Como un rumor en el silencio, como una ola rebelde agitada por la contaminación, por la miseria, por la exclusión, y como botones de flores exóticas germinadas en el pantano, y en otras porquerías, Los Misioneros de los Pobres congregados en el monasterio del Buen Pastor vuelan bajito sobre este pueblo en decadencia y han logrado identificar las necesidades más dolorosas y recoger con generosidad los más tristes proyectos de vida truncados por la desigualdad, por las discapacidades, por las enfermedades, por la vejez y hasta por la terrible enfermedad del Sida.
En Cabo Haitiano, donde los dioses de esta gente -que son muchos porque proliferan las iglesias, las sectas y todo tipo de supersticiones y hechicerías como el Vudú- parece que hubieran matado la piedad y sembrado el mal, en donde se impone la voluntad de una parte de humanidad, en donde la desigualdad del color es también la desigualdad de las condiciones de vida, el rayo de la desgracia dejó intacto un pedazo de su perímetro y allí un puñado de sacerdotes y jóvenes en formación religiosa, fieles a los principios cristianos según los cuales "no hay primero ni último" y "amaos los unos a los otros", se pusieron por encima de las autocracias nefandas y de las teocracias sombrías para gritar contra los opresores, para rescatar de la soledad a decenas de niños discapacitados, acompañar a muchas personas de la tercera edad, para aliviar los dolores de otros tantos enfermos. Y para cuidar con esmero a una docena de niños y adolescentes prematuramente contagiados del mal del siglo, el sida.
Es como un grito de la razón humana que les dice a los oprimidos que ellos también son humanos, que levanten la cabeza, que sus padres también fueron conquistadores, como una palmada en sus caras embetunadas y sombrías para que despierten porque ha llegado la hora de la lucha.
Con aportes privados, la comunidad del Buen Pastor funciona como un faro y es un bálsamo en la herida, una lucha contra el espíritu del mal que también se salvó del arca de Noé y se ocultó en el corazón de muchos hombres. Es un pedido a los dioses ancestrales africanos y a los dioses modernos de las distintas iglesias que los colonizaron a garrote, y hasta al dios americano que les da limosnas con escuelas sin profesores, hospitales sin medicinas y casas de lona para mantenerlos en sumisión. Y al dios de la naturaleza que les dio montañas escarpadas, pedregosas y duras y no playas paradisíacas como a los dominicanos.
Entre los habitantes de Cabo Haitiano se percibe un sentimiento de miedo en su universo cultural, en su imaginario, que los hace soñar y vivir en desgracia. Y, personalmente, a pesar de mi sensibilidad, esto me parece irreal, tan irreal como la sombra de un sueño que tuve anoche, afectado por las escenas que vimos durante el recorrido por todo el pueblo y especialmente en su cementerio como transfiguración de la miseria. Donde se aplaca la maldición de los hombres, donde terminan todas las humillaciones, que de acuerdo con el relato bíblico comenzaron cuando Noé, borracho y desnudo, expulsó de su hogar a Cam y lo maldijo, con su pueblo de Canaán, a sufrir todos los males del planeta
En la próxima nota haremos un recorrido por la inmensidad sombría del cementerio de Cabo Haitiano, el desenlace de la tragedia de este pueblo, el más occidental de la isla La Española.
No hay comentarios:
Publicar un comentario