jueves, 12 de marzo de 2015

Vendedores ambulantes, gregarios de la organización social



Voceadores enérgicos de todas las horas, queridos por muchas señoras a las que les llevan lo que necesitan, reconocidos en distintos sectores populares y en la zona céntrica de ciudades y pueblos; odiados por algunos comerciantes y por maridos celosos, con su cara de cansancio y sus carretas de combate, los vendedores ambulantes son otros personajes de la vida cotidiana que convierten su oficio en una obsesión compulsiva.

Todo lo que hacen, desde el menor de sus gestos hasta lo más complicado de su tránsito con la carga sobre sus hombros, en bicicletas, carretas y viejos autos, les sirve como ejercicio de perfección de su oficio hasta obtener la  calidad excepcional que muestran orgullosos. Siempre están involucrados con sus clientes, con los intereses del colectivo y, como todos los individuos de la clase popular, utilizan una forma de comunicación tradicional que se desenvuelve sin importar los prototipos sociales, ajena a los mandatos gramaticales y regularmente reforzada con gestos y movimientos corporales.

El vendedor de pescado, el mazamorrero, el verdulero, el de las frutas, el de las bolsas de la basura, el de los trapeadores y escobas, los que ofrecen la miel de abeja, el quesero, el de los repuestos para la olla pitadora, los del chontaduro, el de las velas e inciensos, los voceadores de prensa -en vía de extinción- y los más humildes con sus chazas llenas de dulces y cigarrillos, son los principales trabajadores caminantes, conocedores de extraños vericuetos por los cuales llegan hasta los confines casi imposibles de las ciudades.


Por calles y avenidas van dejando sus huellas, casi de sangre, y en las cañadas se repiten los ecos de sus voces que, casi clamorosas, difunden los productos que llevan y con muchos de los cuales algunas veces regresan, desconsolados, a sus moradas.

Arley Marín ha gritado y transportado productos desde siempre, pero solo hace 15 años comenzó su recorrido por los barrios de Armenia, desde  el Santander, donde reside, hasta Corbones y El Paraíso. Entrado en años, afirma que el polvo ceniciento que lleva en su cabeza no le produce tristeza sino satisfacción y se considera un “buen peregrino” pues en muchas casas lo acogen con simpatía y cariño.

“Lo más duro para mi es mirar una calle vacía, no ver nada en el horizonte, no encontrar a los clientes habituales, no sentir quién responda a mi voz… eso pesa más que la carreta cargada con plátanos y aguacates, subiendo por la calle de las arrugas”,respondió Marín a la pregunta del cronista sobre sus momentos más difíciles.

Parientes cercanos de los vendedores estacionarios, los ambulantes no tienen problemas con las autoridades por su condición de emigrantes permanentes, de “hombres libres”, como se declaró Alexander Hurtado el vendedor de mazamorra que recorre 14 barrios diarios en su triciclo, entre las 8 de la mañana y las 5 de la tarde, empujando una “india” en la que cabe de cuclillas.

El ingenio de los estos personajes pintorescos y casi exclusivos del entorno social colombiano, se palpa en su capacidad para reproducir la vida cotidiana hasta en las condiciones más difíciles y en su agudeza para caricaturizar la realidad, la coyuntura política, económica y social. Su lenguaje procaz, con todas sus desviaciones semióticas, es un enlace fundamental  de la red comunicativa popular, tan poderosa como las redes sociales de la era digital.

Aunque el fenómeno del desplazamiento ha introducido nuevos elementos y variantes, incluida la contaminación de los “callejeros” por pequeñas organizaciones criminales, el vendedor ambulante tiene una actitud honesta y fraternal, es su principal producto y su mejor oferta, por encima de la calidad de los artículos que transporta.

Son eslabones importantes pero sin reconocimiento de la cadena social, sin celebridad y muchas veces estigmatizados por su condición humilde, por su apariencia y por su vocabulario, pero la mayoría tiene mayor fuerza moral que muchas personas “bien vestidas” que son mencionadas con frecuencia por los medios de comunicación. Son individuos que trabajan duro, no tienen seguridad social ni prestaciones económicas. Le dan la espalda a los problemas de las clases dominantes pero le ponen el pecho a las dificultades derivadas de los mandatos de aquellas.

“Si no podemos cambiar la realidad nacional, gozamos con insultarla, hacemos la comedia y desarmamos nuestros espíritus con el buen humor, es algo así como una estrangulación permanente del dolor propio y del de la gente”, sentenció un vendedor de naranja “dulce” que no suministró su identidad pero confesó haber hechos varios semestres de una carrera universitaria. Es la nostálgica añoranza, una queja escondida de los privilegios que no tienen.

Los vendedores ambulantes hacen parte del grupo de desconocidos, de los vencidos que contemplan con buen humor sus propias penas y las arrastran al ritmo de sus carretas. Pero no las gritan, las digieren en silencio en la soledad de sus cuartos oscuros y escondidos en la periferia de pueblos y ciudades.


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