sábado, 25 de marzo de 2017

Historias de vida. Manuel Arteaga Ávila



Todos tenemos una historia para contar y, de hecho, he pasado gran parte de mi vida con los ojos muy abiertos y los oídos bien despiertos detrás de los hechos cotidianos de la gente; de sus ejecuciones, de sus anhelos, de sus expectativas, de sus risas, de sus lágrimas, de sus éxitos y principalmente detrás de sus esfuerzos, de las luchas feroces para sacar adelante sus proyectos de vida en un país caracterizado por la desigualdad, la injusticia, la corrupción, la politiquería y la discriminación.
Pero esta historia de vida tiene componentes excepcionales por las ataduras cariñosas con su protagonista –el yerno, convertido en mi cuarto hijo-  y porque contiene pasajes de una existencia cuyos episodios oprimen por momentos las palpitaciones de quienes los han vivido y de quienes simplemente los escuchan.
A pesar de haber vivido muy cerca de “Maño” –como le decimos familiarmente- desconocía detalles de su infancia y juventud y entonces hace una semana lo senté junto a mi computador y durante dos horas me hizo confesiones sobre sus hazañas en la escuela y el colegio, sus pilatunas y anécdotas, muchas de las cuales no están ni en el archivo ni en el recuerdo de sus familiares más cercanos.
Aunque se acaba de graduar como ingeniero, me hizo una reconstrucción arquitectónica, cuyas bases están fundamentadas en la honestidad y laboriosidad aprendidas de su padre, don Francisco, y en el amor recibido de su madre, quien además tiene un nombre doblemente honorífico, doña Digna Emérita. Es decir, que hereda y disfruta la recompensa por sus actos.  
Ese sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser, lo adquirió no solo en la cuna sino que además lo ejercitó sobre las piernas de su mamá, sobre las cuales hacía, a medias, las tareas escolares de la educación primaria.
Llegó al mundo en un parto normal el 12 de septiembre de 1981, y hace parte de las varias generaciones de colombianos que nacimos entre el estruendo de las bombas y la sangre de la violencia bipartidista y de la derivada del narcotráfico y la confrontación entre el Estado y distintos actores armados, principalmente de las guerrillas. Como el común de la gente de este país, los sueños de su infancia  y adolescencia estuvieron interrumpidos sucesivamente por un hervidero de espantosas situaciones que en muchas ocasione fueron como tinieblas que cerraron todos los caminos.
Pero también ya hace parte de los millones de colombianos concientes del gran papel en la vida futura del país, como es la lucha por el rescate de las libertades, contra la corrupción y por la justicia social en momentos en que se han suscrito acuerdos con una de las mayores máquinas de violencia en el país, la guerrilla de las FARC.
Muchos recuerdos sobresalen en su niñez, casi todos asociados al entorno en donde creció, la finca San Francisco, en la vereda Santo Domingo, de Lorica, su patria chica, cuyas veredas caminó descalzo en compañía de su sobrino Jamer, quien se convirtió en su cómplice y su hermano gemelo.
Como todos los campesinos, sus padres son unos guerreros madrugadores, que tienen un gusto casi artístico por el trabajo y “Maño” desarrolló una especie de reloj biológico pero solo para despertarse a tomar café y no olvida que una mañana, en un alarde de inspiración espontánea, le dijo a su mamá que el canto de los gallos era una invitación a tomar café.
-El gallo dice a tomar tinto con arroz, Manuel, exclamó en la cocina con la inocente gracia de un niño de 6 años. Además de la admiración que despertó la ingeniosa comparación, en adelante los cantos del gallo fueron una orden, no solo en la casa de la familia Arteaga Ávila sino en toda la vereda.
La cura para las numerosas heridas de sus pies descalzos fueron el limón con sal y petróleo que su papá metía enérgicamente en ese marasmo de arena, tierra y pus, cuyos dolores lo transportaban a un limbo cercano a la muerte. Por las buenas y muchas veces, por las malas, Maño recibió ese tratamiento tortuoso que le marcó su crecimiento.
