sábado, 15 de mayo de 2021

Mamá Alicia, una llama de 100 años que se desvanece ante las sombras de la eternidad

 El envejecimiento es un proceso de transformación, progresivo e irreversible, cuando la vida entra en zona de huracanes y la única certidumbre es la horrible soledad que atrapa a quienes vemos morir, despacio pero de manera inevitable, la llama de la vida.





Así como la luz se devalúa sobre los picos de las montañas en la hora del crepúsculo, el aire de la vejez se trasforma en borrasca que arrastra nuestras ilusiones, nuestros amigos, nuestra familia, nuestras fuerzas, nuestra voluntad, y devora nuestra salud.
Del mismo modo, se cierran los horizontes de la esperanza y con tristeza observamos que la vida se mete por una larga avenida de cruces de familiares, de amigos y parientes, rodeada de árboles desnudados por el paso de los años, en uno de cuyos recodos se emboscan las viejitas de la parca con la vida prendida de un hilo. 
En nuestro medio, la vejez es un proceso acelerado por los sufrimientos derivados de la violencia, la inequidad, las privaciones, las discriminaciones y las injusticias. En Colombia, el envejecimiento es más cruel que la misma muerte y un alto porcentaje de los ancianos no piensa sino en las altas probabilidades de morirse ante el viacrucis que deben recorrer en busca de citas especializadas, cirugías y medicinas. 
Mamá Alicia está dentro de los casos de longevidad más destacados, que de acuerdo con los investigadores han crecido de manera exponencial desde las década de los setentas. De manera excepcional, logró llegar a los 100 años sin grandes altibajos de su salud, con lo que puso en duda mi creencia según la cual el envejecimiento va contra la felicidad.
La decadencia y la muerte son inmisericordes, como la corrupción, la injusticia, la indolencia, la exclusión y la violencia, que justamente por estos días se ha multiplicado contra los manifestantes que resisten en las calles pero que siempre ha sido una característica de la vida colombiana.


El peso cruel de los años le da a mamá Alicia un aire de tristeza, pero aún así hasta sus penas tienen un atractivo singular, como el del "Salto del Diablo", en el cañón del Araracuara, ese mítico lugar resguardo de guacamayas azules que, de acuerdo con la leyenda, fue usado por chamanes y abuelos indígenas para "volar" de un lado a otro de la profunda depresión, por cuyo lecho corren las aguas furiosas del rio Caquetá.
Como es inevitable su vida ya está llena de interferencias por la percepciones en medio del duelo que produce la disminución de su sensibilidad. Algunas veces su conciencia no reacciona por el desgaste de los órganos que transmiten la información necesaria para hacer las elaboraciones y las interpretaciones de la vida cotidiana. Por largos y dolorosos momentos nada es real para ella y se convierte en figura decorativa para la familia y en obstáculo molesto para otros. Tiene problemas para comunicarse por el olvido de los nombres de personas y objetos, pero hasta el momento no ha tenido actitudes agresivas.
Pero también, ese estado de seudoconciencia es un anestésico que la libera de la hipocresía social y familiar. Y de las penas, como la sufrida por la familia ante la reciente muerte de "Concho", de la cual no fue informada por "inconveniente". Mamá Alicia atraviesa por una soledad triunfal que deriva en la indiferencia hacia temas que usualmente eran de su interés, como la alegría producida por las visitas de sus hijos lejanos y de Danery, su único hermano sobreviviente, y entonces es imperturbable, ajena y también distante.
La maquinaria de "Ali" está desgastada pero todavía mueve el entusiasmo, la fe, la alegría, con sus acompañantes, ejes fundamentales sobre los cuales rueda su cotidianidad y, por sobre todo, la unidad de este grupo familiar, cuyos orígenes comenzaron en 1942. 

Su rostro conserva las huellas armónicas y bellas de su juventud, es la estampa opaca de una rosa marchita. Sentada a mi izquierda en el sillón mullido, su silueta tiene una rara belleza difícil para describir, inquietante, conmovedora, y su mirada es tierna pero penetrante. Siento una atracción casi voluptuosa de contemplarla, su cara es un espejo retrovisor que en un solo cuadro me muestra sus luchas, sus amores, sus rabietas; sus labios algunas veces apenas se mueven y su mutismo hace más inminente la derrota definitiva. Pero, otras, producen exclamaciones de gozo y también imparten órdenes. 
Por instantes percibo un vacío que no puedo llenar, una impotencia ante el mandato de la Naturaleza, una rara mezcla de felicidad, miedo y libertad, la misma que experimenté en el Corredor Polaco en la catedral de Manizales y en el mirador del inmenso cañón del Parque Nacional de Torotoro, Bolivia; aparece mi acrofobia y mis hermanas piensan que estoy mareado. 
-Jesús, Jesús, me dice de pronto, con la cabeza envuelta entre sus manos y no sé si es un gesto de angustia o de alegría, pero para ella es un refugio, una salvación, un renacimiento. Su vida se mueve constantemente entre la inconciencia, la cordura y las divagaciones; prácticamente todo ha desaparecido y así, desarticulada, se niega a aceptar la derrota del tiempo. Para la familia, se trata de una monotonía magnífica que, del mismo modo, salta entre la celebración y la angustia.

Recuerdo cuando mamá Alicia me mandaba a la tienda de don Jacobo Rave, en el barrio "El Jazmín" de Armenia -al que los políticos le cambiaron su nombre por "Santander", que es como cambiar perfume por mierda- por el paquete de Pielroja –que entonces valía  40 centavos la cajetilla y por los fósforos “El Diablo”, que costaba  10 centavos la cajita. Encendía su cigarrillo, lo cogía con sutileza y lo llevaba a la boca mientras le daba pedal a la máquina de coser Singer, que generaba el mismo sonido del tren, pero en voz baja y con menos humo. 

Metida en su máquina de coser hasta las primeras horas de la madrugada después de jornadas de entre 15 y 18 horas continuas en la cocina de una finca cafetera y en el lavadero; sin descanso los fines de semana, con una banda de muchachos que lloran, reclaman, corren, desobedecen, destruyen y joden por todas partes, a mamá Alicia y a las señoras de la época les quedan pequeñas las condecoraciones que el gobierno le impone a holgazanes, flojos, corruptos y torpes personajes de la vida política nacional.
Cuando sale del mutismo triste en el que se hunde por periodos a veces demasiado largos, lee sin anteojos, con voz de recogimiento, los títulos que aparecen en la pantalla del televisor. También, con su voz cansada, nos sorprende y nos asusta recitando frases incoherentes de episodios que le quedaron fijados y con raras descripciones y especulaciones propias de la demencia senil.
-Atajen esos caballos que se van a entrar a la cocina, levanten a esa señora que se resbaló, cuiden esos niños, esas señoras no saben rezar, su papá está sentado en el suelo, pregúnteles a esos trabajadores si quieren tomar café. Nadie le responde...solo nos miramos con angustia.
Su alma de artista también aflora para decorar los momentos familiares y replica de manera impecable las frases que mis hermanas le ponen en letra grande, como ella hacía con sus estudiantes en la escuelita de la vereda Chagualá, pero usando una pizarra. Hasta hace apenas unos meses, pudo escribir, con bonita letra cursiva, su nombre y apellidos, pero hace un par de días no pudo completar la tarea porque su fatiga dolorosa le puso zancadilla y quedó atrapada en la mitad del camino. Patinó al escribir su apellido y la mano derecha aceleró el movimiento. Parecían las oscilaciones de un sismógrafo.
Los expertos denominan esta incapacidad como "falla de la memoria operativa". Para escribir se requiere, además del procesamiento de tipo léxico, el procesamiento de tipo motriz, que es justamente en el que mamá Alicia tiene limitaciones.
Me atormenta mirarla y encontrar en su rostro y en su cuerpo únicamente fragmentos de realidades y saber que aunque nos mire, estamos por fuera de su cerebro. El mutismo, la quietud y su mirada perdida la hacen aparecer como otro objeto en la alcoba y entonces, con rabia y con tristeza, quisiera convertirme también en otro mueble para aliviar mi pena...¡porque las cosas no tienen mamá!.
En palabras amazónicas, mamá Alicia se encuentra entre la furia del río y la vigilia de la selva, en ese sopor en el que todavía no se ha perdido la conciencia, pero ya de espaldas a la vida, arrastrada por las aguas turbulentas pero atenta al lenguaje multifonético del bosque.

Conocida mundialmente por su trabajo con los ancianos y los enfermos, Elizabeth Kübler-Ross sentenció en su libro "Vivir hasta despedirnos": "quién haya estado cerca de un paciente no resignado pero apacible no tendrá problemas a la hora de distinguir entre un anciano desesperanzado y deseoso de morir a causa de la escasa calidad de vida y un anciano que ha encontrado la paz y la aceptación porque, mirando su vida retrospectivamente ha podido decir: "He vivido de verdad".
Percibo en mamá Alicia un presentimiento intuitivo que le muestra  su soledad irremediable y en la familia hemos interpretado ese cuadro de tristeza como el último tramo de su recorrido terrenal. Ya hicimos ese tortuoso ejercicio durante casi 20 años con nuestro hermano "Concho". Aunque cualquiera puede morir primero, sentimos que "Ali" está muy cerca de la ventanilla siniestra de la eternidad, desde donde es imposible retroceder. Ojalá nos toque esperar el mismo tiempo de incertidumbre que tuvimos con "Concho" a quien, justamente hoy, lo despiden en USA, con una ceremonia religiosa. 
La ruta de la vida le ha puesto este 15 de mayo dos paradas obligadas a la familia Cataño Espinosa. En uno,  la vida resplandece; en el otro, la muerte toca la campana del triunfo. Mamá Alicia cumple hoy 100 años, precisamente cuando despedimos a César.
Estoy confundido, creo que la única esperanza de mamá Alicia es la de escaparse de la vida y a veces pienso que desde hace varios años está ensayando a morirse. 
¡Ha vivido de verdad!!!





3 comentarios:

  1. Excelente crónica Cataño, eres un maestro de la palabra, saludos a mamá Alicia.

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  2. Hermano que buen artículo, un abrazo para toda a famiia y felicitaciones por temer viva a Alicia, la llama de vida a quien le mando un beso.

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  3. Bonito homenaje a tan ilustre dama ejemplo para ser imitado, mujer pilar de una familia,felicitaciones,

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