sábado, 4 de julio de 2015

Expedición ¨Pajarito verde" (2)
Mercado de Bazurto, compendio de la otra Cartagena

Aunque los colombianos solo conocen la Cartagena amurallada, mágica, turística, industrial, la anfitriona de los encuentros del llamado Jet Set nacional e internacional, la ciudad soñada como destino de vacaciones y para la celebración de matrimonios sonados y fiestas de quinceañeras burguesitas; la de las playas inolvidables, la pomposa sede del reinado nacional de belleza, es evidente que existe la otra Cartagena, la raizal, la de calles destapadas, casi intransitables; la de las casas humildes, la del 65% de los cartageneros que viven en extrema pobreza, entre pandillas barriales y la criminalidad organizada.
La otra ciudad, que como la mayoría de las urbes colombianas azotadas por la corrupción y la politiquería, sufre por el cierre o restricciones de sus hospitales, que se inunda cada vez que llueve, en cuyas esquinas proliferan las basuras y los grupos delincuenciales que imponen fronteras invisibles y en donde además, como factor común, su población sufre de hambre y por la insatisfacción de sus necesidades fundamentales.


Las dos Cartagenas están separadas apenas por unos pocos metros después de la plazoleta de la India Catalina y en donde, justamente, se sufre por causa de una crisis de movilidad, ruido y ocupación del espacio público que no he visto en ninguna de las ciudades que he visitado en mi vida ya crepuscular.
Y en el corazón de esa otra ciudad que se mueve en medio de la mayor anarquía de tránsito vehicular, la avenida Pedro de Heredia, su columna vertebral, nos condujo al famoso mercado de Bazurto.
El viaje en bus urbano desde la otra Cartagena nos puso al borde del miedo y la desesperación como consecuencia de las altas velocidades, las piruetas, los quites, el alto volumen del radio, los gritos del “sparring"-el ayudante, en otras regiones del país- y la invasión de los vendedores y "rebuscadores" de distinto tipo que, curiosamente, aquí entran libremente a los automotores, sin pedir autorización de sus conductores.
El mercado de Bazurto es como una isla independiente en donde el desorden y el caos son parte de sus componentes esenciales que hacen de este lugar un punto combinado entre el encanto y el miedo.

En medio de una vetusta y gigante construcción, las carpas y toldas sucesivas en las que se venden toda clase de artículos, están metidas entre un laberinto de callejones por los que, por minutos, me sentí más desamparado que un niño separado de su madre.
La lucha de los concurrentes es más feroz por el espacio que la disputa por los productos ofrecidos a gritos como “mera regalía, el que compra de noche y vende de día“. 
-Aquí algunas mañanas no hay espacio ni para los pensamientos, me dijo Luis Carlos Vasquez, un vendedor de verduras que crió a sus 9 hijos con su negocio.
Hombres, mujeres, niños y jóvenes, algunos sin camisa, atienden las ventas en esta vitrina singular que ofrece desde una aguja, frutas, yerbas, verduras, granos, repuestos de segunda, yuca, plátanos y carnes en medio de aguas negras. Pero, la simpatía y la cordialidad a todo momento, confirman que el cartagenero es un hombre simpático. Con algunos de ellos, nos tomamos fotos y compartimos varios minutos mientras nos refrescamos con agua helada.


Me sorprendió una vendedora de bocachico quien dijo que sus pescados los importan de Argentina. De la misma forma como el tinto que tomamos en algunas regiones del país, lo traen de Vietnam.
Durante los primeros minutos del recorrido, sentí desazón y fastidio por este lugar, pero poco a poco me metí en el cuento, ante la calidez de los vendedores y la paciencia de los visitantes a quienes no les escuché ninguna manifestación de inconformidad.
De acuerdo con un relojero, quien por causa de los avances tecnológicos se vio obligado a desarrollar otras habilidades como la reparación de celulares y relojes digitales, en la esquina de ingreso a Bazurto, sobre la Pedro de Heredia, las autoridades ambientales han encontrado hasta 90 decibles de ruido.
El mercado de Bazurto se instaló en su lugar actual desde 1978, cuando los vendedores fueron trasladados allí desde el lote donde se construyó el lujoso centro de Convenciones y varias administraciones han intentado su reubicación, pero, como sucede con otros asuntos locales, entre ellos el Metro Caribe, se disolvieron en los escritorios de las administraciones. Mientras tanto, los habitantes de la otra Cartagena seguirán felices con este motor de contaminación de las playas donde se divierten los moradores ricos y los visitantes de la otra “Heroica“.
Y como ocurrió pocos años después de la fundación de la ciudad, cuando las murallas no solo sirvieron para su defensa sino también para la discriminación, hoy a los pobres -que en un alto porcentaje es la población negra- se les esconde, se les aleja, se les desconoce.

                                                            

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