miércoles, 31 de mayo de 2017

Centro Nacional para el estudio del bambú-guadua, la biblia del llamado "acero vegetal"

Los guaduales son una de las más grandes armonías de la naturaleza; cantan o lloran, según cante o llore en nuestro espíritu, la conciencia íntima, nuestro Yo.

Los Quimbayas le dijeron "caña gorda" por su parecido con la planta del azúcar y en la región conocida como "Antioquia grande", pueblos enteros, aferrados de las laderas y de los filos de las montañas, sostenidos en guadua, conforman conjuntos que se ven excepcionalmente en esta zona del país, flotando y soportando el paso de los años. Esta característica fue determinante para que la UNESCO declarará al  "Eje cafetero" como Paisaje Cultural de la Humanidad, pues no solo el verde que tapiza las laderas enmarca la belleza singular que hoy es atractivo para el turismo nacional e internacional, sino la armonía que el mismo conjuga con la arquitectura y colorido de sus edificaciones, tanto en la zonas rurales como en las urbanas.
También se les reconoce con el nombre de "tacuaras"y "cañazas, pero universalmente reciben el nombre de bambú americano. En 1806 fue descrita por Alexander Von Humboldt como bambusa-guadua.

Su uso es tan antiguo que, según el libro ‘Nuevas técnicas de construcción en bambú’, en el Ecuador y Colombia se han encontrado improntas de bambú en construcciones que se estima tienen 9500 años de antigüedad.
Puentes colgantes y atirantados de impresionante precisión de ingeniería, poderosas embarcaciones así como flautas, quenas y marimbas, fueron construidos por los incas con este recurso durante la época de preconquista, y después de ella la especie fue la encargada de proteger a los indios y hasta pequeños pueblos del asedio de los españoles escondiéndolos tras sus espesuras.
La arquitectura regional de la zona cafetera adoptó la tradición indígena del cultivo y el manejo de la guadua en las técnicas constructivas correspondientes, como su fundamento esencial.
En 1988, la Corporación Autónoma Regional del Quindío -CRQ- fue distinguida con el premio nacional del Medio ambiente, por la importancia que ya representaba el Centro Nacional para el estudio del bambú-guadua en el campo de la investigación, y por los logros que se habían obtenido con los estudios de este Bambú Americano como recurso natural e industrial.
Según estudios publicados en Wikipedia, en Colombia la guadua ha sido sometida a grandes presiones deforestadoras; de extensas áreas existentes ha pasado a pequeñas manchas boscosas ubicadas en las orillas de los ríos y en los bosques húmedos de las laderas de montaña, especialmente en los departamentos de Caldas, Risaralda, Quindío, Valle del Cauca, Cauca, Antioquia y Santanderes.
La guadua es un vegetal de rápido crecimiento que puede alcanzar 25 metros de altura en 6 meses y hasta 21 centímetros de crecimiento diario en zonas cafeteras. Es una planta que regula la humedad del suelo porque retiene agua en periodos lluviosos y la entrega en periodos secos y tiene registrados más de 1000 usos en Colombia.


Ubicado a tan solo 22 kilómetros en la vía Armenia-Córdoba, el Centro Nacional para el Estudio del Bambú Guadua presta los servicios de capacitación a profesionales, universitarios, estudiantes, agricultores, asociaciones, grupos ecológicos y otros grupos de interés de cualquier región de Colombia y visitantes de otros países. Además, en sus laboratorios se llevan a cabo investigaciones permanentes sobre su mejoramiento, nuevos usos, agentes perturbadores de su desarrollo como coleópteros de distinto tipo y en general sobre todos los aspectos asociados con su cultivo, intervención y usos.
De acuerdo con la ingeniera Eucaris Millán, administradora del Centro, está a punto de terminar un proceso de readecuación de las instalaciones, que estarán de nuevo al servicio de los visitantes a partir del mes de agosto próximo. Inicialmete, dijo, el servicio de acompañamiento y asesoría se prestará mediante inscripción previa.
Exquisitos, tiernos y a veces tormentosos, los guaduales son una de las mayores armonías de la naturaleza. Los paisajes exteriores que moldean, modifican los paisajes interiores de las personas que los disfrutamos. Su perfume penetrante despierta un placer perturbador y el rumor de su movimiento flota mágicamente.


