Los relatos
uitoto –como todas las narraciones enigmáticas y mitológicas- se refieren a los
distintos fenómenos naturales, a las explicaciones del origen del mundo y del
hombre; son manifestaciones con las cuales se intenta responder preguntas de
todo tipo, hasta las relacionadas con las pasiones humanas, como los celos y la
infidelidad. Esta narración nos lleva por el camino que tomó una mujer
desatendida afectuosa y sexualmente por su marido, Jitoma, quien aunque sabio y
respetado por la comunidad, la despreció de manera no deliberada y
prácticamente la empujó a la infidelidad.
Jitoma fue el “intelectual e ideólogo” que se concentró exclusivamente en sus tareas
asociadas a la enseñanza de los deberes que cada individuo tiene en su
comunidad. Metido permanentemente en su ananeko, dirigiendo charlas sobre
comportamiento, trabajo, procedimientos curativos con plantas medicinales,
convivencia, narraciones de tradición oral y sabiduría indígena, el hombre se
aisló de su mujer a pesar de amarla con intensidad.
Sin
proponérselo, el sabio construyó una historia cotidiana excluyente, en la que
su esposa salió prácticamente de sus objetivos, la dejó sola y muy pronto se le
vio aburrida, desconectada de la comunidad, en una evidente muestra de la
desorganización familiar.
Durante esos
prolongados espacios de soledad y desafecto se estructuró lentamente una
relación que se apartó de las normas morales y hasta sexuales que habían
orientado su relación conyugal y emergió la posibilidad de satisfacer sus
instintos y necesidades afectivas con el jefe de los tigres que empezó a
cortejarla de manera constante hasta declararse “enamorado y apasionado”.
Muy pronto la
mujer se deshizo del mito del amor conyugal, aceptó los “quiebres” del jefe
felino y comenzó a darle una dimensión utilitarista a la nueva relación, tal
vez por sentirse despreciada, atropellada e ignorada por su esposo. Para
facilitar la relación y garantizar su acercamiento a la dama, el hombre tigre
se transformó en un niño y armó toda una “película” con el fin de no despertar
sospechas de su relación con la mujer del sabio Jitoma.
Armado el
libreto, el “niño” se situó en un recodo del camino y cuando la pareja paseaba
una tarde, la mujer convenció al viejo para que recogieran y adoptaran a este
menor aparentemente abandonado. Desde
ese momento, comenzó a fortalecerse su relación, hasta entonces clandestina y a
medida que el niño crecía empezaban a crecer sus vínculos afectivos y a
practicar la moral sexual extramatrimonial, que para ellos era una virtud.
La pasión
amorosa es dignificada con proezas dirigidas a impresionar a la pareja y
entonces el niño que crecía se transformó, poco a poco, en hábil cazador y en
diestro ejecutor de distintas actividades, siempre en la perspectiva de ganarse
los afectos de Jitoma y, claro está, el amor de su mujer.
Ya adulto, el
“niño” adoptado burlaba de manera permanente el orden del hogar y su mente se
movía alrededor de un acto de venganza porque, como siempre, la pasión solo
adquiere su romántica expresión cuando los amantes arriesgan hasta la vida para
lograr su objetivo.
El nacimiento
de dos hijos de la pareja y su posterior “bautizo” con el mismo nombre de su
padre Jitoma, colmó la resistencia del tigre que se puso fuera de sí, descobijó
su relación apasionada y se decidió a enfrentar el gran riesgo que significaba
el escape con la mujer, si tenía en cuenta los poderes especiales del sabio y
estimado consejero indígena.
A pesar de
hallarse muy lejos del hombre al que le robó su mujer y aunque avanzaba en la
estabilización de su relación apasionada, el tigre envió un ejército de
hormigas arrieras y sus reinas aladas para que destruyeran al intelectual
Jitoma. Pero el yoneri del sabio le pidió que aprovechara los poderes para enfrentar este
desafío y fue así como les quitó las alas de un solo soplo vigoroso y después
se las comió, una a una, con salsa de ají.
