En contraste con la magnitud de las colinas que la rodean, la belleza casi suntuosa del paisaje y la soberbia del agua cristalina del río Azul que la circunda, la escuela Siete de Agosto, en la vereda Maizena Baja, del municipio de Pijao, Quindío, es un encanto contagioso que se deriva de su misma simplicidad.
La conocimos bajo un cielo pálido, como pintada por un artista en un recodo de la vía que por este sector comunica a Pijao con Génova. Simple, casi rudimentaria pero rigurosamente limpia, es ahora el eje de interesantes procesos y experiencias encaminadas a la construcción e implementación de un proyecto educativo orientado a entender y estimular el desarrollo infantil, y al mismo tiempo a organizar la comunidad educativa alrededor de sus necesidades fundamentales.
La escuela, que hace parte de la institución educativa La Mariela, es uno de los muchos centros escogidos para la ejecución del llamado programa Escuela Nueva, una novedosa alternativa dentro del sistema educativo formal, conocido anteriormente como escuela unitaria, en el que un solo agente educativo es responsable de la formación de muchachos desde 1º a 5º grado.
La profesora y especialista en gerencia educativa Tanya Mireya Cataño Díaz, titular de la escuela, afirma que los nuevos procesos formativos comienzan con la identificación de las necesidades del colectivo, a partir de la comunicación y sensibilización de las comunidades y en la coincidencia del docente con los intereses de la comunidad no solo en los asuntos pedagógicos sino también en los organizativos y sociales.
En desarrollo de su tesis según la cual el docente debe liderar las innovaciones pedagógicas y compartirlas con los padres de familia, la profesora nos invitó a compartir una de las visitas, a la finca Peñitas, en el sector de Cueva Loca, una hondonada cóncava y recóndita desde donde se avistan los valles de Barragán, que marcan los límites entre Quindío y Valle del Cauca.
Con el rumor de las aguas del río Azul –la voz del afluente- con los 16 estudiantes del programa nos metimos en el camino que mostraron los guías y despacio, muy despacio, comenzamos el ascenso al cielo, o mejor “a dos metros del cielo”, como calificó el inquieto e imaginativo Juan David esa jornada que se hizo entre las bromas y la bruma.
Varias veces pedí recesos pero no a causa de la fatiga sino para disfrutar el paisaje de fantasía, ya en medio del rocío o matizado por los rayos del sol que apenas se descobijaba de las nubes. Para los amantes de la naturaleza, el hallarse entre dos colinas verdes, sembradas de café y plátano y salpicadas de vegetación con fragancia de rosas, separadas por una avenida impetuosa de agua, es como una ilusión óptica que rompe los límites de la realidad.
Al mismo tiempo, los relatos pedagógicos de la docente, combinados con los juegos cuesta arriba, me hicieron pensar que existen muchas formas inteligentes de entender y organizar el desarrollo escolar a partir de la observación y la comprensión de los conocimientos de los mismos niños y adolescentes. El saber pedagógico se debe nutrir de los saberes de los escolares, como un conocimiento mutuo y no exclusivamente centrado en el docente.
Un enorme nido de avispas de un azul bituminoso, casi negro y brillante, notificó a los caminantes que la naturaleza tiene sus propias decoraciones, como el blanco inmaculado de las flores del cafeto y del jazmín refinado, que además esparce un aroma que perfuma a las otras plantas. “Es una planta refinada”, dedujo inmediatamente una de las niñas que escuchó mis apreciaciones, en una réplica de asimilación y repentismo.
Señalando la profundidad del cañón y los caminos de las fincas en la colina de enfrente, les dije a los niños más pequeños que me esperaban en un corto descanso, que tales caminos eran como pedazos de escaleras colgantes y hacían parte del conjunto de adornos naturales. “Entonces -me dijo Juan Camilo, el vigoroso niño de 6 años que asiste a la escuela- el río es otro adorno”. –Efectivamente, le expliqué, y como el lenguaje también tiene adornos, digamos que el río es como una serpiente larga que avanza con lentitud hasta verter sus aguas en otro río más grande. La diminuta silueta del niño se perdió entre ramas y plataneras, en busca de la profesora, pues le dije que ella le explicaría eso de la desembocadura.
Y como no todo es color de rosa, nos encontramos con las señales inequívocas de una masacre ecológica, un incendio forestal que destruyó muchas hectáreas de cultivos, principalmente de café y plátano. La negrura del piso, la desnudez de la montaña y los olores fétidos son como un grito de la naturaleza, un sollozo ante el crimen. Los campesinos perdieron cultivos y las mangueras que conducen el agua, por gravedad, desde los nacimientos, que a su vez quedaron desprotegidos, despojados de su coraza natural y condenados a muerte.
El descenso vertiginoso nos puso al frente de otra calamidad: una quebrada en decadencia que fluye desde la montaña, en medio de un amplio cañón pero que marca apenas una línea de agua muy delgada, como la que deja la peineta cuando separamos el cabello. La deforestación indiscriminada en la parte alta de la cordillera y las quemas criminales han agotado, cuando no desaparecido, las fuentes de agua y dentro de algunos años -menos de los que la gente y el gobierno creen- no solo el Quindío sino todo el país y el mundo padecerán y morirán de sed.
Perturbado positivamente, convertido en un niño inocente, fascinado por la cariñosa compañía y por la belleza del paisaje, me puse juguetón...me olvidé del hombre y rescaté al cronista. Aquí y en este momento, obsesionado por el contacto con los niños, pensé que el café de origen Génova que me dio Marina, la casera de la escuela, me había puesto a ver visiones. Valeroso, regresando a mi juventud aventurera, quedé sembrado en la mitad de un puente colgante que los muchachos movieron frenéticamente pero no lograron asustarme...al comienzo. Porque después de unos pocos segundos entré en una crisis de pánico que los mismos muchachos me ayudaron a resolver, en un inesperado alarde de su capacidad de resolución.
Con el apoyo del ministerio de la tecnología, algunos estudiantes ya tienen el rostro de la informática bien definido y muchos de ellos navegan fácilmente por las redes sociales. La docente elaboró un buzón del afecto que guarda la cotidianidad y hasta la intimidad del colectivo escolar. En él, se mezclan la inocencia, la creatividad y la ansiedad de los escolares que se inician en el reconocimiento mutuo a partir de la palabra escrita como instrumento para el diálogo, ingrediente fundamental en la resolución de los conflictos personales y de la comunidad.
La palabra, escrita o hablada, forja la tolerancia y el respeto de las ideas ajenas, elementos básicos de la convivencia y el desarrollo humano, es como el torrente que protege a los pequeños arroyos para que nunca se sequen.
Por sus innovaciones, por su habilidad para asimilar los momentos de crisis, por su capacidad de resolución de los conflictos y, principalmente, por sus calidades humanas y sus competencias pedagógicas, Tanya Mireya se convirtió en un componente imprescindible de la comunidad educativa en este escenario de vida, de diversión y conocimiento que es ahora la escuela Siete de Agosto.
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