lunes, 11 de abril de 2016

¡¡Hasta luego, tío Eduardo¡¡


Dos actitudes del tío Eduardo me revelaron la grandeza de su alma: El inconformismo, que lo mantuvo siempre en la lucha sindical como obrero de "La Garantía", y su afición por el deporte, principalmente por el fútbol.
Inquieto activista al interior de la empresa textilera, no se dejó seducir por la burocracia y a pesar de su constante preparación en las tareas de la lucha popular, siempre fue un obrero de la base que, sufriendo como todos los asalariados, en medio de las privaciones, llevó el pan a su casa con el que alimentó a su madre, mi abuela Felisa, y a sus dos hermanas solteras.
Me parece verlo sobre su bicicleta "Philips" negra, con farola, parrilla y corneta, siempre sonriente, en la que algunas veces me llevó desde el barrio La Independencia hasta el paso a nivel del ferrocarril del barrio Cristóbal Colón, en donde funcionaba "el paradero" o terminal de los buses de la empresa Verde Bretaña. A mis 7 años, su simpatía me marcó como un símbolo de la armonía familiar, de la convivencia y de la capacidad de trabajo que siempre vi entre las personas mayores de mi entorno, como mi papá Jesusma, mamá Alicia y todos mis tíos, maternos y paternos.

Bajándome de la bicicleta para iniciar el regreso a casa, siempre sentí el encanto de lo desconocido y durante mi recorrido empecé a percibir como una floración de sueños, eso que pasa por el alma en ondas secretas que uno no pude identificar. Y ese fue el atractivo de mis viajes cortos en la parrilla de la "cicla" del tío.
Siempre radiante a pesar de las dificultades e injusticias, un domingo me negó una vuelta por el barrio en la parrilla de la bicicleta.
-No llores, "tocayo" -así me llamaron de niño- hoy tengo una invitación mejor, que te va a gustar más que la montada en la cicla.
-Nos vamos para el Pascual Guerrero, hoy es el clásico, juegan América y deportivo Cali, me dijo.
La policromía de la ciudad y sus edificios de 10 pisos me encantaron y mientras avanzamos en el bus de la empresa "Azul Crema", pensé que Cali era algo así como un imperio de la belleza.
Me puso en una fila de niños, en la tribuna de "gorriones" (otra especie en vía de extinción) y me dijo que allí mismo nos encontraríamos al término del partido.
La belleza arquitectónica y de las avenidas pasó a segundo plano ante la vibración difusa y opulenta en el interior del estadio repleto. La estructura tembló -como tiemblan mis recuerdos hoy- cuando saltaron los equipos a la cancha. Y mi espíritu vibró espontáneamente como tocado por un poema cuando el equipo de uniforme verde saludó al público. Fue mi primer encuentro tembloroso con el deportivo Cali que hoy, 58 años después, brilla con la tristeza de una lámpara votiva a punto de apagarse.
Entonces, mi tío Eduardo fue quien me metió en la pasión del fútbol cuando apenas era un niño,  una esperanza de hombre contaminado prematuramente con la pelota, con el genio en las piernas que dibujaba poemas en las canchas y potreros para despertar ese extraño sentimiento llamado Gol.

Amante de los tangos y los boleros, recuerdo que fue un enamorado de la música del "jefe" Daniel Santos y, aunque de manera difusa, veo sus gestos de desengaño por los ensueños desvanecidos con una de sus amigas. Sentimental y enamorado, fue Él quien me puso a leer a María, de Jorge Isaac, con la que tuve las primeras noches estremecidas por el presentimiento del amor.
Durante años ocultó su relación con Margarita, amante y esposa, por temor a las "cantaletas" de desaprobación de la mamá Felisa, como siempre llamamos a su madre, nuestra abuela. Su cristianismo radical no consentía una vida de pareja por fuera del matrimonio y el tío se había enamorado perdidamente de su novia hasta "poseerla" como decían entonces. Fue como un nido guardado entre los pastizales.
El día que decidieron sacar el nido más allá de los jardines, una horrible coincidencia los puso en evidencia. Viajaron en tren hasta Armenia, en donde reventaron la yema cálida de su luna de miel, pero cuando regresaban por la misma vía férrea, con sus almas todavía perfumadas, quedaron semiparalizados al ver cómo la mamá Felisa y Ana Elia, su hermana, subieron al mismo vagón en el que viajaban en estado placentero de exaltación emocional.
Esa tempestad del corazón se transformó, increíblemente, en en un alivio y en un consuelo para la adversidad porque en adelante la familia consintió esa relación que se prolongó por toda la vida del tío Eduardo.

Su mayor frustración, como luchador sindical fue, quizás, cuando la manguala histórica del Estado con los patronos, produjo el cierre autorizado de "La Garantía", después de aprobarse su petición para acogerse a la ley de quiebra, con lo cual quedó "legalizado" el despido de todos sus trabajadores.
Tres años después de mi primer partido en el estadio, Jairo Orozco Espinosa, mi primo, llegó también al Pacual Guerrero  y entonces la camiseta verde y blanca del deportivo Cali se mezcló con la de esos niños precoces que de manera simultánea empezaron a maniobrar con audacia las pelotas de caucho y los balones de trapo en las canchas espontáneas del barrio La independencia, de la sultana del Valle, todas las tardes, con el tío Eduardo y con unos muchachos de apellido Girón, si la memoria no me falla.
Del mismo modo, Montoyita o Chespirito -como se reconoce a Jairo en círculos de la radio en Florencia y en Armenia- fue mi cómplice para las trampas que hicimos en la puerta de gorriones del Pascual cuando, ya creciditos, no cupimos por eso roto habilitado para el ingreso gratuito de los niños. Los artificios fueron descubiertos un triste domingo por los tombos que vigilaban la entrada para el clásico con el ABérica. Cuando intenté recogerme, sentí un bolillazo en la espalda que me hizo ver de manera anticipada las chispas de los diablos que no pude ver en el campo de juego. Montoyita, un poco menor en edad y estatura, coronó la entrada. Domingo triste porque el verde perdió y me tocó esperar, entre lágrimas, en las afueras del estadio.
Cuántos años han pasado y siento la fuerza de aquellas escenas, empujadas por la memoria del tío que fue sorprendido por la parca cuando tomaba su desayuno.
-Con la noticia de tu muerte, sentí que un puñal se clavó en mi niñez feliz, y vi los últimos resplandores de mi infancia apagándose para siempre, tío Eduardo.
-Anoche me dormí soñando con vos, tío, con tu bacanería y también con la desgracia del deportivo Cali.
¡¡Hasta luego, tio!!, ya me falta poco tiempo para alcanzarte, para recoger la mitad de mi corazón inocente que te has llevado.

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