viernes, 29 de mayo de 2015

Recuerdos, triunfos, nostaslgias y fatigas


- Doctor, vengo a que me baje la potencia sexual.... 
- Pero abuelo, si a su edad la potencia sexual solo se tiene en la cabeza.... 
- Por eso, por eso quiero que me la baje!


Experimentando temores, principalmente asociados a la búsqueda de una vejez menos traumática, con buena salud y en pleno uso de mis capacidades, este cumpleaños me puso en la ventana por donde se miran los cambios y el deterioro que afectan las condiciones sensoriales. En nuestro medio, la vejez no es un proceso natural, sino provocado por los sufrimientos derivados de la violencia, la inequidad, las privaciones, las discriminaciones y las injusticias. Y en mi caso, disfrutada por la dulce indisciplina. En Colombia, el envejecimiento es más cruel que la misma muerte y un alto porcentaje de los ancianos no piensa sino en morirse.
Cuando ya ingresamos por el pórtico de la vejez, por donde entramos a los jardines apacibles de nuestros últimos años, miramos con satisfacción aquellos tiempos cuando apenas cultivábamos nuestras ambiciones...todos los días son válidos para rememorar nuestra juventud, aquellos días cuando nos preparábamos para las batallas que ya ganamos...o que perdimos


Y para alejarme de la lista de señales de advertencia de la enfermedad de Alzheimer y otros tipos de demencia, hice un recorrido por episodios notables de mi muy lejana infancia.


* La felicidad inocente que sentí aquel ya muy remoto día cuando mi hermano Néstor me obsequió un juego de cuchara, tenedor y cuchillo con motivo de mi quinto cumpleaños. Ese día escuché por primera vez la palabra trinche y muchos años después, en el departamento del Caquetá, conocí y me moví por algunas trinccheras. Entonces pensé que mi hermano mayor, de maneara no deliberada, me predispuso con su regalo a la lucha constante que ha sido mi vida.
* La perturbación angustiosa que viví en Girardot durante un paseo escolar, a mis 8 años, al cruzar el puente férreo, en uno de mis primeros desafíos a las prohibiciones. Hoy, siento un placer casi morboso que me empuja a trasgredir, a actuar en contra de las normas, de lo establecido, de los convencionalismos, de los formalismos, de los protocolos hipócritas.
* La frustración provocada por mi profesor de quinto año, Ricardo Gonzáles, al reversar mi promoción al bachillerato, en represalia por un acto que le costó la pérdida de su traje por un corte que le hice -con una cuchilla de afeitar- en la manga derecha de su saco. Mi padre me produjo cortes muy similares en las nalgas, con un rejo conocido como "pretina", utilizado para los castigos más severos.
* El sentimiento combinado de vergüenza y orgullo que experimenté cuando me tocó caminar por las calles de mi natal Armenia, vestido con una sotana como estudiante del Seminario Menor San Pio X. Todavía conservo la estampa ridícula que me tomó un fotógrafo callejero en la carrera 16 de la capital quindiana. Cuatro años después, en esa misma institución y en desarrollo de mi conducta en contravía de lo ordenado, fui acusado de incurrir en actos de apostasía por mis frecuentes y calurosos debates sobre el origen del hombre.
* El enfado de la directivas del mencionado Seminario al conocer un acto calificado como inocultable manifestación de iconoclastia perpetrado con la colaboración del hoy médico Germán Arango, en la continuación de las extravagancias juveniles. Las imágenes de la virgen del Carmen y su niño en brazos, instaladas en la peluquería del claustro, fueron desfiguradas, disfrazadas y ridiculizadas con la colocación de barbas y bigotes usando pelo natural y pegante, que entonces se conocía como goma.


La  molestia del rector del seminario, el cura Julio Ernesto Dávila fue de tal intensidad que durante la asamblea general de estudiantes y padres de familia, convocada para denunciar el hecho, no pudo recobrar la calma y siempre habló con interrupciones espasmódicas, como los tartamudos. A mis padres se les pusieron los pelos de punta con esa historia y una semana después los "iconoclastas" seguíamos desfigurados, disfrazados por las secuelas del castigo que nos infligieron en casa y satanizados por el colectivo escolar.


*Los momentos de intensidad y plenitud que vivieron mis padres y mi hermana mayor, Gladys, durante la ceremonia de graduación como bachiller del colegio Rufino José Cuervo, donde aterricé tras el lanzamiento desde el Seminario. La obtención del grado de bachiller hace 46 años equivale a coronar un postgrado en la actualidad. Fue algo así como la recuperación del muchacho apartado del camino del sacerdocio, de la oveja separada del rebaño, del joven que cada día se alejaba de la conducta ideal diseñada por unos padres ultraconservadores.
*Mi desilusión por el engaño de la Universidad La Gran Colombia que en 1970 abrió en Armenia el pregrado de Derecho, después de una campaña nacional por los medios de comunicación. Al final, la propuesta resultó una tibia imitación de facultad de ciencias políticas que motivó el retiro de muchos de quienes anhelábamos convertirnos en brillantes abogados. El periodismo tiene una deuda con esta universidad de garaje, pues tras mi decepción di un giro hacia esta, la más linda e igualmente peligrosa profesión del mundo.
*La tristeza severamente perturbadora al encontrar a mi padre entre un grupo de sus "amigos", en una bulliciosa repartición de billetes, en el café El Ajedrez, de Armenia, gravemente afectado por el consumo de licor. Esta escena y otras muy frecuentes de sus borracheras semanales provocaron una fuerte vinculación de mi conciencia con esos episodios y lo que inicialmente fue un rechazo, se tornó progresivamente en una aceptación cómplice y -lo más grave- en una conducta aprendida que traspapeló el libreto de mi proyecto de vida.


*Mis largos -pero frecuentemente interrumpidos- sueños en los prados de la universidad de Antioquia, durante una desesperada cacería al hoy brillante y encumbrado abogado Nodier Agudelo Betancurt, quien telefónicamente me ofreció su apoyo para reintentar mi ingreso a una facultad de Derecho. Fue una semana kilométrica de hambre, frío, sueños no conciliados y problemas  con las autoridades a causa de mis merodeos constantes por los mismos lugares. Este trágico itinerario también me empujó hacia el periodismo de alguna manera pues una noche, casi madrugada, llegué hasta los estudios de La Voz de Antioquia, en donde el locutor de turno -nadie menos que el glorioso Pastor Londoño Passos- me dió café con pan y vigiló mi sueño de 4 horas en el sofá de la recepción, después de escuchar atentamente mi película y los relatos sobre mis efímeras incursiones en Radio Reloj de Calarcá y La Voz de Armenia.


En medio de la nostalgia por las ilusiones perdidas, de los amores que no llegaron a ser del todo, por la felicidad apenas probada; por las luchas inanes y convencido de que la falsedad no está en las palabras sino en las personas, me acerco velozmente  al silencio inmaculado de la eternidad, cuando comienza la inmortalidad de lo que dijimos y escribimos antes de ingresar al seno de las tinieblas. Al diálogo silencioso y perpetuo con lo desconocido, sin rodilleras, sin azote, sin conveniencias, sin “engrases”, sin amigos, sin enemigos. La muerte es, por eso, la Libertad absoluta.
Mientras tanto, sigo incondicionalmente aliado con la lectura, la escritura y, naturalmente, con la indisciplina, que me ofrecen una realidad alternativa, libre de la tiranía del tiempo y la mentira.


No hay comentarios:

Publicar un comentario