"El aprovechamiento es una práctica silvicultural de mantenimiento y mejoramiento del guadual. Puede definirse como una práctica silvicultural que procura crear condiciones favorables en el guadual, lo que implica el mejoramiento de la regeneración natural y de la composición estructural, que aseguran el máximo rendimiento sostenible, dijo la ingeniera Millán para justificar las actividades de intervención de los guaduales del Centro Nacional de la Guadua. 
"En los bosques de guadua, el proceso de sucesión, se puede considerar como progresivo cuando su manejo muestra el guadual en equilibrio biológico, contrario cuando se produce alguna alteración o deterioro en su estructura, producto de una intervención natural o artificial caso en el cual se considera que el guadual comienza a presentar una sucesión regresiva, lo cual puede ocasionar su completa desaparición", explicó la profesional.

Para evitar el proceso de sucesión es necesario conocer y diferenciar todos y cada uno de los elementos que conforman el guadual. Su conocimiento permite aprovechamientos técnicos, además de conocer su dinámica dentro del proceso de productividad del guadual.
Entre las causas que ocasionan la llamada sucesión regresiva del guadual está el no manejo, ya que si los guaduales no se aprovechan tienden a degradarse por exceso de individuos en determinado momento y/o por disminución de la actividad biológica o dinámica del guadual.
Por lo expuesto anteriormente los guaduales deben intervenirse periódicamente para regular el espacio vital de sus individuos y para favorecer una mayor aparición de rebrotes o renuevos. En Colombia, se han realizado investigaciones sobre aprovechamientos técnicos debido a que la gran mayoría de bosques se encuentran muy densos por falta de manejo, o muy intervenidos por una explotación antitécnica.
Es necesario determinar para cada sitio, el ciclo de corte o periodo de corte a transcurrir entre un aprovechamiento y otro, y la intensidad de corte, o sea la cantidad y clase de individuos a extraer en cada ocasión, siendo esto lo que constituye propiamente el Plan de manejo técnico de un guadual.




Con el aprovechamiento técnico se busca obtener un equilibrio en el bosque, en el ambiente y que a través de él, se obtengan ingresos según el manejo sostenible del recurso. En el Centro Nacional de la guadua se abordan todos estos temas y periódicamente se socializan las conclusiones de los estudios.
Aunque las instalaciones del Centro Nacional de la guadua tienen un aspecto aparentemente conventual, sus amplios corredores enchambranados son la antesala de los guaduales que lo circundan, los mismos queestán en las canciones, que embelecen los valles y montañas, que guardan los arroyos, ríos y quebradas del eje cafetero.
Esos guaduales que baten sus hojas diminutas y se inclinan reverentes por la furia del viento. El conocido empresario Luis Ángel Sánchez asegura haber escuchado el testimonio del célebre compositor Jorge Villamil, quien le dijo pocos meses antes de su muerte que su tema famoso, "Los guaduales" fue compuesto durante una visita a la vereda Versalles, del municipio de Acevedo, en una finca sobre la vía a la inspección de San Adolfo, por petición de una señora que lo reconoció mientras descansaba sobre una hamaca y escuchaba los gemidos del guadual.
Los guaduales que ocultan los secretos, los dolores, las angustias, las alegrías que albergan los espejos de agua en el eje cafetero, que empujan los sueños de los campesinos e inspiran a los poetas, están bien cuidados por el Centro Nacional del estudio de la guadua.
Invocando las habilidades de un poeta para rimar hasta el cansancio inspirado por el acero vegetal y por el arco iris que pone entre paréntesis el casco urbano de Córdoba, me subí al bus, de regreso a Armenia.


lunes, 29 de mayo de 2017

Cumpleaños.El laberinto de la soledad

Mi vuelo por la vida, que ha sido una cascada de negaciones, entró en zona de huracanes en la cual la única certidumbre es la horrible soledad que atrapa a quienes vemos morir, despacio pero de manera inevitable, la tarde de la vida.
Y así como la luz llora sobre los picos de las montañas en la hora del crepúsculo, el aire de la soledad se trasforma en borrasca que arrastra nuestras ilusiones, nuestros amigos, nuestra familia, nuestras fuerzas, nuestra voluntad, y devora nuestra salud.
Del mismo modo, se cierran los horizontes de la esperanza y con tristeza observo que a estas alturas del viaje la vida se metió por una larga avenida de cruces de mis amigos y parientes, rodeada de árboles desnudados por el viento y el paso de los años, en uno de cuyos recodos se embosca la parca con su arco envenenado. Es el espanto de quien ha visto morir sus ilusiones.

