Como trabajadores de la palabra, no podemos dejar
pasar este 23 de abril sin mencionar el día del Idioma. Porque los periodistas
somos operadores semánticos fundamentales en el proceso de convertir los hechos
en noticias. Los hechos son independientes de la noticias porque existen de
manera objetiva mientras las noticias necesitan la intermediación del operador
semántico para alcanzar esa condición. Un bus accidentado, con 40 personas a
bordo, es un hecho que solamente se convertirá en noticia cuando sea objeto de
intervención por parte de un operador lingüístico. Los falsos positivos
existieron, fueron una realidad desde el momento de la comisión de los crímenes
pero solo se convirtieron en noticias cuando fueron objeto de una operación
lingüística. Del mismo modo, algunos hechos se convierten en noticias que no
corresponden con la realidad porque sufren manipulaciones derivadas de la
extorsión, el chantaje, las amenazas, las desinformación o simplemente la
autointimidación, o la gratificación del operador por la fuente de información.
La Palabra es el molde en el que vaciamos las ideas.
Un molde mágico y sonoro, es el verboducto para transportar los pensamientos
libertarios o esclavos; valientes o cobardes; alegres o tristes, porque la
palabra lo abarca todo, contiene todo, hasta la posibilidad de viajar por fuera
del planeta y la de sobrevivir después de la muerte.
La Palabra puede ser mentirosa o verdadera, luminosa u
oscura, inmunda o armoniosa, en prosa o en verso. La Palabra construye,
destruye, puede ser el cántico de un pájaro o el rugido de un león. Puede ser
ciencia o ficción, voluptuosa, apasionada o imperturbable, mito, leyenda o
realidad.
La Palabra sale de las manos y la boca de Rubén Dario,
de Víctor Hugo, del obrero, del embolador; de García Márquez, de Vargas Llosa;
de la señora de la tienda, de la secretaria; de Ramón del Valle Inclán, de
D`Annuncio; del vendedor de comistrajos, de la puta esquinera; de Maeterlink,
de Fernando Vallejo, del ladrón, del político, del corrupto –que es el mismo-;
del niño de brazos, del anciano, de la niña y hasta del bobo del pueblo.
La palabra puede ser ambigua o clara, derrotada o
gloriosa, envidiosa, rencorosa, guerrera, pacífica, mínima, infinita, dogmática,
dialéctica, atea, religiosa, amarilla, azul, verde, roja, sanguinaria,
tranquila, dulce, agria o lo que queramos, la Palabra es todo, la Palabra es la
vida.
El silencio, que es su antípoda, es el cómplice del
crimen y el engaño porque es a la sombra del silencio que prospera el mal. Y
cuando ese silencio proviene de quienes tenemos
la capacidad para interpretar los símbolos de la realidad, es un crimen
cometido con alevosía contra la
humanidad entera.
El único silencio justificable es el provocado por la
parca, es el silencio inmaculado de la eternidad, cuando comienza la
inmortalidad de lo que dijimos y escribimos antes de ingresar al seno de las
tinieblas. El diálogo silencioso y perpetuo con lo desconocido, sin rodilleras,
sin azote, sin conveniencias, sin “engrases”, sin amigos, sin enemigos. La
muerte es, por eso, la Libertad absoluta y como no la amamos, nos pasamos la
vida combatiendo contra la parca.
La Palabra es todo y no hay nada contra ella. La
palabra es como el fiambre para el paseo hacia lo desconocido, hacia la
fantasía. La Palabra también es rebelde, es superior a las normas que quieren
gobernarla y definirla.
En mis clases de filosofía aprendí que la Libertad se
llama Verbo…que la Tiranía se llama silencio. Desde entonces, eché a volar mi
palabra, interrumpida algunas veces por la indisciplina, otras por las
intimidaciones y otras por las soledades del mismo silencio.
Pero solo en las manos y en la boca de un artista, la
Palabra es bella y elocuente. Y en los hombres libres, la Palabra es reveladora,
apasionada, solidaria y gloriosa.
El apostolado de la palabra es y será siempre la
simiente de la vida porque ella crea, propone, dinamiza la vida de los pueblos
y los salva de la infamia de la mentira y el engaño. Y su antagónico, el
silencio, es la muerte porque es a la sombra de la complicidad que prospera el
delito. Somos operadores semánticos y debemos ser fieles defensores de la
verdad en el proceso de conversión de los hechos en noticias, porque, de lo
contrario, seremos como un sembrador que
se come el grano y no lo siembra.
Pero, del mismo modo, la Palabra debe ser un acto que
convenza, un ejemplo que fecunde. Nuestras palabras siempre deben corresponder
con lo que pensamos y lo que hacemos siempre debe coincidir con lo que decimos.
De lo contrario, nuestra Palabra sería tan traidora como el silencio cómplice.
Porque somos hombres de palabra, escribámosla
correctamente.
Porque somos hombres de palabra, hablémosla con
propiedad.
Porque somos hombres de palabra, ¡hagámosla cumplir!
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