Se cumplen hoy 3 años de la muerte del periodista Harvey Lopera Pérez y quiero recordar mi "Hasta luego", escrito casi un mes después, como una renovación de mi solidaridad con su familia, amigos y periodistas del Caquetá
La obediencia política, la autodignificación del oprimido, el resentimiento, la realidad objetiva de la opresión y los beneficios secundarios ante los ojos de sus amos, fueron las preocupaciones constantes de este guerrero de la palabra transformado en símbolo de la soledad.
En el aislamiento derivado
de su enfermedad, mi tetrallavecita desnudó a los lobos con piel de
ovejas y mostró con claridad los horrores de las cicatrices que dejaron
sus dientes ambiciosos y corruptos en el corazón y en el alma de un
pueblo, otrora luchador, que perdió su dignidad .
De escritor de
cuartillas para la radio, con una relación más directa con la gente a
través de la cotidianidad, con sus penas y ambiciones, con anécdotas,
quejas y tonos lacrimosos, así como con sus pequeños éxitos, pasó a la
crítica propositiva, incoherente algunas veces, pero siempre movida por
la buena fe y por su espíritu combativo.
En un medio de
mezquindades y limitaciones severas para los críticos, para aquellos que
no tenemos el incensario prendido y el reclinatorio limpio, Harvey
siempre llamó la atención por la autorepresión y nos mostró a las
víctimas como agentes puramente pasivos ante los ojos de sus opresores.
Con
sus diarios apuntes en las redes sociales, fue un gran iluminador de
los imaginarios populares y una piedra en el zapato para los perversos
que en vano intentaron subestimarlo o tergiversarlo. Sus amigos, sus
lectores y sus contradictores siempre interpretaron lo que estuvo oculto
o detrás de sus palabras.
El desconsuelo y la desesperanza fueron
sus principales ingredientes del último año, en un esfuerzo permanente
por ocultar su miedo, su terror y sus angustias ante la inminente
invasión de la parca, esa horrible pesadilla que conjuntamente
bautizamos como la danza de las tres viejitas de la mitología. No es
otra cosa que la simple adulteración de la realidad con las palabras,
como la aceptación del propio fin del destino, del tizón que, ardiendo,
se desvanece y nos deja el humo sin semilla pero con mucho miedo,
llavecitas.
Fue siempre un homenaje hacia su oficio y a su
condición, un reconocimiento a la desolación, a la soledad, al silencio.
Un poema para describir las nimiedades del hombre en la época de la
tecnología. Una voz que confirma la sentencia aquella de que “el tiempo
existe porque existe el pensamiento”.
Mi tetrallavecita salió a
buscar, sin rumbo fijo, a quienes nos esperan desde hace mucho tiempo
sin saberlo. A esos que al acercarnos nada nos dicen y, al tocarlos, nos
dejan las manos raras, como untadas de polvo de alas de mariposa.
Porque en la eternidad también ocurren encuentros…encuentros fantásticos
con oyentes que hacen cola desde hace mucho tiempo para gozar con la
palabra viva del muerto que llega.
¡Ya nos veremos, mi tetrallavecita!!!.
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