Es un gran contraste con los campos ya lejanos de la juventud bajo el sol efervescente de la lucha, del heroísmo, del sacrificio por un ideal de justicia social que no pudimos materializar mediante la movilización de voluntades y de masas y nos puso a dudar sobre el secreto de los veredictos históricos arrancados con la fuerza de las armas. Deserté en una trinchera pero los dos grandes amores de mi vida, la libertad y la duda, nunca me soltaron de sus manos enérgicas.
Hoy, al levantarme y con el primer saludo de cumpleaños, me atropelló una gran duda, sin resolución: ¿Las luchas fueron miserablemente estériles  porque, igualmente, fueron cándidamente heroicas?.
Después, cambió la perspectiva de la lucha pero no su esencia. Con el periodismo, clavé muchas veces mis garras sobre el crimen, la corrupción y la asquerosa politiquería que como bestias destruyen al país, pero fui vencido por sus poderosos apéndices a los cuales mi indisciplina e inestabilidad les facilitaron su progreso. Y también por el poder de las amenazas pues la intimidación es un procedimiento horriblemente desestabilizador.
Está pendiente el incendio que destruirá los males colombianos.Será una llamarada, una gran columna de fuego. Y no es solo un deseo romántico porque ya se escuchan voces juveniles amantes de la libertad. Como me lo dijo una tarde Jaime Bateman, el insigne comandante del M-19, una tarde de agosto de 1982 en las selvas del Putumayo: "Mientras exista una sola persona dispuesta a morir por una causa justa, habrá esperanzas".
En esta época del derrumbamiento de los sueños hechos polvo, no quedan sino recuerdos para hacerle el duelo a la muerte de todas las ambiciones. Con mi mamá Alicia, con mis hermanos, con mis hijos, con mis parientes, con mis amigos del alma, busco de manera permanente la chispa que inicie, que desate los recuerdos. Las historias de mi madre, con sus 96 años de sabiduría, son confidencias divinas, relatos besados por los labios de la belleza, con suaves cadencias y frecuentes enlaces con otros episodios. No es una poetiza pero sus recuerdos tienen la musicalidad de los versos que los traigo a cada momento como nuevas revelaciones.

Paisajes, personas, acontecimientos y especialmente las risas, alcanzan dimensiones formidables con la recordación, aunque muchas veces un vaho doloroso se escapa de las praderas del recuerdo y hace temblar las voces de los relatores...y mi alma se perturba. Evocar el pasado es revivirlo y muchas veces vemos los laureles y otras las llagas miserables de la vida.
Para distraer la soledad en esta hora crepuscular del viaje terrenal, revivo mis sueños rebeldes que siempre escoltaron mi juventud batalladora y como único deleite y compañía vivo en contacto con la naturaleza y escribo sobre los sitios mágicos que visito. El sol, el azul del firmamento, las montañas, el jardín del eje cafetero, la calma del atardecer, las promesas de la aurora, el mar que lo contiene todo, el corazón de la selva caqueteña, el desierto de La Tatacoa, las aves pensativas en reposo y en vuelo, la gente, la coyuntura política nacional caracterizada por la mentira, la vanidad y el conformismo; las expectativas de paz, los ríos y en general el milagro de la belleza natural, me empujan hasta las páginas en blanco del computador para "garrapatear"  mis impresiones.

