miércoles, 4 de marzo de 2015

Mi primer día en Lorica, Córdoba



Cuando Jacinta me cogió las bolas en el mercado de Lorica, Córdoba, me puse pálido y la gente soltó una carcajada cuyas reverberaciones reforzadas se deslizaron por el río Sinú y solo se desvanecieron al toparse con mi fijación infantil de miedo por su majestad el mar, muy abajo, en San Bernardo del viento...Pero cuando ese personaje popular apretó la mano izquierda y quedé sometido a su voluntad, las 30 personas que inicialmente gozaron con la broma, se callaron, se miraron y se dispersaron con las manos en la cara, con el mismo miedo con el que entré al charco grande en las playas de San Antero, llavecitas.
No recuerdo en mi vida otro momento de amenaza grave semejante. Temblé agarrado por esa loca. Sin embargo, cuando todo parecía inclinarse hacia lo peor, Jacinta cayó desplomada a mis pies y, temblorosa, se levantó enseguida. Mirando hacia los curiosos que volvieron, soltó un grito  y se puso a girar sobre su propio eje. Volvió a caer y en el suelo sonrió tranquila, gritó de nuevo y, apoyada en el garrote que siempre lleva, y cojeando, se fue para la muralla.
-Te cogieron  la mondá, cuadro, y delante de tu propia mujé, me dijo un vendedor de cachivaches, en una actitud de solidaridad sincera.
-No estoy molesto, ni me siento deshonrado, le dije, pero no pude ocultar la angustia de ese momento.
-Es el primer ingrediente simpático de este paseo, pensé para consolarme y tras agradecer la actitud de ese costeño, me incorporé y  busqué a mis acompañantes, que me dejaron solo ante la insolencia de Jacinta.
Como una resurrección de la aparente derrota, Manuel, mi yaerno, nos condujo, de inmediato, al parque de la Cruz y nos puso a disfrutar del sabor exótico, un sabor a ilusión, un sabor que se siente no solo en la lengua sino también en la piel, como cosquillas, una sensación indescriptible: el jugo de níspero, en la caseta de "El propio Siboney", un turbión de sabores simultáneos.
Durante el recorrido, transitamos por un sector céntrico de este municipio, cuna de dos trabajadores eminentes de las letras en nuestro país: Manuel Zapata Olivella y David Sánchez Juliao. El monumento a Simón Bolívar, está coronado por un pájaro, cuyo ejecutor no pudo definir las características y en consecuencia no se ha podido deducir de qué ave se trata.
-Qué pájaro es ese?, le pregunté a un transeúnte


-Eche, cachaco, eso no es ni paloma, ni garzón, ni alcatraz, ni golondrina, ni golero…eso no es ná, cuadro, ese el pájaro que nunca caga. Eso nos ayuda a mantener el pueblo limpio, me dijo.
Y, efectivamente, así lo denomina y lo conoce la mayoría de sus habitantes. El facilismo lingüístico del pueblo utiliza referentes sin complicaciones para comunicarse. En Florencia, el monumento en la glorieta de la galería satélite se conoce como “Los Muñecos”, y en Neiva, el viaducto de la carrera séptima en los contornos de la terminal de transportes, se llama “puente torcido”. Así lo "bauticé" desde el noticiero El Imparcial, de la emisora HJ doble K, en 1989, por su notoria desalineación con el trazado de la carrera 7°.
Lorica es el santuario de los mototaxistas en Colombia. Acabaron con los taxis, con los buses, hasta tal punto de ser los prestadores exclusivos del servicio de transporte urbano y a solo mil pesos, una barra, en su lenguaje. Están por encima de las autoridades de tránsito, son ellos mismos quienes se regulan y se controlan para evitar abusos o hechos delictivos en los que se utilicen las motos. No utilizan cascos ni chalecos porque “no nos da la gana, cuadro” y en las calles se ven enjambres de motos que, como las abejas cuando forman nueva colmena,  zumban constantemente en una bronca típica de ese municipio costeño.
Son unidos para todo, hasta en el miedo. La banda de los Urabeños –o Uribeños- puso a circular panfletos en los que advirtió a los mototaxistas que no circularan porque se había declarado un paro armado en la región. Y así fue, el día fijado no hubo motos en las calles. Cincuenta mil motos paradas por una amenaza. Como quien dice, en la costa, los delincuentes son más poderosos que en el interior y sin disparar un solo tiro.

Al atardecer, hice una exploración de curiosidad en la perspectiva de verificar las versiones sobre la costumbre de los costeños de utilizar las burras para sublimar sus tendencias sexuales juveniles. En un potrero cercano a nuestro sitio de alojamiento encontré un par de muchachos que, con naturalidad, jugaban con una pollina –como les dicen a las burras jóvenes que andan con sus mamás-.
Sin inquietarse por mi presencia, uno de los jóvenes estacionó la burrita en un barranco y tras unas caricias en las orejas, una palmadita en el lomo y una manoseada de cola, empezó su faena. Animado por su compañero, el muchacho, como un ariete, estaba a punto de alcanzar su momento más feliz, pero fue brutalmente interrumpido por la burra madre que le mordió brutalmente su espalda y estuvo a punto de patearlo cuando cayó con sus pantalones abajo.
-Vámonos que te mordió tu suegra, cuadro, le gritó el amigo desde el barranco.
Cuando me quité los zapatos para echarme sobre la hamaca, sonreí solitario, al pensar que ese primer día en Lorica había comenzado con la foto de una loca que me cogió los testículos y terminado con la vulva de una burrita sin foto.

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