lunes, 25 de noviembre de 2019

Historias de Vida Edilberto Monje, teatro para ocultar los dolores y resucitar la esperanza


Sufrió las humillaciones constantes de un profesor que le pronosticó una vida llena de fracasos pero, sin proponérselo, también le enseñó a ocultar sus dolores y a construir con sus sueños los puentes para cruzar los pasos difíciles y abreviar los 

caminos de la vida.


Nació en el centro de Florencia, muy cerca del parque Santander, fue un niño excepcionalmente hiperactivo y “mamón” para quien lo único importante de la escuela eran las vacaciones en la finca. Sufrió las humillaciones constantes de un profesor que le pronosticó una vida llena de fracasos pero, sin proponérselo, también le enseñó a ocultar sus dolores y a construir con sus sueños los puentes para cruzar los pasos difíciles y abreviar los caminos de la vida.
Como en la canción del compositor y músico puertorriqueño Manuel Jimenez, “El Canario”, la nieve de los años ya cayó sobre su abundante y característica melena “colecaballo” pero conserva el brillo y el fuego de la juventud que pasó en el colegio Migani, y en la Salle, de su natal Florencia, y en otras instituciones educativas del centro del departamento del Valle en donde se distinguió como un pésimo estudiante de matemáticas y, del mismo modo, descubrió sus competencias para el deporte y para las artes escénicas.
Durante una charla de cafetería, en donde la gente habla en voz alta y manotea, comprobamos su desdén por los triunfos y aplausos cosechados a lo largo de su trasegar en el teatro, principalmente por la "barrida" en el zonal universitario realizado en Armenia en 2018, en el que el grupo Laberinto y su obra Cabaret acapararon todos los galardones entre los resplandores de los asistentes y el máximo reconocimiento para la Universidad de la Amazonia.
No le dejaron nada a los demás participantes porque se trajeron  los trofeos como mejor obra, mejor puesta en escena, mejor director, mejor vestuario, mejor escenografía y mejor maquillaje.
Edilberto es una institución en el teatro nacional, tiene el alma inmortal de la belleza artística a pesar de que cuando terminó su bachillerato y ante la disyuntiva de escoger entre el deporte y el arte escénico para su formación universitaria, enamorado de los dos, un “carisellazo” nos lo puso en el camino de animador en ese mundo de seres irreales pero bien representados.
En ese ejercicio capaz de esconder las angustias y los dolores con escenas rituales, de dibujar con gracia los momentos más cruciales de la vida nacional, estuvo en Barcelona, España, donde vivió ese espíritu endiablado y pecaminoso de los cabarets, se vistió de rojo para bailar bolero y se llenó de imágenes que fueron como piezas de un rompecabezas que armó después a punta de creatividad y con el apoyo de los integrantes del grupo Laberinto, fundamentales en la conquista de los éxitos.
En medio de la mezcla confusa de histriones, bacanes, oradores de taberna, escritores infalibles, hombres y mujeres infieles, sacerdotes descarriados, bombillas multicolores, las sofisticadas ejecutantes de la “barra del placer” y el portero que invita a los transeúntes a sumergirse en los placeres de la noche, se inspiró Edilberto para crear su obra Cabaret, que a sido presentada por ciclos en el Campus Porvenir de la Universidad de la Amazonia.
En medio de la nostalgia que produce coger del espejo retrovisor de la vida, con una mirada tranquila y gozando con los hilos del recuerdo, Edilberto revive sus aventuras en el campo y sin esfuerzo escucha los sonidos de los caballos atascados en el barro, los cantos de los pájaros al amanecer, el rumor de la quebrada La Perdiz cuando se “volaba” en la balsa de su papá, el peligro del ganado arisco, el canto armonioso de los gallos en la madrugada, los aullidos de los perros y también sus lanzamientos al agua para rescatar el balón con el que jugaban los mayores en el entonces colegio Antonio Ricaurte.  “Mis aventuras al aire libre me volvieron sensible a las riquezas naturales y me abrieron la imaginación, me pusieron a volar y me lanzaron al espacio de la observación, precursora de la creación”, me dijo con el pocillo de café muy cerca de su boca.
