Esta nota fue escrita una semana antes de la muerte del artista y publicada entonces en el periódico "Crónica del Quindío", de Armenia.
“Viejo farol que alumbraste mis penas
aquella noche que quise olvidar
hoy veo tu luz taciturna y enferma
cual si estuvieras cansado de alumbrar”
Cuando la tarde moría entre la dulzura del crepúsculo, llegamos este viernes a la casa del "Caballero Gaucho", el abuelo y leyenda de la música popular colombiana, en La Virginia, Risaralda. En el momento de nuestro arribo, sacaron al maestro de 96 años con destino a un centro asistencial de Pereira, acosado por una de las crisis frecuentes de su estado de salud. Las noticias no son buenas porque, además de sus precarias condiciones, el autor e intérprete de "El Viejo Farol", entre muchas más, aparentemente "ya quiere descansar", de acuerdo con versiones recogidas entre sus más allegados.
Quisimos escuchar su voz en la triste soledad del aislamiento natural derivado de su retiro y su enfermedad, pero llegamos tarde para abrir ese libro de sentimientos, de verdades, de amores, de fracasos, de sueños, de dolores y “guayabos” que es la vida de Luis Ángel Ramírez Saldarriaga, a quien un empresario bautizó como ·El Caballero Gaucho” en una emisora de Pereira, por su calidad excepcional para la interpretación de los tangos. La combinación de esos sentimientos palpita con vehemencia en todas sus canciones, que desgarraron lágrimas a millones de personas y se convirtieron en el himno de numerosas comunidades campesinas y de sectores populares, principalmente.
Ante la inminente profanación del ídolo popular por parte de la Parca inexorable y sus ancianas impías, nos abrazamos a la tristeza de no haber llegado antes y, entonces, con el autor y compositor Jorge Eliécer Gaviria Gonzáles, nos pusimos a leer, más que a escuchar, las canciones del Maestro en el equipo del carro. La realidad es amarga y ampulosa como la bilis.
Contemplando esa planicie limítrofe de los departamentos del Valle y Risaralda, con la cabeza apoyada en mi mano zurda, desfilaron las historias de amor, las confesiones de odio, el abandono, los besos, las caricias, el aliento cercano, el trago, el brillo de los ojos de la mujer apasionada, la presión de los abrazos, los latidos del corazón como un ariete del despechado, el nudo en la garganta por el miedo y el enojo, los estremecimientos salvajes de la pasión, los llantos del niño pobre atropellado por el auto cuando intentó coger el juguete del niño rico, las ganas de llorar,los gemidos de pasión y, en fin, todos los elementos que han hecho del “Caballero Gaucho” el depositario y el eco del amor y el dolor popular.
La Virginia, quedó atrás, como una calurosa mancha oscura que empieza a sentir el dolor por la crítica condición de su habitante más sonado. Sentí escalofrío cuando al pasar por el atrio de la catedral, las campanas tocaron el angelus vespertino en un tono de madre desconsolada. Se lo dije a Jorge, quien guardó silencio aprobatorio. Nos miramos sin vernos.
Como todos los cultores de la palabra, “El Caballero Gaucho” sufre, pero nunca morirá porque cada día su voz y sus canciones se alzan, como la sombra de los cóndores cuando salen de los picos montañosos. De ellas y de la garganta del Maestro brotarán por la eternidad las chispas rumorosas para acariciar, para llorar, para amar hasta el paroxismo del placer y del dolor con sus gritos sagrados.
Viejo Farol, Amor Indio, Alma de Mujer, Inocencia, Espejismo, Viejo Juguete, Amores de Arrabal, Cuando te conocí, Otro Trago, Consejo a un amigo, Lejos del Tambo, Adulterio, Abuelita qué horas son?, Lamparilla, Idilio Trunco, Amarga Pena y hasta el Hijuepuerca, serán las corazas contra el olvido, al lado de las otras miles de canciones creadas y cantadas por Don Luis Ángel Ramírez.
En su lecho de enfermo, “El Caballero Gaucho” siente hasta ensordecerse los aplausos que su talento arrancó al público delirante de admiración y cariño, como un tónico para los dolores del cuerpo y como un consuelo para su familia. La belleza espléndida de su alma es el mejor deleite - casi voluptuoso- para quienes en algún momento lloramos de pena con sus canciones y nos emocionamos con los tonos de su voz y con los gestos de su lenguaje corporal.
El río Cauca corre indiferente a pocos metros del Maestro y sus espumas llevan las lágrimas de un pueblo que siente con angustia las penas de su ídolo, se abraza con esperanza y, como en las páginas de Goethe, confía en que una enorme nube blanca salga de las aguas para sugestionar sus espíritus, suavizar el dolor y recuperar sus amores de arrabal.
Fatigado por el largo trayecto de la vida y por sus glorias, está refugiado en su casa, donde su familia se ha visto obligada a poner una talanquera invisible y cordial a sus admiradores, como hacen las señoras en el campo para atajar las enredaderas olorosas que se meten a los cuartos con sus abundantes ramajes florecidos.
Cómo alumbraba el farol,
aquella noche en que te vi por vez primera
eran sus ojos un sol
y en su sonrisa florecía la primavera
hoy solo queda de ayer
entre la bruma fría y sangrante de los años
más que pesares y desengaños
pero en mi angustia te quiero más
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ResponderEliminarSOLO LÁGRIMAS!!!