Aunque los campesinos aman sus tierras, muchos de ellos piensan que la potencialidad familiar no está en el campo y prefieren que sus hijos se inclinen por actividades distintas a las agropecuarias. Y de manera especial si se trata de un niño hiperactivo e inquieto que recitaba en la escuela las tablas de multiplicar con la misma facilidad que ascendía a los árboles de mangos atraído por las frutas verdes que un día lo traicionaron y le provocaron una caída que terminó en la fractura del cúbito y radio de su mano derecha. Por eso, su papá hizo todo lo posible para que el pequeño no se enamorara de las tierras y limitó sus oficios al cargue y descargue de los burros que transportaban el agua.
Muchas veces derramó su desprecio sobre quienes lo ofendieron, especialmente en el colegio cuando fue objeto de burlas por parte de algunos hijos de papi y mami porque asistía a clases con las abarcas cambiadas y con su uniforme desteñido que lavaba todos los días. Desde entonces, tuvo claro que el talento le permite a la gente cicatrizar las heridas del amor propio para que se olviden para siempre. La renovación de su uniforme escolar se hacía a base de colorantes, las inolvidables tabletas de polvo “Iris”, con cuyo efecto “estrenaba” pantalón y camisa.
Pero el orgullo es dominante y contagioso. Ya en noveno grado del colegio Nacional de Lorica, de manera deliberada cortó el uniforme con una cuchilla de afeitar. Después del cataclismo ruidoso provocado por ese procedimiento, estrenó pantalón y entró victorioso e igualado al salón de clases, en medio de la admiración y la envidia de sus compañeros.
-¡Cómo es de bella la revancha cuando se ha tenido una etapa de marcada inferioridad heroica!, pensó Maño, sentándose en su pupitre y enseñando las tareas que doña Digna le hacía.
Bajo el sol ardiente, vendió mangos biches con sal, y refrescos, o “bolis” para comprar los trompos y las bolas de cristal o canicas con las que se integró a los grupos durante los descansos. Jugando al trompo, pensó muchas veces en los “quiñes” o “miretes” que la vida le da a los más pobres. Pero también el juego le sirvió para comenzar el diseño de su proyecto de vida, en la perspectiva de no ser por siempre el “trompo de los quiñez”.
Cierto día, de manera súbita, Maño se sintió transportado a las playas de Coveñas, vio el mar de color azul fosforescente y sus olas semejaban llamas de alcohol que besaban la arena. Cuando volvió en sí, estaba envuelto en ramas de matarratón sobre una cama del hospital de Lorica y las enfermeras dispuestas a bañarlo con agua helada para bajarle la fiebre de 40 grados, a pesar de la oposición de doña Digna Emérita quien siempre había creído que una persona con fiebre no se puede mojar.
En 10º grado, la sentencia de uno de sus profesores, según la cual de todos los estudiantes tal vez uno solo terminaría el bachillerato y tendría éxito en la vida, le despertó un sentimiento de ansiedad e incertidumbre que estuvo a punto de malograr su juventud batalladora. Fue una advertencia aterradora que por varios meses lo puso a vacilar con miedo cuando ponía sus ojos en la perspectiva de la vida. Poco a poco se convenció de que se trataba de un simple elemento escondido de superación que les pintó el docente y con la luz de sus convicciones  forjadas al lado de sus padres y hermanos le dijo adiós al pesimismo y fortaleció el proceso de formación para cumplir con su compromiso histórico con la familia y la sociedad.
Con una marranita perdida que llegó a la casa comenzó la construcción de su “plante” económico, en compañía de su inseparable sobrino Jamer. Engordada la marranita, y con parte del producto de la venta, su papá compró una yegûa preñada y les dio la potranca que fue montada por un burro y entonces les quedó la mula.
Esa mula trochadora fue como el comienzo del vuelo de sus economías personales pues con los años se convirtió en unas cuantas vacas que pastan en la finca San Franciso, que, supongo, servirán para pagar los estudios de Maestría en el futuro inmediato. Tendrá que negociar con Jamer.