De modales desabrochados, tiene lo que necesita un buen actor: la audacia de un loco mezclada con los gestos de un niño precoz. Pero también posee otra virtud, componente igualmente importante para su oficio, el don de mando que en una obra resucita las esperanzas de los desesperados.
De tanto estudiar y ensayar gestos, posturas y ademanes, de impostar la voz y pintarse la cara, algo se le ha quedado, pero lo que más se le nota es el rito de cariño con el que se refiere a su trabajo como teatrero y como docente de la Universidad de la Amazonia, cuyas clases son verdaderas escenografías de vida llenas de realidades aterradoras sobre el país violento en el que nos ha tocado vivir.
Pero también de esperanza porque confía en que la vida y los acuerdos de Paz le permitirán montar la obra de la reconciliación entre los colombianos, libre del huracán de la politiquería que se mueve en todos los escenarios, con la verdad y la convivencia que se palpen y se asomen en todos los ingredientes del teatro, desde el vestuario hasta el maquillaje.
Como el arte teatral es una forma de expresión capaz de inscribirse en cualquier espacio, Monje se apropió de una de las bodegas sombrías del antiguo Idema, en la sede Centro de la UDLA, y de a poco le ha dado dimensión escénica, cuyo último desarrollo fue la instalación de la tarima utilizada para los actos del Encuentro Nacional de Estudiantes, ENEES en octubre de 2018. Es un verdadero laboratorio en el que han nacido todas las obras que trabajan los integrantes del grupo Laberinto.
Cree que las circunstancias o momentos de devastación pueden ser la antesala del sepulcro o del éxito, de acuerdo a cómo se manejen y recuerda cuando en Andalucía, Valle del Cauca, quedó atrapado en un caudaloso canal de riego subterráneo pues  la salida estaba obstruida por un ternero muerto. “En medio de la oscuridad, con poco aire y golpeándonos fuertemente contra la paredes y contra el animal, pensé que Dios estaba indignado por mis fechorías y con su mano tapara la salida. En esos momentos caóticos, cuando desmaya la fe y brotan las peores incertidumbres, es cuando deben aparecer las virtudes”, me dijo.
Tiene tres hijas –Juanita, Laura y Sofía- con su esposa Clara Olaya, y muchas veces, cuando las observa en labores de maquillaje, le viene a su memoria aquel día cuando en Andalucía, Valle, vestido de payaso, se pintó la cara con un rara sustancia…”tan rara, dice, que duré pintado todo un mes”. Fue tanta su afición por el teatro que muchas veces cogió huevos recién puestos en el corral de su casa y tomates verdes que vendió para conseguir la entrada al circo. Fue su enamoramiento definitivo del teatro y el comienzo de su inducción. Allí se le pegó la gomina que desembocó con la formación de este personaje popular, querido, reconocido, del que todos disfrutamos.
Tampoco podrá olvidar sus primeras experiencias, ya formales, en el teatro, al lado de dos de sus amigos del alma, Manuel Cortéz y Rodolfo Vela, con el grupo Simacota, que los puso principalmente en escenarios escolares y con el que comprobaron lo difícil que es recordar los textos y simultáneamente adoptar un gesto, al tiempo que ganaron en el uso la dicción adecuada mientras sumaban la indulgencia del público. Fueron tiempos de auge del teatro en Florencia hasta imponer la presentación de sociodramas severamente críticos en casi todas las reuniones de padres de familia y en los llamados centros literarios semanales. Nos acordamos de otro grupo, El Sapo, del inquieto Fabio Valderrama (q.e.p.d).
Cuando se difundió la noticia sobre la “barrida” del grupo Laberinto en el zonal universitario de Armenia, me imaginé a Edilberto y sus muchachos en la preparación, en el vestuario, en la narración, en el maquillaje, en la descripción y en la puesta en escena de una obra que se agita en los pies de todos los caqueteños: la construcción de la Paz después de estar arrodillados ante la violencia.
Y en sus libretos desfilarán los que dudan, los que aplazan, los que retroceden, los que esperan y hasta quienes tienen miedo de que la Paz los cambie positivamente.
Porque, como en las obras de teatro, cuando ya se han ido los asistentes, comienza otro capítulo, el de la revisión. En Caquetá ya se fueron los combates y las “tomas”… solo quedan el silencio y el dolor…se asoma la Paz entre el vestuario y Edilberto Monje con sus escenografías de vida y de futuro.

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