Y aunque mis ojos  todavía no se han fijado en el rostro inmutable e indiferente de la parca, tengo una cita con el irreverente Gustavo Álvarez Gardeazábal para visitar el cementerio libre de Circasia y sus leyendas que han peregrinado por mi sensibilidad desde niño, como una flota de fantasmas que viajan constantemente entre Armenia y Pereira.
Con las manos en el teclado, mirando el último párrafo de esta nota de cumpleaños me consolé:
-¡Esta soledad no es refugio seguro para mi alma...y menos para la parca!!!
Porque el mamagallismo es el abrevadero de los genios.





domingo, 28 de mayo de 2017

¡Hasta luego, Quindío, corazón mío, y sus decoraciones naturales de ensueño!!!




La fiesta del verde en todas sus tonalidades, la gama cromática del firmamento, el olor de la vida saliendo de la vegetación, los robles, los sauces, los nogales, los aguacates, los guaduales y las plataneras, rodean los cultivos de café, en el departamento del Quindío, que constituyen un área única de Colombia declarada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Aunque la producción cafetera se hace en 16, de los 32 departamentos del país, se estima que es la llamada “Antioquia Grande”, integrada por Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío y  varios municipios del norte del Valle del Cauca, la columna vertebral de la economía cafetera. Y los departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda, son considerados el centro de esa columna, por lo que se les conoce como el “eje cafetero de Colombia”, unidos, además, por condiciones topográficas, costumbres, tradiciones, creencias y lenguaje similares. A su vez, el departamento del Quindío es el corazón del eje cafetero colombiano, inclusive el mapa de esta región muestra la forma de un corazón.




Esta área es representativa de las características naturales, económicas y culturales colombianas, combinadas en una zona montañosa con cafetales cultivados en comunidad, que históricamente fue la tierra de los indios Quimbayas, los más hábiles y refinados tejedores de oro, encontrados por Cristóbal Colón en 1.492, en el “descubrimiento de América”.
Como paradoja, el paisaje cafetero configura una armonía con los contrastes de la topografía y su apoteosis de colores, el resplandor del amanecer, la dulzura del crepúsculo, la palidez de las nubes,  y el color púrpura de las tardes en las extensas planicies o en las montañas coronadas por cerros que apuntan al cielo, como un laberinto demarcado por ríos y pequeños arroyos, a los que se les llama quebradas.
Tras su reconocimiento como “Paisaje Cultural Cafetero, se redoblaron los esfuerzos para dimensionar la cultura cafetera a niveles que permitan su conservación, sostenibilidad, integridad y autenticidad como integración del hombre con la naturaleza y los componentes fundamentales de su condición, como son la simpatía, la “picardía” -o tendencia permanente a utilizar expresiones de doble sentido en sus conversaciones- la solidaridad y el amor al trabajo.
El Paisaje Cultural Cafetero de Colombia es el resultado del proceso de adaptación de los colonos Antioqueños, quienes llegaron en el siglo XIX, que persiste en la actualidad y ha creado una economía y una cultura profundamente arraigada en la tradición de la producción de café.


En el departamento del Quindío se generó en los últimos años una nueva industria, a partir del paisaje cultural cafetero. En Armenia y sus alrededores los viajeros tienen la posibilidad de conocer de cerca la cultura del café al visitar haciendas donde se enseña cómo se cultiva, se recolecta, se beneficia, se seca, se trilla y se tuesta el grano. En algunas fincas se muestra a los visitantes la manera de preparar el café de estas tierras, cuyo aroma es apreciado en restaurantes elegantes de distintos países del mundo.
Y como lo bello es la materialización del sueño, como el ideal tomando forma, miles de personas, incluidas muchas del extranjero, visitan los municipios cafeteros como una terapia con la sinfonía de los colores y de las proporciones, los cafetales convertidos en poemas en la grandeza de la planicie o en el misterio de la montaña. El Paisaje Cultural Cafetero es una región próspera y generosa que seduce a los viajeros por el aroma de sus cafetales, el encanto de los paisajes y la simpatía de su gente.
El contacto con el espacio verde genera unas condiciones especiales que caracterizan a sus habitantes quienes, además de su simpatía, desarrollan habilidades especiales para sus relaciones con la naturaleza hasta el punto de conocer el cielo y sus señales para determinar el tiempo de lluvias o las época de siembra de sus cultivos de pan coger, alrededor de sus fincas, como maíz, yuca, fríjol y hortalizas. Asimismo, muchos de ellos pueden determinar la dirección donde se pone el sol, a partir del color de las hojas de las algunas plantas parásitas o establecer el sitio en donde se esconden el escorpión, la araña y la serpiente. A esas capacidades se les conoce como sabiduría popular, que incluye, del mismo modo, la capacidad para predecir eventos y para reconocer plantas medicinales.


