martes, 31 de marzo de 2015
CUANDO LLEGARON LAS PALOMAS
jueves, 26 de marzo de 2015
Madres tabajadoras. artistas de la arepa
sábado, 21 de marzo de 2015
La Mesa -Cundinamarca- una cabaña protegida por la belleza y la simpatía
viernes, 13 de marzo de 2015
De regreso al barrio "El Jazmín"
jueves, 12 de marzo de 2015
Vendedores ambulantes, gregarios de la organización social
Voceadores enérgicos de todas las
horas, queridos por muchas señoras a las que les llevan lo que necesitan,
reconocidos en distintos sectores populares y en la zona céntrica de ciudades y
pueblos; odiados por algunos comerciantes y por maridos celosos, con su cara de
cansancio y sus carretas de combate, los vendedores ambulantes son otros
personajes de la vida cotidiana que convierten su oficio en una obsesión
compulsiva.
Todo lo que hacen, desde el menor
de sus gestos hasta lo más complicado de su tránsito con la carga sobre sus
hombros, en bicicletas, carretas y viejos autos, les sirve como ejercicio de
perfección de su oficio hasta obtener la
calidad excepcional que muestran orgullosos. Siempre están involucrados
con sus clientes, con los intereses del colectivo y, como todos los individuos
de la clase popular, utilizan una forma de comunicación tradicional que se
desenvuelve sin importar los prototipos sociales, ajena a los mandatos
gramaticales y regularmente reforzada con gestos y movimientos corporales.
El vendedor de pescado, el
mazamorrero, el verdulero, el de las frutas, el de las bolsas de la basura, el
de los trapeadores y escobas, los que ofrecen la miel de abeja, el quesero, el
de los repuestos para la olla pitadora, los del chontaduro, el de las velas e
inciensos, los voceadores de prensa -en vía de extinción- y los más humildes
con sus chazas llenas de dulces y cigarrillos, son los principales trabajadores
caminantes, conocedores de extraños vericuetos por los cuales llegan hasta los
confines casi imposibles de las ciudades.
Arley Marín ha gritado y
transportado productos desde siempre, pero solo hace 15 años comenzó su
recorrido por los barrios de Armenia, desde
el Santander, donde reside, hasta Corbones y El Paraíso. Entrado en
años, afirma que el polvo ceniciento que lleva en su cabeza no le produce
tristeza sino satisfacción y se considera un “buen peregrino” pues en muchas
casas lo acogen con simpatía y cariño.
“Lo más duro para mi es mirar una
calle vacía, no ver nada en el horizonte, no encontrar a los clientes
habituales, no sentir quién responda a mi voz… eso pesa más que la carreta
cargada con plátanos y aguacates, subiendo por la calle de las
arrugas”,respondió Marín a la pregunta del cronista sobre sus momentos más
difíciles.
Parientes cercanos de los
vendedores estacionarios, los ambulantes no tienen problemas con las
autoridades por su condición de emigrantes permanentes, de “hombres libres”,
como se declaró Alexander Hurtado el vendedor de mazamorra que recorre 14
barrios diarios en su triciclo, entre las 8 de la mañana y las 5 de la tarde, empujando
una “india” en la que cabe de cuclillas.
El ingenio de los estos
personajes pintorescos y casi exclusivos del entorno social colombiano, se
palpa en su capacidad para reproducir la vida cotidiana hasta en las
condiciones más difíciles y en su agudeza para caricaturizar la realidad, la
coyuntura política, económica y social. Su lenguaje procaz, con todas sus
desviaciones semióticas, es un enlace fundamental de la red comunicativa popular, tan poderosa
como las redes sociales de la era digital.
Aunque el fenómeno del
desplazamiento ha introducido nuevos elementos y variantes, incluida la
contaminación de los “callejeros” por pequeñas organizaciones criminales, el
vendedor ambulante tiene una actitud honesta y fraternal, es su principal
producto y su mejor oferta, por encima de la calidad de los artículos que
transporta.
