La contemplación es una
función distinta y superior a la función de ver, así como la comprensión lo es
a la de leer, me lo acaba de reiterar mi conciencia mientras el avión hace su
aproximación al aeropuerto internacional de Punta Cana, la joya de la corona
turística de República Dominicana, en
donde la belleza no requiere ni una disposición ni una naturaleza especial para
ser admirada.
Aunque algunas personas no
poseen ese don divino, la mayoría somos capaces de comprender, admirar, vibrar,
conmovernos y perturbarnos con las emociones que despierta la belleza natural
que, desde el avión, se ve como una obra de arte con sus líneas armoniosas y
sus ritmos coloridos.
Y en la perspectiva infinita
del mar que rodea a la isla La Española y en sus colinas azules, se percibe la
plenitud y aumenta el amor por la naturaleza que en la parte oriental de la
isla, en República Dominicana, se convierte en un templo de la belleza…y del
derroche, pues en Punta Cana un confuso murmullo de turistas se mezcla con la
gente durante las 24 horas. Es como el sitio de retiro de aquellos que tienen
dinero para el despilfarro, al que ahora le dicen “recreación”.
República Dominicana es una
sociedad serena, en contraste con Haití, su compañera territorial de esa isla
verde y oro, objeto de las ambiciosas intenciones de filibusteros, primero, y
de invasores poderosos, después, que a costa de la destrucción de la democracia
turbulenta de los negros emancipados, de la destrucción de sus campos y el
fusilamiento, han manchado de sangre la historia de la región antillana.
Sobre esta isla de promisión
y de riqueza han caído muchos bárbaros que la hicieron temblar bajo su peso.
Fueron Francia y España las mejores hermanas de Haití y República Dominicana y
su influencia se manifiesta en el lenguaje que hablan sus habitantes, aunque el
criollo haitiano o Creole es una simbiosis del francés y lenguas africanas.
En Punta Cana, el sol y el
mar están más cerca que en cualquier lugar del planeta; surgen sentimientos
poderosos y uno duda para definir si es más importante lo que se sueña o lo que
se vive. Si quien goza, agota los
placeres o es agotado por ellos, es la alegría y sus arrebatos desesperados,
una afluencia de energía trascendental.
Playa Bávaro, declarada por
la UNESCO como una de las mejores playas del mundo debido sobre todo a su arena
blanca y fina y a sus aguas cristalinas,
es sin duda una de las playas más famosas y valoradas de la República
Dominicana y del mundo.
Playa Macao, muy cerca al
conglomerado de Bávaro es otra de las más famosas de Punta Cana y además de la
belleza, colorido, aguas nítidas y arenas limpias, es famosa por las igualmente
reconocidas excursiones en boogies, uno de los mayores atractivos para los
visitantes.
Administrativamente, Punta
Cana es un distrito municipal perteneciente al municipio de Higüey bajo el
nombre de Distrito Municipal Turístico Verón Punta Cana y es considerado como
la joya de la corona turística de la República Dominicana.
Sus calles aseadas que
convergen a la moderna avenida de doble calzada que se extiende hasta la capital
Santo Domingo, el bullicio de sus calles, el nutrido comercio, la circulación
de autos de alta gama, muchos de los cuales son del servicio público,
constituyen un marco esplendoroso en el que se mueven hombres y mujeres dotados
de una simpatía conquistadora y los soberbios turistas de todo el mundo.
A fuerza de relacionarse con
personas de todo el planeta, la mayoría de los locales manejan mínimos
conocimientos de inglés, francés, italiano y hasta ruso. Y desde luego, de creole, el idioma popular de
sus vecinos haitianos.
A unos 50 kilómetros de
Bávaro está Higüey, la capital religiosa del país, en donde se encuentra la renombrada
basílica de Nuestra Señora de Altagracia, la más visitada del Caribe y destino
de numerosas peregrinaciones nacionales y extranjeras.
El santuario fue construido
para reemplazar un antiguo templo en donde apareció La Virgen de Altagracia, lo cual data de 1572. La Basílica se comenzó a construir en 1954, por órdenes del
primer Obispo de Higüey, Monseñor Juan Félix Pepén.
