Jesús Guzman, el "mechiblanco"-como siempre le dijimos cariñosamente- otro integrante del grupo de luchadores vencidos y olvidados, fue arrebatado por la parca después de un largo periodo de tristeza desoladora en el que nunca superó la amargura de la derrota definitiva y cayó en la desesperanza.
Voluntarioso, sereno, saturado de orgullo por su compromiso con la justicia social, principalmente para los campesinos, y evangelizador paciente y pedagógico, también vivió la desgracia de una lucha reprimida y definitivamente frustrada que tuvo su auge en el Caquetá en los años 70s y 80s. Su alma de águila grande y fantástica se evidenció desde su juventud y sus primeros vuelos en busca de la igualdad y la libertad los hizo en la inspección de Guacamayas.
El viento tempestuoso de la lucha lo puso en la zona rural de Belén de los Andaquíes en donde el movimiento agrario creció y se convirtió al lado del magisterio en un instrumento que efectivamente obtuvo reivindicaciones importantes. Fue cofundador de Sindiagro, una organización que aglutinó a los campesinos pero que del mismo modo les ayudó en su crecimiento económico y político.
Fue testigo de la construcción, del desarrollo, la represión, la disminución, el reflujo, la desaparición y muerte del movimiento sindical y campesino del departamento del Caquetá.
Su espíritu de lucha entró en reposo y su actividad se redujo a ser un gran sembrador de rebeldías entre sus amigos y familiares quienes frecuentemente lo acusaron de haber participado en una lucha estéril y dolorosa, sin dividendos tangibles.
Muy pronto, el huracán del olvido y la insolidaridad lo llevó a parajes solitarios en donde por momentos pensó que efectivamente la vida de abnegación y sacrificio fue insustancial e inútil. Por momentos sintió la demencia del sacrificio, de acuerdo con reiterados comentarios que le hizo a varios amigos que así lo confirmaron en la sala de velación.
Los campesinos del sector de San Juan y Zarabando alto le dieron otro apelativo, La voz de la nueva esperanza, porque, dijeron, "Chucho siempre fue nuestra ilusión, nuestra confianza, con su ejemplo, su dinamismo, su respeto, que lo convirtieron en un líder natural".
Analítico pero sin mucha dicción, el mechiblanco utilizó los ejemplos y casos de la vida real para evidenciar los resultados de sus percepciones y el aplomo, la moderación y su espíritu conciliador, fueron la guía y la enseñanza para los jóvenes que afectados por el sarampión revolucionario de la época le hablaron de planes clandestinos para complementar la lucha legal. Fue la época de la llegada del M-19, que se llevó a sus filas a Marcos Chalita y a otros dirigentes campesinos y del magisterio que fueron seducidos por la lucha armada. Chalitas llegó a ser uno de los más reconocidos dirigentes de ese grupo.
Concejal de Belén, primero y diputado del Caquetá, después, por el movimiento Firmes, lo probaron como producto de las alianzas entre distintas fuerzas de oposición que lucharon contra el monopolio político del godo-turbayismo. Fue un apóstol de la negación contra la resignación que, paradójicamente, envolvió a ese departamento en los siguientes años.
Cobijado por la sombra del pueblo combatiente de ayer, en el Caquetá avanza hoy un tumulto sumiso y apacible dedicado a la contemplación -no a la admiración- de sus bellezas hídricas y topográficas, extasiado por la belleza de las serranías de Araracuara y Chiribiquete, impresionado por sus ríos gigantes, por sus animales exóticos y sus mujeres de poema. Los habitantes de esa tierra de ensueño fueron anestesiados por una "clase dirigente" oportunista, cuyas cabezas visibles consideraron que era más cómodo y rentable cambiar la resistencia por el reclinatorio.
Un pueblo fatigado por sus luchas, que conoció el heroísmo, quedó en medio de los disparos cruzados de los actores armados y a expensas de los pontífices de la mentira y la retórica, acolitados por un periodismo comercial que le agregó a la pauta la venta de perfiles e inciensos. Muy pronto, quienes murieron por la defensa de los intereses populares y quienes sufrieron los rigores de las torturas y las desapariciones, fueron cobijados por el silencio y el olvido y muchos sectores, entre ellos el magisterio, aprovecharon las victorias parciales, las reivindicaciones gremiales, para hacer fila en la competencia individualista de la vida, en una clara oposición a los intereses colectivos.
Y no solo en Caquetá sino en toda Colombia, los vicios contemporáneos más fatales no son la politiquería, la corrupción, el alcoholismo y la drogadicción, sino el conformismo -precursor del servilismo- y la indiferencia. Se afirma que los alcohólicos y los drogadictos pierden la autoestima, pero los indiferentes y conformistas pierden el sentido de la Libertad.
Pero, tal vez lo más grave, es que vivimos entre esclavos que aman su condición. Y, peor aún, cuando rebelarse contra el conformismo es una apostasía, cuando no una utopía romántica; cuando no se triunfa con los principios y doctrinas sino con las “posiciones” porque la virtud fue sustituida por el “éxito”, entendido como la capacidad para obtener bienes materiales. El mundo estomacal.
Hay momentos felices, hay momentos tristes, hay momentos de llanto, hay momentos de gloria, porque la vida es un torrente dinámico, un columpio de venturas y desventuras. Y, del mismo modo, no hay momentos neutros.
La sensibilidad, el dolor por la muerte de los amigos de lucha, los hermanos del alma, aunque sintamos enojo contra el destino, hace más visible el pasado y nos debe enseñar a fortalecer el amor por la libertad y por la igualdad; por la tolerancia y el respeto de las ideas ajenas como principio de sana convivencia.
El camino ha quedado, y seguirá marcado, por las batallas que libramos y el eco de las voces inconformes reverbera en los aires aunque todavía no se escuchen las voces gemelas que, como en la leyenda bíblica, se disputen el peso de la cruz de la lucha constante.
Recogidos y deslumbrados por la partida del mechiblanco, la voz de la esperanza, y como homenaje a su recuerdo, inclinándonos respetuosos, procuremos que sus puntos de vista, su lealtad y su condición de luchador épico, se reproduzcan de manera permanente. Porque la dignidad debe ser una bandera, un gesto supremo contra la injusticia.
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