sábado, 22 de abril de 2017

Expedición Chocó. Las joyas visibles de Quibdó

Turbio, agitado y desordenado por las copiosas lluvias de los últimos días, el río Atrato es una serpiente inconmensurable que se desliza por entre la selva espesa a la que le hace incisiones curativas a veces invisibles desde el aire.
A pesar del furor de sus aguas, el río ha sido y sigue siendo la vida, el corazón de cientos de miles de personas que de cierta manera lo han humanizado, han dominado sus contorsiones desde tiempos remotos y viven felices con sus rumores armoniosos.
Desde los días del comercio de esclavos africanos, el Atrato es un instrumento de aproximación a lo desconocido y muchos historiadores se refieren a él como un contacto divino que se agita entre las sombras.
La poesía del dolor también ha caído sobre sus aguas turbulentas;  los libretistas del horror lo muestran como un grito de angustia desde el tercer mundo y algunos novelistas lo presentan como la encarnación de lo formidable.
Durante la violencia que apenas se apacigua, sus aguas arrastraron los sollozos y muchos cadáveres. El río empujó los dolores de las víctimas y sus familias, que ayer conformaron el comité departamental en la perspectiva de tonificar sus penas con el apoyo del alto gobierno y de la Unidad especial conformada para ese propósito.
Los gritos de angustia y de blasfemia desembocaron en el océano Atlántico, como Edipo arrancándose los ojos en la dramática simplicidad de Sófocles. El río es ardoroso, pero sin sentimientos, indiferente al amor y al odio.
El Atrato es, con la simpatía de su gente y la belleza de sus mujeres, una de las joyas visibles de los chocoanos, quienes inducidos por algún “historiador” aprendieron a recitar de memoria que Quibdó tiene 5 joyas ocultas, que no son tales, ni están escondidas. Tal vez tapadas por el olvido oficial que aplazó indefinidamente su intervención para recuperarlas como símbolo de la riqueza pasada de este pueblo cuando fue el primer productor mundial de platino.
Y en este ambiente abrasador, una mezcla bochornosa de calor y humedad, con una perspectiva visual muy parecida a Cabo Haitiano, en medio del desorden y el bullicio, brillan otras joyas chocoanas, verdaderos personajes de la vida cotidiana y eslabones de su tejido social. Son los vendedores fijos apostados a lo largo del malecón del Atrato, cuya línea comienza con los puestos del exterior de la plaza de mercado y se prolonga hasta los contornos de la catedral.
Las yerbateras son muy visibles, por su localización en la plaza y, desde luego, por su locuacidad y conocimiento de las plantas, alrededor de las cuales se ha construido un lenguaje con muchos elementos, de acuerdo con sus propiedades. Existen suavizantes, antisépticas, antiespasmódicas reconstituyentes, calmantes, astringentes, digestivas, depurativas, diuréticas, sudoríficas, hemostáticas, afrodisíacas y hasta insecticidas.
El Chocó es una región en donde históricamente se ha experimentado con diferentes partes de hierbas y árboles hasta demostrar  el poder curativo y también tóxico de las plantas medicinales. Además, existen los alimentos que de manera simultánea son medicina, como el ajo y el aguacate, entre otros.
Doña Margarita Parra de Jaramillo, además de vendedora de yerbas medicinales también es adivina porque de súbito me miró fijamente y de manera inclemente pero en voz baja me dijo:
-Periodista, le tengo esta plantica, pequeña pero poderosa para esos momentos de angustia por causa de la chispa que ya no puede encender el motor en la cama. Se llama el pipirongo, dijo, poniéndola en mi cara.
Vi entre sus hojas ovaladas una penca delgada, como un peciolo  carnoso y levantado…un pene que apuntaba a mi ojo izquierdo. Le tomé una foto y mientras guardaba la cámara la señora habló de nuevo, sin perturbarse
-Se echa en aguardiente, se toma una copa todos los días y entonces podrá disfrutar de la resurrección de su bujía. Y si quiere refuerzos, también le tengo la raíz de chocó y el bejuco de sol. Es una de las plantas de mayor venta, concluyó, con la aprobación de su vecina de puesto.

