domingo, 19 de abril de 2015

Los sueños que me dibujò la anestesia


El terror inconmensurable que siempre me produjo la anestesia general y sus consecuentes estados de inconciencia, insensibilidad y abolición de reflejos, me sacó dos veces del quirófano, después de haber pasado por la evaluación preoperatoria, a pocos minutos de la iniciación de los procedimientos. En Florencia, salí corriendo de la sala de cirugía del hospital María Inmaculada, a donde llegué entre tembloroso y angustiado después de 2 días de ayuno, con las amígdalas como dos pepas de guama. Y en Neiva, 10 años después, me "fugué" de  la clìnica del antiguo ISS, a las 5 de la mañana, una hora antes de la prevista "cuchillada" con la que se pretendía corregir mi aguda e histórica ùlcera duodenal.
Tras un mes de intensos dolores abdominales y del ya habitual "paseo de la muerte" por clínicas y hospitales de Villavicencio, Bogotá y Neiva, con el que las EPS te ponen "entre Herodes y Pilatos", como dice mi mamá, y te dan citas para después de la muerte, una joven medica costeña, que resultó ser más terrorista que Aurelio Baldor, el del álgebra, me dijo lacónicamente:-Tienes varios cálculos en tu vesícula, uno de ellos de 14 mm, la inflamación es muy grande y si esperas mucho tiempo para someterte a la colecistectomía, te puedes quedar en el procedimiento".
El dolor intenso que me llevó a la sala de urgencias de la clìnica de Emcosalud a las 7 de la mañana, fue remplazado por un sentimiento combinado de angustia, indefensión desamparo y pánico, solo comparable al que viví al llegar a las ruinas de Armero un día después  de su destrucción. La sombría admonición de la medica me trasladó a un quirófano imaginario y entonces, sometido a un procedimiento, ya fui mucho más allá del terror que siempre he sentido y pensé en eventuales trastornos emocionales, psicológicos y psiquiátricos que sobrevendrían. Pensé en lo que los cirujanos llaman como un "despertar intraoperatorio", en el que el paciente es conciente de los hechos que ocurren bajo la anestesia, con percepciones auditivas, me sentí tetrapléjico y vi cómo los monitores se enloquecieron...en todos quedaron las lìneas verdes horizontales, las rayas de la muerte.
-Señor Cataño, te dejaré hospitalizado porque necesitas la cirugía con carácter urgente, me dijo la costeña, sacudiendo mi mano zurda, que dejé sobre su escritorio mientras "viajè" a la sala de cirugía.
-¿No me escuchas?
Entonces llamó a Oscar, mi hijo, quien esperaba afuera, impaciente.
-Por favor, reclama en la ventanilla la orden respectiva para que ingreses con tu papá por aquella puerta, le señalò.
Incorporándome, y en un intento por aplazar la hospitalización, le rebatì:
-Tengo una ecografía pendiente para el 4 de septiembre, grité, mientras me empujaban hacia la camilla de observación.
-Ahora mismo te la toman y en una hora te informaré sus resultados, me contestó mientras me daba una palmadita suave en la cara.
A tiempo que me canalizaba, la simpàtica auxiliar me preguntó si estaba en ayunas.
-¿Alérgico a algo?
-Si, señorita, al uribismo, a la corrupción y en general a la politiquería.
-¿En dónde tiene su historia?
-Tengo cientos de historias...en mi blog catanochucho.blogspot.com he colgado al menos 100 notas, de cotidianidad y paisajismo... siempre he creído que todos tenemos una historia que contar.
-¿Antecedentes?
-Disciplinarios, familiares, penales y unos pocos pasionales pero sin muertos
-Señor, por favor, respóndanos con seriedad porque ya le van a tomar los exámenes, me pidió la enfermera jefe que llegó en labores de supervisión del servicio.
-Me salvé del servicio militar porque perdí los exámenes de aptitud física y por eso mi papá no tuvo el honor del presidente Santos, de tener un hijo en el ejercito, poniéndole el pecho a la guerrilla.
-Pónganle el suero de la verdad, ordenó, sin mirarme.
Dos horas más tarde, mi historia clínica tenla más folios que la investigación por el asesinato de Galán. 