Los visitantes pueden observar los caminos majestuosos, disfrutar la algarabía de las aves y el vuelo suave de las mariposas en el mariposario de Calarcá;  sentir el poder de la naturaleza cuyas montañas se yerguen como paredes, disfrutar del rumor de los ríos y quebradas que bajan saltando desde las cumbres por entre piedras enormes y ver a los trabajadores consagrados entre ese infinito horizonte verde de bondades excepcionales en esta tierra que evoca la magia de la naturaleza y la hospitalidad de sus habitantes.
La arquitectura de sus viviendas, en el campo y en los asentamientos urbanos es, del mismo modo, muy similar, con casas de solares grandes y corredores anchos, construidas principalmente con guadua -cañazas o tacuaras también conocidas como bambú americano- y una mezcla de barro y estiércol de ganado bovino. Por lo regular, las viviendas son construidas cerca de los guaduales, que dominan las orillas de las quebradas que cruzan el paisaje, como telarañas de agua.
El hecho de que el Paisaje Cultural Cafetero haya sido declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, significa que la región y el país obtendrán mayor reconocimiento mundial; que sus habitantes demostrarán una mayor apropiación y valoración de la riqueza cultural, arquitectónica, natural y productiva de su entorno; que se fortalecerá el compromiso institucional y comunitario con la protección del medio ambiente y se tendrá acceso a mayor asistencia internacional, mediante la cooperación e inversión en diferentes aspectos sociales y ambientales, todo monitoreado por la UNESCO. Aunque el beneficio más importante es asegurarles un invaluable legado cultural y la conservación de esos valores a las futuras generaciones.
Así que… ¿cómo venir a Colombia y no querer ser partícipe de su cultura cafetera, visitar una hacienda o finca cafetera e intentar descubrir los secretos del mejor café del mundo?
Manizales, Pereira y Armenia, tres ciudades que son a la vez  grandes centros del eje cafetero, puesto que aunque casi no tengan interés turístico en sí mismas, representan las puertas de entrada a los principales puntos turísticos de la zona, gracias a sus aeropuertos y grandes terminales de transporte. En pocas palabras, para llegar al eje cafetero, hay que pasar por lo menos por una de ellas.
El recolector, la mula, el arriero, las chapoleras –mujeres recolectoras- y el jeep, son los componentes principales de la cultura cafetera, pero los arrieros y los jeeps –vehículos construidos por los americanos durante la segunda guerra mundial- son, quizá, los elementos de mayor recordación, convertidos en verdaderas leyendas de la cultura popular en las zonas productoras del grano.
Salento, el municipio más antiguo del Quindío es, además, puerta de entrada para el parque nacional natural Los Nevados, una reserva geográfica en donde se encuentran los nevados del Tolima, Quindío, El Ruíz y otros picos nevados y hasta donde se asciende por un sendero sinuoso, con pendientes de hasta del 60% de inclinación, en jornadas de 3 o 4 días, a caballo o a pie, por entre un bosque de niebla y los páramos que preceden a las cúspides y sus glaciares. Al inicio del sendero se encuentra el valle de Cocora, hogar del árbol nacional de Colombia, la palma de cera del Quindío (Ceroxylon quindiuense), así como de una gran variedad de flora y fauna, mucha de ella en peligro de extinción, protegida bajo el estatus de parque nacional natural.
El valle de Cocora, así como las localidades cercanas: Salento, Circasia y Filandia, se ubican entre los principales destinos turísticos de Colombia, por su belleza y tranquilidad, frescura y hospitalidad de sus moradores. De ellas se dice que en las noches silenciosas, las mujeres salen a recibir los besos que sus amantes les mandan con los rayos de la luna.
Los poetas dicen que en el Quindío se viven los momentos más fantásticos para la meditación pues los murmullos gimen, las palmas bailan, los arroyos cantan y la luna se levanta silenciosa en el oriente, como una hostia gigante sostenida por las manos invisibles del dios de los Quimbayas.







