Tradición oral indígena
El bakaki es una extraña simbiosis de mitos, leyendas, cuentos, rezos, conjuros, cantos, bailes e imaginarios que como una impronta distingue a la etnia Uitoto y al mismo tiempo es el instrumento para la transmisión de sus conocimientos mitológicos y cosmológicos ancestrales.
La siguiente narración hace parte del paquete de bakakis recogidos por el psicólogo Carlos Enrique Zapata Bohórquez, a lo largo de 6 meses de convivencia con miembros de la etnia uitoto asentados en las riberas del río Caquetá, aguas abajo del municipio de Solano, departamento del Caquetá, y editados por Jesús María Cataño Espinosa, atendiendo una solicitud expresa de Zapata Bohórquez.
EL
SECRETO DEL FUEGO
En
un anticipo premonitorio y legendario de los abusos que se cometen contra los niños cuyos
padres los dejan solos en las viviendas, la anciana diabla Raaïkïño ingresó a
la residencia de una familia en donde varios muchachos corrían y jugaban
tranquilos en ausencia de sus papás.
Pero a diferencia de los trágicos hechos de la
actualidad, la diabla veterana entró a la vivienda con la intención de iniciar
a los menores en la preparación del cazabe con fuego y no como se hacía hasta
ese momento: con el calor de las axilas y las corvas.
Tras enterarse de la ausencia de los padres,
Raaïkïño entró amablemente y les pidió un poco de caguana y cazabe. Como no
estaba tostado con fuego, la anciana lo percibió de inmediato y les pidió que
prestaran atención a sus explicaciones para que aprendiera a preparar el mejor
cazabe de manera más efectiva.
Pidió un poco de leche y de su boca extrajo el
fuego con el que preparó el alimento gustoso que encantó a los niños y se
acostó en una hamaca. Les pidió avisarle cuando llegaran sus papás y así se
mantuvo oculta de los mayores durante varios días pues con las alertas se
levantaba y corría hacia su cueva, en los contornos de la casa.
Tomando confianza, comenzaron los abusos y
entonces puso a los pequeños a sacarle sus niguas, esos insectos dípteros
parecidos a la pulga pero más pequeños y de trompa más larga, que penetran en
la piel, principalmente de los dedos, y provocan picazón y dolor semejantes a
las de los hongos.
Al niño que “toteaba” las niguas, le daba un
trozo de ñame feo y al que se las sacaba enteras, sin romper el saco de sus
huevos, le pasaba un pedazo del mejor ñame que sacaba del bastón, hecho de la
raíz de esta planta.
Al cabo de varias semanas, el padre los muchachos
notó cómo la caguana que preparaban por la mañana y la leña que juntaban,
desaparecían por completo, sin que las explicaciones que le dieron los muchachos fueran
satisfactorias.
Asustados por las amenazas del enojado papá, los
niños se miraron entre ellos, agacharon sus cabezas y se dispersaron en
silencio. Pocos minutos después, uno de ellos “cantó” la realidad de los hechos
que ocurrían en casa desde hacía varios días.
-Una viejita viene todos los días, se toma la
caguana, pide leña, cocina el cazabe y nos pone a sacarle sus niguas…y hasta
nos da ñame, le dijo el muchacho a su papá.
-Se trata de la diabla, precisó el hombre,
después del relato del niño.
-Como ella les quita la leña, ustedes deben
quitarle el fuego, como un actitud de simple justicia, le dijo al grupo reunido
en una de las habitaciones.
También les ordenó que, de manera progresiva, le
quitaran trozos al bastón para que la diabla no tuviera recursos para regresar
a su cueva y los papás la pudieran encontrar en flagrancia, en invasión de la
vivienda.
Durante el día, los muchachos se alternaron en
las tareas de debilitar el bastón de la anciana con cortes transversales casi
completos, mientras ella ponía sus pies para la extracción de las niguas.
Cuando en coro los niños exclamaron: “ahí viene
papá”, la diabla intentó huir pero el bastón se partió en la punta y no pudo
levantarse; al segundo intento el bastón se partió más arriba y a su tercer
esfuerzo, el apoyo definitivamente no le sirvió. Pero cuando iba de bruces al
suelo, la anciana desapareció, su imagen se derritió entre los niños que
miraban cómo no pudo levantarse.