Hemogramas, placas de tórax, ecografía de vìas hepàticas y vesícula biliar...hasta el tamaño de mi próstata y el resultado del antígeno prostático reposaban en manos del equipo de anestesiología que a partir de esas informaciones comenzó la elaboración de su estrategia de trabajo.
Conocedora de mi temor irracional compulsivo por la anestesia, mi hija Liliana Rocío previno a sus colegas, cirujanos, auxiliares y hasta a los celadores, acerca de una posible fuga del paciente de la habitación 314, "programado para un procedimiento en los próximos días".
Pero la "Chiqui" Rocìo también puso a funcionar el  positivo reconocimiento del que goza en el medio, ganado a base de simpatía, eficiencia y profesionalismo. Los mejores cirujanos confirmaron su disposición de efectuar la operación, a pesar de que sus agendas estaban más congestionadas que "puente torcido", de Neiva, en horas pico.
El anestesiólogo Jaime Salcedo, el hombre que me puso la mascarilla con los gases que me llevaron al coma farmacológico, recordó a mi hija como "la única que ha puesto a la USCO por encima de todas las universidades del país en las pruebas para estudiantes de ultimo semestre"...también fue lo último que escuché. No tuve tiempo para enfrentarme a mis fobias y en cuestión de segundos quedé bloqueado y a expensas del grupo que hizo su trabajo con lujo de competencias. En ese acto medico controlado, con o sin compromiso de conciencia, se fundieron todas mis aversiones, cuyos vapores incentivaron algunos sueños que recordé con claridad en los primeros momentos postoperatorios.
-Vi al hacker Andrès Sepúlveda cuando Uribe le decìa: "nos jodiste, marica, hijueputa, olvídate de los $300 millones que te debemos!!!"
-Al Procuragodo Ordoñez, en la elaboraciòn de la carta de protesta al presidente Santos por el nombramiento de dos lesbianas en el gabinete
-A Darìo Arismendy, rabioso ante su desprestigio y pérdida de sintonía por causa de sus ridículos contenidos editoriales
-Adiviné el odio que se palpa en todo el país, a pesar del perdón pedido y de la causa pagada por "Popeye"...es el mismo odio que no permitirá la consolidación de la convivencia aunque guerrilla y gobierno suscriban un acuerdo de paz
-Imaginé a un deportivo Cali recuperado, pero al verlo el domingo ùltimo en Neiva, me dieron ganas de llorar
-Me vi sentado en una poltrona, con "Rayuela", de Cortàzar,  que cumpliría 100 años por estos dìas, para reencontrarme con sus personajes, enredados en mis temas preferidos: el amor, la muerte y los celos
-También estuve en la superintendencia de salud y denuncié la arbitraria e ilegal negativa de la empresa "Servimèdicos", de Villavicencio para aceptar el traslado de mis servicios médicos a esa ciudad
-Me encontré con mis amigos muertos -que ya son más numerosos que los vivos- e hicimos un reconocimiento experimental del poder de la palabra. De la palabra que llevamos a los diálogos fantásticos y de la que dejamos para que fantaseen los vivos
-Mi mamá Alicia, con la voz cansada por sus 93 años, me hablò desde Armenia para pedirme que volviera con ella.
Y mis hijos Liliana Rocìo, Miguel Àngel, Oscar Fernando, y hasta mi yerno Manuel, gritaban mi nombre, en coro.-
¿A qué horas es la cirugía?, les pregunté
-Levántate la bata quirúrgica y mírate el abdomen, Catañito, me dijo Miguel
Sentí un complejo de castración, de invasión no autorizada. El cirujano Luis Ramiro Núñez había hecho lo suyo, tal como me lo explicó temprano en la habitación. Ingresó por el ombligo, corrigió una hernia y desde allí, ayudado por minúsculas herramientas y una lente óptica conectada a una minicámara, se apoderó de mi vesícula biliar. Me enojé con el anestesiólogo por haberme mentido cuando me mostró la mascarilla, me puse a llorar y cuando le iba a mentar la madre, me quedé dormido.
Mañana me retirarán los puntos, después del primer examen postoperatorio. Por lo vivido, creo que perdí no solo la vesícula sino también el sentimiento de miedo intenso por la anestesia, ese procedimiento magnánimo que permite la supresión del dolor y cuyos avances han sido notables en los últimos años. 

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