sábado, 23 de mayo de 2015

Los paisajes que me mostró la fiebre


Mi centro regulador hipotalámico, mejor dicho, mi termostato, tuvo un severo desajuste esta madrugada por causa de la gripa que me visita cada 5 o 7 años, pero con una crueldad semejante a la del más áspero y escabroso apostillador de las redes sociales, el desaparecido tetrallavecita Harvey Lopera. Mi madrugada fue amarga, intermitente, entre fiebre y escalofrío, estuve en el limbo, ese espacio extraterrestre en donde, de acuerdo con los curas que nos metieron miedo en la infancia, estaban detenidas las almas de los santos y patriarcas antiguos esperando la redención del género humano, así como los niños que murieron antes de ser bautizados.
Ni los recursos físicos, ni los farmacológicos sirvieron para recuperar y estabilizar mi temperatura corporal: comencé con la aplicación de agua helada, a chorros; seguí con la colocación de toallas húmedas; después utilicé esponjas empapadas con alcohol y hasta recurrí a los enemas con agua fría, de manera simultánea con el acetaminofen y algunos glucocorticoides. Pero seguí altamente afiebrado y asustado.
Mi pieza se oscureció, aunque el bombillo estaba encendido, todo se hizo negro y silencioso y solo volví en mí a las 8, cuando mi mamá me despertó reclamando su tinto mañanero. Pero no pude pararme porque me llegaron las imágenes de mi sueño peligroso, mostruoso, y entonces le pedí a la “cucha” –como le dicen ahora a la Madre- que se sentara para contarle mi aventura febril. Comencemos, le dije.


Vi las figuras de Álvaro Uribe quien, amamantando al “pincher” Arias con paralactosa, le hacía pistola al mapa de Colombia. Sobre el mapa del Caquetá y precisamente sobre la serranía de Chiribiquete pude ver al exgobernador Isidro quien leía una biblia monumental que no podía sostener en sus manos, cuyas páginas eran billetes verdes que se deshojaban lentamente y caían derechito a una urna sostenida por la senadora Moreno Piraquive, quien también se desojaba.Desde el último piso del edificio de la alcaldía de Florencia, salía un pendón adornado, como una cadena de oro, de enormes eslabones, en cuya punta se balanceaba la alcaldesa Susana, como el péndulo de un reloj de pared, pero más veloz. Abajo, en tierra, la multitud encabezada por su esposo le pedía que no se dejara caer, pero por si acaso no se podía sostener le instalaron un colchón de agua potable con el letrero de Servaf y custodiado por el comité pro-revocatoria.
Y algo más ingrato, vi al ProcuraGODO Ordoñez que renegaba porque se lo estaban metiendo con vaselina. Pedía que se la suspendieran pues Él disfruta con todas las suspensiones de sus contradictores políticos y religiosos. Muy cerca estaba Luciano Marín, el otrora humilde profesor del colegio Chairá, a quien también le cambiaron su nombre por Iván Márquez, que gozaba, del mismo modo, con las penetraciones, pero no con las del ProcuraGODO sino con las suyas y las de su grupo en todos los paros actuales y protestas populares.


Vi a los periodistas transformados en apóstoles, con las aureolas de la verdad, admirados y amados por la gente que se desencadenaba con afán, mostraba sus señales de sufrimiento, se ponía de pie y gritaba frente a un paredón en donde los políticos fueron escupidos hasta quedar sepultados por la baba colectiva, la misma que siempre desperdiciaron en sus discursos. El paredón se lleno de moscas cuyo zumbido me despertó, llavecitas.

1 comentario:

  1. El humor, arma contundente. Los fundamentalistas, normalmente cortos de inteligencia, no lo entienden. Buena esa Chucho

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