Son eslabones importantes pero sin reconocimiento de la cadena social, sin celebridad y muchas veces estigmatizados por su condición humilde, por su apariencia y por su vocabulario, pero la mayoría tiene mayor fuerza moral que muchas personas “bien vestidas” que son mencionadas con frecuencia por los medios de comunicación. Son individuos que trabajan duro, no tienen seguridad social ni prestaciones económicas. Le dan la espalda a los problemas de las clases dominantes pero le ponen el pecho a las dificultades derivadas de los mandatos de aquellas.
“Si no podemos cambiar la realidad nacional, gozamos con insultarla, hacemos la comedia y desarmamos nuestros espíritus con el buen humor, es algo así como una estrangulación permanente del dolor propio y del de la gente”, sentenció un vendedor de naranja “dulce” que no suministró su identidad pero confesó haber hechos varios semestres de una carrera universitaria. Es la nostálgica añoranza, una queja escondida de los privilegios que no tienen.
Los vendedores ambulantes hacen
parte del grupo de desconocidos, de los vencidos que contemplan con buen humor
sus propias penas y las arrastran al ritmo de sus carretas. Pero no las gritan,
las digieren en silencio en la soledad de sus cuartos oscuros y escondidos en
la periferia de pueblos y ciudades.
miércoles, 11 de marzo de 2015
Cocora, el valle vigilado por un ejército de palmas de cera
En lo que sería su último viaje, el libertador Simón Bolívar pasó por Salento, en el sitio inicial de su fundación, Boquía, que fue arrasado por una avalancha. El pueblo fue trasladado al sitio en donde se encuentra actualmente pero conserva y proclama el honor de haber servido de posada para el libertador...estas fotos recogen el testimonio histórico y viviente de ese viaje de Bolívar...casi un año después, se produjo su muerte en Santa Martha
Esa escalera emblemática, el valle de Cocora y el recuerdo del paso de Bolívar cuando Salento estaba en Boquía, antes de su destrucción por una avalancha del nevado, constituyen ingredientes patrimoniales-ancestrales de sus habitantes laboriosos, orgullosos de su pasado heroico que miran con Fe y esperanza hacia el futuro. Y como en una rebelión contra los abusos que perjudican la naturaleza, siguen en el surco, en la siembra, el trabajo y la constancia, seguros de una cosecha abundante y florida y a la espera de una nueva gloria vertiginosa y medioambientalista.
viernes, 6 de marzo de 2015
Del tinto, a la tinta sangre
Cuando la noche empezaba a tender sus alas sobre los guaduales y palos de café arábigo, mi mamá nos llamaba a la mesa larga, de tablas, en donde media hora antes habían comido 25 trabajadores, la mayoría recolectores de café y, antes de la frijolada, hacía una corta oración de agradecimiento por “el pan de este día”.
En verano, el sol se guardaba entre una llamarada y desde la
finca se observaban las luces intermitentes de Armenia. En el horizonte se
perfilaban las siluetas del alto de La línea. Un café humeante unía al grupo
antes de las 8, en un ritual inaplazable, mientras una a una aparecían las
estrellas como mariposas gigantes. Y, uno a uno, los labriegos iban soltando
apuntes de su cotidianidad, reciente o lejana, de sus encuentros amorosos, de
sus afanes en el surco, del drama de la jornada, de los “galones” de café
recolectados, de la penuria para traerlos hasta la tolva, del chocolate
derramado, del filo de su machete, del sombrero roto, de la culebra, del gusano
“pollo”, de la arepa quemada, del caballo colorado, de la enjalma rota, de la
muchacha de la cocina que todos los días le echaba dos carnes al desayuno, del
encuentro con los guatines. (guaras, en otras regiones). Los más imaginativos
mencionaban las peleas con el tigrillo y la danta y los más pequeños gozábamos
con esas historias. Las mujeres cosían y hasta bordaban a la luz de las velas
moribundas. Algunas se aventuraban a contar sus picardías, expuestas a los
regaños de las mayores. Mis hermanos mostraban los trompos y las bolas de cristal
ganadas en la escuela y yo mencionaba las carreras en la juega de “la lleva”,
para distraer la atención de quienes me vieron en el rajadero de leña con la
prima que llegó de Ulloa (Valle) al comienzo de la semana. Desde entonces, descubrí, quedé convencido de que todos tenemos una historia para contar.
