viernes, 17 de julio de 2015

Expedición pajarito Verde (7). San Andrés, un paraíso en decadencia


San Andrés, el archipiélago colombiano con una de las mejores playas de América, declarado por la UNESCO como Reserva de la biosfera; el destino soñado por colombianos y cientos de miles de extranjeros, con su mar multicolor y en donde sus nativos izan  orgullosos la bandera tricolor desde el 23 de junio de 1822, entró en periodo de franca e inocultable decadencia.
Como en “El paraíso perdido“, de Jhon Milton, las sombras de sus glorias pasadas ocultan las debilidades y fallas que marcan el comienzo de la curva descendente, rumbo a la ruina de este paradisíaco territorio colombiano que a pesar de su distancia con la Costa Atlántica -775 kms- fue contagiado del mayor mal del país: la corrupción.
Lugares y espacios emblemáticos de la isla abandonados, en ruinas parecidas a las que sufren algunos barcos encallados muy cerca de sus playas; las basuras amontonadas en los sectores periféricos, las calles maltrechas aún en sectores próximos al centro turístico y su arquitectura histórica-patrimonial consumida por la carcoma y los roedores, son los signos más evidentes del desinterés, del olvido oficial. 

La antigua casa de la cultura, en el corazón de la zona turística, simboliza el desprecio por el cuidado y preservación de los componentes importantes del entorno insular. Más que olvido, la decadencia es, inocultablemente, producto de la corrupción que se engulle de manera atropellada los recursos millonarios que ingresan a la isla.
San Andrés es el único territorio colombiano en donde los connacionales debemos pagar un impuesto para ingresar a su jurisdicción geográfica, equivalente a $50 mil por persona. A la isla llegan, en promedio, 2.000 personas diariamente, de las cuales el 80% paga el impuesto. Las demás son nativos a quienes no se les cobra.
Es una verdadera cascada de dinero, cuyo manejo y control no fue posible establecer de momento, pero para lo cual se solicitó información mediante un derecho de petición.
Las personas que identificaron al periodista en distintos sectores de la isla, le pidieron preguntar por ellos sobre el destino de los recursos provenientes de “esa mina de oro“.
La desorganización y el abandono son más evidentes, desde luego, en los sectores populares, pero en la zona comercial también se perciben señales de los destrozos y de la ausencia del gobierno.
En las playas no hay servicio de baños públicos y los hoteles prestan este servicio exclusivamente a sus huéspedes. Tampoco se ofrecen espacios con Wi-Fi gratis, como en otras ciudades.
De conformidad con testimonios recogidos durante varias horas de charlas con los nativos y visitantes, la inseguridad aumentó dramáticamente en los últimos meses se han registrado muertes violentas, aparentemente por ajustes de cuentas, y también se incrementaron los atracos a mano armada.
La mayor preocupación de los nativos está asociada al futuro de su sobrevivencia pues consideran que al ritmo que va la pérdida de imagen ante el mundo, en pocos años serán muy pocos los visitantes. Y ellos dependen del turismo porque actividades económicas como la agricultura desaparecieron por cansancio  de los suelos, y la pesca se redujo notablemente tras el despojo reciente de áreas marinas.
Personas que han visitado la isla desde hace muchos años, coincidieron en que “esto ya es un basurero“ y recordaron los días felices de sus paseos al archipiélago.
La insensibilidad por la suerte de la isla es notoria, del mismo modo, entre sus habitantes, muchos de los cuales no oyen ni ven nada, sumidos en una indiferencia, en una resignación tan sublime como el mar Caribe.

No se trata de un presagio. Es ya una realidad que se palpa, como la de estar rodeados de mucha agua pero sin agua para beber, en una realidad pasiva desconcertante como si el mar y el urbanismo, por si solos, como el ángel de la guarda, fueran su salvación.
Arrastrados por la rutina, como las olas que chocan contra los arrecifes coralinos o el viento que entrelaza las arenas y las basuras, los sanandresanos apenas comienzan  a sentir que su paraíso puede ser un infierno en pocos años si no se suman a las voces que ya promueven un cambio en las costumbres políticas que permitan poner al frente de su barco a la gente comprometida con el mantenimiento y mejoramiento de las condiciones que hicieron de este alejado pedazo de Colombia el sueño de miles de personas de todo el mundo.
Porque Satán, el héroe del poema de Jhon Milton, resuena en las heridas de la corrupción, en las extrañas sombras de la politiquería, en busca de un “Paraíso perdido“.

2 comentarios:

  1. No joda, me dañó la noche. La realidad aturde. Veré una película o algún noticiero oficialista para alejarme de la dura realidad, como la que cuenta Chucho en esta crónica.

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  2. Jesus Maria: Que tristeza, que cruda realidad y que irresponsabilidad de los organismos de planeacion nacional y del Ministerio del Comercio y el Turismo
    con el desden de la clase dirigente corrupta que se ha empoderado de ese " destino y recurso turistico"del mar de los siete colores" que cada dia se desdibujan con este sombrio panorama en donde la desidia y el desinteres son la tendencia de la clase politica que hay que relevar, por unos verdaderos voceros oriundos de sangre y de identidad san Andresana. Gracias por esta Cronica denuncia que todos los medios debemos replicar.

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