lunes, 18 de septiembre de 2017

Cataño en Fort Lauderdale

Después de casi 4 horas de vuelo desde Armenia, con una que otra sacudida sobre cordilleras, selvas y el Atlántico, y del pánico primitivo que me invadió al imaginar que sobrevolaba el misterioso Triángulo de las Bermudas, vi las aguas  atornasoladas de una gran inundación, un intrincado y extenso sistema de canales y los árboles desnudos y tristes de Fort Lauderdale, la llamada Venecia de América.
Es un importante destino turístico y de acuerdo con las estadísticas, más de 20 millones de personas la visitaron durante el último año, existen más de 50 mil barcos, pesqueros y veleros, de propiedad de los  residentes, con más de 100 puertos deportivos y de astillería.
Un agente turístico del hotel nos explicó que la ciudad recibe su nombre por numerosas fortalezas construidas por Estados Unidos durante la denominada segunda guerra seminola y por el apellido de un alto oficial encargado de la construcción de las más importantes fortificaciones.
En general, La Florida es una gran esponja que absorbió muy pronto no solo el agua sino también los dolores causados por "Irma". Pero también la esperanza lo llena todo, hasta las casas y edificios vacíos por la huida masiva de la gente que apenas retorna después del gran susto.
Amanecí, pues, en Florida, uno de los grandes destinos imaginados por todos, que a la vez es un lugar de grandes historias e ideal para grandes relatos. Desde mi cama del hotel Ramada Plaza vi un cielo azul nítido. Una raya amarilla brillante y fugaz me partió en dos sin dolor cuando el viento movió la cortina que dejó ver una gran planada, un paisaje extenso cuyo aire todavía tiene el aroma de los árboles caídos, algunos de los cuales representan las palpitaciones postreras de la muerte y destrucción provocada por el huracán "Irma" hace apenas una semana en La Florida.
Desde el  tercer piso, allá lejos veo la ciudad que se hunde bajo una singular telaraña de puentes y avenidas, los automóviles parecen quietos, como indecisos en su viaje de regreso después de la mayor evacuación de la historia, forzada por los pronósticos meteorológicos pesimistas acerca del poder destructor del huracán.
La insolencia de la naturaleza unió a la gente en el miedo pero no pudo romper el individualismo capitalista del gringo que prefirió huir antes que desarrollar una actividad colectiva de protección. El temor propicia la desbandada de todos los ideales, de todas las ecuanimidades.
La ciudad está terriblemente quieta y la gente habla bajito, como los visitantes en la habitación de un enfermo grave, por temor a que "Irma" se devuelva con su ira exaltada. Se diría que aunque ya regresó la mayoría de la población, la ciudad está sola, callada y quieta. Los árboles, los jardines y sus lugares fecundos y queridos ya no están por cuenta de  la naturaleza, de esa naturaleza igualmente silenciosa pero irrespetada por quienes se creen superiores a ella.
La misma naturaleza que da respuestas de castigo y de venganza a las agresiones recibidas por parte del hombre que, invocando dioses y espíritus, presume de omnipotente. Precisamente aquí, frente a sus costas, se registró uno de los mayores desastres ambientales, el famoso arrecife artifical de Osborne, formado por casi un millón de llantas desechadas que fue construido con la pretensión de que sirviera como hábitat para algunas especie de peces pero se convirtió en una gran fuente de contaminación. Las llantas fueron desplazadas hacia un arrecife vivo, produjeron su muerte y han quedado varadas en las playas de manera escandalosa después de los huracanes y tormentas.
Pero bueno, aquí están los elementos vitales del temperamento americano, su gente, su disciplina, sus capacidad de trabajo, su orden, su amor por la patria...y su consumismo compulsivo.
La soledad de las vías peatonales, derivada del uso masivo del automóvil, me espantó y, quizás por el trauma desarrollado por la constante inseguridad en Colombia, entré en pánico, me sentí en riesgo, me creí una paloma asustada, salvada del terrible ciclón y me vi amenazado por las pocas personas que observé. Después de unas pocas fotos, corrí de regreso al hotel.
Los automóviles solo tienen una placa que va en su parte trasera, las mujeres son hábiles conductoras de articulados similares a los de Transmilenio -que aquí se llaman "guaguas" - dotados de dispositivos para el transporte de bicicletas. El pasajero detiene el bus, acomoda su bicicleta y aborda el vagón, sin afanes como si se tratara de su carro particular. Las conductoras -todas morenas claras y oscuras- hablan en voz alta y sustituyan las voces extrañas robotizadas que hacen los anuncios en el sistema de transporte bogotano. Los miembros de la tercera edad pagamos solo un dólar por trayecto. En mis recorridos de reconocimiento me gasté apenas 5 dólares. Eso sí, debes llevar el "peso" suelto porque la máquina no te da vueltas. Y también me encontré con los "avivatos", esa especie que abunda en el mundo, esa esencia sobrehumana simbólica, llena de ambiciones graciosas que te explota de manera inmisericorde. Uno de ellos me cobró 1 dólar por el cambio de un billete de 5. Pero lo tomé por el lado amable, como nos enseñó el genial Chavo.
De regreso al hotel, en la comodidad de mi cama, frente a una pantalla gigante, preparando un café que es un insulto para mi sobrino Javier, ahora experto catador, pensé que el periodismo es por momentos una forma de vagancia productiva que nos ofrece estos momentos de refinamiento voluptuoso. De todas maneras y aunque les despierte una sonrisa medio guevona, sigo siendo una persona que está fuera de toda contaminación y servidumbre. Soy siempre libre porque estoy por fuera de todos los convencionalismos. Ríanse porque la risa es un esfuerzo del espíritu hacia el olvido del dolor. Aunque muchas personas dicen temerle a las risas exageradas y sostienen que algunas veces se han sentido tristes pocos minutos después de haber reído. Entonces, no se rían.
En medio de la embriaguez visual después del recorrido de 3 horas en "guagua", sintiendo la grandeza del poder gringo que se percibe por todas partes y es un orgullo nacional tan grande como sus rascacielos, recordé que precisamente aquí en Fort Lauderdale la naturaleza se tragó a un escuadrón de 5 aviones torpederos, pocos meses después de finalizada la segunda guerra mundial. Con ese episodio triste, comenzó la leyenda famosa del "Triángulo de las Bermudas", cuyos otros dos ángulos son Puerto Rico y Las Bermudas.
Mañana les contaré detalles sobre la visita que hice a Miami, el corazón turístico y de negocios golpeado por la revolución completa de las leyes de la naturaleza que sometió a sus habitantes. Por eso es que afirmamos que todo lo que ocurre es natural porque fuera de la naturaleza no están sino los fantasmas, que en Colombia se personifican en la inequidad, la corrupción y la politiquería.
Tenemos que devorar la vida antes de que ella nos devore. La naturaleza misericordiosa nos tiene mientras tanto entre las maravillas de mi familia y amigos residentes en USA, perdonando a quienes se ríen de nosotros.

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