Tradición oral. "El yagé no es para los blancos"


En Solano, Caquetá, la recepción de emisoras de radio es muy complicada por la gran distancia con los centros urbanos y durante el día solo pueden ser sintonizadas aquellas que transmiten en la banda de FM desde lugares relativamente cercanos. Una emisora de Florencia, dos de Mocoa y una que otra de las llamadas comunitarias que emiten su señal desde algunos municipios y comunidades indígenas. Una característica común de sus emisiones es la transmisión de programas de "brujos" o "hermanos" y hasta de supuestos chamanes y falsos curacas que engañan todavía a campesinos, indígenas y colonos con los "poderes" de sanación, adivinación y solución de sus incontables problemas.
Decepcionado por este tipo de contenidos supersticiosos, naturalmente contrarios a la razón, y alentado por algunas versiones sobre los trastornos que produce el yagé en los blancos, busqué entre los habitantes más antiguos de este municipio la reconstrucción de una expedición muy recordada que hizo un  grupo de personas interesadas en conocer los efectos del yagé.
El yagé, como se sabe, es una misteriosa sustancia extraída de un bejuco que crece espontáneamente en la Amazonia y poderosos alucinógeno que le permite a los indios una percepción de la realidad inimaginable pero que, dentro de una relación muy estrecha con el medio ambiente, les otorga facultades para mirar más allá y construir una paz interior que los blancos u occidentales, como ellos nos llaman, no tenemos.
El chamán es la figura central de una comunidad indígena en la que los mitos y leyendas tienen una marcada importancia e influencia en la vida cotidiana porque son, además, elementos determinantes para la sobrevivencia del grupo. De acuerdo con sociólogos y antropólogos, el chamñan o curaca es el hombre que reproduce y desarrolla el universo de los mitos, tiene el poder de comunicarse con los espíritus y de hablar con las deidades, fuerzas o energías, para negociar con ellas como dueñas de los animales y en general del entorno ecológico. Es el mediador entre esos mundos y para cumplir con tales funciones utiliza las alucinaciones provocadas por el yagé, en un viaje de conocimiento y manipulación de los mundos superiores e inferiores...ve a Dios, entra y se recrea en una visita al infierno.
Se utilizan principalmente 3 especies de yagé y la forma de prepararlos es la que da las denominadas "pintas" o "visiones", el paso a los otros mundos.
Omar Lozano, María Manchola, Edil Morales y Leonidas Cruz, entre otros, organizaron la expedición hasta Mocoa, en donde, según la versión de algunos indígenas, un curaca famoso les permitiría tomar yagé para el propósito que quisieran: ir a otros mundos, sanarse de alguna enfermedad, conquistar y atraer a un ser amado o simplemente para emborracharse.
Una hora después de la ingestión de la pócima verde y amarga y cuando sonó la flauta, comenzaron las reacciones: vómito, soltura y los gritos de espanto pues los tigres, las culebras y los bufeos -delfines de agua dulce- empezaron el ataque. Aunque estaban tirados en el piso, se sentían en el aire, como levitados y apenas recuerdan que alguno de ellos, gritando, evocaba al curaca para que "me quite esto tan horrible". A los blancos que toman yagé, por lo general no les permiten apartarse del sitio de reunión, pero don Leonidas estuvo  por la plaza de mercado, como un indigente, deambulando con una bolsa en su mano derecha, como la que usa el doctor chapatín en la divertida serie mejicana. Otros corrieron sin dirección porque en sus alucinaciones vieron a un hombre negro, desnudo, de 2 metros que los perseguía. Otro, amaneció al lado de un indio que usaba cusma y ante el reproche de sus contertulios, salió presuroso a la calle y, gritando que era muy hombre, le dió varias vueltas al microcentro de la capital putumayense. Omar Lozano se puso a cavar un hueco tras ver una culebra gruesa y larga, con cresta de gallo, que según la tradición de algunas comunidades era el anuncio de una mina de esmeralda. Algunos corrieron al río, detrás de un bufeo, pequeño y negrito, que estuvo a punto de hundir su lancha. Una comunidad vecina trajo, amarrados, a María Manchola y otros integrantes de la expedición quienes, disfrazados de tigres, bujaron toda la noche en los alrededores de sus fincas, atemorizaron a los campesinos y se salvaron de las balas de algunos colonos asustados.
En una ostentación de poder, el chamán les dijo que había actuado enérgicamente sobre todos esos fenómenos sobrenaturales para preservarles la vida, les cobró un precio superior al acordado por la sesión y les advirtió que una vez al año vivirían la misma experiencia por el resto de sus vidas.
Hace un rato, cuando me relataban esta experiencia, me pareció ver un bufeo que entraba a la casa de María Manchola, pero al ponerme las gafas me sorprendí con un bagre-pintadillo de 5 arrobas que capturaron muy cerca a la bocana del Orteguaza.
El hombre que amaneció en la cama del indio vestido de cusma o saya de algodón que usan los indígenas, me pidió, casi de rodillas, que no divulgara su nombre, después de admitir que año tras año, en inexorable cumplimiento de la sentencia del chamán, despierta muy pegado al aborígen y ha sentido una atracción fatal que está a punto de tirársele el matrimonio.
Definitivamente, el yagé no es para los blancos.


