martes, 3 de julio de 2018

Mi primer nieto, orgullo y nostalgia


Mi condición de hombre dialéctico me dice que no existen verdades para revelar porque cada hombre tiene su propia Verdad, es decir, la visión del mundo reflejada dentro de sí mismo, sentida y comprendida dentro de su carácter. Hasta perdí la capacidad de asombrarme por las manifestaciones científicas, las únicas revelaciones creíbles.
Pero cuando me enteré que Erika, mi nuera, estaba en embarazo, sentí una leve vibración por esa verdad anunciada en una prueba de laboratorio que, muchas veces, produce terror entre parejas pero también está asociada con la culminación del proceso de felicidad que se construye en una relación funcional.
La vibración se convirtió en temblor y entonces me asombré de ver mi propia sombra, ya agrandada por el crepúsculo de la vida, y tocada por el dolor de las esperanzas perdidas. Repasé mis clases de biología en el Centro Cultural Nocturno Juan XXIII, de Florencia, cuando con mis estudiantes conocimos el proceso de la fecundación, la maduración del saco embrionario, observamos en filminas el saco gestacional y en general todo el proceso de gestación, el parto y el puerperio.

Sentado en el comedor del apartamento de Martha, mi hermana, en Washington, USA, hundiéndome en este tema de la vida nueva que llegaría al seno de la familia, también pensé en la muerte como su antagónico sustancial que, del mismo modo, hace parte de la vida. Son las dos grandes verdades, inexorablemente desnudas.
Soñé con ese primer nieto como un nuevo trofeo en la época cuando ya lo hemos hecho todo, cuando ya solo pensamos en nosotros mismos, cuando vivimos de los recuerdos, cuando ya no tenemos esperanzas. Y hasta imaginé el primer beso en su frente inmadura.
Miré al computador y vi el título de una nota que apenas empezaba: Un salto desde la rigidez geométrica de los gigantes neoyorquinos al majestuoso Washington Bridge, en la que conté cómo cambia el paisaje entre la Gran Manzana y la capital americana. Me olvidé de la prueba de laboratorio y solo me choqué con esa nueva realidad a mi regreso a Colombia, a comienzos de este año.

Me colmé de ansiedad cuando vi a Erika con un embarazo de 5 meses y entonces el orgullo empezó a crecer al ritmo de mi "Ñiñito Tiquito". Sensitivo, soñador de cosas bellas y acelerado como he sido, me resigné a esperar, como si se tratara de una cita con una mujer imposible a la que me llevara violentamente una pasión fatal.
El sábado 30 de junio, después de un viaje accidentado desde Florencia, por la carretera antigua al municipio huilense de Guadalupe, llegué a Neiva y al ver a mi nuera le dije:
-Ñiñito Tiquito nacerá esta semana
No, señor, lo esperamos para la última semana de julio
Al tomarnos la foto, le hice un breve juego de manos sobre su vientre grávido, como un prestidigitador, y repetí mi sentencia sobre el pronto nacimiento de su primogénito. Mi hijo Miguel guardó silencio aprobatorio.
Menos de 24 horas después del encuentro y mientras escribía una nota sobre la declaración del Parque Natural Nacional de Chiribiquete como "Patrimonio Mixto de la Humanidad", mi hija Liliana Rocío me llamó por celular.
-Papi, Erika acaba de romper fuente y en pocos minutos llegará a la clínica Medilaser, remitida desde Tello, en donde se encuentra desde ayer.
Las palabras tienen que aletear en el cerebro de Ñiñito Tiquito, mi primer nieto, porque las noticias sobre el embarazo de su mamá y sobre el comienzo de su llegada me fueron anunciadas mientras escribía. Manejará la lengua de los grandes poetas, escribirá poemas o cartas apasionadas, será un pensador solitario, la palabra será su mejor armadura. El primer amor de su vida será la lectura. Será un defensor de la Verdad y de la Libertad.

