sábado, 29 de abril de 2017

Mi encuentro con William Bejarano

Después de 20 años durante los cuales cada uno marchó por senderos distintos, me reencontré con el querido chocoano William Bejarano, en Medellín, en donde lo expulsó la ballena de Jonás tras salvarlo de la persecución que sufrió por causa de su decidida participación en la lucha sindical, política y social en el departamento del Caquetá, precisamente en el municipio de El Doncello, en condición de activista del magisterio y concejal.
Llegué a su casa precedido de un anuncio telefónico sobre mi visita, después de una corta expedición por su tierra natal, en donde su madre Cervelina y sus hermanas me acogieron con entusiasmo y hospitalidad.
Su silueta alta y elegante, coronada por su cabeza desnuda con reflejos azulosos, apareció en la puerta y entonces le vi un aire de intelectual en sus facciones acentuadas por el paso de los años. Su abrazo fue más que un saludo, un jirón de historia, como un viaje veloz al génesis de las luchas sindicales y políticas en Caquetá de los años setentas y ochentas que absorbió toda la savia de nuestras almas.
Su esposa Martha y su hija Luisa, encantadoras y hospitalarias,me dieron la bienvenida y me trataron con simpatía y hasta con pedagogía sobre las rutas para salir de casa y llegar a mis destinos en la capital antioqueña. Como a un niño que va a la tienda, me apuntaron en una hoja de cuaderno los pasos para llegar hasta donde otro personaje, el doctor Juan Manuel Serna Urrea, con quien también me entrevisté en Medellín, en compañía de la histtórica y reconocida dirigente sindical Luz Elena Jiménez. Los detalles de este encuentro serán contados en una próxima nota.
El tiempo lo devora todo, lenta pero inexorablemente. Hasta un cráter en llamas sucumbe ante el paso de los años y poco a poco nos acercamos a la sombra de la noche, más allá del pórtico de la vejez que nos conduce a los jardines apacibles de la eternidad. Los años nos convierten en árboles desnudos que ya no pueden sustentar los nidos de los pájaros.
Con William volvimos el rostro a los campos ya lejanos de nuestra estoica juventud como docentes novatos bajo los cielos tranquilos del entonces corregimiento de Cartagena del Chairá. Miramos el fondo de nuestras vidas y de nuestros corazones alborotados por el sarampión de la lucha en una región sometida por el autocrático sacerdote italiano José Manca y sus súbditos docentes y padres de familia, en medio de la más triste resignación de sus habitantes.
El amor por la igualdad y la libertad se apoderó de nuestros espíritus y no los soltó de sus manos implacables en una clara desfloración del conformismo y nos entregó a la crítica propositiva, aunque de cierta manera cándida, pero heroica.
Al calor de la confrontación ideológica nació la ilusión por la libertad y la justicia social que madurando con los años guió como un faro el camino de nuestras vidas.
Fuimos al encuentro de la bestia de la desigualdad y la corrupción que desde entonces consume al país y participamos en los procesos de lucha casi inane y fuimos atropellados muchas veces por el monstruo de la represión oficial.
Recordamos que en Cartagena del Chairá se produjeron nuestros primeros encuentros con el despotismo, cruel y real, que históricamente ha tenido jodido a este país.
Entre risas y recuerdos tristes revisamos los episodios más notables de nuestro paso por el colegio Chairá, nuestros compañeros más cercanos como Ancízar Tangarife, Benjamín Puerta y Camilo Ardila, con quienes pusimos en marcha El Zurriago, el primer periódico escolar, con proyección comunitaria en el Caquetá.
Los primeros choques con el cura Manca, el baño diario en las "moyas" pues entonces no existía el acueducto en el pueblo; los coqueteos con algunas niñas y damas del pueblo; los estudiantes más brillantes y también los más casposos pasaron por el manojo de recuerdos. Hasta la triste escena de una profesora sorprendida por su esposo en plena faena sexual con un colega y obligada a salir en cueros hasta su casa y las borracheras que terminaron con profesores tirados en el parque del pueblo, también hicieron parte del manojo de recuerdos.
En esta hora del ocaso, cuando ante la falta de esperanzas solo nos quedan los recuerdos, un reencuentro con los hechos de la juventud que movieron nuestros proyectos de vida, es un tónico para esas margaritas deshojadas antes de que desaparezcan marchitadas por el tiempo.
Los recuerdos son como una confidencia con la belleza y sus revelaciones son una poesía. Los recuerdos están ahí, pero su reiteración es un deber pues el vaho que se escapa del pasado los puede destruir su encanto.
Fue grato y por momentos doloroso desgranar la mazorca de los recuerdos, con sus alegrías y alegrías sepultadas en el olvido. Una exhumación del pasado como una mirada al comienzo de nuestra formación política. También fue una visita a las llagas y a las cicatrices que dejaron las luchas, con el estremecimiento por las pérdidas irreparables.
Gracias. compañero William. Gracias familia Bejarano Córdoba
La mano queda extendida a la espera del próximo encuentro.



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