Con la intermediación de su hermano Francisco, fue nombrado como docente provisional en la escuela “Los Caracoles” de Montelíbano, Córdoba, después de ganarse la libreta militar en una rifa. Fue también su primer encuentro con la influencia y la violencia paramilitar que caracterizaron a muchas regiones del país. Fueron días de la muerte de la virtud y el reinado del crimen.
El doloroso rompimiento con la mujer que le dio el primer beso desató un llamado de urgencia que reverberó en los oídos de todos sus hermanos, quienes con estremecimientos solidarios acompañaron el triste momento que envolvía su corazón. Concluido el encanto divino de los besos y las caricias, Maño sintió un vacío en su alma y se interiorizó en los recuerdos de ese capullo amoroso desvanecido.
El 9 de abril de 2002 llegó a Neiva, en desarrollo de la brigada de rescate puesta en marcha por su familia para combatir la otra fiebre torturadora, la del amor, que estuvo a punto de volverlo loco, con alucinaciones semejantes a las que sufrió en Lorica. La capacidad persuasiva de sus hermanos Bernardo y José le hicieron creer que ese sentimiento era una desviación del sentido real del amor.
En el 2003 empezó a trabajar en una empresa distribuidora de materiales para la construcción, en donde el 8 de julio de 2006 sufrió el desgraciado accidente que enloqueció la brújula de su vida y la de su familia. Su cuerpo recibió graves lesiones tras quedar sepultado por, al menos, 5 toneladas de cemento. Su médula espinal, algo así como el Wi-Fi que lleva la señal, los impulsos nerviosos  desde la torre cerebral hasta los nervios raquídeos, fue severamente afectada. La transmisión de algunas órdenes cerebrales fue interrumpida. Pero su alma permaneció inmune, ennoblecida por su fría capacidad de resistencia. Aunque quedó sentado en una silla de ruedas, vive erguido, al lado de su proyecto de vida, apoyado por sus familiares, parientes y amigos cercanos.
La armonía de su vida quedó destrozada, como su médula.
Maño me confesó que mientras se debatía en esa soledad espantosa, que era como el principio eterno de la muerte, le habló duro a su corazón, como un caminante que grita en el desierto porque no quería quedarse solo en esa oscuridad. Compartió su dolor con el dios de su creencia que abrió su generosidad al llamado de aquella alma en pena y entonces quedó dormido bajo un ala grande y protectora y entró en una etapa de serenidad soñadora y armoniosa, como la melodía de una serenata.
Sus compañeros de trabajo lo encontraron refugiado en el silencio, con sus ojos mirando hacia las sombras y uno de ellos le habló con voz paternal pero asombrado por la horrible escena. Maño pidió agua, que se la negaron en atención a los protocolos que previstos para este tipo de accidentes. Pero en una singular demostración de fortaleza, abrió la boca, expulsó una bocanada de cemento y on lenguaje gestual explicó que necesitaba el agua para evacuar el polvo que lo asfixiaba.
Entró a formar parte de comunidad discriminada, excluida y deshumanizada que conforman las personas en condición de discapacidad; la minoría más numerosa y desfavorecida del planeta, cuya población se calcula en 650 millones de personas, algo así como el 10% de la población total de la tierra.
Reconociendo la importancia que para las personas con discapacidad reviste su autonomía e independencia individual, incluida la libertad de tomar sus propias decisiones, y considerando que las personas con discapacidad deben tener la oportunidad de participar activamente en los procesos de adopción de decisiones sobre políticas y programas, incluidos los que les afectan directamente, se adoptó   la Convención sobre los derechos de las personas con esa condición como respuesta internacional a la larga historia de discriminación.
Pero, como todas las leyes escritas para favorecer a los más vulnerables, también esta Convención tiene muchas letras cuadripléjicas y graves disfunciones irremediables que le impiden llegar efectivamente hasta sus destinatarios.
Después de un mes en un hospital en Bogotá y un año confinado en su residencia se hizo a la idea de que había comenzado el descenso de los senderos de su calvario. Con su temperamento de apóstol hecho para el combate y con su sangre de victoria, convirtió su dolorosa tragedia en un nuevo reto para su juventud y con determinación llegó a la conclusión que a Él no lo vencería nada ni nadie. No quería sufrir y dirigió todas sus energías hacia la reflexión y el análisis y pudo salir de su conmoción.