viernes, 19 de mayo de 2017

Escuela Siete de Agosto, escenario de vida y comprensión reflexiva del desarrollo infantil


En contraste con la magnitud de las colinas que la rodean, la belleza casi suntuosa del paisaje y la soberbia del agua cristalina del río Azul que la circunda, la escuela Siete de Agosto, en la vereda Maizena Baja, del municipio de Pijao, Quindío, es un encanto contagioso que se deriva de su misma simplicidad.
La conocimos bajo un cielo pálido, como pintada por un artista en un recodo de la vía que por este sector comunica a Pijao con Génova. Simple, casi rudimentaria pero rigurosamente limpia, es ahora el eje de interesantes procesos y experiencias encaminadas a la construcción e implementación de un proyecto educativo orientado a entender y estimular el desarrollo infantil, y al mismo tiempo a organizar la comunidad educativa alrededor de sus necesidades fundamentales.
La escuela, que hace parte de la institución educativa La Mariela, es uno de los muchos centros escogidos para la ejecución del llamado programa Escuela Nueva, una novedosa alternativa dentro del sistema educativo formal, conocido anteriormente como escuela unitaria, en el que un solo agente educativo es responsable de la formación de muchachos desde 1º a 5º grado.
La profesora y especialista en gerencia educativa Tanya Mireya Cataño Díaz, titular de la escuela, afirma que los nuevos procesos formativos comienzan con la identificación de las necesidades del colectivo, a partir de la comunicación y sensibilización de las comunidades y en la coincidencia del docente con los intereses de la comunidad no solo en los asuntos pedagógicos sino también en los organizativos y sociales.
En desarrollo de su tesis según la cual el docente debe liderar las innovaciones pedagógicas y compartirlas con los padres de familia, la profesora nos invitó a compartir una de las visitas, a la finca Peñitas, en el sector de Cueva Loca, una hondonada cóncava y recóndita desde donde se avistan los valles de Barragán, que marcan los límites entre Quindío y Valle del Cauca.
Con el rumor de las aguas del río Azul –la voz del afluente- con los 16 estudiantes del programa nos metimos en el camino que mostraron los guías y despacio, muy despacio, comenzamos el ascenso al cielo, o mejor “a dos metros del cielo”, como calificó el inquieto e imaginativo Juan David esa jornada que se hizo entre las bromas y la bruma.
Varias veces pedí recesos pero no a causa de la fatiga sino para disfrutar el paisaje de fantasía, ya en medio del rocío o matizado por los rayos del sol que apenas se descobijaba de las nubes. Para los amantes de la naturaleza, el hallarse entre dos colinas verdes, sembradas de café y plátano y  salpicadas de  vegetación con fragancia de rosas, separadas por una avenida impetuosa  de agua, es como una ilusión óptica que rompe los límites de la realidad.
Al mismo tiempo, los relatos pedagógicos de la docente, combinados con los juegos cuesta arriba, me hicieron pensar que existen muchas formas inteligentes de entender y organizar el desarrollo escolar a partir de la observación y la comprensión de los conocimientos de los mismos niños y adolescentes. El saber pedagógico se debe nutrir de los saberes de los escolares, como un conocimiento mutuo y no exclusivamente centrado en el docente.
Un enorme nido de avispas  de un azul bituminoso, casi negro y brillante, notificó a los caminantes que la naturaleza tiene sus propias decoraciones, como el blanco inmaculado de las flores del cafeto y del jazmín refinado, que además esparce un aroma que perfuma a las otras plantas. “Es una planta refinada”, dedujo inmediatamente una de las niñas que escuchó mis apreciaciones, en una réplica de asimilación y repentismo.