Es la cultura de lo inmediato, la vivencia del día a día, de
todo aquello que tiene que ver con la vida de la gente, con su trabajo, con sus
idilios, con sus anhelos, con sus fatigas y con sus conquistas. Es la cultura
de un pueblo, es la cultura cafetera, son los corazones de todas las personas
que se mueven alrededor del grano, de los antecesores que hicieron rugir la
selva y soportaron todas las tempestades; que convirtieron este retazo de
Colombia en un territorio fértil para las cosechas y para la convivencia. Y de
otros personajes que son componentes importantes de la cultura cafetera: el
chofer del williz, el comprador de pasilla, que iba de finca en finca; la
profesora de la escuela veredal, el negociante de plátano y naranja, y hasta
del sacerdote que esperaba a los campesinos en la misa de 10 de la mañana todos los domingos.
Los descendientes de la cultura cafetera nacimos arraigados a
la tierra, una raigambre cuya savia espiritual es la cotidianidad, la cercanía,
la familiaridad, el amiguismo, el servicio, el buen humor, la sensualidad
indescifrable y tenaz que, del mismo modo, complementan la cultura regional, su
idiosincrasia.
Con el paso de los años, la ambición y el surgimiento de la
política como administradora de la cultura pusieron una cadena invisible en el
corazón de la humanidad para sujetar su desarrollo colectivo y propiciar el
individualismo que brotó muy pronto, fracturó la familia y la sociedad y
pulverizó los valores tradicionales de la cultura cafetera.
Ni la violencia de la década de los 50 logró desarticular la
comunión de los pueblos cafeteros que sintieron en cada floración de sus palos,
el reverdecimiento de sus ilusiones porque la esperanza siempre fue un mágico
perfume que refrescó sus jornadas.
El narcotráfico, la violencia, la politiquería como elementos perturbadores de la realidad nacional en los últimos años, descompusieron los esquemas de funcionamiento social, invirtieron los valores, cambiaron el universo cultural de la gente y desviaron los recursos del Estado para la atención de las necesidades básicas de la población.
Es la cultura de lo inmediato, la vivencia del día a día, de todo aquello que tiene que ver con la vida de la gente, con su trabajo, con sus idilios, con sus anhelos, con sus fatigas y con sus conquistas. Es la cultura de un pueblo, es la cultura cafetera, son los corazones de todas las personas que se mueven alrededor del grano, de los antecesores que hicieron rugir la selva y soportaron todas las tempestades; que convirtieron este retazo de Colombia en un territorio fértil para las cosechas y para la convivencia. Y de otros personajes que son componentes importantes de la cultura cafetera: el chofer del williz, el comprador de pasilla, que iba de finca en finca; la profesora de la escuela veredal, el negociante de plátano y naranja, y hasta del sacerdote que esperaba a los campesinos en la misa de 10 de la mañana todos los domingos.
miércoles, 4 de marzo de 2015
Mi primer día en Lorica, Córdoba
martes, 3 de marzo de 2015
"Capuchino" en una fonda cafetera urbana
En las montañas, en los valles incendiados por el calor, en las cañadas y hasta en los solares de pequeños pueblos del eje cafetero, se respira, se transpira se prepara y se disfruta el aroma de este grano, cuyos productos generaron una cultura que identifica y distingue a la región. Y la bebida que se prepara por infusión de esta semilla, tostada y molida, es un emblema colombiano en el mundo.