ESTOY A PUNTO DE OLVIDAR... (2)
- La fascinación que me produjo estar al volante de un vehículo y tenerlo bajo mi control absoluto, en la práctica de un aprendizaje teórico de varias semanas. Era una camioneta williz, modelo 54 que pocos meses después estrellé contra un campero minguerra del ejército, lo que marcó el comienzo de una larga cadena de insistentes asedios por parte de miembros de esa fuerza ante mi actitud evasiva a sus pretensiones de aclarar el choque de los automotores. Fue, del mismo modo, el primer ejercicio de confrontación con los poseedores de armas, como instrumentos de dominación. Aprendí que las armas sustituyen los argumentos y quien la usa impone sus “verdades”, sin derecho a la discusión, a la conciliación. Las armas son la antítesis del debate.
- El engaño y la ridiculización a los familiares de una de mis amigas con quien pasé el día y parte de la noche de un ya remoto viernes santo en una discoteca de Calarcá, Quindío. Apostados en guardia durante una noche frente a mi residencia, después de amenazarme con el matrimonio y con la muerte por los supuestos placeres sexuales con la dama, salí por la casa contigua disfrazado de paisana montado en unos altos tacones que estuvieron a punto de malograr el plan. Su guardia inocente se prolongó durante 12 horas más después de mi salida, al cabo de las cuales fueron informados por mi padre sobre el engaño, perfectamente olímpico, como el gol que marqué en un partido preliminar del encuentro Quindío-Millonarios, en el viejo estadio San José, de Armenia, cuando apenas tenía 16 años y con el cual conquistamos el título de la categoría, frente a la selección del colegio Rufino José Cuervo.
- La cascada de ilusiones que inundó mi cerebro cuando un pariente cercano, Alberto Arenas León, me propuso el viaje al departamento del Caquetá, en 1975, como una opción para mi proyecto de vida que ya estaba marcado por algunos accidentes. Después de resolver el conflicto planteado por el inminente desarraigo del entorno geográfico y familiar, me monté en un bus con destino a Florencia, pero avancé mucho más porque finalmente llegué a Cartagena del Chairá como docente del colegio Chairá. En el departamento del Caquetá me quedé para siempre y fue en ese escenario y en su vecino Huila, donde hice mi vida llena de contrastes enriquecedores, forjé mi espíritu luchador y con el privilegio de la palabra combatí la mentira y la injusticia desde distintas tribunas. Y también conocí y padecí el desencanto, porque los espíritus luchadores plegaron sus alas y entonces la actitud combativa de un pueblo se transformó en una melancólica sinfonía de vientres ansiosos que cambian sus principios por un plato de lentejas.
- Mi estado de excitación física y mental cuando pusimos en circulación la primera edición de El Zurriago –con 20 ejemplares- impresa en máquinas de escribir, con copias de papel carbón, cuyo editorial fue un llamado vehemente a la organización estudiantil y de la comunidad para enfrentar el autocrático gobierno escolar y local del sacerdote italiano José Manca, quien ejercía autoridad ilimitada en el entonces corregimiento de Cartagena del Chairá. El Zurriago evolucionó, lo imprimimos en mimeógrafo y se convirtió en semanario e instrumento aglutinador de la inconformidad general hasta alcanzar una circulación de 200 ejemplares semanales en una población urbana de mil personas. Pero el poder del cura aplastó el proyecto: ordenó el cierre del colegio y condicionó su reapertura al traslado de los profesores responsables del proyecto: Jesús María Cataño Espinosa, Ancízar Tangarife y Camilo Ardila, quienes, ademas de apoyarme en la edición, fuimos los principales contradictores del cura extranjero.
- La indignación, agitación, inquietud y organización del pueblo de Florencia, Caquetá, que, en 1977, salió masivamente a las calles durante el paro cívico que conquistó la interconexión eléctrica con el resto del país. El movimiento, que fue la cresta de un auge de masas en ese departamento, estuvo dirigido por activistas políticos del magisterio que recibieron una fuerte y evidente influencia del M-19. El nivel organizativo de la protesta sorprendió a las fuerzas oficiales que fracasaron en su represión aunque, naturalmente, alcanzaron a golpear a numerosas personas que resultaron muertas durante la jornada. En los barrios populares se distribuyeron cientos de miles de bolas de cristal que fueron lanzadas al piso y neutralizaron las fuerzas de caballería, las más temidas por los manifestantes. Los caballos patinaron sobre las bolas –de cristal, claro- y la gente pudo avanzar hasta el edificio de la gobernación en donde se forzó la negociación con el alto gobierno.
- El gazapatón cometido por Eliécer León, periodista de la emisora la Voz de la Selva, durante una transmisión conjunta con la Voz del Caquetá, desde el Capitolio nacional, en desarrollo del trámite legislativo del proyecto de ley que convirtió la intendencia del Caquetá en el departamento 23 del país. Le pedí que despidiera la transmisión y entonces Eliécer, con su voz impostada, dijo: “muchas gracias por su atención a este servicio informativo que hemos originado desde el salón epiléptico del Congreso”.
- El pánico escénico...no...creo que fue algo peor...eso fue un gran sufrimiento catatónico, con rigidez muscular y estupor mental incluido, que me bloqueó completamente cuando tuve que hacer mi primer informe en directo para el noticiero nacional de RCN, en 1978. Cuando el director nacional de noticias de esa cadena, Orlando Cadavid Correa, me presentó desde Bogotá, la señal de retorno en mis audífonos hizo una reverberación brutal que me cerró el cerebro y abrió mi esfinter vesical. Después de varios intentos en vano, el operador de sonido, Manuel Cardozo, se "pegó" a la cadena e ingresó asustado a la cabina para averiguar por qué el periodista quedó completamente mudo cuando le dieron el cambio desde la capital. Cuando logré reponerme, Manuel me grabó el informe, que salió al aire 5 minutos después entre vapores de sudor y ácido úrico.
- El desencanto del coronel Barragán, por la época cabeza del llamado comando operativo No 12 del ejército, quien, intrigado por las primicias casi diarias en materia de orden público que transmitía este periodista, a través de RCN y El Tiempo, montó una cautelosa invitación a su despacho, en un intento por obtener mis fuentes de información. Pero su cautela fue superada por mi astucia y, dejándome llevar por sus fingidos elogios y camaradería, avancé hasta la segunda botella de Whisky y el tercer paquete de Marlboro. Cuando no pudo contener su enojo por mi “poca colaboración”, del naipe saqué el caballo de espadas, le mostré el delito que tipificaba su conducta al presionar a un Periodista a revelar sus fuentes, le di una palmadita de Tartufo en la espalda y me monté en una escena de excesiva molestia que –le anuncié- llevaría a los dos medios para los cuales trabajaba. Sorprendido por mi determinación, me expulsó de su oficina. Al día siguiente, en el noticiero de la mañana, me reí ante los micrófonos de la ingenuidad del comandante, tras contarle a mis oyentes sus fallidas pretensiones. También le informé al comandante de novena brigada, brigadier Antonio José Gonzales Prado, su inmediato superior.
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