Señalando la profundidad del cañón y los caminos de las fincas en la colina de enfrente, les dije a los niños más pequeños que me esperaban en un corto descanso, que tales caminos eran como pedazos de escaleras colgantes y hacían parte del conjunto de adornos naturales. “Entonces -me dijo Juan Camilo, el vigoroso niño de 6 años que asiste a la escuela- el río es otro adorno”. –Efectivamente, le expliqué, y como el lenguaje también tiene adornos, digamos que el río es como una serpiente larga que avanza con lentitud hasta verter sus aguas en otro río más grande. La diminuta silueta del niño se perdió entre ramas y plataneras, en busca de la profesora, pues le dije que ella le explicaría eso de la desembocadura.
Y como no todo es color de rosa, nos encontramos con las señales inequívocas de una masacre ecológica, un incendio forestal que destruyó muchas hectáreas de cultivos, principalmente de café y plátano. La negrura del piso, la desnudez de la montaña y los olores fétidos son como un grito de la naturaleza, un sollozo ante el crimen. Los campesinos perdieron cultivos y las mangueras que conducen el agua, por gravedad, desde los nacimientos, que a su vez quedaron desprotegidos, despojados de su coraza natural y condenados  a muerte.
El descenso vertiginoso nos puso al frente de otra calamidad: una quebrada en decadencia que fluye desde la montaña, en medio de un amplio cañón pero que marca apenas una línea de agua muy delgada, como la que deja la peineta cuando separamos el cabello. La deforestación indiscriminada en la parte alta de la cordillera y las quemas criminales han agotado, cuando no desaparecido, las fuentes de agua y dentro de algunos años -menos de los que la gente y el gobierno creen- no solo el Quindío sino todo el país y el mundo padecerán y morirán de sed.
Perturbado positivamente, convertido en un niño inocente, fascinado por la cariñosa compañía y por la belleza del paisaje, me puse juguetón...me olvidé del hombre y rescaté al cronista. Aquí y en este momento, obsesionado por el contacto con los niños, pensé que el café de origen Génova que me dio Marina, la casera de la escuela, me había puesto a ver visiones. Valeroso, regresando a mi juventud aventurera, quedé sembrado en la mitad de un puente colgante que los muchachos movieron frenéticamente pero no lograron asustarme...al comienzo. Porque después de unos pocos segundos entré en una crisis de pánico que los mismos muchachos me ayudaron a resolver, en un inesperado alarde de su capacidad de resolución.
Con el apoyo del ministerio de la tecnología, algunos estudiantes ya tienen el rostro de la informática bien definido y muchos de ellos navegan fácilmente por las redes sociales. La docente elaboró un buzón del afecto que guarda la cotidianidad y hasta la intimidad del colectivo escolar. En él, se mezclan la inocencia, la creatividad y la ansiedad de los escolares que se inician en el reconocimiento mutuo a partir de la palabra escrita como instrumento para el diálogo, ingrediente fundamental en la resolución de los conflictos personales y de la comunidad.
La palabra, escrita o hablada, forja la tolerancia y el respeto de las ideas ajenas, elementos básicos de la convivencia y el desarrollo humano, es como el torrente que protege a los pequeños arroyos para que nunca se sequen.
Por sus innovaciones, por su habilidad para asimilar los momentos de crisis, por su capacidad de resolución de los conflictos y, principalmente, por sus calidades humanas y sus competencias pedagógicas, Tanya Mireya se convirtió en un componente imprescindible de la comunidad educativa en este escenario de vida, de diversión y conocimiento que es ahora la escuela Siete de Agosto.