Decepcionado
por el fracaso de la expedición, el tigre envió una legión de sus congéneres
con la tarea de matar y devorarse al viejo, pero de nuevo sus poderes lo
dotaron de gran capacidad de carrera y huyó por entre la montaña. Cuando
estaban a punto de cazarlo, el hombre recurrió a otro de sus poderes
relacionados con el manejo de la naturaleza y, tras invocar a las piñas, construyó
un cerco alto, inaccesible para los felinos perseguidores y hambrientos. Desde
el interior y utilizando su bodoquera, destruyó el comando de tigres.
Las
condiciones de convivencia y hasta los arranques pasionales bajaron de
intensidad porque el tigre seguía, en vano, tercamente, buscando la destrucción
de Jitoma. El siguiente intento lo hizo con una cimbra, que es una trampa
especialmente diseñada para atrapar aves, construida con hilo de cumare. Estando de cacería muy cerca
de La Chorrera, el brujo observó la trampa y descubrió que se trataba de un
nuevo esfuerzo del tigre por destruirlo. Se aproximó despacio y con un palo
intentó activarla, pero no fue posible. Usó una piedra, y tampoco obtuvo su
objetivo.
A pesar de sus
temores y sospechas, Jitoma puso el dedo gordo de su pie derecho sobre el
señuelo de la trampa que se activó de inmediato y lo lanzó con fuerza hacia el
espacio infinito en donde entró en una gravitación constante. Su yoneri lo animó
de nuevo y le recordó que sus poderes de manejo de los fenómenos naturales
podrían salvarlo de este nuevo intento mortal del tigre. Se transformó en
algodón para disminuir los efectos de la gravedad, entró en un estado de
quietud que le permitió descender hasta la trampa y desprender su dedo para
recobrar su libertad.
Cuando el
tigre llegó a la trampa convencido de hallar a su rival, preparado para
devorarlo, imaginando el plato que disfrutaría, tuvo una nueva decepción pues
apenas encontró el rastro del sabio Jitoma.
En un
ejercicio que le puede servir a la humanidad como ejemplo de persistencia y
lucha contra las adversidades, el tigre no se dio por vencido –quizás motivado
por la pasión y el desenfreno sexual de su esposa ajena- y se convirtió en un
habitante de la comunidad. Cuando el sabio salió de su ananeko para sostener
sus diálogos habituales con la gente, el tigre fue por la espalda y le arrancó
la cabeza, con la ira y la frustración acumuladas por tantos intentos fallidos.
Enterró el
cuerpo a pocos metros y en un sitio abierto de la sementera puso la cabeza,
rodeándola de ceniza. Durante algunas semanas, el pudor de la sexualidad
remplazó los gestos perversos e indecentes de la venganza y su relación con la
viuda se volvió un asunto sin interrupciones.
La cabeza se
incorporó al espíritu del hijo mayor y empezó a comandar la vida de los hermanos
Jitoma, quienes crecieron llenos de dudas y preguntas sin respuesta acerca de
la suerte de su padre, el mítico y emblemático sabio de la comunidad. Ya en su
decadencia física, el felino se mudó a una palma de canangucha, hasta donde
llegaba todos los días AïFOïDEZA, la mujer del tigre GAUMA, con su comida y con
sus afectos, igualmente desvalorizados.
Acorralada por
las frecuentes preguntas de sus hijos sobre las circunstancias en las que se
produjo la muerte de su padre, la mujer les explicó que se había producido al
resbalar desde la copa de un árbol en donde preparaba una de sus trampas. Los
muchachos llegaron hasta el árbol y ya en su copa, el mayor, Jitoma, empujó al
otro, Kecha, quien resultó ileso de la caída pues se trataba de un árbol
pequeño. Indignados por la respuesta, le reclamaron a su madre quien, en medio
de la sorpresa, encontró otra justificación:
-Después de la
caída, llegó una serpiente muy venenosa y lo mordió, les replicó
Herederos de
la constancia y de la desconfianza de su padre, buscaron la serpiente y el
mayor le pisó la cola, en abierta provocación para que mordiera a su hermano.
