domingo, 5 de abril de 2015

Reírnos de nosotros mismos, un seguro contra la tristeza


Quienes saben reír y, especialmente quienes sabemos reírnos de nosotros mismos, tenemos un seguro contra la tristeza. Reír es muy fácil, es un adorno en la personalidad de la gente, una compañía en la soledad y un descanso en las fatigas de la cotidianidad...Ah, y una provocación para los bobitos que no reconocen en el buen humor una expresión de genialidad.
Los humoristas pertenecen a una categoría, privilegiada y escasícima, pero también existimos muchas personas que charlamos por pasatiempo, que le otorgamos demasiada importancia al hecho de reír con los demás y a quienes nos gusta, del mismo modo, volvernos objetos mismos de la risa como me ocurrió recientemente con mi hijo Oscar Fernando, a quien le pedí que me hiciera un retrato a lápiz para calibrar sus avances en artística, aunque estudió Lengua Castellana. Con gruesos trazos plasmó mi imagen, con enormes orejas y dos lagrimones que escurrían hasta los pies.
-¿Por qué me pintaste tan triste y orejón?
-Cuando pìntaba, me dijo, bambino, el gato, saltó sobre el escritorio y me movió la mano, así que una oreja me salió muy grande y por tanto tuve que hacer la otra igual.
-¿Y las lágrimas?
-Esto que tiene en las manos es un espejo y cómo no iba a llorar al verse semejante cara, me explicó en medio una risa estrepitosa.

Y hace apenas unas semanas, en Armenia, al mirar el monitor de una cámara de vigilancia en un supermercado, le dije a mi mamá, con sus 94 años bien vividos:
-A ese tipo medio calvo, barrigón, que mueve los hombros sucesivamente, que cabecea como una garza, con las manos en los bolsillos, lo tienen enfocado hace rato.
-Ahora si me doy cuenta de que te has vuelto viejo, mijo, pues no ves que eres tu mismo visto desde atrás, me respondió, también entre una carcajada estruendosa que llamó la atención de los clientes y de los hombres de seguridad.

Hace unos pocos días apenas, me fui con Inés, mi esposa, a la finca de unos amigos y nos llevamos la mascota doberman de Oscar para que nos acompañara en las labores de exploración. Debido a una lluvia inesperada, nos pasamos toda la tarde recluidos con el can en la improvisada tolda de campaña.La profe aprovechó, entonces, para practicar las ordenes que le daba el adiestrador...Negro, siéntese....negro, súbase...negro, bájese...quieto, negro...venga, negro...tan lindo, negro... tome, negro...hágale, negro...rapidísimo, negro. Al día siguiente y mientras empacábamos para regresar, un hombre que había acampado a pocos metros de nosotros vino para pedirme prestado un encendedor...Se lo pasé, me miró de arriba a abajo, soltó una sonrisa medio pendeja y me dijo: gracias, negro.

Llegamos a Florencia, Caquetá, y pocos días después de mi cumpleaños 62, Inés visitó a un médico amigo para pedirle que me dejara enérgico como un toro.
-Con mucho gusto, siga, profesora, y desvístase, le dijo el profesional
-Le aclaro doctor que se trata, como le pedí, de renovar al señor Cataño
-Precisamente, como me pide que le deje a don Jesús como un toro, comencemos poniéndole los cachos, le dijo el muy descarado médico amigo.
Naturalmente ella le hizo un drama de enojo, pero en casa nos reímos con la insolente y desleal actitud del hijueputa.



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