Trece horas después del
susto y desilusión que sufrimos los pasajeros del avión ATR 42-500 de Satena
tras el brusco aborto de la aproximación a la pista del aeropuerto El Caraño de Quibdó, nos montamos
en la misma aeronave y reanudamos el desafío de ese horizonte gris, casi negro
que por estos días devora los contornos del paisaje colombiano.
Mientras Alan Jara, director
de la Unidad de Víctimas, me relata las “hazañas” del saíno que trajo de su
secuestro, que funge ahora como padrón en un criadero de Villavicencio, a bordo
se percibe un perfume de miedo ante la intensificación de la lluvia y algunos
pronosticaron el fracaso de este nuevo intento por llegar a la capital chocoana.
Por entre las nubes casi rasantes
vi casas regadas como en un pesebre pobre y al aproximarnos comprobé su
condición de ranchos de invasión, lejos del grueso de la ciudad, como un parche
que interrumpe la decoración bucólica de la selva guardiana del río Atrato.
El sol de las 9 de la mañana produce visos violetas que incendian la perspectiva, como juegos pirotécnicos
que iluminan la verdura monótona y pasiva del paisaje misterioso que se
extiende hasta el océano pacífico.
El aire caliente, a pesar de
la lluvia que cae sobre la ciudad, penetra en el interior del avión cuando la
auxiliar de vuelo abre la portezuela de la cabina, un sentimiento de triunfo
se refleja en todos los pasajeros.
-Señores, siéntanse agradecidos con Satena porque nos trajo dos veces a Quibdó con un solo tiquete…y disfruten
los lugares bíblicos de este querido departamento, gritó un joven de rostro
olímpico en la mitad del pasillo, emocionado por el aterrizaje tranquilo.
Le pido al taxista que haga
un corto recorrido por el centro de la ciudad antes de llevarme a la casa de la
familia Bejarano Córdoba que me brindó la más cálida hospitalidad. Sigue la
lluvia, aumenta la sensación térmica y veo una ciudad urbanísticamente
anarquizada, con calles en semicírculos y construcciones sin identidad y a
mitad de camino, con una movilidad aceptable en la que las motos son las principales
protagonistas, como en todas las ciudades colombianas.
-Aunque usted se impresione negativamente
con el aspecto de la ciudad, me dijo el taxista, aquí tenemos 5 joyas ocultas declaradas bienes de interés cultural de la Nación en
1997.
Sin esperar mi
reacción, las enumeró enseguida, como una lección recitada por un estudiante de
primaria acosado por su profesor: antiguo Hospital San
Francisco de Asís, la Cárcel Anayansi, el Colegio Carrasquilla, la Antigua
Escuela Modelo y la catedral y su Palacio Episcopal que, me dijo, son el
orgullo de los quibdoseños. Y también sin esperar mis comentarios, me llevó a
cada uno de ellos.
Cuando me bajé
del vehículo le agradecí su entusiasmo, le di la mano y le dije que todos sus monumentos
requieren una intervención urgente porque se les pueden perder como símbolo del
resplandor económico que un día tuvo esta región, cuando fue la primera
productora mundial de platino.
Personalmente,
me quedo con la infinita y melancólica lontananza de la selva desnuda, con sus
distintos tonos que van del verde al azul, esa belleza de lineamientos mágicos
que, como dijo el pasajero, son verdaderas praderas bíblicas.
Además, la
gente mira esas joyas, pero no las ve como un instrumento para encontrarse con
su pasado. Sin embargo, algunas personas con quienes hablamos después en los
alrededores del malecón del río Atrato, piensan que esos monumentos pueden ser
utilizados para estimular al pueblo hacia la búsqueda del nuevo bienestar en
momentos en que la región se sume en el atraso, la pobreza y la corrupción.
A la parte seria, como dicen los jóvenes, de esas joyas
mencionadas por el taxista, se salvan la catedral San Francisco y el palacio episcopal,
tal vez por estar bajo la protección y
el cuidado de la iglesia. Son un verdadero orgullo y parte fundamental del
paisaje a orillas del caudaloso río Atrato cuyas aguas estás drásticamente aumentadas
por estos días. Se
trata de una obra aireada y proporcionada, con escalinatas de acceso. Se destacan
los remates en pináculos que semejan pequeñas torres, y un rico patio circundante con arcadas, que
propician un agradable clima interior.
Como el placer envuelve el pensamiento cuando nos metemos en el camino de la tradición oral y los momentos de la vida se abrevian, me senté a conversar con doña Cervelina Córdoba de Bejarano, madre de reconocidos docentes de la capital chocoana, algunos de los cuales emigraron al Caquetá en donde compartí con William e Italina y su esposo Ranulfo Murillo, en el colegio de Cartagena del Chairá y en la actividad sindical.
El río Atrato sí que es una joya para los chocoanos, es su
esencia, es su vida, su historia, su medio de comunicación y hace parte de
llamado Chocó
biogeográfico, considerada la zona con más
biodiversidad del planeta y una de las más lluviosas del mundo, lo que explica alto caudal que muestra este
río.
El Chocó, además es el único departamento con
costas en los dos océanos, es otra de las aves del país de las bellezas
impecables en donde la gente perdió su capacidad de admiración, del culto por
lo excepcional.
Y también tiene una historia llena de luchas
por sus derechos, desde Barule y los hermanos Mina que lideraron la primera y
más grande insurrección en esta región, que desencadenó la fundación de
Palenque de Tadó, pasando por el primer abogado de esta zona del país, Diego
Luis Córdoba, gran defensor de los derechos de la población afrodescendiente, hasta
Amir
Smith Córdoba,
sociólogo y periodista uno
de los hombres más importantes en la defensa de los derechos y la identidad
cultural de las negritudes colombianas.
En la historia reciente tiene un lugar
especial el periodista Primo Guerrero
luchador incansable contra
la corrupción política que ha sido un fenómeno determinante en el atraso y
pobreza de las comunidades.
También aquí en el extremo occidental del país,
los hombres están dormidos en la idolatría mística que no los deja escuchar las
melodías perfectas de la naturaleza, ni les deja leer los mensajes de su
historia llenos de fragmentos de lucha y de dolor.
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