La culebra les dijo que nunca mordía a un hombre sin consultarle previamente su
nombre y decidir si efectivamente merecía la muerte. Regresaron donde su madre,
más inquietos y enojados y ella solo atinó a decirles que su padre había muerto
envenenado y asfixiado por un veneno que preparó para la cacería.
-Uno de los
dardos envenenados que llevaba entre sus botas, lo chuzó accidentalmente y el
hombre murió, les comentó en tono tranquilizador.
A pesar de la
virtud por el respeto y de su condición de subordinación, no pudieron contener
sus aires de desobediencia y siguieron tras las pistas que les indicaban
razones muy distintas acerca de la muerte de su padre, a las que les relataba
su madre.
Fingiendo la
necesidad de atrapar una enorme dante, le pidieron una buena cantidad de veneno
a su madre, cargaron los dardos y con la
bodoquera se dirigieron al monte. Para medir la potencia del tóxico, lanzaron
una flecha contra un pájaro carpintero, que cayó en el acto. Sorprendido por
ese gesto de violencia, el ave les preguntó sobre las razones que tuvieron para
atacarlo.
-Solo intentamos probar el veneno pues investigamos si nuestro padre Jitoma murió a
causa del contacto con dardos intoxicados que trajo para la cacería, le dijo el
mayor de los hermanos.
-Si me extraen
el veneno, les diré toda la verdad sobre la muerte de su padre, les dijo el
pájaro. Yo fui testigo de los hechos, añadió.
Jitoma, hijo,
chupó con fuerza desde el pico y al sacar el veneno, la sangre del carpintero
se acumuló en su cabeza y su cresta. Eso explica por qué las más de 200
especies de estos pájaros se distinguen por su excepcional capacidad para romper
la madera, por sus vivos colores, por su gran cresta roja en algunos grupos.
Pero todas las especies conservan el color rojo en sus cabezas.
El pájaro
“pica-palos”, como le dicen en algunas regiones, les contó la verdad, a secas:
-A tu padre lo
mató el tigre, simplemente porque estaba enamorado de tu mamá.
Además, les
indicó cómo podían matarlo y les mostró el rastrojo en donde se escondía y
hacia el cual se madre les tenía prohibido el paso.
Se dirigieron
a la planta de canangucha, ascendieron hasta el copo. Previamente Jitoma le
colocó al menor una hoja de yarumo y el carpintero se apostó en un sitio
cercano, con la bodoquera preparada. El tigre Gauma respondió al llamado que le
hicieron desde arriba, se lanzó sobre la hoja de yarumo y, cuando caía, fue
atravesado por una flecha envenenada.
Le quitaron
una de las garras y los dientes los llevaron a casa para elaborar collares.
Cuando la madre vio esa garra, la reconoció y al instante dedujo que se trataba
de un mensaje sobre la suerte del tigre. Fingió irse de baño y llegó hasta la
palma en donde encontró el cadáver de su amado, el ser que la obsesionó, que le
revivió sus sentimientos afectivos y sus ímpetus sexuales perdidos por el
descuido no deliberado al que la sometió el sabio JItoma.
En medio del
llanto, reconstruyendo su novela de abandono y rescate posterior, perdida de su
eslabón con el goce y el amor, la mujer llegó a casa y encontró a sus hijos en
labores de pulimento de los dientes del tigre. En un instante, desencadenó su maldad
reprimida y en un ataque autodestructivo, impulsivo, les pidió que se
inclinaran sobre la mesa y sopló fuerte. El polvillo de los dientes que pulían
dejó ciego al hermano menor quien se puso a caminar de manera desesperada,
dando tumbos y gritando desconsoladamente hasta caer vencido por la tortura de
la ceguera.
Pero
Jitoma-hijo hizo una oración y recuperó la visión de su hermano y compañero de
la investigación con la que se esclareció la muerte de su padre…y la
infidelidad de su madre.
Porque toda deliberación
y toda investigación tienden hacia el bien…y hacia el placer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario