viernes, 3 de noviembre de 2017

Cementerio de Arlington, las huellas de la guerra que todavía no termina


Con la precisión de la era digital, el reloj del anfiteatro emitió los 12 golpes sinfónicos del medio día y todos los presentes se pusieron de pie para presenciar el cambio de guardia en la tumba legendaria del Soldado Desconocido, del Cemenerio Nacional de Arlington.
En 1921, el Congreso aprobó el entierro de un soldado de la I Guerra Mundial, sin identificar, en un sitio de la colina del cementerio de Arlington en donde desde 1864 reposan los militares muertos en los miles de combates librados por las tropas americanas a lo largo de la historia.
Para rendir honores a sus héroes caídos en la lucha y como símbolo absoluto de gratitud y respeto, un grupo élite de la marina monta guardia en esa tumba las 24 horas del día, los 365 días del año y bajo cualquier condición meteorológica.
La ceremonia -que se repite cada hora- es esperada por cientos de turistas de todo el mundo y estudiantes de los distintos niveles educativos que, como aguiluchos apenas emplumados, aprenden a afilar sus garras a partir del rigor y la meticulosidad, precursoras del orden y la lealtad a unos principios que no tienen apelación y mucho menos posibilidad de ser controvertidos. Es la disciplina militar de la primera potencia mundial.
No pasaron 20 segundos después de la última campanada cuando dos militares espigados, vistiendo uniformes impecables y caminando y moviendo sus brazos como robots, y sus cabezas inmóviles como la de una estratua, uno mas joven que el otro, salieron desde cuarto de los guardianes de la tumba y se dirigieron al patio en donde un guardia camina constantemente por una tapete angosto y delgado, se detiene frente a la tumba y la mira con respeto.

La solemnidad, firmeza e imponencia de la ceremonia comienza en el guardián de turno, quien recorre 21 pasos desde el extremo del tapete, gira para ponerse de frente a la tumba durante 21 segundos,
gira de nuevo, espera otros 21 segundos antes de caminar otros 21 pasos hasta el sitio de partida. Es un ciclo sin descanso durante su turno estoico de una hora.
El 21 es un número muy importante para la milicia americana y de distintas partes del mundo y eso explica los 21 cañonazos que se disparan durante la ceremonias fúnebres de los militares y en otros actos de singular notoriedad.
El infante de mayor rango avanza hasta el guardia que sale, se alinea con Él, y con un grito repetido por el eco en una reverberación que se difunde por las 254 hectáreas del parque, renueva el agradecimiento y el respeto de las tropas a sus héroes. Camina hasta el extremo del patio y ejecuta una inspección milimétrica del arma y del guardia relevante. La revisión del arma se hace con la destreza y agilidad de un malabarista y por momentos los espectadores temen que se produzca un accidente pues el movimiento del arma se hace con una distancia mínima enre las dos unidades.
-El arma larga no puede tener ni la más mínima presencia de mugre o polvo y además se debe comprobar que esté en óptimas condiciones de funcionamiento, me explicó un militar retirado, quien además me apoyó para tener un lugar privilegiado entre la  numerosa concurrencia, tras mostrarle una credencial de Diario del Huila que conservo desde mi paso por esa casa editorial en 2016.
La revisión personal es tan profunda que se podría afirmar que hasta el alma del soldado es sacudida como si pretendiera desenterrar una joya entre una montaña en ruinas. El vestido, los zapatos, la piel, las manos, en fin, todo el cuerpo es objeto de esa revisión, por delante y por detrás, para lo cual, el que inspecciona da giros con la trascendencia militar.
Caminan juntos hasta encontrarse con el guardia relevado, se hace una nueva proclama de lealtad y agradecimiento, el soldado relevante retira la corona puesta, cambia el agua y la deposita en un sitio especial en la parte posterior y al regresar pone la nueva corona.
 Por separado, se enrumban hasta el salón de los guardias.
En algunas ocasiones, la ceremonia de relevo contiene acciones complementarias, como homenajes específicos a militares enterrados en las últimas horas. Sus sobrevivientes reciben las coronas para ser colocadas en la tumba.



