La llegada de una volqueta moderna provocó el retiro del armatoste, el descanso del animal y el cambio de oficio de don Joaquín Olarte Zambrano, el domador, cabestrero del animal y conductor de la carretilla -o coche- durante más de 20 años, y a quien no le ha llegado la pensión a pesar de sus 65 años de edad y 30 de servicio como empleado de la alcaldía municipal.
Han pasado 6 años del retiro de La Morocha que ya esta muy vieja y cansada, pero es muy visible en el parque, calles principales y potreros de los contornos del pueblo pues su gran tamaño la convirtió en "madrina" de caballos, yeguas, burros y congéneres suyos que en recua deambulan por las calles y potreros de los contornos de este municipio, el más extenso del departamento, el único sin vía terrestre de acceso y el que tiene el mayor número de necesidades insatisfechas.
La rutina diaria durante más de 20 años desde el casco urbano hasta el basurero local generó en la Morocha una respuesta condicionada, de tal manera que cada vez que la enlazan, le ponen una enjalma o alguien se le monta, inevitablemente, toma la ruta del basurero y allí se detiene.
Campesinos acosados por el tiempo, borrachos que pretenden hacerle una broma a su propietario desconocido, muchachos inquietos y hasta los ladrones, fracasan sucesivamente en sus intentos porque la mula de la alcaldía de Solano no da ni un paso adelante después del antiguo basurero municipal. Ni a rejo, ni a palo, ni con espuelas y menos de cabestro. La mula se planta justamente frente al viejo basurero y se sostiene insolente y desafiante, con la orejas tiradas hacia atrás, los ojos a punto de salirse de sus órbitas y el hocico inflado, como señales inequívocas de enfado. Muchas personas han intentado en vano tomar caminos alternativos para sacarla del pueblo, pero la Morocha se va para el basurero por atajos, siempre en abierta desobediencia de sus montadores.
Hace 4 años, un campesino estuvo a punto de morir ahogado cuando pretendió transportarla en una canoa, desde el puerto principal. La Morocha entró en un estrés frenético y sus movimientos sacudieron la embarcación con violencia, hasta hundirla. Con su hocico inflado, el animal brotó a pocos metros, nadó despacio hasta un embarcadero de ganado y, peyendo fuertemente, tomó la calle principal, atravesó el puerto y se enrumbó hacia el antiguo basurero.
Don Joaquín recordó que el animal fue comprado a Tiberio Beltrán, por $150.000 durante la administración del alcalde Helio Fabio Guarnizo y nos contó, además, que antes de la Morocha la recolección de las basuras se hizo con un coche jalado con el caballo amarillo entregado por Enrique Garzón, "el diablo", como pago de los impuestos de 7 años. Y muchos años antes, las basuras se recogieron en angarillas o armazón de palos en cuadros sobre los cuales se colgaban los bultos con los desechos.
Pero el fracaso más sonado de todos los intentos por montar a la Morocha fue el de "Pájaro", Alex Penagos.
Después de varios meses de una relación furtiva que se volvió insostenible por la oposición familiar, Alexander Penagos y su novia Mónica Morales, decidieron fugarse y al anochecer de un sábado se encontraron en la salida de la población, en un camino, otrora carreteable, que conduce a la base militar de Tres Esquinas y a otras veredas, con el fin de ultimar detalles de su huida inminente. Pero ante el asedio de algunos familiares de Mónica, Alex repentizó una salida: utilizando su correa, cogió la Mula de la alcaldía, tomó a su amada por la cintura y la puso en el lomo de la bestia. De un salto de asustado, también quedó acaballado y tras dos talonazos en el vientre de la Morocha, se metieron en la oscuridad del monte.
Felices y agradecidos con el trote de la mula, se abrazaron, se besaron y gritaron alborozados aunque no tenían un destino definido. Cuando comenzaron a darle rienda suelta a sus fantasías, la mula se detuvo bruscamente. Ante la tenaz obstinación de la bestia, improvisaron un cambuche y por la noche se comieron el avío...Inamovibles -como La Morocha- en su decisión de formalizar la relación, la pareja madrugó al pueblo y enfrentó con valor las contradicciones con la familia. Ese trance fue decisivo para el futuro de la joven pareja.
Cuando visite a Solano y por alguna razón necesite salir del pueblo con urgencia, recuerde que la Morocha es una mula de mala traza que solo lo lleva hasta el antiguo basurero. Y, entonces, como "pájaro", tendrá que comerse el fiambre al comienzo del viaje. O como dicen los muchachos, "le tocará comerse los dulces antes del recreo.
Posdata: de espaldas a la vida, después de muchos triunfos y ovaciones,"perreras", trotes, mordiscos, patadas y relinchos, cuando ya no esperaba nada, sola, enferma y abandonada, Morocha renunció a la lucha por la vida, tomó su sendero inolvidable y llegando al basurero soltó un pedo tan fuerte que rompió sus entrañas. Las reverberaciones de esa indigestión son escuchadas todavía por colonos, campesinos e indígenas que cruzan el antiguo basurero como vía obligada rumbo a sus parcelas, del mismo modo que los madrazos de los arrieros en las cañadas de Antioquia y el eje cafetero.
Pero esta historia de vida y muerte, como la de un héroe de novela tiene un remate singular, como solo son capaces de hacerlo los habitantes de esa alejada población, acosados por su pobreza y sometidos por la "viveza" de los rebuscadores que llegaron del interior con motivo de la ya nostálgica bonanza coquera.
Como señala Henry James, "aquí el cuento se sitúa en el punto donde se acaba la poesía y comienza la realidad", pues un matarife local -el que sacrifica un animal para vender su carne- se encargó de darle el toque fascinante, muy particular: con un garrote remató a la Morocha, atasajó su carne, la colgó en los ganchos de expendio y los inocentes habitantes, literalmente, se comieron la mula de la alcaldía.
La "película" de la mula quedó fuera de lugar, con un remate nostálgico y repugnante.