inevitablemente, en un individuo sucesivamente maltratado por los actores del conflicto.
La sangre del arriero, como la de la masa campesina, fertilizó las praderas, las selvas y hasta los grandes ríos de todo el país. Ültimamente, la sangre arriera se vierte de manera constante en Caquetá, Putumayo y los antiguamente llamados territorios nacionales principalmente. Las cicatrices quedaron ahí, debajo de sus ponchos, en lo profundo de sus pechos, en sus piernas, en sus pies aplanados por las alpargatas, en sus manos encallecidas por los rejos, las riendas, el poncho, la enjalma y el zurriago, que en el sur del país se llama perrero.
Las recuas de mulas ya son poco visibles en tierras cafeteras pero sobreviven en muchas zonas rurales  del país donde fueron maltratadas por la violencia. Y con ellas, los únicos madrazos de nobleza y sabiduría mentados por los arrieros, musicalizados con silbidos y con el rumor tenebroso de los zurriagos o perreros que levantan las mulas de los pantanos y alejan las fieras de los caminos solitarios.
Un campesino en el surco, el vaquero en su caballo, un arriero en la trocha, el pescador con su chile y el motorista de la pequeña embarcación en la popa, son los componentes fundamentales del progreso en apartadas, desconocidas y humilladas zonas de la patria, generadoras de riqueza pero miradas con desprecio por el Estado.
Los arrieros se destacaron, del mismo modo, por una "virtud" Non Santa, que les mereció el terror y el desprecio en muchas regiones, como fue su capacidad para seducir muchachitas -y también mujeres casadas- con sus promesas mentirosas, que generaron numerosos conflictos y hechos violentos entre algunas comunidades rurales.
Con su abundante oralidad, con sus dichos y refranes, con su sonrisa permanente -algunas veces espantosa- con su optimismo, con su buen humor, los arrieros nos dejaron el lenguaje coloquial, informal, familiar, ese que utilizamos en nuestras conversaciones, independientemente de nuestras profesiones. El lenguaje distendido, pero franco, directo, llano, carente de sofisticaciones, "irrespetuoso" con la gramática castellana. A mamá Alicia y muchas señoras "encopetadas" les disgusta, pero creo que es una herramienta facilitadora  de una comunicación rápida y directa con nuestros semejantes. La informalidad no le resta puntos a la seriedad. Ni tampoco a la vehemencia, ni a la sinceridad. La amenidad y la sonoridad no excluyen a la trascendencia.
Además, la sabiduría del dicho "arrieros somos y en el camino nos encontramos" es una advertencia de que ya tendremos la oportunidad para devolver un favor o un agravio, que en términos coloquiales significa pagar con la misma moneda.
-Y ¡arre mula hijueputa! porque "paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todas son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas "
a


Monumento a la mula y al arriero, en ArmeniaMonumento a la mula y al arriero, en Armenia

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