Cuando los papás regresaron no hallaron ni el
rastro de la bruja que mediante sus poderes logró refugiarse en la cueva, en
donde se mantuvo durante largo tiempo, dedicada a la preparación de su venganza
con los muchachos.
Con una vara de ortiga, una canasta y varias
cortaderas, la diabla regresó pasadas algunas semanas, entró a la vivienda y, a
empujones, recogió a los muchachos y dejó señales como de un accidente sin
darse cuenta de que uno de los niños había quedado colgado del dintel de la
puerta en donde colocó la trampa.
Informados en detalle por el pequeño sobre los
episodios ocurridos, los padres se encaminaron hacia la cueva de la anciana y
entraron en ella con sigilo, silenciosos, aunque vieron a varios diablos que
devoraban a uno de los pequeños. En medio del festín, los diablos soltaron una
infidencia, relacionada con su única vulnerabilidad: el ají.
Pacientes, los padres sembraron ají en sus
sementeras y con la cosecha de sus frutos rojos y picantes volvieron a la
cueva, en donde se realizaba una especie de convención diabólica. Todos los
asistentes, con excepción de dos pequeños, murieron envenenados con la salsa
picante del arbusto solanáceo.
Con la intención de criarlos, se llevaron a casa los
dos diablitos. Pero no se imaginaron que realmente estaban cargando una
alcancía explosiva.
Pocos días después de que la pareja celebrara el
nacimiento de un niño, y estando los diablos ya volantones, reapareció su
innata y pérfida condición, se revivió su circuito inconsciente de maldad y
entonces la diabla le habló a su hermano:
-Ese numedo –aguacate- ya está listo para comer,
le dijo en voz baja, señalando al bebé
-Aunque estamos habitados por el mal, no debes
hacerlo…por conveniencia y por gratitud, le replicó en tono enérgico, a tiempo
que le recomendó salir de la vivienda y activarse para una jornada de pesca.
Pero la brujita apenas controló sus perversas
tendencias por espacio de unos pocos minutos y movida por la dinámica pulsional
del principio del placer que se acerca a lo abominable, extrajo y devoró el
cerebro de la criaturita, dejando el cráneo vacío, como hace la plaga de la
broca con el grano de café.
Los ojos del bebé volteados y en direcciones
contrarias, le permitieron a la pareja descubrir el repulsivo y macabro acto
perpetrado por la diablita. Enseguida la amarraron, le echaron ají y le
prendieron fuego. Mientras ardía, sus ojos salieron de su cuerpo y “volaron”
hasta la laguna en donde pescaba su hermano, quien, de inmediato, concluyó que
la brujita había desacatado sus recomendaciones.
Sin dejar ver su pesar y enojo por la suerte de
su hermana, llegó a la casa cargado de pescado, se tiró a la hamaca y sus
pensamientos no pudieron separarse del trágico episodio.
Sus padrastros salieron temprano al día siguiente
y el diablito empezó a buscar entre las brasas los restos de su hermana, pero
lo único que encontró fue su dedo meñique, con el que hizo una pequeña pero muy
sonora flauta. En ella metió todas sus penas y comenzó a disfrutar un placer
ambiguo, entre el dolor y la satisfacción. Un sentimiento bien expresado es
como una verdad bien dicha y a través de su flauta se ganó la atención y
admiración de toda la comunidad, cuyo cacique le pidió llevarlo hasta el sitio
en donde había conseguido la madera para la fabricación del instrumento.
Los llevó a un sitio muy alejado, en una pequeña
colina, en donde los encantó con su flauta y prácticamente los hipnotizó, los
manipuló durante varias horas hasta someterlos a una rara somnolencia. Los
maldijo por haber matado a toda su familia y quemado a su hermanita y mediante
un raro conjuro los convirtió a todos en pájaros muchileros…para que el resto
de sus vidas vivieran colgados y en medio de la soledad.
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