Acompañado por "La Chiqui" Liliana Rocío, una mujer de sacrificio y sinceridad, la novia que se levantó en Neiva como tónico para remediar los trastornos que le dejó la amiga cordobesa, partió desde esa playa devastada por una tormenta en que se convirtió su vida, en busca del mundo desconocido.
El 28 de diciembre de 2010, en medio de la alegría de sus allegados y la sorpresa de muchos, se unieron en matrimonio para formalizar su compromiso solidario y legalizar los estremecimientos de amor que ya vigorizaban la hora de la paz que había vuelto después del fatal accidente.
A partir de este momento viví de cerca esta historia de vida y verifiqué cómo los dos desgranaron con devoción conmovedora y fanática todos los momentos de su relación, como un poema en el que dos almas buscaban curarse las heridas recientes.
Mientras mi destino me condenaba a vivir solo, sentí que revivía al lado de esa llama de cariño que en permanente ebullición alimentaba la lucha de la pareja pero, del mismo modo, experimenté el enojo y la tristeza por la verificación de la horrible discriminación que sufren las personas en condición de discapacidad.
En el modelo capitalista en el que se confunde la discapacidad con la mendicidad, que ha establecido un paradigma según el cual el asistencialismo y la caridad pública están por encima de las verdaderas oportunidades de integración de la población discapacitada, a la que se considera como víctima de una tragedia, y por tanto excluida de las posibilidades productivas, muchas veces sentí asco e indignación cuando algunas personas nos ofrecieron monedas mientras esperábamos un taxi.
Y se me partió el alma por el disgusto cuando los taxistas negaron sus servicios porque “se pierde mucho tiempo en el abordaje del vehículo”. Algunos fueron más allá con su actitud discriminatoria y afirmaron que “no recibo monedas” por el pago del servicio.
Desde el 1º de julio de 2011, cuando Maño empezó los estudios de ingeniería industrial que hoy terminó exitosamente, y durante seis semestres, se desplazó en su silla desde el barrio Calixto Neiva, en un recorrido entre 25 y 30 minutos, bajando, hasta una hora, subiendo, dos veces al día. Muchas veces, en los días de lluvia no pudo asistir a clase porque los taxistas no lo recogieron.
Se  inscribió en la universidad atraído por las publicitadas “bondades” que ofrecía una fundación de apoyo a los discapacitados que, como una promesa electoral, resultó “chimba” para utilizar un término que ya introdujeron los jóvenes al lenguaje cotidiano.
En contraste, sus compañeros de estudio lo acogieron fraternalmente en una camaradería encantadora que se hizo más evidente durante los apagones. Muchas veces, en una actividad semejante a la de las hormigas arrieras, Maño fue levantado por sus compañeros que lo bajaron desde los últimos pisos en una romería festiva, como a un héroe en andas.
De manera simultánea con sus faenas de estudiante en condición de discapacidad, siempre acompañado por Liliana Rocío, amparado por sus hermanos que lo trajeron a Neiva y protegido por el amor de sus padres, Maño sostuvo durante 5 años otro combate para obtener la indemnización económica por causa del accidente.
Hoy, Maño y la “Chiqui” –como le decimos familiarmente a Liliana Rocío- disfrutan de un hogar levantado sobre un pedestal de rosas de todos los colores y los frutos del triunfo ya empezaron a madurar. Con ellos he aprendido que no hay mayor tristeza que ver morir la última esperanza.
Me tomo la vocería de Inés, la suegra; de Oscar Fernando y Miguel Angel, los cuñados, para expresar finalmente nuestra alegría y regocijo pues hemos visto florecer las plantas sembradas por Maño y la Chiqui. Nuestras manos acarician con pasión ese jardín y queremos ayudarlo a cultivar por siempre.
Maño nos ha dejado una lección: que el dolor es indispensable para conocer el alma de la victoria.
















No hay comentarios:

Publicar un comentario