Por $100 mil prepara un litro que, con toda seguridad, dijo, despierta la pasión con insistencia aterradora porque “te deja una huella candente en toda la sangre”.
Sintiendo una atracción pérfida y misteriosa por el pipirongo, con un sentimiento de vencido prematuro, seguí mi camino por el malecón y vi de nuevo las ondas estremecidas del Atrato sobre las escalinatas del puerto de la plaza de mercado.
Los vendedores de pescado están uno tras otro, muy cerca a la orilla del río y, como en todas las actividades, se ven los carismáticos, los talentosos, lo que seducen al cliente en ese juego de la compra-venta. Pero lo que más llama la atención es su destreza para la descamación del producto y los cortes que influyen en su presentación.

Una hora antes, en un recorrido a pie por el barrio La Esmeralda, noté la presencia de los vendedores ambulantes de frutas, verduras y pescado, principalmente. Son voceadores enérgicos y, como  todos los individuos de la clase popular, utilizan una forma de comunicación tradicional que se desenvuelve sin importar los prototipos sociales, ajena a los mandatos gramaticales y regularmente reforzada con gestos y movimientos corporales.
Dentro de ese mismo perímetro, encontré otra joya de los chocoanos: su comida, variada y exótica. La región es muy rica en pescados de río y de mar debido a su amplia red fluvial en donde viven diversas especies, y sus dos costas favorecen la proliferación de los platos de  pescados y mariscos, acompañados de yuca y plátano, que constituyen la base alimenticia de la población autóctona. Del mismo modo también tienen frutas exóticas como el borojó y el almirajó con las que preparan deliciosos jugos “levanta-muertos”, a los que les adicionan vino, leche, kola granulada, miel de abejas…y pipirongo, me imagino.
Los principales platos son el bacalao, jalea de coco con arroz, Jujú, el infaltable y universal mondongo, pinchos de bravo y de atún, sopa de queso con plátano frito, jalea de árbol de pan, arroz atollado con carne ahumada o con longaniza, y el bocachico con escamas.
Otra de las joyas de los chocoanos es la fiesta de San Pacho, una mezcla singular de fiesta y religiosidad, importante en la formación de la sociedad regional, que ha sufrido notables evoluciones durante el último siglo según algunos antropólogos. Es un espacio de alegría entre el 19 de septiembre y el 5 de octubre de cada año, “durante el cual el pueblo enfrenta este mundo adverso, se olvida del hambre, la guerra y de todas las tristezas que invaden al mundo”, nos dijo doña Betzaida Rentería, coordinadora educativa y cultural de la Fundación Fiestas Franciscanas de Quibdó.
San Pacho es el patrono de este pueblo y sus fiestas tienen como escenario los principales centros poblados de la región interior del Chocó, localizados en la parte alta de los ríos Atrato y San Juan, territorio e donde se concentró la población durante el dominio de los españoles. En algunos municipios, cambia el nombre del Santo o de la Virgen y su origen se remonta al periodo colonial y como producto del contacto que tuvo la población con los smisioneros.
Para algunos expertos del instituto de cultura, la política y especialmente la política cultural del Estado ha introducido modificaciones a la celebración de las fiestas de San Pacho, además de las transformaciones derivadas de la aparición del espacio urbano, inexistente cuando nacieron las fiestas.
San Pacho, el patrono de Quibdó, sale engalanado con sus joyas de oro solamente en la procesión de las fiestas.
La fiestas terminan cuando se bajan las banderas, cuando los abanderados recorren la ciudad acompañados de la chirimía y anuncian que el tiempo durante el cual todas las transgresiones son permitidas, se ha terminado.
El regreso a la realidad cargada de tensiones en donde se ha entronizado la violencia y la pobreza porque las fronteras de Quibdó,   como de las de muchas poblaciones colombianas, las amplió la guerra y su consecuente desplazamiento forzado de familias que se asentaron en las riberas de los ríos. Las fiestas de San Pacho ya tienen nuevos actores y sus organizadores trabajan para entablar el diálogo con ellos y adecuar su programa al nuevo entorno.
 Cansado, bajo el inmenso sello rojo que vierte su llamarada perpendicular al medio día, miré una y otra vez el río Atrato que en la otra orilla se metió a las casas del barrio subnormal “Bahía Solano. Sus ondas irisadas me devolvieron besos de luz y entonces me fui a la calle 26  con carreta quinta y pedí un jugo “levanta-muertos” porque me quedó sonando la fórmula de doña Margarita.
Cuando la boca de la vendedora se puso roja, carnosa, sensual, su mirada me produjo una quemadura y la noté sugestiva, inquietante y tentadora, le devolví el crédito a las yerbateras, de quienes pensé que eran solo unas vendedoras talentosas.









No hay comentarios:

Publicar un comentario