El 21 de enero de 1971 fue
inaugurada la nueva basílica por el entonces presidente Joaquín Balaguer. El 12
de octubre del mismo año fue declarada como Monumento Dominicano, y cinco días
después el Papa Pablo VI la declara como Basílica Menor. Su puerta principal
está hecha de bronce con un baño de oro de 24 quilates, además tiene un
campanario de 45 campanas de bronce. El detalle más notable de su arquitectura
son los arcos alargados, que representan la figura de Nuestra Señora de la
Altagracia con sus manos en actitud de oración. En el tope del arco más alto hubo
una cruz, que fue arrancada por el huracán David, de acuerdo con los relatos
escuchados durante nuestra visita.
Y muy cerca de Higüey, en
Matilla, donde se encuentran los más extensos cultivos de caña de azúcar –el
eje de la economía nacional- manejados por la “Central Romana Corporation”, la
belleza del paisaje, el colorido del entorno y la abundancia característicos de
esta Nación, hacen un vergonzoso paréntesis y aparece la miseria humana de los
cortadores de caña y sus familias, un alto porcentaje de origen haitiano, que
“importan” para pagarles salarios de hambre.
De la opulencia, pasamos a la desnudez.
Esta sombra de
discriminación y exclusión devora los contornos de los bellos paisajes y el
verde de los cañaduzales ya no simboliza la fertilidad sino la dominación
triste reflejada en los cuerpos y en los rostros escuálidos de los niños, las
mujeres y los mismos trabajadores.
Fue una parada muy cercana a
la noche de la miseria y desde la cámara del drone “pajarito” se vieron los
cultivos de caña, sin límites en el horizonte, muy parecidos a los modernos
jardines funerarios.
Vueltos los ojos a la
moderna autopista, nos reencontramos con el sol efervescente del cielo antillano
que cambió la perspectiva pero nos dejó una marquilla molesta como las de algunas
etiquetas de las camisetas chinas. Una realidad sin maquillaje, verídica y
cruel, que pinta la importación de la desigualdad y, tal vez, la agrava, al
absorber no solo las fuerzas físicas de los negros haitianos, sino también su
alma.
Y llegamos a Santo Domingo,
que nos impresionó por su magnitud, mucho mayor a la que conocimos a través del
profesor “Google”, con una movilidad quizás más anarquizada que la de Bogotá a pesar
de sus amplias avenidas, como la que bordea una franja importante del mar, la
George Washington, que penetra la zona colonial claramente demarcada desde la “Puerta
de la Misericordia”, junto al obelisco hembra.
Y en la zona antigua, las ruinas del hospital San Nicolás de Bari, el primero del país, destruido por el
ciclón San Cenón en 1853, es el más emblemático de la historia dominicana. La
iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, en donde vivió la familia Dávila, la
más rica del país; el parque Colonial; el Faro a Colón es un monumento y museo
dominicano construido en honor a Cristóbal Colón. En él, dicen los dominicanos,
que se albergan los restos del “descubridor” Colón aunque los españoles afirman
que sus restos se encuentran en la catedral de Sevilla.
La calle El Conde es una vía
peatonal muy concurrida; la catedral primada es la más antigua de América, el
Parque de la Independencia, el Altar de la Patria y la ya mencionada Puerta de
la Misericordia, completan el cuadro de los sitios históricos de Santo Domingo.
El monumento levantado en el
sitio del ajusticiamiento del dictador Rafael Leonidas Trujillo, el 30 de mayo
de 1961, también es muy visitado aunque se encuentra fuera de la zona colonial
de Santo Domingo. Los visitantes que entrevistamos el día de nuestro recorrido
por la capital dominicana dijeron que Trujillo impuso una tiranía que provocó
hasta los sectores más poderosos de la sociedad, resaltaron que el dictador se
convirtió en un abusador sexual de las mujeres de sus oficiales y mencionaron
el asesinato de 3 mujeres, las hermanas Miraval, por causa de un complot urdido
por el propio Trujillo.
De regreso a Colombia, las
imágenes de Punta Cana y Santo Domingo me llegan en lentas vibraciones, como el
eco de las canciones que me cautivaron en la juventud. Y de los relatos que escribí,
se desprenden extraños perfumes que me acarician suavemente, como una mano de
mujer, como una peregrinación romántica en una noche de luna llena…como un beso
de los que ya no puedo disfrutar…