Cuando el ascensor de la vida nos lleva, raudos, hacia el
“séptimo piso”, las horas pasan más atropelladas, más veloces, unas detrás de
otras, fugaces, inasibles, como las olas en busca del beso de la playa. El
tiempo dura menos, tal vez porque ya no tenemos sueños, solo recuerdos que también
se destiñen, se marchitan, empiezan a morir.
Esas olas nos traen, intermitentemente, leños de cruces que
señalan la muerte de amigos coetáneos, casi siempre, y también de jóvenes que
mueren por razones asociadas a la
violencia, principalmente. Nos vamos quedando solos, la lista de los
amigos muertos ya es más larga que la de los amigos vivos y cuando revisamos el
celular presentimos el aviso sobre la partida de un amigo, de un familiar, de
un pariente. A veces sueño con un gran cementerio, como el de Arlington, en
donde busco mi propia tumba.
Mi blog se llena de los “Hasta luego”, con los que despido a
los amigos más cercanos, a los seres queridos, y medito en los murmullos, entre
los ecos de las tonos de sus voces, en los besos olvidados de mis amigas, en
los legados de mis maestros, entre las carcajadas, entre las lágrimas, entre la
decencia e indecencia, veo el desfile de sus caras, leo los escritos, entono
las canciones y repaso las palabras que les sobreviven.
Hoy me toca despedir a la Nana querida y cómplice, La Voz del Caquetá, de muchos
periodistas y locutores caqueteños que fueron muy importantes en el desarrollo de
la región, con quienes nos tocó cubrir desde la llamada “guerra con el M-19”
hasta la departamentalización del Caquetá y los juegos de los entonces
“Territorios Nacionales”, las llamadas Comisarias e Intendencias, mejor dicho,
el campeonato de la otra Colombia a la que solo le cambiaron la categoría
administrativa para designar con otros nombres su abandono y exclusión.
Una Nana cómplice y
protectora que nos permitió usarla como tribuna desde donde convocamos y
“tiramos línea” a los movimientos sociales de las décadas de los 70s y 80s,
durante el auge del movimiento de masas en el departamento del Caquetá, a pesar
de que su patrón, RCN, ordenaba una línea editorial desde luego opuesta a los
intereses populares. Con imaginación y creatividad logramos que la Nana se
ganara las preferencias de los consumidores de radio y durante varios años
consecutivos fuimos una señal casi exclusiva en los receptores regionales.
Pioneros de un estilo directo pero agradable, de brazo con la
gente, y de un ejercicio honesto y valeroso, que marcaron la llamada época de
oro de la radio regional, generamos un periodismo de servicio y de
participación de la comunidad, cuyo estandarte fue el programa “Calle arriba,
calle abajo”, la voz del pueblo a través de la Nana Voz del Caquetá. Una Nana arruladora que cuidó en su seno a
embriones de periodistas como Carlos Astorquiza, Gustavo Vega, Nelson Osorio,
José Duviel Vásquez, Argemiro García, Fernando Bahamón, y a los pichones de
locutores Rafael Chaux, Marco Antonio Segura, Álvaro Peralta, Rubén Dario
Osorio y Manuel de La Vega, entre otros. De La Vega, vio envejecer a la Nana y con el
dolor del alma le tocó sepultarla.
Al lado de otros periodistas como Eliécer León, Mario
Arboleda y locutores también en formación como Fred Emiro Núñez, Guillermo
Clavijo, Arnoldo Barrera y Eduardo Vargas Gonzáles, desarrollamos habilidades
especiales para el cubrimiento de la
primera violencia en Caquetá, la mencionada confrontación con el M-19,
que nos llevó, incluso, a la transmisión en directo de la incursión de ese
movimiento a Florencia, en 1984, cuando la entonces ministra de comunicaciones,
Nohemí Sanín, dijera que “las emisoras transmiten la toma de la ciudad como un
partido de fútbol”. A la Nana había llegado el periodista Ricardo Areiza quien
fue el mayor damnificado con la mordaza impuesta por la conservadora ministra.
Los altos niveles de sintonía se tradujeron en aumento
importante de la pauta publicitaria y entonces su director, Guillermo Clavijo,
con excelentes resultados económicos para los propietarios de la Nana, pudo
“capotear” las quejas que sectores políticos y gubernamentales elevaron por la
orientación editorial que pusimos en marcha.
Bombardeados constantemente por comunicados de
guerra de los actores legales e ilegales, los periodistas aprendimos a dudar,
que es el primer paso para llegar a la Verdad, y entonces aprendimos a
confrontar versiones y fuentes, construimos credibilidad y nos deslindamos de
las verdades oficiales que desde los grandes Medios contribuyen a la
homogenización del pensamiento colectivo, precursor de la dominación.
En la Nana Voz del Caquetá pusimos en práctica la
Nota Editorial, con estilo panfletario y vehemente, belicoso sirirí que
diariamente funcionó como un contrapoder dentro del noticiero regional para
incomodar al gobierno, a funcionarios incompetentes y corruptos, y en general
para decirles a los oyentes lo que querían escuchar. En la emisora de la
competencia, La Voz de la Selva, a manera de émulo, se emitió una sección con
el nombre "Tres minutos de Escándalo" bajo la misma línea de
denuncia.
La agudización del conflicto nos encontró con el
doble ejercicio de periodista íntegro y dirigente sindical del magisterio, lo
que nos convirtió en objetivo de la represión oficial de entonces. Muchos
abandonamos la región y otros, espantados, presionados, amenazados, chantajeados
y extorsionados, se silenciaron o simplemente se acomodaron a las condiciones
derivadas de la violencia. El periodismo caqueteño es otra víctima no
reconocida del conflicto.
La Nana ha sido silenciada por decisión de sus
propietarios y, como ocurre con nuestros seres queridos que parten de manera definitiva,
no podemos resucitarla, pero sí revivo las emociones, las sensaciones, el alma
de esos años de mi juventud soñadora que despertaba a las grandes luchas
posteriores con el alma y la palabra. Lloro sobre sus ondas desvanecidas porque
para un periodista el cierre de un Medio es como el asesinato de un colega,
independiente de su orientación. Porque desde mis primeros pasos en la Nana,
aprendí que la tolerancia es fundamental para la convivencia y en ese sentido algunas
veces me he hecho notable por defender el derecho a la divulgación de opiniones
contrarias a las mías.
El apasionado, romántico, de elocuencia lírica y mordaz,
justiciero, evolucionó a viejo simplista, sincero y primitivo que se embriaga
con el olor de la selva amazónica, con el concierto de su fauna, especialmente con
el canto multifonético del pájaro mochilero; con la fragancia del jardín y del
pasto recién cortado, como tónicos después de la época aciaga y fatal…y que se
abraza a la esperanza de la Paz a pesar de la lucha de los guerreristas por
revivir la violencia.
Al contemplar la foto insigne de la Nana
silenciada, sentí un estremecimiento, un ventarrón que me trajo el aroma de mis
instintos juveniles. Con la respiración agitada, “con los ojos abiertos y los
oídos despiertos”, corrí hasta el patio de la casa para saludar al mochilero
pechiamarillo que se resuena vanidoso desde el árbol de caimo.
Oh, Colombia, en medio de esta nueva tempestad de la violencia, te
saludo desde el sepulcro de la Nana, Voz del Caquetá, el primer eslabón en la
infinita sucesión de palabras, cuartillas y textos que, como Yo, yacen en la
sombra de la amazonia caqueteña.
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