Volvieron los temblores y comenzó la historia del encuentro con mi primer nieto, un encuentro de sacudidas rápidas y frecuentes como los dolores del trabajo de parto de su mamá primeriza.
Al llegar a la clínica y entre personas ansiosas que esperaban noticias de sus pacientes, recorrí los momentos de tensión previos al nacimiento de un hijo, que son las rupturas con la vida armoniosa de la juventud, llenas de imágenes confusas y atropelladas pero que al fin y al cabo son los tejidos de nuestros sueños. Que muchos años después serán los mágicos evocadores de los recuerdos cuando ya los sueños se agoten.
La "Chiqui" Rocío, igulmente emocionada, en proceso de convertirse en tía, se asomó por una ventanilla y nos dijo que la dilatación de la materna estaba en 5, mientras Miguel, sudando y ansioso, contó que el ginecólogo dijo estar asombrado por los gritos y llantos de Erika. Sentí una especie de ineptitud física, indefinible e inapaciguable, para interpretar el impacto que Miguel recibía por las emociones de ese momento. Guardé silencio y les pedí que nos tomáramos una cerveza.
Vi a Miguel de la misma forma como me vi cuando el nacimiento de Tania, mi primera hija, con la ventana abierta para el ingreso de las ilusiones infinitas, de los sueños sin proporciones. Y a su suegra Mercedes empeñada en hacerlo pensar menos sobre lo que ocurría en la sala de partos. Pero Él seguía aferrado al drama de Erika y con gestos explicaba la manera como se le prendía con fuerza, como lo aseguraba contra ella, como lo liaba de manera frenética.
Tal vez por esa razón lo registró en la notaría como Liam Miguel.
Una hora después, cuando volvimos a la sección de maternidad, uno de los empleados de la clínica nos dijo por la misma ventanilla por donde nos habló la "Chiqui" y en tono frío:
-Ya nació el niño



Mis brazos, como la sombra de un árbol cariñoso, envolvieron a Miguel y en un silencio momentáneo nos fundimos con los ojos encendidos. Enseguida entró a la sala, nos mandó la primera foto de su hijo y entonces rompí el protocolo, le pedí, casi que le ordené al empleado, que me abriera la puerta. Apresurado me quité el reloj, me lavé las manos y me puse la batola estéril.
Ñiñito Tiquito todavía estaba húmedo, como una flor acuática recién recogida. Lo tome en mis brazos, se me aceleró la circulación de la sangre y me pareció que el bebé se movía con las fuertes palpitaciones. Le dí el beso soñado en la frente, me tomaron la foto oficial y me sacaron con las amenazas características de los perros domesticados.
Terminaron las largas 9 horas de nervios, de fuerza, de pujas, de dolores, de ansiedad y llegó la extraña sensación de felicidad, de superioridad, de orgullo, de grandeza moral.
Transfigurados, sonrientes, con una rara lucidez, regresamos a casa mientras Erika entraba en la dolorosa quietud posparto, con su hijo pegado del seno, en el ejercicio instintivo que además estimula la secreción de la leche materna.
Desde la distancia, y a través del Chat de Whatsapp, Tania envío constantemente sus emociones, como ingredientes para ese salpicón esplendoroso. El tío Oscar y la abuela Inés, también sintieron a través del celular el perfume de esa escena perturbadora que se registraba en la clínica. Y los dos, llegaron juntos a la clínica, 12 horas después, para el desenlace de esa obsesión candorosa.
-A un acto simple, como el nacimiento de un niño, no le debemos poner mucho pensamiento porque el exceso de pensamiento mata las emociones, dijo el Miguel-psicólogo al despedirse, de regreso a la casa de mi consuegra Mercedes.
La vida y la muerte son las únicas verdades que no necesitan ser demostradas y mucho menos, refutadas.





2 comentarios:

  1. Excelente cronica de un momento tan maravilloso, felicidades a los padres y a los abuelos llavecita!

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  2. Expectacular, emitivo y siempre vuenbenido el nacimiento como prueba de esperanza, fe y amor. Congratulaciones mi hermano, comoañero y cómplice de posibiludades. Nace para acompañar este proceso de cambio en la humanidad. Rodealo, protegelo con la el palpitar colectivo.

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