De manera inevitable, el silencio sepulcral de todos los cementerios nos remite a la muerte de tantas cosas bellas y al mirar las cruces alineadas de manera simétrica, a la derecha, para arriba, para abajo, hacia los lados, me quedé mudo por muchos minutos, como si me hubiesen sepultado allí mi verbo.
-Todos estos militares cayeron por la Libertad o al contrario la Libertad quedó herida por las batallas que libraron?, me pregunté mientras desde lo alto hacía una fotografía del fabuloso río Potomac, cuyo puente atravesé a pie 3 horas después.
De todas maneras, la Libertad sigue herida en todas partes del planeta aunque todos los "luchadores" la invoquen para sus causas.
Los más de 320 mil muertos de este cementerio que están aquí bajo un sol inusual de mitad de Otoño, son muertos producidos por la guera que no deja sino vivos inocentes. Casi ningún muerto es culpable.
Eso de los muertos en la lucha es como un sentimiento romántico, como un voto, como un deseo de que su finales sean interpretados como actos de heroísmo, así hayan sido producto de fanatismos irracionales.
En todo caso, tengo que confesar que nunca antes viví un acto de tanta majestuosidad, imponencia y zalamería como este cambio de guardia en la tumba del Soldado Desonocido y a pesar de que me impactó por su rigor, representa un contraste para mi condicion de hombre desabrochado, informal, irreverente y contestatario.
Limpio, silencioso, ordenado, cuyas tumbas blancas grisáceas tienen la apariencia de haber sido lavadas para las visitas cotidianas, el cementerio de Arlington le debe la fama de cementario mayor del planeta además, de su extensión y por el número de lápidas, a las numerosas películas que le han dado un manejo protagónico. 
Terminada la imponente ceremonia, el militar retirado me habló un poco de la historia del cementerio y su versión indica que un militar casado con la propietaria del terreno, desertó de las tropas de la Unión y se adhirió al ejército confederado. En represalia, el ejército de la Unión puso en esa propiedad los restos de 75 militares muertos en el trágico año de 1864.
Los descendientes de los propietarios del terreno intentaron recuperarlos y entablaron una acción legal que concluyó con un mandato que reconoció a los demandantes y obligó al nuevo gobierno a devolver las tierras. 
Para el momento de la decisión, ya el número de militares enterrados superaba los 9 mil y en consecuencia el Congreso aprobó la compra de los terrenos por U$ 150 mil, según mi relator.
De conformidad con las estadísticas, 5 millones de personas visitan anualmente el emblematico cementerio, la entrada es libre. Las tumbas del Soldado Desconocido y del expresidente Jhon Kennedy son las más reconocidas.
Sus lápidas pulcras y sencillas, del mismo color y tamaño, con excepción de las de los altos oficiales, no tienen símbolos de superstición o hechicería, como cruces y otros amuletos, visibles en los cementerios corrientes, y para los americanos su única significación es el valor histórico que tienen y que ponen como ejemplo de obligatorio cumplimiento a las nuevas generaciones.  
-"Para que estén exentos de toda esclavitud", remató mi colaborador.
Remascando el tema de la guerra y pensando en mi querida patria que podría tener un cementerio más grande que este por causa de la violencia fratricida que no parece tener fin a pesar de la firma de un acuerdo con el grupo guerrillero más antiguo del mundo, me fui a pie y muy despacio al "Memorial Lincoln", y dentro del edificio que tiene forma de  histórico templo griego, contemplé la escultura gigante de este expresidente gringo, con inscripciones igualmente monumentales que hacen referencia a algunos de sus discursos.
Mientras mi hermana me tomó una foto con la escultura en el fondo, entre cientos de personas apretujadas, pensé que las ruinas de los hombres y de las cosas son los mejores interlocutores para un diálogo con nosotros mismos.
Y sentí impulsos de volver a la simétrica soledad del cementerio de Arlington y a su anfiteatro para confrontar mi alma de hombre solitario.



No hay comentarios:

Publicar un comentario